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Chiquita pero peligrosa


Daniel 


Hay un dicho, dice algo así:

"El tiempo vuela cuando te diviertes"

Y ahora yo puedo confirmarlo. Una vez que mi pánico inicial se disipó, cambiando por inspiración y energía explosiva para seguir trabajando, el tiempo se me hizo demasiado corto. 

No tenía suficiente, no era suficiente.  

¡El cuerpo de ese príncipe azul es como una droga! 

¡Lo ves y ya no puedes hacer otra cosa que apreciarlo con los ojos abiertos y la baba cayendo por el mentón!

Aquí es cuando Daniel Jelavick se siente grande por haber visto tremenda maravilla, siendo superior en eso al resto. 

Pero todo lo bueno se acaba, o a veces se lo acaban, como al pan recién horneado... ¡Pero ese no es el punto!

Iba por el sexto boceto cuando una persona llamó a Ryu. Obviamente ser hijo de los Leprince no es solo malgastar, derrochar y acumular dinero, cada uno tiene un trabajo asignado y yo... Yo había retrasado a Ryu en el suyo.

Siendo él un príncipe, tenía que haber esperado que a su alteza si le gustara hacer trabajos aburridos de oficinas, como checar cuentas, moderar estadísticas, usar un trinomio perfecto o una ecuación complicada... 

Esas cosas para las cuales yo no tengo ganas, ni tiempo, y mucho menos paciencia. 

Fue así que nos despedimos. Me sentí, no, corrección, me siento muy culpable por alejarlo de sus obligaciones, pero él dijo una y mil veces que eso no importaba, y por la forma en la que lo mencionó de verdad sentí que no importaba. 

Camino sin ganas por las calles pintadas de tonos cálidos causados por el atardecer, tengo al menos una media hora para perder el tiempo, antes de que sea la hora de mi turno nocturno en la cafetería que se encuentra a unas dos cuadras del pequeño departamento al que llamo hogar.

Una casa de dos pisos más pequeña que la mansión convertible de Barbie.

La primera planta está casi vacía, la "sala", si es que puede llamarse así al diminuto cuartucho en el que apenas y caben tres personas, está llena de cajas y material de artes. La cocina, un poco más grande que la sala, es más nueva que mi dignidad; sé cocinar, más no es algo que disfrute de practicar, jamás he preparado algún platillo en casa, así que lo único que funciona es el refrigerador, lleno de topers con contenidos extraños.

A primera vista pareciera que nadie vive en el lugar, claro, si juzgamos solo el exterior y la primera planta. En el segundo piso todo da un giro brusco y cobra vida.

Adoro a la señora que me renta el lugar, es una amable viejecita que me recuerda a un bizcocho acaramelado. No solo me permite retrasarme un par de días con la renta sin presionarme, sino que también me ha dado la libertad de decorar, y hacer con el interior de aquella casa, lo que yo quiera. 

Es así como el segundo piso y parte de las escaleras, están llenos de pinturas en las paredes, dibujos, bocetos, cuadros...

Si mi libreta garabateada es un espejo de mi yo más real, mi habitación es lo mismo, solo que más grande. Es donde puedo sentirme seguro, un lugar alejado del resto del mundo, un paraíso imperfecto en el que puedo ser yo. 

No el Daniel rechazado y repudiado por su familia.

Tampoco el joven Jelavick que sonríe y alegra todo el tiempo, y a casi todos.

Aquí soy yo, solo yo. 

Un alma libre, feliz. 

Sonrío al pasar junto a mi pequeño refugio, pero al ver la hora en el reloj de la tienda que está alado siento que la presión se me baja.

¡Se supone que tenía tiempo! ¡Ahora voy quince malditos minutos tarde!


Daniel


—¡Daniel!

Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, tiemblo un poco antes de volver a estabilizarme, luego giro para ver a la persona que acaba de entrar, acompañado de una figura más pequeña, pero que no pasa desapercibida.

¡Kian! ¡¿Y este qué diablos está haciendo aquí?!

En ese preciso momento quiero lanzarle la bandeja que llevo cargando, pero sé que eso se descontará a mi salario, por lo cual reprimo mis instintos y le sonrío. 

—Por favor, tomen asiento. En un momento los atiendo.

Kian parece querer decir más, pero su novia es más rápida y lo arrastra a una mesa, casi al fondo del local. 

Deseo tardarme una eternidad en entregar los platillos que llevo, pero es todo lo contrario, y en menos de lo que esperaba, ya me encuentro de pie, tomando nota de los pedidos que Kian y su maravillosa novia, quien resultó ser un amor de persona, piden.

—Malteada de fresa, una de oreo, dos hamburguesas, una orden de papas y tres crepas de frutos rojos. —Su voz es amenazante, tiene un timbre agudo que es agradable. Espero que Kian no arruine este noviazgo, ni siquiera hemos intercambiado gran cantidad de palabras pero esta chica ya me agrada. 

—Hecho. —Anoto con precisión, a ella me encargaré de darle lo mejor de lo mejor, al idiota de mi amigo...

—¿Tú no vas a pedir? —Tivye mira a Kian, quien se ha pasado todo el rato admirando ese rostro de muñeca de porcelana que tiene. 

¡Amigo, a ti también se te está cayendo la baba!

Quiero gritarle, pero por cuestión de etiqueta y dignidad no lo haré. Aún soy buen amigo.

—¿Eh? —Kian parpadea confundido. Luego me arrebata mi cuaderno y observa lo que he escrito. —¿No pediste para los dos?

¡Kian idiota!

Las mejillas redondas y adorables de Tivye se colorean de un tono suave de rosa pastel, owww es tan tierna que podría ser una gatita.

Miau.

El recuerdo de Hera pasa por mi mente y un segundo escalofrío se apodera de mi cuerpo.

¡Dioses no!

¡Mejor que Tivye no sea un gato, sino...!

—¡Pide de una buena vez! —le ordena ella, aparta la vista y se recarga en su asiento sin estar molesta. 

Wow.

En mi vida solo conozco dos personas, a parte de mí, que han llegado a tolerar a Kian. Descubrir ahora que hay una tercera, es un descubrimiento interesante.

Kian observa el menú rechistando, recorre con la mirada todos los platillos, y luego de segundos que se me hacen años me devuelve la libreta para que anote.

—Un batido de chocolate con plátano, una hamburguesa y una orden de papas.

Con esas palabras Tivye lo mira entre sorprendida y aterrorizada. 

—¿Comes tan poco?

—¿Sí?

Por su rutina de ejercicio, Kian se ha acostumbrado a comer comida chatarra de manera moderada, y de por sí come, no poco, pero tampoco se atiborra de platillos, por muy saludables o deliciosos que sean. Al ser un tipo alto, grande y fornido, muchos imaginan que come tanto como para alimentar a un pequeño grupo de personas, cuando descubres que no es así es un pequeño shock.

Entiendo la reacción de Tivye, yo también esperaba que se terminara todo mi refrigerador la primera vez que lo llevé a casa, grande fue mi sorpresa al ver que solo comió lo que una persona normal comería.

Dejándolos en sus cosas me retiro, mi labio inferior está sangrando de tanto que lo he mordido para contener la risa. Aquel par forma un cuadro interesante, ambos son como niños, solo que Tivye sigue siendo la más madura, pero eso no quita lo adorable que se ven juntos. 

La cafetería donde trabajo por las tardes, es grande y agradable, por lo tanto hay un número considerable de empleados, pero hasta ahora mi relación es buena con la mayoría.

 El local está ambientado al estilo asiático, y parte del menú también consta de platillos chinos, coreanos o japoneses.

Es bastante popular en la ciudad, pero por esto mismo no son solo buenas personas las que vienen a pasar un buen rato. Aquí, este lindo y acogedor lugar, también ha llegado a ser el principal campo en el que he sufrido acoso.

Al volver a la mesa de mi mejor amigo, una mano se estampa contra las suaves y redondas bolitas que tengo detrás. Retengo un suspiro, cerrando los ojos continúo avanzando.

¡No hagas nada Daniel!

¡No hagas nada Daniel!

¡No hagas nada Daniel, o van a despedirte!

¡No hagas...!

—¡Hey! ¡Perro imbécil de mierda! 

 Mis ojos se abren por el repentino grito, lo primero que veo es a Tivye, quien ha dejado de lucir adorable, sus ojos irradian asco, y odio, mucho odio, pero lo más aterrador es que de su chaqueta de cuero ha sacado una fina daga.

Kian también la mira sorprendido, la chica lo ignora por completo, se pone de pie y llega hasta donde estoy, siempre encargándose de mostrar aquella arma de plata.

—Te hablo animal.  —Se detiene junto a la mesa de hombres, el grupo de cuatro tienen la mirada baja, y el que más tiembla parece ser el sujeto que acaba de nalguearme, también es al que ella le habla. 

—¡¿Qué pasa aquí?!

Cuando el gerente aparece siento que voy a deshacerme, pero Tivye ni se inmuta, de un veloz y preciso movimiento clava su arma en la mesa, posteriormente mira al hombre que acaba de hacer acto de presencia y sonríe.

—Nada que le importe,  pagaré todos los gastos si es necesario pero váyase, por su bien. —Lo último lo dice como una amenaza, no como una advertencia. 

El gerente la mira, luego a mí, finalmente suspira, se encoge de hombros y se da media vuelta. Pero antes de alejarse por completo se vuelve para darle unas últimas palabras a la chica.

—Nada de sangre aquí señorita Van Gogh. El señor me ordenará limpiarla y yo, a diferencia de usted, no tolero verla.

Los cuatro hombres tiemblan más al darse cuenta de su situación. Si el gerente no planea ayudarlos... ¿Entonces quién lo hará?

Bajo la charola que tengo y sujeto con suavidad el hombro de Tivye.

—No necesitas molestarte.

—No me digas que hacer. —Saca aquella daga, hace un fino corte en forma de T, sobre la palma del sujeto que acaba de atentar contra mi, luego chasquea la lengua, una indicación silenciosa para que los hombres se retiren. Ellos salen corriendo. Una vez volvemos a estar los tres suspira y me mete un manotazo.

—¡Tivye! —grita Kian poniéndose de pie.

—Se lo merece.

—Me lo merezco.  —concuerdo.

—Daniel... ¡Si alguien te hace algo como esto y no quieres perder tu empleo llámame carajo! ¡Kian pásale mi número!

 —Sí bubibú.

Kian me pide mi celular y yo se lo extiendo, los dos estamos conscientes de que es mejor obedecer a Tivye. Si ella tiene un arma, hay que suponer que sabe como usarla.

Evitemos muertes innecesarias.

—¡Tu cuerpo no merece ser tocado por cualquiera! ¡Es tuyo mierda! ¡Cuídate! 

 —Sí Tivye. —digo bajando la cabeza.

¡Lucifer ahora soy como un cachorro regañado!

¿Desde cuándo pasamos a esto?

Ella regresa a su asiento con la charola y comienza a comer de un mejor humor. Su bipolaridad es terrorífica, antes planeaba darle mis condolencias a ella por tratar con un tipo como Kian, ahora es Kian quien las merece más.

Y por si acaso, de una vez iré buscando lotes en el cementerio y un ataúd decente para enterrar a mi amigo.

—Tivye...  —Tengo miedo de hacerla enojar, pero también tengo mucha curiosidad. Además ahora parece que vuelve a estar feliz y contenta, dejó de ser una tigresa para volver a ser una cachorrita adorable.

—¿Mm?

—¿Conoces al gerente?

Deja de comer y alza una ceja, parece meditarlo antes de negar bruscamente con la cabeza.

—No, de hecho es la primera vez que lo he visto.

—¿Entonces cómo te reconoció? ¿Y porqué te llamó Van Gogh?

—Sí. —Kian me devuelve mi móvil y corre a sentarse junto a su pareja. — ¿No tu apellido era Been?

—Mi apellido es Been.

—¿Entonces? —Insistimos Kian y yo.

Saca su celular y teclea con habilidad sobre la pantalla. 

—Estudio música, pero en las calles me conocen por mis pinturas...  —Deja sobre la mesa aquel aparato, el cual muestra una imagen no muy apta para gente sensible como nosotros. —Soy capitana de una pandilla desde la secundaria, y antes de la graduación fui a prisión por asesinar a una profesora que intentó violarme, con su sangre pinté una pared blanca como la noche estrellada de Van Gogh. De ahí el nombre que me dieron los medios durante el caso y parte del juicio.

—¡¿Mataste a una persona?!

—¡¿Pintaste con sangre?!

Kian y yo nos miramos.

—¡¿Cómo le preguntas si pintó con sangre?! —Me recrimina mi amigo, tomándome por los hombros y comenzando a agitarme sin piedad.

 —Perdón, se me hizo interesante. ¡Además la pintura es lo mío! ¡¿Cómo esperas que no adule una obra tan magnífica aunque esté hecha con... Bueno, con sangre?! 

—¿Qué hay con la sangre?

Ante la nueva voz Kian deja de molestarme, frente a nosotros ahora hay un trío de señoritas, todas muy similares para mí. 

¿No son acaso ese grupo de niñas que me hicieron un berrinche solo porque querían un descuento familiar?

—Kian, Daniel... Les presento a Nia, Lia, y Kia, mis tres hermanas menores. —Tivye les hace señas para que se acerquen y ellas la obedecen, parecen angelitos, pero cuando pasan junto a mi me miran de manera sospechosa.

—¿Son hermanas?  —Pregunto avergonzado. 

—Lo somos. Aunque no nos parecemos mucho, todas compartimos padre, pero solo dos somos de la misma madre. 

Vaya que al universo le gusta hacerme quedar como un tonto.

Tragando mis ganas de huir de ahí, tomo mi libreta y vuelvo a recitar las palabras que siempre se le dicen a los clientes recién llegados.

Kia, la más pequeña, truena sus dedos con suspicacia a la par que juega con su carta del menú.

 —Daniel... ¿Ahora si hay descuento familiar? ¿O boda al menos?

 Me quedo en blanco unos segundos.

¿Boda? ¡¿Pero qué rayos?!

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