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Vida diaria de un Jelavick en quiebra


Daniel


Si hay algo que odio, al igual que las deudas y mi muy amada familia, eso es levantarme a primera hora de la madrugada los días lunes.

Un verdadero martirio para muchos, que, por desgracia o fortuna igual comparto.

Y no quiero que me mal entiendan, puedo despertar con bastante facilidad a pesar de tener un sueño pesado, lo que no me gusta es la hora a la que me levanto. 

Cuando la maldita alarma de mi celular suena, mis manos se mueven inmediatamente hacía donde aquel aparato se encuentra, sin siquiera abrir los ojos deslizo los dedos poniendo fin a la música que me despierta.

Mis párpados se abren de manera perezosa, como si pidieran una oportunidad para volver a cerrarse, que más me encantaría sino eso, pero como no es posible me levanto rezongando.

Al pararme mis pies entran en contacto con el frío de las baldosas en el suelo y se estremecen, todo mi cuerpo es recorrido por un escalofrío al despojarse del calor que las sábanas brindaban y recibir de golpe una oleada de frío.

No es invierno, estamos en la mitad de la primavera y aún así el clima helado durante las mañanas y las noches es demencial.

Con prisa entro al baño, me sumerjo en el agua de la bañera y al salir corro una vez más a refugiarme entre las sábanas para adquirir algo de calor, aunque sea un poco y por unos cuantos minutos.

El reloj que me regalaron en una tienda por una promoción, marca las cuatro de la madrugada con cuarenta minutos. Sin pensarlo demasiado salto de la cama por segunda vez y comienzo a hacer malabares dignos de un miembro de algún circo, si no me apresuro llegaré tarde a mi primer trabajo y a la jefa no va a gustarle nada eso.

Aquella mujer me recuerda un poco a mi madre, siempre bien vestida, con el cabello teñido de rubio y llena de joyas hasta por donde no se ve, tiene un buen cuerpo y está bastante conservada para ser una señora de casi sesenta años. Pero en definitiva, lo que más resalta de su persona son sus labios, los cuales lucen un tono carmesí. 

La primera vez que la vi me dio por dibujarla bebiendo de una copa de sangre, mi imaginación voló antes de que pudiera impedirlo y casi me cuesta ese empleo, digo casi porque de último momento argumenté que el líquido de la copa en cuestión era vino y no sangre, pareció encantada y me dejó en paz, pidiendo a cambio esa obra de arte que ahora cuelga en un cuadro justo detrás de su escritorio.

Cada vez que entro y veo mi dibujo en su pared tengo que morderme el Interior de las mejillas con bastante fuerza para no reír. Aquel boceto explica que el color de sus labios es porque bebe sangre, pero como ella no lo sabe sigue mostrándolo con orgullo. 

Es una de esas mujeres que, aunque parecen ser rudas por fuera, sí son rudas por fuera pero igual tienen buenos sentimientos por dentro, en eso no se parece a mi madre, esa mujer es fea por fuera y por dentro.

Al llegar al edificio entro a trompicones y me dirijo a la bodega inferior, lanzo mi mochila a un rincón, tomo la escoba, un balde de agua, trapeador, y demás productos de limpieza, ato un pañuelo a mi cabeza, y ya estoy listo para ser Cenicienta.

Mackmara, la dueña, es una contadora muy reconocida en la ciudad, además de que maneja una empresa de seguros y una joyería. Mi trabajo consiste en mantener limpios los tres lugares, su estudio, todo el edificio de seguros y la joyería. 

No es el trabajo más fácil del mundo, ya que ella es demasiado exigente con la limpieza, pero una vez que te acostumbras al menos puedes avanzar más rápido. 

Cuando el reloj marcan diez minutos para las siete, he terminado, una vez más, salgo disparado del lugar, no sin antes haberme despedido de la mujer que recién llega. Corro varias calles hasta mi siguiente fuente de ingresos.

Una casa de una familia de seis, contando al perro dálmata que está tan viejo como mi abuelo. 

Los padres ya han salido al trabajo, yo toco con educación y una mujer de edad avanzada me abre.

—Hola tesoro. —dice a la par que se hace a un lado para permitirme pasar al interior. Ella me agrada, es una de esas pocas personas que te caen bien al instante y con justa razón, Doña Amalia es todo un ángel, y lo digo de forma algo literal, ya que en una ocasión sus nietos la disfrazaron de dicho personaje, con alitas y todo. —Pasa, los niños están arriba. Iré a despertarlos en lo que te encargas del desayuno.

—Buen día, enseguida, por favor no se esfuerce demasiado, la semana pasada casi se cae de nuevo. —respondo mientras me dirijo a la cocina, listo para pedir a todos los infiernos que no se me queme nada. 

Oigo a la mujer subir con lentitud, pasos, una puerta abriéndose y luego gritos.

Un suspiro involuntario escapa de mis labios, lo ha vuelto a hacer.

A Doña Amalia uno tiene que repetirle varias veces las cosas para que entienda, y a veces ni aún así hace caso, hay veces que creo que ella es la niña a la que tengo que cuidar y no a sus dos nietos de rostro angelical.

La anciana tiene la mala costumbre de ponerse una máscara de ogro antes de entrar a la habitación de sus nietos, luego, cuando abre la puerta, lo hace de manera silenciosa y lenta, al final se abalanza sobre los dos niños pequeños que duermen en la cama, asustándolos.

Se ríe con ganas cuando ve que ha logrado su cometido y vuelve a bajar portando una sonrisa de satisfacción.

Pool y Mika, los dos mellizos la siguen con la cabeza gacha, apenados de volver a caer en la misma broma de su abuela. 

—Desayuno listo. —anuncio dejando los platos sobre la mesa del comedor. —Iré a preparar el baño.

Ambos menores asienten y comienzan a comer, me agradan esos chicos, no dan tanta lata como las dos demonios que me encargan los fines de semana, a veces desearía que todos los niños fueran igual a Mika y Pool, tranquilos, callados y nada berrinchudos.

Una vez arreglados y desayunados estamos listos para irnos, su abuela nos despide a los tres con un beso en la mejilla. Se ha puesto labial a propósito solo para dejarnos marcas, ya me he acostumbrado a andar con un beso rojo en el cachete así que lo ignoro.

Caminamos sin prisa por varias calles hasta su escuela, una vez que llegamos los dejo en la entrada y me despido con un gesto de mano, observo que entren a la institución,  tomo aire, observo mi reloj y vuelvo a correr.

La universidad de artes a la que asisto es una de las más privilegiadas a nivel internacional, también es una de las razones por la cual sigo pobre a pesar de tener once empleos, pero vale la pena, y además no queda tan lejos, permitiendo que pueda llegar en menos de cinco minutos.

El aula donde se lleva mi primer clase de cada día es espaciosa, hay varios asientos rodeando una rotonda llena de sedas y almohadones, varios chicos ya han tomado algún lugar de todos los asientos vacíos, yo no me quedo atrás y escojo el mismo de siempre, uno alejado del escritorio del profesor, no es que sea uno de esos niños que dan problemas en clase pero aquel maestro siempre me hace sentir incómodo.

De por sí debo de admitir que, bocetaje al desnudo es una de las materias que más me cuesta por que mi mente juega malas pasadas conmigo, sumando a eso que el profe se la pasa viniendo a mi lugar como un zopilote sobre un cadáver en descomposición... Hace que la clase se torne algo, extraña para mi. Los demás parecen encantados porque ese extraño sujeto vaya a corregirles y yo parezco paranoico cada que le veo acercarse.

No niego que el maestro es guapo, alto, fornido, con un cuerpo de Adonis, y unos pectorales que hasta Batman envidiaría, tiene ese pelo sedoso y castaño que a las chicas vuelve locas, ojos  azules, más vivos que los míos, y una sonrisa que me recuerda a un lobo coqueteando con ovejas.

Sé lo que quiere cuando mira a mis compañeras, sé que sus roces "accidentales" con la piel ajena ocultan segundas intenciones, y también sé que los "reprobados" en su materia solo pueden pasar de dos formas:

1. Haciendo un proyecto de bocetaje que es digno de formar parte de uno de los castigos del infierno.

2. Visitándolo a su departamento luego de clases y servirle como un juguete sexual por el resto del ciclo escolar.

Yo no quiero hacer ninguna y por eso es que siempre me obligo a entregar todo a tiempo y en forma. 

Ruego internamente en que haya pasado la prueba de avaluación que nos aplicó la semana pasada, aunque desde hace dos semestres mi calificación ha menguado de forma sospechosa, no sería una gran sorpresa reprobar por arte de magia ahora.

El timbre toca, las manecillas marcan las ocho en punto y la puerta del salón se abre.

Ahí está él, lleva la camisa blanca desabotonada a propósito, mostrando un poco de piel, en sus manos carga unas listas y, luego de mirarnos a todos se aclara la garganta y comienza a leer.

Ni un buenos días antes de soltar los resultados.

Veo a muchos compañeros confiados, ya saben de antemano que han pasado, sé que ni siquiera han entregado la mitad de los trabajos pero su calificación es aprobatoria, una A+ con puntos extra para el siguiente semestre.

Cruzo los brazos y arrugo la nariz, ese sistema es tan injusto, pero ni queriendo podría hacer algo para cambiarlo.

—Martha Janithien... B

Retengo el aire y aguardo, el siguiente sin duda soy yo.

—Daniel Jelavick... —Cuando dice mi nombre con ese tono tan deseoso solo quiero darle un puñetazo en su linda cara y luego ir corriendo a vomitar. —Daniel Jelavick...

No ha repetido el nombre de nadie más excepto el mío, lo miro y me doy cuenta de que él ya tenía los ojos puestos sobre mí desde hace tiempo, a través del cristal de sus gafas observo como sus ojos emiten un brillo de triunfo y temo lo peor.

—Daniel Jelavick, mi querido Daniel.

Okey, quiero pegarle, de verdad que quiero hacerlo. 

—¿Podría decirme ya mi resultado? —Mi intención era sonar demandante pero mi voz sale con un temblor que arranca risas de algunos compañeros y de él. Eso me da escalofríos, su risa es tan suave y seductora que me dará pesadillas, en mi vida alguien había reído de algo tan normal con tanto morbo, con tanto deseo...

—Me temo que esta vez no fue suficiente señor Jelavick.

Me atraganto, esto debe de ser una broma, una maldita broma.

—Lo entregué todo. —digo, obviamente no pienso ceder, él quiere doblegarme y no pienso darle esa satisfacción, soy un Jelavick después de todo, el orgullo siempre irá por delante. Eso y que no quiero ser esclavo sexual de nadie, menos de un hombre que bien pudiera ser mi padre. —Estoy seguro de que alcanza para...

—No, no alcanza. Esta vez no. —Hay diversión en sus palabras, sé que me está retando. ¿Qué harás? parece decirme en silencio.

Aprieto mis manos, medias lunas quedan marcadas en mi piel, solo tengo dos salidas, es como escoger entre una muerte súbita y una lenta y llena de dolor, aún así sé cual muerte tomar.

—Bien... ¿Qué debe de llevar el proyecto de bocetaje para recuperación?

Hay cuchicheos, la mayoría ha de pensar que estoy loco si lo que planeo es tomar la vía larga, dolorosa y llena de sufrimiento de por medio. 

—Puede pasar más tarde para...

Ni loco estaría con ese hombre a solas, acabaría con dolor de caderas asegurado y un trauma que ni la psicóloga de mierda que me odia podría corregir, es más, Dios ni siquiera podría hacer algo al respecto.

—Sino es molestia me gustaría que me la diera de una vez, más tarde tengo cosas que hacer.

Eso no le ha gustado, lo sé por sus ojos, ahí ya no solo hay deseo, ahora también existe un toque de irritación, sonrío para mis adentros al ver que le he fastidiado.

Si él piensa usarme yo no tengo que contenerme para joderlo por completo, aunque quizá si deba preocuparme por como salvar la materia.

—Un cuaderno de 100 hojas llenas de bocetos, entrégueme eso y podrá acreditar la materia.

Cierro los ojos y asiento, bueno, no es tan malo si lo piensas bien, puedo meterme a google y...

—Quiero que use un modelo real, para todos los bocetos tiene que ser el mismo modelo, aunque cada boceto tiene que  ser distinto del anterior, nada de trampas señor Jelavick, ya le conozco.

—Como diga.

—Una última cosa, la fecha de entrega es en dos meses. 

Trágame tierra.

Veo como continua con la lista y yo solo puedo quedarme en blanco. 

Anotación mental de último momento:

1. Tengo dos meses para aprobar o estaré muerto

2. Tengo que comprar una libreta de dibujo de cien hojas

3. Tengo que conseguir un modelo...

¡Mierda!

Choco mi cabeza contra el caballete frente a mí atrayendo la atención de todos.

—¿Pasa algo señor Jelavick?

—¿Cree que en el infierno haya internet?

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