Cuidados "intensivos"
¡ADVERTENCIA!
Contenido erótico explícito.
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https://youtu.be/dUIRO4-9PTU
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https://youtu.be/mOeqL1lsyio
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Daniel
Me lleva en sus brazos, cargándome sin parar de repartir besos y suspiros por mi rostro, trazando el contorno afilado de mi mentón como si fuera un dibujo que él hace en papel, en la realidad.
—Te amo. —murmura, compartiendo el secreto conmigo, compartiendo su corazón.
Sonrío, porque puedo creerle, porque le creo.
La cama se hunde con el peso de ambos, y por primera vez me agrada su tamaño, una excusa que nos impida distanciarnos demasiado, un motivo para quedarnos juntos. Alzo mis manos, buscando su contacto, su piel, me detengo en sus mejillas, acariciándolas con el pulgar, gira la cabeza y besa una de mis palmas.
Es el comienzo.
Baja, haciendo una parada en mi muñeca, un segundo es suficiente para que deje un suave beso. Su nariz hace un surco rosado en el largo de mi antebrazo, un camino irregular que encuentra el fin en mi codo, otro beso, otra sonrisa. Levanta la vista y siento el mundo ser disuelto por el caos que habita entre nosotros.
Avanza a mi hombro, ahí ya hay un pétalo morado, que en su momento fue coloreado con pintura roja, sus labios lo presionan sin lastimar, bajan un poco y succionan. La flor que hace es mucho más bella a mis ojos, mucho más perfecta. Satisfecho avanza a mi cuello, recalcando los demás pétalos que volaron con el viento, llegando a mi clavícula, un poco más lejos.
"Borrar". Dice mi cuerpo.
"Disfrutar". Ruega el corazón.
Cierro los ojos, entregándome a la sensación placentera de su tacto, de sus besos. No hay brusquedad en las acciones que realiza, tan solo calma y suavidad, camina por mi cuerpo, tratándolo como una pieza de porcelana, que es acariciada con la más suaves de las plumas, de las sedas.
En mi pecho ocurre una explosión de fuegos artificiales cuando los botones de cereza son cortados de la rama sin que pierdan ni uno de sus frágiles pétalos.
—Ryu... —Mi voz es llevada por los senderos de placer, recorriendo los campos floreados hasta mucho más allá. —Ryu...
Se detiene.
—¿Quieres que pare?
Negar es poco, decirle que no sería grosero... Por eso tiro de su corbata, disolviéndola al atraerlo cerca, tan cerca que mis labios pueden sentir los suyos.
—Me encanta. —El peligro de acercarme al rosado tentador es inminente, y va mucho más lejos cuando la distancia corta llega a ser casi nula. —Tú me encantas.
Y lo beso.
Y lo disfruto.
Sus labios abrazando los míos, su calor intenso aplacando el hielo y el miedo. Me abro a él, duda antes de ceder a la perdición compartida, dejándose llevar por la pasión y el aroma a dulce deseo. La melodía que nos sella en ese punto superficial, y no tanto, estalla, en un apocalipsis serio de placer y devoción.
Porque lo amo.
Nos separamos y sé que es momentáneo, mis labios ya no tienen necesidad de nada más que de los suyos.
Porque me ama.
Regresa la fina línea de esperanza, y me aferro a ella, sosteniéndome con las fuerzas que tengo, no quiero soltarla, no quiero dejarla ir.
—Estoy listo. —murmuro al perder la cuenta de las veces que pequé en su boca, roja por el contacto y las mordidas.
Sonrío satisfecho.
Mis mordidas.
Besa mi frente y retorna a la cadena absoluta de besos en mi cuerpo. Suspiros robados que le pertenecen, gritos desenfrenados de mi corazón, suyos.
Todo es solamente suyo.
Y mío.
Nuestro.
—Alto. —Frena las caricias celestiales en mis muslos, aparto su rostro, sosteniéndolo para crear una conexión entre ambos. —Yo... Yo quiero que te sientas bien.
—Me siento bien Daniel. No hace falta...
—Permíteme. —pido. Irguiéndome, al compás que mis manos buscan los botones del saco, de la camisa, de la ropa que no tarda en ser la cobija del suelo.
—Está bien. —Recarga la frente en mi hombro, lo siento inhalar mi aroma, lo siento sonreír. — Hazlo.
No es la primera vez que lo veo así.
Y, pareciera que, en realidad, sí lo es.
Lo dejo apoyarse en mí mientras recorro la piel tersa y cálida de sus músculos, delgados, imponentes, fuertes. Hay electricidad entre ambos, una mezcla de rayos y chispas, sobrevolando el corto espacio que nos distancia.
Si fuera el Daniel de antes... ¿Qué haría primero?
¿Besaría su cabeza?
¿Cortejaría al infierno en sus labios?
¿Exploraría el terreno de su cuerpo?
¿Rogaría por llenarme de blanco infinito?
Todo.
Antes lo haría todo.
Y ahora...
Beso sus mechones y también sus labios.
Ahora no ha cambiado.
Lo quiero todo de él.
Lo quiero a él.
—Ryu... Quiero hacerlo, pero no sé cómo. Y tengo miedo, miedo de estropearlo, de arruinarlo con mi inexperiencia. —Y suena estúpido, porque Daniel es un pervertido, y la gente espera de los pervertidos mucho, menos que no sepan de sexo.
Pero él no se rio.
Tampoco bufó molesto o se apartó.
Tomó mis manos entre las suyas y las besó, dejando sus patrones marcados en mi piel.
—No sabes, y está bien. Aprenderemos Daniel. Juntos. ¿Te parece? Permíteme descubrir lo que te gusta, y lo que no, permíteme explorar contigo, jugar, encontrar. Permíteme fracasar y compensarlo. Permíteme ser humano, y permítetelo a ti también.
Escucharlo me hace bien, escucharle se vuelve mi antídoto.
No respondo con palabras, busco su piel y dejo a mis labios posarse, del mismo modo que una mariposa descansa en el centro de la flor con más polen del jardín. El aleteo de las alas marca un vuelo ligero y seguro, abajo, abajo, cada vez más cerca de la perdición humana.
—Daniel...
Y no puede decir nada más, y, asombrosamente, yo tampoco.
¡Lucifer! ¡O muero por falta de aire o por pecador!
¿Esto es siquiera posible genéticamente? ¿Biológicamente? ¿Animalmente?
¡No lo sé! ¡No lo sé! ¡No lo sé!
Pero he de investigar más tarde. Buena idea Daniel, googlealo apenas salgas vivo de este ligero prieto...
Si es que logras salir.
—¡Daniel, sácalo! Jela... Agh.
Su sonrojo es encantador, me gustaría preciarlo sin tener una cortina borrosa por el sudor y el esfuerzo que lleva estar incapacitado del habla.
—Tú... Ah. Dan...
Jadeo al liberarlo, un hilo transparente escurre por mi barbilla, deslizándose sensualmente a él.
Vuelvo a tomarlo, vuelve a jadear. Muy diferente a los jadeos fantasmales de Becky, los de Ryu son cantos divinos, por los cuales no me importaría asistir a misa todos los domingos, únicamente para escucharlos.
Melodías dulces.
Sonatas eróticas.
Baños de notas y voces, que enronquecen con cada segundo que transcurre.
No soy el mejor, para ser mi primera vez...
Succiono la punta y regreso todo al fondo.
Gime, y si yo pudiera, seguro haría lo mismo.
Para ser mi primera vez... ¡Puedo hacerlo mejor!
Un baño de pureza y humanidad me bañan por dentro, goteando en las comisuras de mis labios; pesadas esferas blancas, lágrimas son sabor único.
Lo libero y uso el dorso de mi mano para limpiarme.
—Ni se te...
—Ya lo hice. —Saco la lengua, mostrando la falta de contenido, y una mezcla brillosa de inocencia transparente y deseo blanco. —Me lo tragué.
—Tú... —Cubre sus ojos. A estas alturas el sonrojo natural que rebasa al carmín de las rosas, ya es inevitable, especialmente en su cuello; lo alcanzo en el punto sensible, muerdo, y solo puedo pensar que Drácula estaría orgulloso. Deja caer una de sus manos en mi cabello, recorriendo un camino a través de mi columna vertebral, deteniéndose en mi cintura. —Vas a ser mi perdición un día de estos. No, aguarda. —Muerde mi hombro, y sus dientes se clavan diferentes a los míos, suaves, tiernos. —Has sido mi perdición desde siempre.
—S'il vous plait. (Por favor) —imploro, tomando su mano para ayudarla a avanzar, permitiéndole lo que su respeto no le deja.
—Vous n'avez pas besoin de mendier, je le ferai. Mais tout en temps voulu mon amour. (No necesitas rogar, yo lo haré. Pero todo a su debido tiempo mi amor.)
Habla y actúa.
Primero un jodido dedo que me hace ver luciérnagas, estrellas, transportándome de una cama en la tierra al universo, donde divago libre, en compañía de la extraña sensación que florece en mi interior.
Me aferro a sus hombros, a su cuerpo, sintiendo dolor y contracciones vergonzosas que no terminan.
Hay lágrimas con el segundo dedo, llanto y placer. Poco a poco la flor roja del deseo renueva sus pétalos, extendiéndolos con moderación para que las espinan que la rodean no los despedacen.
—Un momento... —gimoteo al tener tres de cinco, llegando al límite con el sufrimiento que mi cuerpo puede mantener sin hacer escándalo. —Dame un respiro.
—Toma tu tiempo. —Limpia los ríos con besos y sonrisas. —Mon Coeur. Mon étoile, ma vie, mon matin, mon coucher de soleil, ma nuit, mon espoir, mon artiste. (Mi corazón. Mi estrella, mi vida, mi mañana, mi atardecer, mi noche, mi esperanza, mi artista.) —Alcanza un punto sensible detrás de mi oreja, consiguiendo que me pegue más a él.—Mon dessinateur. (Mi dibujante)
Ardo, me quemo en una hoguera de cuerpos y palabras.
Y se siente bien.
Perecer ahora, perecer a su lado, no es malo después de todo.
—Bon Appetit. (Buen provecho) —digo, avergonzado. Él suelta una ligera risa que disipa el rosa tenue de un sonrojo.
—¿Ya, mon coeur?
Asiento, y es mi firma a la zona más alta del infierno, y la más bendita del paraíso.
Ocurre de nuevo, el dolor regresa con el cuarto y el quinto. Sollozo, y él susurra versos que pasan de francés delicado a italiano poderoso.
¡Tan perfecto su lenguaje, y tan oscuras sus acciones!
Perversas.
Morbosas.
Indomables.
Los dedos acarician mis paredes, rozando el tejido que reacciona obediente a sus comandos.
Pasan segundos, pasan minutos, y cuando abandonan la unión, el vacío es tan grande que ruego en silencio porque vuelvan, como la primavera cada año, como las golondrinas y sus vuelos.
—Jelavick...
—Si no lo haces, seré yo el que te rompa a ti el trasero. —digo, escondiéndome de sus ojos. Sus malditos ojos.
—¿Puedes verme?
—Puedo. —El rostro de Becky regresa a mí, y ya no dudo en conectar con él. Debe ser él, tengo que asegurarme. —Ryu.
Espera, deteniéndose en las puertas de un lugar que lo ansía con lo que tiene y más.
—Dime.
—Te amo. —dejo que avance, deslizando mi cuerpo sin ser precipitado. —Me gustas. Me gustan tus ojos, tu cabello, me gusta la sonrisa que haces por las cosas tontas, y también la que sacas cuando te burlas de alguien. Me gusta lo terrible que eres para mentir, y lo bueno que eres en muchas cosas, me gusta que me desesperes con tu lado políglota, y también me gusta escucharte hablar en todas las lenguas que sabes. Me gustas, me gustas mucho. —La molestia avanza, él igual lo hace. —Me gus... Ah.
—¿Sabes lo que a mí me gusta de ti en estos momentos?
Mis fuerzas ya no sirven ni para respirar con normalidad, así que lo dejo avanzar por sí solo.
Suficiente.
Yo ya estoy haciendo suficiente.
—Que intentes superar la oscuridad, que no vaciles por el miedo, y quieras superarlo. Me gusta eso de ti, me gusta todo de ti.
—Bésame. —Lo llamo, y antes de que responda, las lágrimas lo hacen. Dolor y felicidad, placer y recuerdos. —¡Joder! ¡BÉSAME QUE DUELE!
Y si esperaba un dulce caramelo de bienvenida, tuve que decepcionarlo con una oleada de fuego y dientes.
—Creo que... —Jadeo, apoyándome en él para no partirme, y a la vez, partir la realidad que se vuelve un sueño muy profundo. —Creo que prefiero dibujarlo a tenerlo dentro. Mmmn... ¡Maldición! ¿Qué le ve la gente a esto? ¡Duele! ¡Duele mucho!
—¿Lo...?
—Ni se te ocurra. Sea lo que sea que hayas querido decir... No. Déjalo, tengo que acostumbrarme, voy a...
—Jelavick.
—¡No me llames así cuando estamos en esta posición! A mi madre le daría un infarto si te... —La luz se enciende, y mi sonrisa también. —Si vuelves a llamarme de otro modo mientras seguimos en esto, voy a moles... Ah. ¡Ryu!
—No me he movido.
—¿Y qué esperas? ¿Qué llore para que lo hagas? —Sacudo mis caderas, arrepintiéndome enseguida.
De verdad... ¡¿A quién se le ocurrió que sería una buena idea?!
No.
¡¿A quién se le ocurrió que sería posible?!
—Lento Jelavick, si te precipitas vas a lastimarte. Permíteme. —Me levanta con cuidado, haciendo suaves caídas que arrancan muecas y gemidos.
Despacio.
Con calma.
Respiro cuando el dolor desaparece, respiro cuando quedamos nosotros y la compañía del placer.
Del otro lado de la habitación, un Daniel atrapado en el espejo me regresa la mirada; tiene las esquinas de los ojos rojas por el llanto, los labios maltratados, con un deje de pintura natural, pero nada de eso me importa realmente, no cuando la espalda de Ryu se refleja sin cortinas que bloqueen la piel y los lunares que hay en ella.
Los cuento.
Una constelación regada en el cielo blanco.
—Quince. —digo al fin.
—¿Quince qué?
—Lunares. —Toco uno y su cuerpo se estremece. —¿Duele?
—No. Pero los Leprince somos más sensibles en los puntos en los que se encuentran.
¡¿Y me lo dices ahora?!
—Podrás jugar con ellos más tarde. —murmura. —Déjame a mí esta noche.
Vuelvo a recaer sobre el colchón, sin escapatoria de él y sus ojos.
Un empujón lento lo inicia, desencadenando la batalla rítmica y seguida.
Es... Agradable.
Gimo y él se frena, arrebata un beso de mis labios obscenos y continúa, entreteniéndose con lo que ve, con las marcas hechas y corregidas.
Nos vemos todo el tiempo, nos vemos entre jadeos, entre suspiros, entre besos. Nos vemos, y cuando la bomba estalla, aprecio la expresión que se traza en su rostro, una que, seguro, me encargaré de pintar más tarde.
—No has terminado. ¿Verdad?
Sacude la cabeza y veo lo gracioso de la situación.
—Pero quiero hacer una pausa. —Sin dejarme alcanza la camisa blanca, desabrocha el bolsillo interior, sacando una cadena dorada que creí perdida. —Creo que esto te pertenece.
Me levanto con dificultad, giro, dándole la espalda, le muestro el cuello y la obra de arte que dejó plasmada en él. Entiende, desabrocha el seguro y envuelve la cadena alrededor. El frío me hace cerrar los ojos, un témpano llegando a diluirse en el calor del infierno.
—Mon coeur...
—Oh vamos. —Me recuesto en su pecho, permitiendo que sus manos vaguen al punto, todavía húmedo, todavía sensible y hambriento. —Eres insaciable.
Uno.
Me contraigo con la repentina llegada.
—Eres tú. —se excusa, y es cuando entiendo el por qué los príncipes azules jamás conocen la derrota.
Ryu
Duermes tranquilo.
Después de tanto tiempo duermes tranquilo.
No quiero dejarte, jamás fue mi intención soltarte porque lo prometí, pero es necesario, la tormenta no espera, y cuando el huracán llegue lo que menos quiero es que te dañe.
Salgo de la cama, abandonado el cómodo recinto que es tu cuerpo. Veo tu figura desdibujada en la oscuridad, contorneada por sombras y la manta de estrellas y lunas.
Es irresistible para mí detener mis impulsos contigo, cediendo, beso una vez tu cien, armándome de valor para dejar el cuarto, contando las catorce escaleras que hacen un desenlace en el primer piso. Paro al llegar al último escalón, y me siento ahí.
En medio de la madrugada, escuchando el silencio y los suspiros cansados de la luna.
Y la primera lágrima sale, acompañada casi enseguida de la segunda, una tercera no se contienen y escapa también, llevando dos más de la mano.
¿Por qué no pude protegerte?
¿Por qué no llegué a tiempo?
¿Cómo puedes verme igual? ¿Cómo?
Si tan solo yo...
La puerta del dormitorio hace un ruido, intentar escapar de lo imposible es estúpido, y es así como en lugar de huir, te espero, y llegas.
Tú siempre llegas.
En los momentos oportunos, brillando, salvándome.
Brazos cubiertos por una sudadera dos veces tu talla, me envuelven, tu peso liviano se recarga contra mi espalda, tus piernas, expuestas y aún húmedas por el segundo baño, rodean mi cintura, alcanzando el suelo más abajo, dejas caer tu cabeza en mi hombro y siento ese par somnoliento verme desde ahí.
—Llorar está bien. —dices, acariciando con tus dedos de ensueño la piel manchada de lágrimas en mis mejillas. —Me quedaré aquí hasta que haya pasado. ¿De acuerdo?
—Daniel... —Besas mi frente y siento que nada puede estar mejor que eso, que el momento que vivimos.
—¿Mnn?—bostezas, y es un gesto tan hermoso y tierno, que deseo contenerlo en el tiempo.
—¿Puedes abrazarme más fuerte?
El peso desaparece por completo, un parpadeo y te tengo delante, con una cara de sueño y una mano extendida.
—Ven aquí.
Obedezco.
Y me abrazas, tu hermoso rostro se entierra en mi pecho, siento la respiración cálida que emites. Es reconfortante saber que vives y no me odias.
—Juntos Ryu. No lo olvides.
Te regreso el gesto, perdiéndome en el aroma que desprendes.
—Juntos. —Beso tu mejilla. —Juntos.
Y contigo a mi lado, el huracán que amenazaba, de repente... Se ha ido.
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