2. Somos lo que comemos
La cola era inmensa y la espera era larga pero Pepe no se iba a dar por vencido. Había estado esperando con ansias este momento y no iba a rendirse ahora por dos o tres personitas en fila. Al fin y al cabo ya estaba a punto de llegar y ya había esperado mucho tiempo para abandonarlo ahora.
Todo comenzó hacía ya 3 días atrás. Pepe era un tipo normal, pelo oscuro y corto de 35 años con un trabajo muy importante como CEO de una reconocida empresa. Lo único en lo que si destacaba del resto era, en la pronunciada barriga que tenía y sus lentes cuadrados que le daban un toque de originalidad.
Todos los días era lo mismo pero se acercaba una fecha que para Pepe era principalmente todo un reto: su aniversario de bodas. Ya habían pasado 15 años de su compromiso con Samantha, pero cada año era un reto y aún más por que sus dos hijos Yordi y Becky eran lo peor.
Jordi era el hijo menor de 10 años, un niñito gordito y con una intranquilidad explosiva. No había nada que lo mantuviera quieto. Adicto a los dulces y a todo lo que contenga azúcar era un claro modelo de la vida que llevaba su padre. Bueno q se puede decir "de tal palo".
Becky era la clásica chica emo antisocial. Sus 17 años la convertían en una bomba emocional, que sus padres no sabían como lidiar o comprender. Pegada a su teléfono todo el día como si hubiera nacido con uno de esos molestos aparaticos; era la oveja negra de la familia, un cerquillo morado para un costado y varios colores en su pelo bastaban para acentuar su carácter rebelde y desafiante.
Samantha era la clásica mujer de 34 años, inconforme con su cuerpo. Dietas, ejercicios y cirugías marcaban su cuerpo como un mapa en búsqueda de la eterna juventud. Seguía las últimas modas y tendencias y le encantaba la exclusividad y el lujo. Precisamente permitirle a ella tal vida, era lo que explotaba aun más el cuerpo de Pepe.
Así que era todo un desafío encontrar una sola actividad que pudiera reunir y gustarle a cuatro personas con personalidades y gustos completamente diferentes. Muchos habían sido los intentos de Pepe por reunir a los suyos en una noche de familia feliz pero todas fueron un rotundo fracaso.
Pero todo estaba a punto de cambiar. Tenía ante sí la oportunidad perfecta. Buscando lugares para cenar esa noche encontró el restaurante Holow's. La página de Internet aseguraba una noche espléndida y mágica. Y el video de presentación de 5 minutos lo dejó convencido de que ese lugar lo tenía todo.
Pero había un problema necesitaba registrarse personalmente para poder reservar una mesa. Pepe se determinó y fue a ese lugar para encontrarse con una larga fila. Y eso nos lleva al principio de nuestra historia, después de esperar se encontró en la entrada.
"Al fin" pensó y se dispuso a reservar mesa. Pero el maitre le dijo:
-Em, señor -dijo elegantemente mientas detenía a Pepe extendiendo su mano- creo sensato ante todo recordarle que si va reservar mesa debe seguir las reglas de este local.
-¿Y donde tengo que firmar? -dijo sin siquiera escucharlo.
Mirándolo con escepticismo el maitre volvió a señalar:
-Creo que parece que no me eh expresado bien. Señor este uno de los locales de.....
-Aver, -replicó enojado Pepe interumpiendo lo que le decían- no estoy para que me hagas la pelota. Eh esperado más de 2 horas enteras en esa cola, para que me venga a dar un mayordomo clases de etiqueta, entendido. Ahora deme una mesa de 5 para mañana a las 8pm y dígame donde debo de firmar.
Ante aquel semejante atropello. El capitán del restaurante no expresó emoción alguna, como si esa ofensa no fuera con el, y, calmadamente acentuó:
-Muy bien pues, firme aquí-dijo apuntando con su dedo una línea punteada de su libro de reservas.
-Ya está, -dijo mientras terminaba de firmar- ¡Era tan difícil! -grito denuevo alzando los brazos.
Una ves más con una extraordinaria calma el maitre le recordó:
-Mire aquí tiene este es un ticket especial para su reservación, por favor no deje de asistir. Lo esperamos
Pepe le arrebato el ticket y se fue rápido de allí. No se si fue la larga espera, o la vida tan ahogada que llevaba, pero aquello sacó lo peor de él.
Al día siguiente, todos se prepararon y fueron al restaurante. Como siempre, el maitre lo recibió de forma tranquila, cordial y elegante como lo caracteriza su profesión. Los mandó a pasar a la mesa ya previamente reservada. La carta tenía el símbolo del restaurante, una H y una extraña frase: "Somos lo q comemos". En seguida Pepe pensó: Pues menuda lección de nutrición nos enseñan aquí.
Como a los 5 minutos llegó un camarero para atenderlos.
-Bienvenidos a nuestro restaurante -dijo aquel fornido camarero de pelo rubio y corto- ¿Desean algo los señores?
La mesa era un completo caos. Jordi había convertido la mesa en un completo desastre, y ahora estaba jugando a lanzarles bolitas de papel con una cuchara a todas las demás personas, mientras gritaba muy fuerte.
Mientras tanto Samantha no dejaba de arreglarse el pelo y de tirarse selfies con su celular mientas reía a carcajadas. Y Becky no dejaba de chatear con sus amigas por las redes sociales y de poner música electrónica muy alta de modo que molestaba a todos los que se encontraban cerca.
-Ehhh -dijo el camarero asombrado ante aquella escena tan escandalosa- por favor, les rogamos que dejen de molestar a los demás clientes.
-¿Algún problema? -dijo Pepe agitado y abriendo los brazos- ¡Pa eso les pago!. Tu atiéndeme bien y déjame a mi la propina.
-De acuerdo, -dijo el camarero con una sonrisa en el rostro mientras hacía una reverencia- como usted diga. Pero, ¿le importaría decirme su pedido?
-Aver ¿qué quieres campeón? -dijo Pepe a Jordi.
- ¡Yo quiero dulces! -dijo el muchachito gritando con todas sus fuerzas.
- Sí lo sé mi vida, pero, yo hablo de que si quieres algo de comida -le respondía Pepe a su hijo como un dócil corderito.
- ¡¡¡Yo quiero dulces!!! -gritaba Jordi armando un berrinche.
-Ok te compraré algunos después q salgamos -contestaba Pepe- ¿y tu Becky que quieres?
-Tu corazón latiendo, servido en una bandeja - respondió Becky para luego hundir su mirada en su mundo tecnológico.
-Pues ni modo -exclamó Pepe retorciendo los ojos, y mirando a su esposa dijo- ¿Y tu amor?
-Ay lo que sea, pero que no contenga más de 1500 kilo calorías, no quisiera tener arrugas -decía mientas se miraba en el espejo, y, apuntando a un matrimonio de ancianos exclamó- como los vejestorios esos. Iug, me da asco de solo verlos.
-Bueno -dijo Pepe mientras buscaba en las opciones- no se, ¿que me recomienda?
-¿Pues que le parecería probar nuestro menú especial? -dijo con mucha alegría el camarero.
-Me parece buena idea -dijo Pepe cerrando la carta de menús de un golpe.
El camarero tomó su orden y se retiro feliz y eufórico. Paso el tiempo, y ni rastro del camarero y su orden. Pepe ya un poco más exasperado, llamó al maitre y le dijo:
-¿Por qué todavía no ha llegado mi orden? ¿hay algún problema con ella?
-No señor -respondió serenamente el maitre- Lo que pasa que su orden es muy especial y toma tiempo prepararla le rogamos que espere unos momentos más.
El maitre se alejó y el tiempo fue pasando y pasando, y cuando todas las mesas se vaciaron, y la paciencia de Pepe estaba a punto de acabar, llegó el mesero con cuatro platos muy especiales. Dijo:
-Para el pequeño, le tenemos preparado solomillo asado de cerdo al corte. Para la joven, sushi de pez globo con takoyaki de calamar en su tinta. Para la dama hemos elegido, un estofado de pavo real cocido en champange. Y para el señor hemos elegido un pollo relleno con jamón y queso.
No se si fue el hambre voraz, pero aquellas cuatro personas devoraron su comida con una cruel ferocidad. Al terminar, Pepe sintió algo raro que lo dormía y lo ponía en un estado de somnolencia. Todos los de su familia iban cayendo dormidos uno por uno.
El intentó despertarnos, pedir ayuda, pero nada, todo era por gusto hasta que por fin el también se rindió.
A la mañana siguiente despertó en una fría prisión y todo parecía ser más grande. Sintió el ruido de lo que parecía ser un cerdito, como descamaban un pez y el grito de un pavo real. Lo entendió todo cuando se vio reflejado en un pedazo de metal pulido, y cuando escuchó las palabras del chef que le decía: Una ves que te quite todas esas plumas estarás bueno para un asado o un estofado.
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