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Estado: Líquido


Daniel


—¿Qué? —miro a Ryu, buscando tirar por la ventana su intento de estafa, más no hay nada.

Nada.

—Tú... Hablas enserio. —Entierro mi cara entre mis manos, sintiendo el calor subir a mi rostro y descender casi por igual, hace frío, tengo frío.

—Daniel, voy a contarte una historia.

Me levanto de golpe.

—¡No quiero historias Ryu!

—Siéntate y escucha, por favor. Hazlo. ¿Quieres?

¿O qué?

¿Vas a amarrarme con cinta?

No me quedo de rebelde para descubrirlo. Sería bueno que me atara, pero en momentos en los que posiblemente desees escapar, estar unido con cinta al sillón, no viene siendo una opción viable.

—El collar que tienes, —señala mi pecho, aprieto instintivamente el corazón por encima de la ropa, sintiendo el frío del metal propagarse por debajo de la tela. —te lo dio un niño que era compañero tuyo en el preescolar.

Lo miro, y joder.

He visto a Ryu portarse como un bastardo indiferente con Lia Wang, y ni siquiera eso lo hizo mostrarse a este nivel de seriedad.

¡No es momento para pensar en idioteces Daniel Jelavick!

Y aun así...

Aun así... ¡El maldito demonio azul luce jodidamente sexy poniendo esa cara de poker!

Lo fulmino, y no sé si es porque estoy molesto con él, o conmigo mismo.

—No le pertenecía —Ryu acepta mi reclamo con paciencia, manteniendo un tono sereno, a pesar de estar jugando constantemente con cualquier pequeño objeto que halla en su vestimenta. —, ese corazón que llevas, Jelavick, es un signo romántico de la alianza.

Sus ojos, esos abismos que dejaron de tener profundidad, se vuelven unos infinitos pozos de desgracia.

¡Mi desgracia!

—Compruébalo si quieres, la parte trasera tiene grabadas las iniciales del nombre de su verdadero dueño.

R.P.N.D.L

No soy un tonto.

Las memoricé, no hay necesidad de verlas.

La sé sin necesidad de sacar la cadena.

Tú...

Yo...

Siempre creí que era alguien más.

—¿Qué hacía un Leprince estudiando en un colegio de tercera? —pregunto. Indiferente a la esperanza que guarda, indiferente a los latidos de mi corazón.

Indiferente a mí, indiferente a él.

—Mi abuela aprobó una educación lejos para todos sus nietos, por nuestro propio bien. Quería mantenernos fuera del radar del abuelo. Y lo consiguió, al menos por un tiempo. Jelavick, en ese entonces no dije nada porque tenía miedo.

Quiero reírme.

Y quiero llorar.

—Ja. Estás en la cima del mundo. ¿Cómo podrías tener miedo? —Puede que lo esté lastimando con lo que digo. En el fondo busco la manera de detenerme, pero, sin mi coraza de filo, no sé otra manera de defenderme y afrontar los ladrillos que se unen, formando una pared sólida, llamada realidad.

—El niño que me gustaba tenía mi cadena, mi corazón en sus manos. Y todo el tiempo pensó que le pertenecía a alguien más. ¿Cómo no iba a sentirme asustado? ¿Inseguro? —Frustración, lluvia, truenos. La tormenta abre paso al huracán, y sé que no tardará en caer sobre nuestros frágiles cuerpos, precipitándose con furia hasta hacernos pedazos. —Fui un cobarde, y te perdí. Un día estabas en clase, al siguiente desapareciste por completo. Me enteré lo que pasó, con tu familia.

—¡¿Me investigaste?!

—Tú me lo dijiste. Tenías quince, nos vimos en un baile y...

Vacila.

Ya no puedo soportarlo.

Siento tanto. Cosas encerradas en el pecho, lágrimas capturadas en mis ojos, dolor encadenado a mi cabeza.

Basta, basta. ¡Basta!

Es suficiente.

No quiero gritar, alzar la voz me recuerda a mamá, pero ya no puedo.

No solo.

No ahora.

—¡¿Y QUÉ?!

—Y te besé. Fue nuestro primer beso. —Las comisuras de los ojos de Ryu están rojas, se contiene, retrasa al huracán, acepta destruirse para no herirme a mí.

Me odio.

Me odio tanto.

No lo merezco.

—Inició con la música y las sombras, inició con ese beso. Mi abuelo se enteró dos años después, hizo que regresara a la casa principal, y lo que pasó ahí no lo supiste entonces, tampoco necesitas saberlo ah...

—Dímelo. —Subo las piernas al sillón, enterrando la cabeza, no quiero verlos. —Si vas a hablar sinceramente, dímelo todo. No más mentiras Ryu.

Un lapso silencioso nace, y se extiende por tanto tiempo que temo quedarme dormido.

Habla en el momento que la quinta lágrima ya ha alcanzado su final en la tela del sofá.

—Mi abuelo pertenecía a los Red River, son famosos por sus métodos de tortura, además de sus inventos. Él no estaba de acuerdo con lo que soy, intentó "corregirme" a su manera, me comprometió con los Wang. Lo desafié en repetidas ocasiones, hasta que se cansó de tratar conmigo. Su castigo a mis fallos fue meterme en el sótano, no vi el sol por tres años, perdí los colores, el carmesí era el único que seguía a mi lado. Mi abuela me liberó, aprovechando una de sus salidas. En ese viaje compró a los Red River, los obligó a cazarte, no te tocó, pero en su lugar, él...

—Borró mi memoria.

—No toda, se concentró en borrarme a mí. Hay una razón Daniel, por la cual recuerdas a ese chico con tanto aprecio.

—Cállate...

—Mezclas sentimientos, tu mente se confunde. ¿No te pareció extraño que te sientas tan unido a un niño con el que ni siquiera tuviste una relación romántica? Crees que sí, porque tú...

—Ryu. —su expresión se rompe al verme, y nada más para que vuelva el sol, quiero parar de llorar. Las lágrimas se niegan a colaborar, naciendo solas, comenzando la tormenta que Ryu retrasó. —Basta, por favor.

Paso de él a Kian.

Mi amigo usualmente huye del contacto visual en situaciones así. Por primera vez no lo hace. Me gustaría felicitarlo por tener el valor de afrontarme, pero no estoy de ánimos.

Tal vez luego.

Tal vez mañana.

Tal vez cuando el sol despeje las nubes, pueda hacerlo.

Hasta entonces... Kian, lo siento.

—¿Es verdad?

—Llegaste a la universidad hablando de tu príncipe azul. —Tengo la necesidad de sonreír, pero mis labios son igual a las lágrimas, rebeldes, desobedientes. Kian continúa hablando.—Desapareciste unos días a comienzos del primer año, al regresar, tú dejaste de hablar de él. Antes decías príncipe azul esto, príncipe azul aquello, y lo olvidaste. En su lugar era el chico de la infancia, el niño de la cadena. Intuí que algo pasaba, pregunté muchas veces, no me respondiste más que tonterías. Ryu me llamó hace poco, me dijo esto, y yo, por fin lo entendí.

Sostengo mi cabeza con la punta de los dedos.

—¿Por qué hasta ahora?

Ryu suspira, un suspiro profundo, doloroso.

—Pasé un año en reposo, al siguiente apliqué nuestro lema; pasaron muchas cosas, la abuela ascendió, los Red River ofrecieron sus disculpas, y quedaron en deuda conmigo. Intenté buscarte, fui a la mansión Jelavick, golpeé la ventana tres veces, nadie me abrió. Serius, mi prima, encontró tu paradero, coincidió con el caso de Mateo, no perdí el tiempo, vine y...

—Es suficiente. —Me levanto y camino hacia la puerta.

Es lo único que puedo hacer.

Caminar, caminar, y seguir caminando. Cada vez más y más lejos de este lugar, de esta historia, que se pega a mí como una segunda piel.

—No quiero escuchar más. —digo.

La puerta se cierra a mis espaldas, y antes de que procese algo más, comienzo a correr.

Pasillos, escalones, pilares, aulas, todo pasa en cámara rápida a mi lado.

Me niego a escuchar nada más, me niego a quedarme.

Yo ya...

Choco contra la espalda de alguien, caigo al suelo por el impacto, froto mi nariz y alzo la mirada.

No puedo.

—Tú... ¿Jelavick? —Lia Wang pasa de estar preocupada a verse aterrada. Duda, duda demasiado, y aun así, extiende su mano para apoyarme. La acepto. Ayuda es lo que necesito, y estoy feliz de que ella me la brinde. —Estás llorando.

—Mientes.

—¿Pasó algo?

—Nada que te importe.

—¿Sabes? Si me siento mal me gusta buscar un lugar tranquilo, escuchar música y comer mucho chocolate.

—Tengo trabajo, me gusta llorar en silencio y no tengo dinero para comprar chocolate. Gracias. Me voy si no te importa. —respondo, buscando una oportunidad que me permita escabullirme.

—Ten. —Saca de su bolso una barra enorme de chocolate, entregándomela por cortesía. —Me siento mal muy a menudo, cargo muchas, puedo regalarte una.

La acepto. Quizá ella no sea tan mala después de todo.

—¿Sabes dónde está Ryu?

Olvídenlo. Al carajo con esta chica, con mi vida y con el maldito príncipe...

¡Daniel Jelavick ni se te ocurra terminar esa oración!

No.

—Si sigues caminando sin duda vas a encontrarlo. —Alzo la barra de chocolate y me despido. —Adiós. Gracias por esto, suerte reuniéndote con tu prometido. Yo me largo.

Y si quiso agregar más, no tuvo el tiempo de hacerlo, escapé de la institución sin detenerme.

¿Mi vida dependía de ello? No.

Pero estoy bastante seguro de que mi estabilidad mental sí.


Daniel


Los parques y el sol, no vienen bien, las bancas se calientan, el piso igual, los árboles te tiran hojas encima, y...

Resultaba agradable.

O es que ya estoy perdiendo la cabeza más de lo que debería.

¿Qué se supone que haga ahora?

¿Qué tengo que sentir?

¿Debería...?

Saco la cadena del interior de mi camisa, el corazón brilla feroz bajo la luz absoluta del astro solar. Rozo con los dedos la suavidad, me detengo en las letras mayúsculas, grabadas con una caligrafía dura y precisa.

R.P.N.D.L

Ryu Patroclo Neus D'Angello Leprince.

Aprieto el dije, cerrando un puño impenetrable.

—El amor es una mierda.

—Tienes razón, apesta.

Giro, topándome con un chico maravilloso; cabello oscuro, atado en una coleta baja, y sonrisa arrogante, bastante arrogante.

Entre cierro los ojos.

Lo que importa en esto, es que puedo jurar que hace medio minuto no estaba junto a mí.

Retrocedo inseguro.

—¿Quién eres?

La sonrisa en sus labios se ensancha.

—No importa. ¿Daniel verdad? ¿Daniel Jelavick?

—¿Quién eres? —repito, levantándome y retrocediendo sin perderlo de vista. —¡Respóndeme!

Y más te vale que lo hagas bastardo descarado e infeliz, no me encuentro en mi sano juicio y mis niveles de alteración se elevan con cualquier cosa.

No quiero pensar mal...

¡Pero yo siempre pienso mal!

No me culpes por ser descuidado.

—Soy... —Se detiene, humedeciendo sus labios con la punta de su lengua, jugueteando. —Ying Red River, Craham ahora, desertor de la R.R family. En las calles me dicen Kill. Llámame cómo más te guste.

—¿Qué haces aquí?

—Un trabajo, uno importante, y tú vas a ayudarme, Daniel Jelavick. Vienes conmigo, sino voy a ser duro, y ambos estaremos en serios problemas. ¿Qué te parece? Sígueme voluntariamente, o... —Una hoja afilada se desliza de su manga, el cuchillo desciende a su mano, lo aferra con fuerza y apunta en mi dirección. —Aplicaré en ti una de nuestras más bellas tradiciones familiares. Tortura de hilos y alambres. ¿Has escuchado de ella?

Muévete Daniel.

Corre.

Vete.

Huye.

¡Hazlo!

Un paso vacilante, dos... Me doy la vuelta y comienzo a correr, a mis espaldas el bello sonido de una risa se desvanece conforme me alejo.

Ayuda por favor.

El aire se corta por una fina aguja de metal, siento dolor en la nuca, un pinchazo metálico y la sensación de ser invadido por una nueva sustancia.

Veneno.

Caigo de boca, mordiendo el tejido suave de la piel interna de mis mejillas, el sabor a sangre se esparce.

Óxido, hierro, muerte, miedo.

Tiemblo. Las contracciones, producto del veneno, llegan, apoderándose de cada centímetro de mi cuerpo; me falta el aire, el mundo se desvanece, manchas borrosas, figuras indefinidas, neblina, mucha neblina.

Estiro una mano, arrastrándome en el suelo, avanzando sin tener conciencia de a dónde voy.

Ayuda...

Las botas negras de Kill se detienen delante mío, se agacha nada más para verme.

¿Está burlándose?

¿O tiene una expresión seria?

Ayuda...

Ya no me quedan fuerzas. El remolino de colores le abre paso a la oscuridad.

Por favor...

Lucho, y es en vano.

Alguien...

Llegan las sombras y todavía no es de noche. El sol ilumina el cielo al máximo, pero sus rayos ya no calienta mi cuerpo.

Dejo de ver.

Dejo de sentir.

Y, puede resulta egoísta, sin embargo, al mismo tiempo, dejo de sufrir.

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