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Carta de Daniel


Cuando decepcionas a alguien es muy difícil que puedas volver a ser su orgullo, o una persona a quien querer de la misma manera. Las decepciones siempre, siempre duelen y lastiman, por mucho que nos lo neguemos.

Si es así, si una decepción duele y causa estragos por doquier, imagínense una cadena de decepciones, una tras otra, sin tregua, llegando como cachetadas inesperadas.

Bien pues eso es justo lo que me pasó, y lo peor es que ni mi familia, ni yo, estábamos preparados para afrontarlo.

Para comenzar permítanme ponerles un poco en contexto...

Los Jelavick somos una de las familias más poderosas y adineradas en el mundo, hace al menos unas seis generaciones atrás, mi tátara tátara abuelo, el gran Evirn Jelavick fundó una empresa de viajes, por fortuna al viejo desgraciado le fue bien, por desgracia, desde ese fatídico momento el comercio, la contabilidad, los viajes y los trabajos aburridos de oficina se volvieron un legado que se va pasando de generación en generación en nuestra disfuncional e imperfecta familia.

Durante décadas los Jelavick no nos hemos dedicado a otra cosa que no sea el aburrido manejo de empresas y grandes cantidades de dinero, que, algunos solo pueden soñar con tener.

Pero como en todo, siempre existe una excepción a la regla.

En este caso yo soy esa excepción.

Un error para muchos, una mancha en la "perfecta" genealogía de los Jelavick, la oveja negra que ensucia el rebaño, la nube de tormenta en medio del cielo despejado, en fin, como quieran decirle.

La pieza que no encaja en el rompecabezas, ese, ese soy yo.

¿Un cliché comienzo para una cliché historia no es así?

Pues bien, no hay que apresurar las cosas, esto es un mal comienzo, lo sé, lo admito, pero sigamos.

Cómo iba diciendo... ¿O era escribiendo? Como sea.

El punto aquí es que cuando yo nací nadie imaginó que fuera la perdición de la familia. ¿Gran papel para alguien tan normal no lo creen?

Mis padres, y toda la familia, fingían estar felices por mí llegada. Al nacer nueve meses después de que mis padres tuvieran su cuarta luna de miel, fui bautizado en una ostentosa capilla, a la cual no me he dignado en volver, como Daniel Aquiles Jelavick.

Desde antes de nacer mis padres veían en mi un gran heredero para continuar con el aburrido legado familiar. Un heredero que lanzó sus esperanzas por la borda cuando a los tres años exclamó en voz alta durante la cena de navidad que le gustaban los chicos.

Y aquí es donde me pregunto yo... ¿Qué hay de malo en eso? No es como si el mundo fuera a acabarse.

Pero al parecer aquello no agrado nada a los Jelavick, una familia tradicionalista, católica y por encima de todo... Homofóbica.

Fue así como terminé metiéndome de nuevo al closet con tan solo tres años.

No volví a tocar el tema y ellos me mandaron a un psicólogo. No sirvió de nada cabe mencionar, pero este evento marcó el inicio de la cadena de decepciones que hasta el día de hoy sigo arrastrando, como un bello adorno que se parece a mí por lo inservibles que somos ambos.

Conforme fui creciendo el peso y las responsabilidades de ser el hermano mayor recayeron sobre mí como meteoritos, supe manejarlo.

Mi vida pasó sin mucho más que contar hasta que cumplí la mayoría de edad y fue el turno de que por fin, luego de años de espera, un Jelavick más se uniera al negocio familiar.

Y allí entra otra gran decepción para los míos.

Artes, dibujo para ser exactos.

Eso era lo que yo quería estudiar, lo que yo quería hacer y a lo que me quería dedicar.

¿La respuesta que obtuve?

Una patada en el trasero y la calle como nueva vivienda.

En un parpadeo yo pasaba de ser el hijo heredero de una de las familias más ricas a ser un simple don nadie, un vago que tuvo que comenzar a trabajar en más de cinco lugares a la vez para poder pagar universidad, vivienda, y todas las necesidades básicas que un humano necesita, como luz, comida, agua, ropa, internet... Entre otros.

Los Jelavick fueron deshonrados cuando uno de sus miembros llegó a hacer de todo para sobrevivir y no morir como una rata en medio de alguna calle con nombre extraño.

Barrendero, niñero, cocinero, incendia cocinas, lavandero, bibliotecario, profesor privado, ayudante, mesero, choca autos, compone autos, descompone autos, DJ, guardia de seguridad... De todo, hubo un periodo en el que incluso me plantee la idea de trabajar de stripper para salir más rápido de la pobreza, lo intenté incluso, pero al primer show me caí, a partir de ahí nunca más, puede que no tenga dinero pero dignidad y orgullo aún conservo un poquito.

Hasta la fecha no sé cómo es que sigo vivo pero andamos que es lo bueno. Sigo pobre y cada vez más jodido pero al menos mi vida es mía, al igual que mi libertad.

No he sabido de mi familia desde hace cuatro años, y aunque los veo en las revistas semanales de chismes no me interesa lo que les pase en su vida, bien o mal son ellos...

¡Ja! ¿Lo ve psicóloga de mierda? Yo sí puedo dejar el pasado atrás, y aunque mi familia es una bola de imbéciles ya no me importan. Solo desearía... No, no desearía, creo que no está mal que las desgracias les lluevan así como a mí me caen las deudas. ¡Desgraciados infelices!

Regresando a lo importante, que soy yo, obvi, solo tengo dos cosas más que decir...

Mi vida es un completo desastre y tengo evaluación mañana.

¡Joder y no he entregado el último trabajo!

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