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Capítulo 11. El juego de Williem.

Mi mente estuvo en otro lugar durante todo ese día, o mejor dicho, en otra persona. Ellie. Habían pasado varias semanas desde que la conocí en aquella tienda de conveniencia. En un principio, solo había sido una chispa de interés, una curiosidad pasajera. Pero cuanto más la veía, más rápido se convertía la chispa en una llama que amenazaba con consumir todo lo demás. No era un simple deseo, no era solo atracción. Era una necesidad de tenerla y de poseer su cuerpo completamente, preferiblemente, sobre el mío.

Me encontraba en un torbellino de emociones que oscilaban entre la fascinación y la obsesión. Me había convencido a mí mismo de que lo que sentía por mi corderito era amor, pero en lo profundo de mi ser sabía que era algo más oscuro, algo que se acercaba peligrosamente a la obsesión. Ellie era tan inocente, tan pura en su manera de ver el mundo. Cada vez que sonreía o reía por alguna broma tonta que hacía, mi pecho se llenaba de una extraña mezcla de euforia y excitación, quería corromper toda esa inocencia que emanaba.

La había estado observando, cuidadosamente, sin levantar sospechas. Sabía cuándo estaba trabajando, cuándo tenía tiempo libre, e incluso cuáles eran sus rutinas diarias. Ella era como un enigma que lentamente iba descifrando, pieza por pieza. Y hoy, finalmente, ha llegado el momento de dar el siguiente paso.

Recogí mis cosas, salí de mi departamento y bajé hasta el primer piso para buscar mi coche, generalmente evitaba usarlo, pero hoy era una ocasión especial. Mientras conducía, mi mente recorría cada detalle de mi plan para esta noche. La había invitado a cenar, algo que había hecho con una mezcla de confianza y control calculado. No había dejado espacio para que ella dijera que no. Sabía exactamente lo que decir y cómo decirlo para que aceptara. Y lo había hecho.

Llegué al restaurante un poco antes de la hora acordada, queriendo asegurarme de que todo estuviera perfecto. El lugar era discreto, íntimo, con una atmósfera que favorecía la cercanía y la conversación. Pedí una mesa en una esquina, lejos de las miradas curiosas, donde pudiéramos hablar sin interrupciones.

Cuando Ellie llegó, llevaba un vestido sencillo, pero elegante que realzaba su belleza y curvas naturales. Su cabello negro caía en suaves ondas alrededor de su rostro, y sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y nerviosismo. Le di una sonrisa, una que había practicado muchas veces frente al espejo, y me levanté para recibirla.

-Ellie, estás hermosa -dije, y no era solo una cortesía. Lo pensaba de verdad, pero esas no eran las palabras que le hubiera dicho.

-Gracias, Williem -respondió ella con una leve sonrisa, sentándose frente a mí-. Este lugar es muy acogedor.

-Me alegra que te guste -dije, tomando asiento también-. Quería que esta noche fuera distinta.

La cena transcurrió de manera perfecta, como si cada palabra que decía, cada gesto que hacía, estuviera cuidadosamente coreografiado. Ellie era un libro abierto, y yo leía cada página con fascinación. Hablamos de cosas triviales, de nuestras aficiones, pero también de temas más profundos, más personales. Cada vez que nuestras miradas se encontraban, sentía un fuego ardiendo dentro de mí, un deseo de estrecharla contra mí, poseerla, hacerla gritar hasta que cada rincón de su mente estuviera mi nombre y no dejarla ir jamás.

Cuando finalmente terminamos la cena, salimos del restaurante y la acompañé hasta su taxi. Me ofrecí a llevarla a su casa previamente, pero ella insistió en que podía ir sola. Sabía que no debía presionarla, así que acepté su decisión, aunque por dentro deseaba acompañarla.

-Gracias por esta noche, Williem -dijo ella, sonriendo con sinceridad-. Lo pasé muy bien.

-El placer fue mío, Ellie -respondí, inclinándome un poco hacia ella-. Espero que podamos repetirlo pronto.

-Me encantaría -dijo ella, y por un momento, pensé que podría haber algo más en su mirada, algo que reflejara lo que yo sentía.

Nos despedimos con una última sonrisa, y la vi alejarse en el taxi hasta que desapareció de mi vista. Me quedé en la calle un momento, dejando que la noche fresca me calmara. Había sido una noche perfecta, pero en mi mente, ya estaba planeando el siguiente paso.

Volví a mi departamento, un lugar que ahora se sentía vacío después de haber pasado tiempo con mi corderito. Abrí la puerta y entré, cerrándola detrás de mí. Todo estaba en su lugar a simple vista, como siempre. El minimalismo y el orden eran algo que me daban una sensación de control, pero esta vez había algo que me inquietaba.

Dejé las llaves sobre la mesa de entrada y caminé por el salón, observando cada detalle. Sentí una perturbación en el aire, algo que no podía identificar de inmediato, pero que estaba ahí, latente. Mis ojos recorrieron la habitación con la precisión de un halcón, buscando cualquier cosa fuera de lugar.

Me detuve frente a la estantería, donde una de las figuras decorativas parecía estar ligeramente giradas, apenas perceptible. Fue entonces cuando supe que algo había cambiado. Alguien había estado aquí.

El pánico comenzó a instalarse en mi mente, pero lo reprimí con la fuerza del autocontrol que había perfeccionado durante años. No podía permitir que el miedo se apoderara de mí. Necesitaba saber qué había sucedido y, más importante, quién había sido.

Me dirigí al estudio y cerré la puerta detrás de mí. Todo estaba como lo había dejado, pero la incomodidad persistía. Me acerqué al escritorio y toqué un botón oculto que ocultaba la entrada de mi cuarto secreto. El panel se deslizó suavemente, revelando el pasadizo oculto que llevaba a mi santuario personal.

Entré en la habitación oculta y encendí las luces led que iluminaban el espacio. Allí, entre las sombras, se encontraban las cámaras de seguridad que había instalado en secreto en todo el apartamento. Sabía que debía revisar las grabaciones para averiguar quién había estado en mi hogar.

Me senté frente a las pantallas y comencé a revisar las grabaciones de las últimas 2 horas. Mis dedos se movían con destreza por los controles, adelantando las imágenes hasta que algo llamó mi atención. Había un movimiento en la entrada, alguien había forzado la cerradura de la puerta principal y había entrado.

Mis ojos se clavaron en la pantalla cuando vi a un hombre entrar en mi apartamento. Era un tipo delgado pero alto, de apariencia decidida, cubierto por una gorra parcialmente. Se movía con la cautela de alguien que sabía exactamente lo que estaba buscando. Hasta que un poco de luz llegó a su rostro dejándolo expuesto, no sabía quién era, pero con el acceso que tenía, podría identificarlo en cuestión de minutos.

El hecho de que una persona hubiera irrumpido en mi apartamento me enfureció, pero también me llenó de una sensación de peligro inminente. ¿Qué estaba buscando? ¿Por qué había venido aquí? Mis pensamientos se arremolinaban mientras veía cómo ese ser revisaba cada rincón, tal vez buscando algún rastro de mi fachada.

Cuando vi que se dirigía hacia el estudio, sentí que mi respiración se detenía. Observé cómo recorría la habitación, inspeccionando cada detalle, hasta que finalmente se detuvo frente al escritorio . Por un momento, pensé que descubriría la entrada a mi habitación secreta, pero solo notó la carpeta que tenía sobre mi escritorio, la tomó entre sus manos cubiertas por guantes y se sentó en mi silla. Luego, parecía que algo lo había sacado de su perturbación, y por la hora que tiene el registro de mi cámara, fue el motor de mi auto anunciando mi llegada. Finalmente, lo vi huir del apartamento, cerrando la puerta detrás de él. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, mientras la realidad de la situación se asentaba en mi mente. Había sido descubierto, o al menos, estaba bajo sospecha de alguien.

Me levanté de la silla y caminé por la habitación secreta, mis pensamientos girando en círculos. Debía tomar una decisión rápida, pero mis emociones estaban divididas. Parte de mí quería huir, desaparecer antes de que la situación empeorara, pero otra parte, la más oscura y retorcida, quería quedarse.

Ellie. Mi corderito era el centro de todo esto, la razón por la que todo lo demás había perdido importancia. Mi deseo por ella se había vuelto tan fuerte en tan pocas semanas que casi me hacía olvidar el peligro que yo representaba. Sabía que no podía permitirme ningún error. Si quería que Ellie fuera mía, completamente mía, debía actuar con frialdad y precisión.

Me dirigí a la pared donde guardaba algunas de las pertenencias más personales de mis víctimas, recordatorios de los momentos en los que había ejercido control absoluto sobre sus vidas. Estos objetos eran mi recordatorio de lo que era capaz de hacer cuando alguien se interponía en mi camino.

Decidí que la única forma de mantener mi control sobre la situación era redirigir mi enfoque hacia Ellie. Debía ganarme su confianza por completo, hacer que ella dependiera de mí, que me viera como el único en quien podía confiar. Solo entonces podría asegurarme de que nadie pudiera separarla de mí.

Volví a la sala principal, cerrando la entrada a la habitación secreta detrás de mí, y me senté en el sofá, dejando que mi mente trazara los próximos pasos. Cada movimiento debía ser calculado con precisión, cada palabra debía ser cuidadosamente elegida. Ellie no debía sospechar nada. Para ella, yo seguiría siendo el hombre amable y atento que había conocido, alguien en quien podía confiar en medio de la tormenta que se avecinaba.

Mis pensamientos volvieron a la cena de esta noche, a la forma en que sus ojos brillaban cuando me miraba. No podía dejar que esa conexión se desvaneciera. Debía alimentarla, fortalecerla, hasta que no hubiera espacio para nadie más en su vida. Ni siquiera para ese maldito oficial.
Por ahora, el juego acaba de empezar con ese oficial, y yo estaba decidido a ganarlo. Porque en este juego, solo podía haber un vencedor, y yo no estaba dispuesto a perder. Ellie sería mía, sin importar lo que costara.

Me levanté del sofá y me dirigí a la ventana, observando las luces de la ciudad que parpadeaban en la distancia. Sentí una extraña calma apoderarse de mí, una certeza de que todo saldría como lo había planeado. Tal vez era la arrogancia que siempre había sentido en situaciones como esta, o tal vez era la certeza de que el destino ya estaba escrito.

Fuera lo que fuera, sabía que la próxima vez que viera a Ellie, sería diferente. No más dudas, no más vacilaciones. La atraparía en mi red, y una vez que estuviera atrapada, no habría forma de que pudiera escapar. Y entonces, finalmente, tendría lo que siempre había deseado. La noche se cernía sobre la ciudad, pero dentro de mí, el fuego seguía ardiendo, alimentado por la oscuridad de mis deseos.

Luego de lograr mantener la mente serena, me dirigí otra vez a esa habitación que mantenía oculta de la vista de cualquiera. Tomé una imagen del video de seguridad en el que se le veía el rostro a esa persona que se había entrometido en mi departamento y la busqué en la base de datos.

Solo vi un par de palabras para saber con quién estaba lidiando.

André Schwarz, Oficial de policía, Unidad N.º 11.

Oh, mi querida corderito~... ¿Cómo y cuándo te iba a explicar que estaba siendo buscado por la policía?...

Bastaría con llevar esas grabaciones a la comisaría para que ese oficial también se diera cuenta de que ya era parte del juego, y que solo lo acaba de empezar.

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