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F4


Daniel


Llega el receso y con ello una nueva tanda de carreras por todos lados. 

A penas suena el timbre, salgo disparado del aula en la que me encuentro, mis piernas no se detienen hasta que estoy en la entrada de la escuela de Mika y Pool, los dos angelitos me sonríen al verme llegar y entre los tres tomamos el mismo camino que en la mañana.

Su abuela nos recibe con besos y un delicioso aroma de comida recién hecha, nos obliga a comer, yo lo hago de prisa, solo tengo una hora antes de volver a las aulas y he de aprovecharla de la mejor manera. 

Me atraganto la comida y me despido de la familia, Doña Amalia me detiene antes de que salga por la puerta, sin decir nada mete en mi mochila un toper de fruta recién cortada en trocitos con forma de estrellas, un pan de avena y nuez, una botella de agua y un danonino,  que me como en el transcurso del camino hasta otra casa, en la que debo de detenerme para alimentar a los perros, ya que la dueña sale a menudo y no puede estar al pendiente de los cachorros.

Cuando regreso al campo universitario quedan menos de treinta minutos para que el descanso acabe, cansado me dejo caer sobre una banca.

Hay paz durante tres minutos hasta que una risa la irrumpe.

—¡Daniel!

Unos brazos me rodean, un rostro se pega al mío y no puedo evitar hacer una mueca al sentir como el sudor de mi compañero ahora corre también por mi mejilla. 

Le meto un codazo y le retuerzo la mano, se aleja de inmediato al sentir el dolor en sus extremidades. 

—Kian... —El chico me mira dolido cuando pronuncio su nombre, estudia teatro y artes visuales, sé lo dramático que es, y también puedo adivinar que está a punto de hacer una falsa escena de drama. —He repetido mil y un veces que no me abraces sudoroso. Es muy asqueroso.

—¿Ahora haces rimas bubibú?

Detesto ese apodo, el lo sabe. 

Kian es un completo idiota con tendencias suicidas. Es ese tipo de chicos que quieren a todas las chicas que se les cruzan enfrente pero ninguna le hace caso, en un comienzo me cayó mal, siempre hablando de más y dando opiniones sinceras no solicitadas, parece un sol que brilla y me deja ciego, aunque luego de un tiempo aguantándolo a él y a sus dramas me di cuenta de que es una buena persona, tonta, pero buena.

Puede que sea el único en el mundo al que puedo llamar amigo, nos aguantamos mutuamente, yo más que él, y nos gusta pasar el rato juntos, aunque lo que no me gusta y no tolero es que use en mí el apodo que le da a todas las novias que ha tenido.

Deshonra mi persona.

—Gracioso, pero siéntete agradecido con Lucifer, hoy no traigo ganas de dejarte sin herencia. — Le respondo mientras vuelvo a recostarme en el respaldo de la banca.

Él se sienta a mi lado, da un mordisco a su hamburguesa y me mira. Aún con la boca llena habla, eso me desespera de nuevo, ahora sí quiero meterle un buen golpe.

—Le pondré una veladora a Lucifer esta tarde por su benévola ayuda, pero eso que no quieras golpearme es novedad... ¿Qué? ¿Alguien más ya te hizo rabiar?

—No quiero hablar de eso. A menos que estés dispuesto a ser un modelo desnudo para que pueda bocetarte de cien formas posibles.

Se atraganta con su comida al escuchar aquello.

Kian es un buen chico, lo sé, el no es como yo, que malpiensa casi todo. Es más como un cachorro de león, adorable pero con colmillos, aunque en su caso son músculos los que carga. 

Me mira de arriba a abajo, luego se acomoda bien la sudadera deportiva y el pañuelo atado a su frente. Vuelve a mirarme, lo piensa unos segundos y luego bufa.

—Voy a partirle la cara a Mateo.

—Es un profesor, no podrías sin antes ser expulsado.

—¡Claro que podría! —exclama, dándose pequeños golpes en el pecho. —¡Soy negra en karate!

Alzo una ceja y niego, de verdad que es estúpido, meterse en problemas por mí no vale la pena. 

—Tranquilo, ya pensaré en algo. 

—¿Pero de dónde piensas sacar un modelo para cien bocetos? No tienes amigos dispuestos, no tienes conocidos dispuestos y tampoco tienes dinero para sobornar a alguien.

Todos sus puntos son válidos pero su sinceridad le está ganando que ese golpe que llevo rato reteniendo vaya a medio camino de estamparse en su cara.

Paso mis manos por mi cabeza, Kian tiene razón. Si tan solo fuera el Daniel Jelavick millonario, no tendría problemas para buscar alguien, pero ahora... 

¡Ni siquiera podré pedirle a los modelos de clase porque estoy seguro de que el profesor ya les dijo que se negaran!

Mis ojos recorren todo el campo, como si quisieran encontrar una solución en los rostros de los estudiantes que caminan alegremente, compartiendo chismes y comida. Sin embargo algo logra atrapar mi atención.

—Kian...

—¿Qué? ¿Vas a robar un banco?

Le meto un zape, se lo ha ganado.

—No. Mira discretamente al chico sentado en la banca que está cerca del árbol de manzanas... ¿Verdad que nos está mirando? ¿O aparte de pobre ya estoy loco?

—¡¿Qué?! ¡¿Enserio?! ¡¿Dónde?!

Kian mira a todos lados buscando el punto que he mencionado y no puedo evitar darme un golpe, olvidé que la definición de Kian y la mía, acerca de tener "discreción" es muy diferente.

Yo hubiera alzado la mirada con lentitud, casi con timidez, y de forma "accidental" hubiera visto en la dirección señalada, Kian en cambio observaba con los ojos abiertos, parece un búho que estaba dispuesto a encontrar a su presa en medio de la noche. 

Sentí vergüenza, y casi me dan ganas de meterme al agujero más cercano cuando comenzó a hacerle un saludo con la mano al chico.

—Kian... Dije discretamente.

—¡¿Eh?! ¡Ah! Es que es mi compañero, Ryu D'Angello... ¡Ryu!

El chico a la distancia se nota algo confundido al principio pero luego agitó la mano de manera educada, un saludo simple, sencillo y elegante.

Al recibir contestación a su saludo Kian se levanta, me toma de la muñeca y comienza a arrastrarme hasta la banca ajena. 

—Kian, alto... Detente, solo te dije que miraras no que me llevaras a él. ¡Kian!

No afloja el agarre, y por el contrario, acelera más sus pasos.

 —Calma Daniel, es un buen chico, quizá pueda ayudarte con tu problema con Mateo, puedo asegurar que muchas chicas dicen que tiene un buen cuerpo. ¿Eso te sirve verdad?

—Sí, digo no... ¡Espera!

Entre la confusión de mis pensamientos llegamos hasta donde está el chico, no lo miro, siento mi cara arder  y la impresión que menos quiero darle es la de un joven sonrojado porque su mejor amigo lo arrastró sin consentimiento.

—Ryu.

—¿Kian, cierto?

Su voz es tranquila, y me resulta algo familiar, aunque ha de ser por el calor del momento que mi cabeza no piensa adecuadamente y confunde todo. 

—Me recuerdas... ¡Daniel me recuerda!

—¿Y qué hago te aplaudo? —Lo fulmino con la mirada y luego recuerdo algo. —Alto... ¿No dijiste que es tu compañero? 

—Claro que somos compañeros. ¡Todos los estudiantes son compañeros!

Bien yo me largo.

Doy media vuelta dispuesto a alejarme cuando de nuevo los brazos musculosos me rodean y me regresan de golpe a la charla. 

 —Ryu... ¿Crees que puedas hacerle un favor a mi amigo?

Por fin lo miro, mi intención es decirle que no haga caso de las palabras de Kian pero al verle olvido todo lo relacionado con el tema.

A ver, en el mundo siempre te vas a encontrar con gente linda y muy linda, pero ese chico, una de dos, o es un ángel bajado del cielo o un demonio salido del infierno.

Es tan guapo que hasta yo me siento feo en su presencia.

Tiene un color de tez morena pálida, ojos parecidos a un agujero negro por su oscuridad y profundidad, su cabello lacio cae sobre su rostro en mechones irregulares, que a simple vista se ven suaves y sedosos. Sus rasgos son finos, delicados, su mentón es afilado, y su porte regio y estoico.

Va vestido de traje, la tela no le queda muy ajustada pero marca en ciertas zonas los músculos de los brazos y las piernas. No es como Kian, un atleta fornido, tampoco como el profesor Mateo, un hombre musculoso por cirugías, esos músculos solo se consiguen con ejercicios ligeros y horas de práctica. A pesar de eso su cuerpo no es tosco, sigue siendo delicado, sus dedos son largos y me hacen pensar en los de mi hermano menor, pianistas sin duda, ambos tienen los mismos dedos, largos, flexibles y de buen uso en otras áreas.

Me pongo más rojo al pensar eso último y quiero escapar, pero sujeto por Kian, eso viene siendo imposible.

—¿Qué favor?

—Bueno... Verás...

—¡No es nada!  —exclamo algo, muy, avergonzado, ya he perdido suficiente dignidad, no deseo perder aún más, como Jelavick y como ser humano me es imperdonable. 

—¡¿Qué no es nada dices?! ¡¿Reprobar con Mateo y que te pida un proyecto de cien hojas no es nada?!

Mis orejas, mi cuello y mis mejillas están rojas, aunque no sé si es por la vergüenza o por la ira, quizá por una mezcla de ambas.

Solo quiero huir, y por primera vez la suerte parece estar de mi lado.

La campana suena llamando a todos los estudiantes de vuelta a sus clases, un suspiro que no sabía que estaba reteniendo escapa de mis labios y antes de que alguno de los dos chicos frente a mi reaccione, ya me he escapado al edificio donde se imparten las clases de dibujo.

Por alguna extraña razón tengo que tomarme un par de segundos antes de entrar al aula, mis piernas tiemblan, mi respiración es irregular y el rojo aún no abandona mi rostro.

Me siento como un adolescente hormonal que no puede controlarse, y cuando veo que mi rubor no disminuye me doy cuenta de que no estoy muy lejos de serlo.

El resto de las clases se me hacen una tortura, mi cabeza da vueltas y mis recuerdos de ese rostro tan perfecto siguen llegando a mi. De forma inconsciente mis dedos guían al lápiz sobre el papel, cuando las clases llegan a su fin me doy cuenta de lo que he dibujado y lo único que me queda por hacer es esconder el cuaderno, tomar mis cosas y salir de la institución.

No es la primera vez que malpienso algo, pero sí es la primera vez que esos pensamientos son con respecto a alguien. 

¡Y peor aún, alguien a quien solo vi por menos de cinco minutos!

—¡Eres idiota! ¡Eres idiota! —Maldiciendo me doy ligeros golpes en la frente. —Ahora debo hacer un plan para eliminar esto, quemarlo, romperlo... ¡Nadie debe de enterarse de la existencia de este dibujo maldito!

—¿Qué dibujo?

—¡Ah! 

Doy un salto al escuchar esa voz de forma repentina, al reconocerla vuelvo a maldecir para mis adentros. 

No tú, no ahora... No después de que he hecho un dibujo profanando ese cuerpo de dios griego que te cargas. 

Ya no tengo dignidad para verle a la cara, si ese pobre chico con cara de niño bueno supiera lo que he dibujado... Lo mejor que podría pasarme sería estar en la cárcel por acoso o que se yo.

—Perdón si te asusté

¿Perdón? Sí, eso es lo que yo debería de estarte pidiendo, y de rodillas.

—No... No es nada. —Recupero la compostura y aún sin mirarle lucho por mantener mi mente a raya.

—¿Es verdad que reprobaste con el profesor Mateo?

¡Kian! ¡Bastardo desgraciado te mataré! ¡Lo juro por Pikachu! 

—Sí... No es nada, descuida, veré como arreglármelas para pasar. 

Los dos ojos negros me miran con una mezcla de emociones que resulta sofocante. De inmediato me arrepiento de verle y desvío la mirada. 

—Yo... Emmm ¡Tengo que irme! —Hago una ligera reverencia. —¡Nos vemos luego!

Ojalá nunca.

—¡Espera!

¡Mierda contigo! ¿No ves que soy un tipo peligroso y todavía quieres hablar conmigo? Si supieras los, nada sanos ni puros, pensamientos que tengo contigo, seguro pedirías una orden de alejamiento y me mandarías a otra galaxia. 

—¿Si?

Duda, tarda unos segundos en hablar, para cuando lo hace me tiende una tarjetita blanca con un nombre y número grabado en letras doradas. 

—Si necesitas algo, solo dime. 

La tomo sin pensarlo demasiado, tengo un trabajo y voy retrasado, además si piensa que lo llamaré... Está equivocado, lo más seguro es que aviente esa tarjeta al contenedor más cercano solo para eliminar la tentación demoniaca y perversa de mi vida. 

Quizá deba comenzar a ir a la iglesia, pero si voy... Lo más probable es que termine buscándole pareja al cura como la última vez, mejor no intentar.

En mi carrera al restaurant donde es mi cuarto trabajo, no puedo evitar mirar el nombre grabado en la tarjeta, otra mala decisión.

Cuando escuché el nombre del chico creí que todo era un vil coincidencia, pero ahora que veo ese nombre escrito fuerte y claro sobre ese papel mi corazón amenaza con detenerse.

En el mundo solo hay cuatro familias con poder tan ilimitado como la ignorancia, cuatro familias que rebozan y se bañan a diario en dinero, fama, estatus y millones dorados. 

Los Meyer están en cuarto lugar, una familia dedicada al comercio internacional, con cedes de intercambio en todos los países, y cuando digo todos, son todos. Dueños de mercados que generan millones al año, y una potencia que ayuda al pueblo más que el gobierno. 

Siguen los Wang, personas que se han dedicado al mundo de la moda, el diseño y el arte por generaciones. Con múltiples premios ganados en algunos de estos campos y cientos de piezas en el mercado, su poder e influencia aumentó de manera demencial. Expertos aseguran que el talento de sus descendientes rebasa al de grandes artistas como los son; Leonardo da Vinci o Miguel Ángel.

La familia Red River está en segunda posición, gente con poder en la política nacional y extranjera, además de contactos con el bajo mundo, controlan la policía internacional y se dedican a brindar seguridad y apoyo a las naciones aliadas. Sus sistemas son tan novedosos que han logrado superar la letalidad de una bomba nuclear.

Y en primer lugar esta la alianza D'Angello Leprince, dos familias que hace diez generaciones se unieron como una sola. Si las familias anteriores son poderosas esta las sobrepasa por mucho. Controlan todos los campos del mundo, deportes, negocios, política, artes, todo. La abuela de la familia es comparada con la mismísima Isabell II debido a su gran poder como mujer, y también a su inmortalidad, con más de ciento cinco años la señora aún parece dispuesta a seguir al mando de la numerosa familia.

La alianza tiene muchos descendientes y por esto su poder también es tan grande, sin embargo hay un línea de sangre que se mantiene como la original, sin tener de por medio los sellos de "made in China". 

En esta línea hay cinco herederos absolutos, dos de ellos candidatos a posibles líderes de la familia.

Uno en particular cuenta con el favoritismo y total apoyo de la abuela. 

Su nombre es el mismo que está escrito en la tarjeta que sostengo.


"Ryu Patroclo Neus D'Angello Leprince"

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