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Un artista despistado


Daniel


¿Qué si quiero morirme?

Sí, en definitiva, sí quiero morirme.

Llevo una semana evitando al príncipe de cuento de hadas, con ropa azul y un carruaje de cristal. También llevo una semana intentando alejarme de Kian, estar con él sin duda hace que mi mala suerte pase a ser peor, sin embargo alejarme de él es como alejarse de un cachorro, te sigue sin importar que.

Desde que descubrí la identidad del príncipe azul quise lanzarme por una ventana, lástima que estaba en la calle en ese momento y las que estaban a mi alcance no representaban una caída mortal.

Ah, tantas balas desperdiciándose en algún lugar del mundo y ninguna que pase por aquí, justo para darme  en la cabeza.

Por cuarta vez en la mañana choco mi cabeza contra el caballete. 

Sin mentir, la semana pasada ha sido una de las peores de mi vida, ocurrieron tantas cosas a la vez que incluso llegué a pensar que me encontraba bajo el efecto de alguna droga.

—¡Señor Jelavick!

—¡Señorita Rosse! —respondo de inmediato, alzándome y recuperando la compostura, simulando trabajar, aunque el bastidor sigue en blanco.

Veinte minutos, llevo divagando veinte minutos.

 —¿Por qué me grita?

—¿Porqué usted me gritó primero?

La mujer me sonríe, es alta y delgada, mi madre diría que es una mujer esquelética y sin gracia, pero justamente eso que ella vería como defectos es lo que le da ese toque único, místico y encantador. 

Rosse es educada, pero eso no implica que sea amable con todo el mundo, algo que me encanta de ella es que, si no le agradas no va a hacer nada para demostrarte buenos deseos, dice las cosas claras y directas, en eso me recuerda un poco a Kian, ambos no pueden callarse pero, a diferencia de mi amigo, la señorita Rosse conserva algo de prudencia, y hay ocasiones en las que se limita a quedarse en silencio para no herir a otros con sus palabras tan directas y profundas.

Esos ojos color castaño que parecieran nunca mostrar malas intenciones me miran, parece una madre analizando a su hijo pequeño, el cual oculta una travesura blanca por miedo a un castigo casi seguro.

—Señor Jelavick, haga algo productivo con esa imaginación tan grande que tiene y úsela para crear un cuadro. Ese lienzo que tienen delante no se va a pintar solo, los pinceles no hacen magia. —Me dice sin sonar agresiva o recriminatoria.

Asiento pero sé que mi imaginación anda en hotilandia en estos momentos y si uso eso para hacer un boceto, lo más seguro es que termine con la inocencia de algunos cuantos, incluyéndola a ella, y eso que la señorita  Rosse igual tiene una imaginación similar a la mía.

—Señorita Rosse, si me pongo a trabajar estoy seguro de que hasta el diablo sentiría misericordia por mi alma. Lo que imagino no es apto para todo público.

—¿Me consideras todo público? —pregunta alzando una ceja, se siente ofendida y yo la he regado.

—No, no, no... Quizá sí, pero ese no es el punto.

—Daniel, dibuja. El arte desnudo igual es arte, el erotismo plasmado en pinturas sigue siendo arte, usa eso dentro de ti y vuélvelo arte. Ya lo he dicho chicos, no se supriman, cada emoción, cada sentimiento, por muy primitivo que sea, es válido.

—Yo creí que iba a decir que es arte.

Me lanza un pincel y yo lo atrapo en el aire, algunos compañeros comienzan a reírse antes de proseguir con lo suyo, yo los imito.

Ese lienzo en blanco colocado delante mío parece mirarme con burla, ese maldito bastidor se está riendo de que no puedo dibujar. Harto de solo contemplar aquella pureza, tomo un lápiz y con trazos apresurados, casi bruscos, trazo líneas, círculos, figuras, contornos, todo un boceto junto, feo a simple vista pero hermoso al final.

Al menos eso espero.

Cuando veo el boceto final sonrío con satisfacción, ya no hay rastro del blanco, solo gris y manchas de grafito negro, por fin, ese cuadro vacío comienza a tomar una buena forma.

Molesto, lanzo el lápiz contra el bastidor y saco mi caja de pinturas, selecciono los colores y tonos con mucho cuidado, mezclo, revuelvo, combino, tomo un pincel y aplico. 

Las pinceladas que dan color al fondo son gruesas, irregulares, despiadadas, toda mi frustración y enojo acumulados durante la semana pasada por fin salen.

Tonos perlados resaltan, nubes con matices rosas pastel, amarillos sutiles, un cielo encantado. Si fuera miembro de alguna religión podría decirse con seguridad que ese fondo es un páramo celestial, y la figura parada en el centro, como protagonista de aquel cuadro, es Dios.

Si tan solo fuera religioso...

El pincel que tengo deja de ser útil para lo que voy a pintar y lo arrojo a un balde con agua, pequeñas gotas salpican, casi siento pánico al ver como una de ellas aterriza sobre la pintura, suspiro de alivio al ver que es un error mínimo que logro corregir en segundos. Una vez más selecciono nuevos tonos, hago mezclas y elijo mi siguiente arma, la punta de este pincel es más fina, y, aunque tengo furia retenida hacía mí mismo, los movimientos que hago con esa herramienta son suaves, ligeros, lentos. 

Quedan menos de tres minutos para que la clase culmine cuando por fin puedo arrojar los pinceles y el godete por los aires, la pintura salpica por doquier, manchando aún más el piso y las paredes, incluso hay pintura sobre mí, mis manos dejaron de ser del color de la tierra, mi ropa tienen puntos negros y amarillos, incluso mi cabello ha perdido su tonalidad azul marino para ser llenado con toquecitos de rosa y violeta.

Silencio y luego un aplauso.

No me he percatado que la señorita Rosse ha estado observándome trabajar durante todo el rato, en sus ojos hay un brillo de emoción y sus manos no dejan de moverse, chocando entre sí, regalándome aplausos que lo significan todo.

Ella es una de las críticas de arte más famosas de la ciudad, aplaude a pocos, ahora que no para de hacerlo conmigo no puedo evitar sentirme satisfecho.

—¡Lo quiero!

—No está terminada. —digo. Es mentira, ambos lo sabemos, esa obra ya está completa, solo que no quiero desprenderme de ella y tampoco quiero negársela directamente.

—Pues en ese caso sugiero que la escondas bien, porque me gusta y quizá te la robe. 

Sé que es capaz y por eso siento un escalofrío recorrer mi espalda baja. 

Me gustaría seguir peleando con ella pero por ahora lo dejaré pasar, me apresuro a recoger todos los materiales que he tratado de lo peor, tengo el resto del día libre, la zona de restaurantes donde trabajo cerró por unos días, la biblioteca está en reparación porque a cierto idiota se le ocurrió fumar adentro y terminó incendiando la mitad del lugar, y mi único trabajo será hasta las ocho. 

El timbre suena y yo  aún tengo un desastre, Rosse niega con la cabeza y me ayuda a terminar mientras se despide de los demás, quienes poco a poco van abandonando el aula.

—¿No se te olvida nada? 

Doy un rápido vistazo al interior de mi mochila, tengo prisa, quiero llegar a mi cama y dormir lo que queda de la tarde. Creo ver que están todas mis cosas, así que asiento, me pongo de pie y la abrazo, ella me revuelve el cabello y da suaves palmadas en mi espalda antes de plantarme un gran beso en la frente. 

—Nos vemos mañana.

—Asegúrate de comer bien Daniel, ya te he dicho que vengas a mi casa si no tienes que comer...

Me alejo de ella y comienzo a correr hacía la salida, cada señora que veo es como una nueva madre para mí, todas se preocupan y eso es lindo hasta que empiezan a tratarte como a un verdadero retoño. 

—¡Vuelve aquí hijo del demonio! ¡No me ignores cuando te hablo!

Sus gritos se pierden conforme me alejo, al llegar vivito y entero a la salida suspiro.

Esa ha sido otra escapada exitosa.


Rosse deja de gritar cuando ve que Daniel ya ha girado al final del pasillo, tomando las escaleras para descender. Sonríe de nuevo, nunca puede evitar hacerlo cuando ese chico está de por medio. 

Desde que llegó a la institución le tomó cariño, no solo por su arte, que sin duda es maravillosa, sino también por su forma de ser, tan vivaz y desinteresada a pesar de estar en una situación no tan favorable.

Ella nunca pudo tener un hijo, cuando creyó que el bebé en su vientre por fin saldría a la luz, solo lo tuvo un par de minutos antes de que se lo arrebataran para enterarlo tres metros bajo tierra. Ese pequeño que jamás tuvo lo ve reflejado en cada uno de sus estudiantes, en especial en ese chico.

Al regresar a su salón, lo primero que ve es aquella obra de arte y una risa traviesa sale de sus labios. Hay que admitir que esa pintura retrata muy bien el tipo de persona que es Daniel, un joven con fantasías nada inocentes y una mente perversa aunque su rostro sea de ángel.

—Profesora Ramírez. 

Ante la repentina mención de su nombre un ligero sobresalto la saca de su ensoñación. 

Gira para ver al intruso, al reconocerlo sonríe. 

—Ryu... Oh lindo. ¿Qué pasó? ¿La directora necesita que firme de nuevo algún papel importante? —Cuando el chico asiente y le entrega el documento ella frunce el seño, lo toma y se encamina a su escritorio para poder realizar la acción correspondiente. —Dile que ella misma puede venir a solicitarme un autógrafo, no es necesario que te use de palomita mensajera. Me imagino que igual tienes tus propios asuntos de los cuales encargarte. 

—No es ningún problema. —Ryu espera paciente, cuando el papel que llevó le es regresado se da media vuelta para retirarse pero una mano en su hombro lo detiene. —¿Tiene algún otro mensaje para darle a la directora profesora?

La señorita Rosse no habla, solo lo mira y luego al cuadro que tiene detrás, lo vuelve a mirar y luego al cuadro. 

—¿Profesora...?

—¿Eh? ¡Oh! Ryu, lo siento, pero es que... Ven, ven, mira. —Sin soltarlo, lo conduce hasta el caballete en donde reposa aquel bastidor hecho por Daniel minutos atrás. —Por un instante creí que te parecías bastante al hombre de la pintura, aunque no estoy muy segura... Ufff, con este chico uno nunca sabe. ¿Pero verdad que es una obra bonita?

Sin duda lo es, los colores y las figuras son limpias, elegantes y preciosas, sin embargo Ryu se siente algo incómodo apreciando ese cuadro. La señorita Rosse no se equivocaba, en el cuadro hay una figura de traje muy parecida a él, parada en el centro del cielo, como si caminara sobre una superficie de cristal o agua, su camisa está ente abierta y expone la piel del pecho de aquel hombre. Hay muchos cuervos volando alrededor, y uno de ellos cubre el rostro de la figura masculina, pareciera que ese cuervo vuela en dirección al espectador, como si debajo, el hombre igual estuviera mirando en la misma dirección. 

También hay más elementos, listones blancos, negros y rojos regados a los pies del hombre, algunos con pequeñas manchas de una sustancia que pareciera ser agua, pero que Ryu considera que no lo es, el cuadro sin duda guarda demasiadas cosas con doble sentido, pero lo que más le impacta son los querubines dorados en la parte inferior del cuadro, los cuales alzan una tela con la frase:

"Se la famiglia ti volta spalle, hai il diritto di apugnalarli"

Una frase que a simple vista no tendría gran importancia más allá del mensaje que transmite, pero esas palabras en italiano Ryu tiene la fortuna o desgracia, de saberlas de memoria.

"Si la familia te da la espalda, tienes derecho a apuñalarlos"

Ese es el lema bajo el cual se rige la familia D'Angello Leprince, no reconocerlo sería deshonroso, pero ahora ni siquiera sabe que es más deshonroso, si ver el lema usado como  eslogan en una pintura de dudosas intenciones o que le haya gustado verlo escrito en la pintura de dudosas intenciones.

—¿Y bien?  —Rosse pregunta al ver que Ryu no parece querer decir nada.

—Bonito, aunque controversial sin duda.  —responde luego de haber puesto en orden sus pensamientos.

—Igual a su dueño, deberías de venir a ver sus obras luego, es un chico con talento. 

—Siendo usted su profesora era de esperarse. 

—Me das halagos que no merezco, créelo o no, Daniel no necesita mucha ayuda. Dicen las malas lenguas que la práctica hace al maestro, Daniel practica como si no hubiera mañana y dentro de poco superará a todos sus maestros.  

—También se dice que el diablo sabe más por viejo que por diablo. 

La profesora ríe y luego da unas palmaditas en el hombro izquierdo del chico.

 —No robo más de tu tiempo, aunque si no te importa, puedes venir de vez en cuando a dar un vistazo a las obras del chico, siempre eres bienvenido joven Ryu.

Ryu se despide con palabras educadas y sale del lugar prometiendo regresar cuando tenga tiempo, afuera la tarde aún es joven, los estudiantes que salen de clases caminan de un lado a otro, charlando o despidiéndose, pero por muchos rostros que hay en la multitud ninguno es el de él.

Perdido en sus propios pensamientos no se da cuenta de que enfrente hay un grupo de chicas que lo esperan, cuando llega junto a ellas le detienen y por fin se percata de lo despistado que se ha comportado.

—Encontramos unas cosas olvidadas en los salones del ala oeste... ¿Puede abrirnos la bodega para dejarlas?

Entre las tres chicas cargan una enorme caja de pertenencias ajenas, Ryu les da una mirada antes de asentir. Desde que llegó y se volvió el encargado de las pertenencias olvidadas, las chicas logran "encontrar", como por arte de magia, un montón de ellas cada día.

De no ser porque su código familiar le permite pensar mal de otros a sus espaldas, es que ha ignorado la posibilidad de que, quizá estén robándolas. 

Al final de cuentas... ¡Nadie encuentra tantas cosas en un solo día, y diario además!

 —Con cuidado. —dice al abrir la bodega y brindarles el acceso al interior. —Yo me encargaré de revisarlas y clasificarlas, así que por favor entreguen esto a la directora y...

Las palabras de Ryu se cortan al ver el dibujo de una libreta, la cual ha caído por accidente de la caja hasta el suelo. 

Un rubor exagerado se apodera de sus mejillas, las chicas lo miran preocupadas, pero cuando hacen un intento de acercarse el solo niega, recoge la libreta y les entrega el documento.

—¿Ryu? ¿Es suya la libreta?  —Pregunta una de las jovencitas, intentando ver el nombre garabateado con furia sobre la cubierta. 

—Esto... No. —Ryu sabe que está violando una norma de su código familiar, pero aunque no sea suyo ese objeto no debe dejar que los demás lo vean. Si alguien va a perder la dignidad y la inocencia de paso, mejor que sea él y no esas chicas que lo miran con recelo. 

—¿Entonces?  —Insiste la segunda.

—Es... ¿Es de mi novia?

La más pequeña suelta una risita y saca a sus compañeras de ahí, Ryu solo suspira al verlas partir, luego recuerda el cuadro y el dibujo que acaba de ver y su cara vuelve a mostrar una expresión divertida. 

Afuera, las tres jóvenes intercambian miradas satisfechas y se dan un choque de palmas. 

Si su venganza tiene éxito, esperan que Daniel Jelavick sufra un poquis por haberles negado el descuento familiar, argumentando que las tres son amigas, no familia. Y si por el contrario, su segundo plan es el que resulta tener éxito... Entonces, al menos esperan que las inviten a la boda. 

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