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Capítulo 24. La víctima.

El aire en el sótano de la mansión era espeso, húmedo y sofocante, igual como lo recordaba. Como si cada ladrillo guardara los susurros y gritos de todos aquellos que habían pasado por allí. Mis pasos resonaban en la piedra fría mientras bajaba las escaleras, cada peldaño crujía bajo mi peso, haciendo que el eco se amplificara en el oscuro pasillo. El frío se sentía más intenso en este lugar, pero no era el tipo de frío que penetraba la piel; era un frío que se aferraba al alma.

Sabía que estaba cerca. El cuidador siempre había guardado sus "trabajos" más importantes en este lugar, lejos de las miradas curiosas y del mundo exterior. Esta vez no era diferente. Solo que esta vez, la víctima tenía un vínculo que nunca antes había tenido con ninguna de las otras.

Llegué al fondo de las escaleras, donde una pesada puerta de madera se alzaba ante mí. Tomé una profunda bocanada de aire, sintiendo cómo el nudo en mi estómago se apretaba cada vez más. Sabía lo que me esperaba al otro lado de esa puerta, pero nada me había preparado para lo que encontraría realmente.

Empujé la puerta y entré en la habitación. Era pequeña, con paredes de piedra y un techo bajo que casi me hacía sentir claustrofóbico. En el centro de la habitación, atada a una silla, estaba ella. La mujer que había sido la última prueba en esta macabra serie de desafíos. Mi corazón dio un vuelco cuando vi su rostro, y en ese momento, lo supe.

Ella era mi madre.

El parecido era innegable. Su cabello, aunque canoso, tenía el mismo tono rubio que el mío. Sus ojos, aunque llenos de dolor y desesperación, tenían la misma intensidad que había visto en el espejo durante años. Y aunque las arrugas marcaban su rostro, había algo en su expresión que me resultaba tan familiar, tan perturbadoramente cercano, que casi me hizo retroceder.

Ella levantó la cabeza y nuestros ojos se encontraron. Un destello de reconocimiento cruzó su rostro, seguido por una mezcla de sorpresa y angustia. —Williem...— susurró, su voz apenas un hilo, como si hubiera estado esperando por ese momento durante toda su vida. —Eres tú.

No supe qué decir. Las palabras se atoraron en mi garganta, incapaces de salir. Parte de mí quería correr hacia ella, liberarla de las cuerdas que la ataban, y otra parte... otra parte quería salir corriendo y no mirar atrás.

El sonido de pasos en las escaleras me sacó de mi trance. Me giré para ver al cuidador bajar lentamente, su rostro iluminado por una sonrisa cruel.

—Veo en tus ojos que ya hez descubierto quién es— dijo, acercándose lentamente a mí, su voz goteando con satisfacción. —Siempre supe que llegaría este momento, Williem. Y ahora, es hora de que termines lo que empezaste.

 La hoja fría que yacía en mi mano ahora se sentía como un peso inmenso, y las minimas gotas de sangre seca mal limpiadas de Mason aún manchaba el metal, un recordatorio de lo que ya había hecho mi cuidador.

—¿Qué estás esperando?— me presionó, colocándose detrás de mí y apoyando sus manos en mis hombros. —Termina con esto. Ella te abandonó, te dejó en mis manos para que yo te convirtiera en lo que eres hoy. ¿No la odias, Williem? ¿No sientes el rencor en lo más profundo de tu ser?

Sus palabras eran como veneno, filtrándose en mi mente, distorsionando mis pensamientos. Pero lo que dijo a continuación fue lo que realmente me rompió.

—¿Sabes?— continuó en un susurro amenazante, —fue increíblemente fácil borrar todas las evidencias del asesinato de Mason. Nadie lo extrañará. Pero si no haces lo que tienes que hacer ahora, te juro que Ellie desaparecerá igual de fácil. Y tú nunca volverás a verla.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al escuchar esas palabras. Mis manos comenzaron a temblar mientras sostenía el cuchillo. La imagen de Ellie, sonriendo, despreocupada, se mezcló con la de mi madre, atada y herida ante mí. Y luego, él dijo lo que más me atemorizó.

—Además— dijo, su voz tan fría como el acero, —sin mí, te quedarás sin nada. Sin dinero, sin protección. Serás un don nadie. ¿Eso es lo que quieres, Williem? ¿Volver a ser un soñador inútil?

Soñador. Esa palabra resonó en mi mente como un eco distante, recordándome a mi yo de la infancia, a los sueños de un mundo justo que alguna vez tuve, sueños que se habían torcido y oscurecido con el tiempo. ¿En qué me había convertido?

Ella intentó hablar, su voz temblorosa. —Williem, yo... yo no quería dejarte. Me obligaron... por favor, perdóname...— Pero su voz se fue apagando, reemplazada por el sonido sordo de mis pensamientos, de mi rabia y confusión.

Mis dedos se apretaron alrededor del mango del cuchillo, sintiendo cómo la sangre me hervía en las venas. En mi mente, las imágenes se confundían: Ellie, mi madre, el cuidador... todo se mezclaba en un torbellino de emociones. Sentía el peso de años de manipulación y dolor presionando contra mi pecho, asfixiándome. Y en medio de esa tormenta interna, algo se rompió.

Con un movimiento rápido y decidido, clavé el cuchillo en su pecho. El filo atravesó su carne con una facilidad que me enfermó. La calidez de su sangre cubrió mis manos, y en ese momento, algo dentro de mí se rompió. Me quedé allí, sosteniendo el cuchillo mientras la vida se desvanecía de sus ojos, sintiendo un vacío que no podía describir, una ausencia que me consumía desde dentro.

Podía escuchar el latido de mi corazón en mis oídos. Una parte de mí gritaba de dolor, mientras otra, más oscura, sentía una extraña calma, un alivio retorcido. No conocí a esta mujer. Nunca la vi como mi madre, solo como otra víctima en esta cadena de horrores.

El cuidador se rió suavemente detrás de mí, satisfecho con mi acción. —Buen chico, Williem. Sabía que lo harías. Siempre has sido mi favorito.

Pero algo dentro de mí se rebeló ante esas palabras. No era un buen chico.

Lo agarré por el cuello, derribándolo al suelo con una fuerza que no sabía que tenía. Su sorpresa fue evidente, pero no duró mucho. Se defendió con la misma brutalidad que había usado contra mí toda mi vida, pero esta vez, algo en mí había cambiado. Ya no era el niño asustado que él había moldeado. Ahora era un hombre, y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para librarme de él.

Sabía que yo no era su favorito y nunca lo fui. Era un monstruo, moldeado por un monstruo aún mayor. La ira y el odio que había reprimido durante años explotaron. Lo golpeé con todas mis fuerzas, sintiendo cómo la rabia me consumía. Él intentó defenderse, pero estaba demasiado sorprendido por mi ataque.

La lucha fue feroz, brutal, y me dejé llevar por la ira, mis puños golpeando su rostro una y otra vez. Sentía el dolor en mis nudillos, intentó cambiar de roles varias veces para golpearme, pero nunca logró asestarme uno. Sabía que si no acababa con él ahora, nunca sería libre.

Finalmente, el cuchillo se movió en mi mano como una extensión de mi cuerpo, buscando venganza, buscando justicia. Lo que siguió fue un caos de gritos, golpes y sangre. Él intentó defenderse, usando su fuerza y experiencia, pero yo estaba impulsado por una furia que nunca antes había sentido. Una furia que no se detenía ante nada.

Por último, lo clavé en su cuello.

Él cayó al suelo, su sangre manchando el piso. Me quedé allí, jadeando, sintiendo cómo la realidad se desvanecía a mi alrededor.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que sus cuerpos dieran su último suspiro. Solo sé que, al final, estaba de pie, respirando con dificultad, cubierto de sangre. El cuerpo del cuidador yacía a mis pies, inerte, mientras yo sostenía el cuchillo con manos temblorosas.

Miré a mi alrededor, sintiendo un vacío inmenso en mi pecho. Había hecho lo que debía hacer, pero no sentía satisfacción, ni alivio. Solo un profundo vacío que se extendía como una sombra dentro de mí.

Caminé tambaleándome hacia la salida, sintiendo cómo las fuerzas me abandonaban con cada paso. La mansión estaba en silencio, un silencio que me recordaba que estaba solo, completamente solo en este mundo. Al llegar a la puerta, la abrí y salí al exterior, donde el frío del invierno me golpeó como un balde de agua helada.

El cielo estaba cubierto de nubes grises, y la nieve comenzaba a caer suavemente, como lo recordaba en mi infancia, cubriendo el suelo con una capa blanca. Sentí que la nieve se derretía al contacto con mi piel, mezclándose con la sangre que cubría mi ropa y mis manos.

Comencé a caminar, sin rumbo fijo, sin saber a dónde ir. El cuchillo aún estaba en mi mano, como un recordatorio de lo que había hecho, de lo que me había convertido. Sentía el peso de todas mis acciones cayendo sobre mis hombros, aplastándome.

Finalmente, me detuve y miré hacia el cielo, la nieve empezó a caer en mi rostro. No sabía qué me esperaba en el futuro, ni cómo podría vivir con lo que había hecho. Pero una cosa era segura: el mundo que había soñado alguna vez, un mundo sin injusticias, se había distorsionado y corrompido. Y yo era parte de esa corrupción.

Me dejé caer sobre la nieve, todavía con ese cuchillo en mis manos, sintiendo cómo el frío comenzaba a entumecer mis extremidades. No sabía cuánto tiempo había pasado, ni si alguien vendría a buscarme. Pero en ese momento, no me importaba nada.

Con un esfuerzo agotador, me levanté del suelo, sacudiendo la nieve de mi ropa, quería irme de ese lugar, pero no podía si estaba cubierto de sangre. El peso de lo que había hecho estaba más allá de cualquier dolor físico. Me sentía vacío, una cáscara vacía de lo que solía ser.

Caminé de vuelta hacia la mansión, dejando tras de mí un rastro de sangre en la nieve. Cada paso era una batalla contra el frío que se intensificaba a medida que avanzaba. La mansión se alzaba frente a mí, su fachada oscura y amenazante, casi burlona en su indiferencia hacia el sufrimiento que había tenido lugar en su interior.

Las puertas se abrieron, y el calor del interior me envolvió, aunque no lo sentía. El ruido sordo de mis pasos en el suelo parecía amplificar la presión en mi cabeza. Cada habitación que cruzaba estaba sumida en la oscuridad, el eco de mis acciones resonando en las paredes. Finalmente, llegué a uno de los baños.

No sabía cómo llegué hasta allí, pero lo encontré, vacío de toda vida, excepto la mía. La bañera de mármol blanco se alzaba como un santuario en medio de la penumbra. Sin pensarlo, me dirigí hacia ella, dejando caer el cuchillo con un ruido metálico sordo sobre el suelo frío.

El agua comenzó a correr con un sonido relajante, aunque no podía sentir el calor. Lo único que sentía era el peso de las lágrimas no derramadas, el vacío de mi corazón, y el dolor de mi propio desencanto. Me deshice de mi ropa ensangrentada, el tejido pesado y empapado de la vida de otra persona. Mientras lo hacía, el silencio del baño se volvía cada vez más abrumador.

Me hundí en la bañera, dejando que el agua cubriera mi cuerpo. Los chorros cálidos me rodearon, pero el calor no era suficiente para disipar el frío interno que me dominaba. Mi mente estaba atrapada en un bucle de recuerdos y emociones reprimidas, una maraña de recuerdos dolorosos y fracasos que no podía o no quería enfrentar.

Mientras me sumergía en el agua, traté de alejar las imágenes de lo que había hecho. Las caras de las víctimas, el cuchillo, el sonido de la vida desvaneciéndose. Pero, no importaba cuán fuerte intentara apartar esas imágenes, volvían a mí, arrastrándome hacia el abismo que había creado con mis propias manos.

En el fondo de la bañera, mi mente estaba en blanco, el vacío se apoderaba de cada rincón de mi ser. No sabía cuánto tiempo había pasado allí, ni si el agua seguía corriendo. Solo sabía que no podía sentir nada. El bloque emocional que me mantenía inmóvil era tan profundo que ni siquiera el agua caliente parecía poder romperlo.

El sonido del agua corriendo era casi hipnótico, pero no podía concentrarme en él. Los pensamientos continuaban atormentándome, el dolor y la culpa mezclándose con un vacío que se hacía cada vez más grande. Estaba atrapado en una trampa de mi propia creación, y no había forma de escapar.

Me levanté lentamente, el agua resbalando por mi piel mientras me salía de la bañera. Miré mi reflejo en el espejo empañado, el rostro manchado de lágrimas y sangre, mi piel roja por el calor del agua, los ojos vacíos y perdidos. No reconocía al hombre que me miraba desde el espejo. Era una imagen distorsionada de quien solía ser, una sombra de lo que alguna vez había aspirado a ser.

Me envolví en una toalla, el peso de las acciones que había tomado aun recayendo sobre mí. Tomé el cuchillo y salí del baño, me detuve un momento en el vestidor, mi mente luchando por encontrar algún sentido en el caos que me rodeaba.

Mientras me vestía, el pensamiento de Ellie se colaba como siempre en mi mente. La promesa que le había hecho de que nos veríamos pronto parecía un eco lejano, tal vez no lo podría cumplir. El hecho de que ella estaba en mi vida solo hacía que todo fuera aún más doloroso, la ironía cruel de que algo que deseaba con tanta desesperación ahora me mantenía atrapado en una red de mentiras y desesperación.

Finalmente, salí de la mansión, el aire frío, golpeándome con una fuerza renovada. El sol estaba bajando, y la noche se estaba acercando, pero la oscuridad que me envolvía era mucho más profunda que la simple ausencia de luz. Caminé hacia el coche, el peso del cuchillo aún en mis manos, el metal frío y pesado que parecía reflejar mi propio estado emocional.

Subí al coche y tiré el cuchillo en el asiento de copiloto, sintiendo cómo el vacío dentro de mí se hacía más grande con cada segundo que pasaba. Encendí el motor y me dirigí hacia la carretera, rumbo a la ciudad, solo buscando escapar del vacío que me consumía.

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