Atrapando ratas y ratones
Daniel
Le pedí que me llevara a casa, y eso fue justamente lo que hizo.
No a la mansión llena de lujos y personas que, aunque son parte de mi vida, no puedo tomar como una familia, aún no.
Sino a MI CASA.
MI HOGAR.
NUESTRO.
Bajo del auto, las llaves tiemblan entre mis manos, y tardo en hallar la que es correcta, la que encaja perfectamente con la chapa de seguridad, con la cerradura mágica que conduce a un pobre naufrago a su propio país de las maravillas.
Al entrar, el aroma inconfundible de dulces y pintura me alcanza, mencionándome en silencio que está bien, que yo estoy bien. Quito las llaves y no espero que él entre, sé que viene justo detrás de mí, pero, por algún motivo tengo prisa en llegar al piso superior y esconderme en las páginas llenas de grafito y color.
El cuarto, perfecto revoltijo de sueños e inseguridades, me recibe y no puedo estar más feliz de estar de vuelta. Inhalo la seguridad y exhalo mis miedos.
Para cuando Ryu llega, yo puedo presumir de estar en medio de un desastre hecho con pinturas y pinceles, dejados a propósito con la intención de tener un salvavidas cuando decidiera volver, porque volvería, este lugar significa demasiado como para abandonarlo en un pestañeo.
Se sienta a mi lado, no cerca, y sin embargo, tampoco demasiado lejos. Siento su mirada sobre mí, y ese fuego oculto en sus ojos se desparrama, quemándome por completo encima de la ropa, y debajo de la piel. Cada músculo es recorrido por una corriente de lava, y mis venas se llenan de llamas.
Fuego.
Recuerdo los ojos de mi madre. También había llamas en ellos, más, esas llamas no eran cálidas y deseosas, eran llamas de odio, ira, molestia. Llamas de todo lo que soy para ella.
Fuego.
Mis dedos, manchados con distintas tonalidades de rojo, ensucian el blanco de un lienzo.
Fuego.
Colores cálidos florean entre el blanco.
Fuego.
Miedo.
Gritos.
Todo aquello que representa a mi madre, y, a la vez, a cualquier persona, se forma en mi mente, y, al mismo tiempo, en la figura atrapada dentro de la pintura y la imaginación.
—Un dragón. —Ryu habla a mis espaldas. No puedo evitar dar un respingo y saltar hacía atrás, chocando contra sus piernas. Puedo, sin ver, saber que sonríe. Sonríe por mi despiste genuino al no darme cuenta en qué maldito momento se movió, sonríe por la inmersión y la chispa que hay entre el arte y yo.
Sonríe, y yo alzo la mirada para toparme, cara a cara, con aquella sonrisa ladina que riega el orgullo que mi madre jamás sintió por su inútil hijo.
—¿Por qué un dragón? —pregunta, siguiendo la línea invisible entre mi rostro y el cuadro.
—Porque no puede quemarse con su fuego. —respondo mecánicamente. Perdido en sus ojos, perdido en él. —Mamá saca llamas siempre, y yo... —recargo mi cabeza en su rodilla. —Estoy harto de ser la víctima de sus incendios, ya no quiero quemarme con sus llamaradas, ya no estoy dispuesto a dejarla hacerme cenizas.
—Eres jodidamente increíble Daniel.
—¿Eh?
Unos brazos se envuelven a mi cintura y me levantan, apenas tengo tiempo de reaccionar cuando, esos mismos brazos resbalan a mis muslos y suben a mi espalda, cargándome como solo he visto hacer a los príncipes con sus princesas.
Aunque, no debería sorprenderme. Ryu tiene la sangre tan azul que a un pitufo le daría celos.
¡También es un maldito príncipe! Y por breves instantes lo he olvidado.
—¡Maldición! —se ríe y no entiendo en absoluto qué resulta tan gracioso. ¿Qué hice ahora? Maquinando en mi mente no logro dar con nada y me resigno a quedar a merced de un Leprince que tal parece, ha perdido toda cordura y racionalidad. —¿Cómo es que tengo tanta suerte de estar contigo? Tu madre, tu familia, son una mierda mon coeur. ¿Lo has escuchado? Mon amour, ma belle... Eres fuerte, tremendamente fuerte. ¡Dios! Te admiro, te amo. Sé que te dijeron tanto, ellos, la vida, el mundo. ¿Y sabes qué? No es fácil, ni rápido, y mucho menos sencillo, pero, quiero que lancemos esas estupideces por un acantilado. ¡Tú eres tú, maldita sea! ¡Eres el ser más hermoso, precioso, talentoso y bueno de este podrido mundo! Yo habría usado fuego para combatir fuego, y tú... ¡Tú eres un genio! No combates, defiendes. Es que... ¡No tengo palabras! ¡Te amo, de verdad lo hago! ¡Te amo demasiado!
Besa mi cien, mi cabello, mis mejillas...
Me pierdo. Tomo su rostro entre mis manos, deteniéndolo y examinándolo minuciosamente. Él me permite hacer y deshacer. Parpadeo al no encontrar nada extraño ni fuera de lugar.
—¿Qué clase de ende maligno se te metió ahora? —pongo mi mano en su frente. Su temperatura esta normal, y según veo, no hay nada mal con su pulso. —¿O fue un demonio? Ryu. ¿Estás bien? ¿Tienes alguna falla en el sistema de léxico o qué? ¿Te has escuchado? ¿Jodidamente? ¿Mierda? ¿Desde cuándo pasamos de la versión príncipe plus a la de pandillero con flow?
—No lo sé. —alzo una ceja con su respuesta. No parece nada arrepentido.
—¿Bien...?
—¿Te molesta? —dice, a la par que toma asiento sobre la cama, sin soltarme. —Si es así...
—¡Alto! —cubro su boca con mis manos, evitando que diga algo más. —¿Quieres la verdad? —asiente. Tomo una gran bocanada de aire con los ojos cerrados, al abrirlos estoy listo, no para ser parte del incendio, sino para aprender a no quemarme en él. —No sé si es mi propio masoquismo o qué, —dejo que mis manos divaguen a lo largo de su mentón. —pero me parece más romántico que me grites que soy jodidamente increíble a que me digas mi amor, a secas.
—Masoquista, sin dudas. —afirma sonriente.
Me acerco tentativamente a sus labios.
—Idiota romántico, sin falta. —murmuro, aleteando sobre su boca.
—Podré ser idiota o príncipe, todo lo que quieras. ¿Pero sabes qué?
—¿Qué? ¿Vas a decirme que eres el mejor? ¿Él más original? ¿O será el más adinerado?
—Nada de eso. —roba un casto suspiro de mis labios y regresa a su posición anterior, saboreando el sabor de esa unión momentánea. —Soy un príncipe azul, un idiota romántico, pero soy solo tuyo. ¿Entendiste? Solo tú Daniel.
—No, Ryu, mío no. Nuestro...
Y antes de que me recrimine le beso. Lo beso porque, aunque ese sentimiento de posesión nazca, he de alejarlo. No es mío, es suyo, y decidió estar aquí, a mi lado.
Nos pertenecemos a nosotros, dos aves... No. Dos dragones, sedientos de un mismo fuego que se escupe cuando nuestros cuerpos se juntan, nuestras almas se fusionan, y los latidos de dos corazones separados se sincronizan, tocando la misma pieza llena de amor.
Daniel
Tuve ansiedad con el final del primer mes.
Al segundo podía entender la idea con una madurez mayor, pero, seguían sintiendo incomodidad al hablar de lo que sería ahora.
Padre.
Ni el destino, ni yo, me había preparado para esto. ¡No estaba listo! ¡No todavía!
Con la llegada del cuarto y quinto mes, mis emociones, perfectamente escondidas debajo de un velo oscuro, rasgaron la tela y florecieron a tope, mostrándose en momentos absurdos, con bajones y subidas emocionales, que poco, o nada, ayudaban a los que me rodeaban a tratar conmigo racionalmente.
Ya no temía ser padre, mi temor se basaba en fracasar a la hora de ser uno.
El sexto, séptimo y octavo mes, abarcaron una etapa de las más duras. Ryu apenas y dormía, todo por mí culpa; no conciliaba el sueño con normalidad, me costaba cerrar los ojos y no ver otra cosa que no fuera una visión realista de mi madre y sus golpes. La escuchaba gritar en medio del silencio, oía su voz romper mi mente, arañando con sus uñas de un rojo imposible la piel pálida de mis mejillas.
Mamá.
Una vez, dos, siempre...
¿Por qué tenía que ser ella? ¿Por qué justo ahora que estaba empezando a ver algo más en mí que el parecido horripilante que compartíamos?
—Daniel.
Reacciono con el llamado suave de su voz, quitando mi atención de la ventana llena de gotitas traviesas, cuya diversión se basaba en carreras precipitadas a un final eterno.
Ryu acaricia una de mis mejillas y sonríe.
—Llegamos.
Asiento despacio, monótonamente, perdiéndome en el paisaje más allá de sus ojos. Árboles, alumnos y algunos profesores, forman parte de una hermosa escena de bienvenida, de comienzo.
Inhalo profundo y exhalo, soltando una minúscula parte de mis inseguridades. Hay rostros conocidos entre la multitud, y unos más que son totalmente ajenos a lo que conozco; entre tanta bulla y alboroto, topo con tres personajes que no demoran en levantarse del cofre de una camioneta blanca, tardando un par de segundos en asimilar nuestra llegada, para luego correr sin frenos en nuestra dirección.
Kian es todo un atleta, pero, por vez primera, queda en segundo lugar, incapaz de seguir el paso precipitado de su novia.
Es lo único que faltaba, con su sonrisa, su energía contagiosa, lo que quedaba de mí oscuridad se disipa con el aire. Aquí no es necesario dar explicaciones, no soy el chico que debe prepararse para ser papá, ni siquiera debo pensar en ello, aquí, únicamente soy Daniel, un estudiante como ellos, como todos.
Abro la puerta por iniciativa propia y también corro, encontrándome en un cálido encuentro con Tivye, la chica que peleó con uñas y dientes para ser la madrina de nuestra hija, mía y de Ryu.
Se ríe al tenerme entre sus brazos, y, en contra de todo pronóstico me eleva y gira varias veces conmigo, desatando una sensación de nauseas en mi interior.
—Tivye... Basta. —pido. —No quiero devolver el desayuno.
—¡Nuestro dibujante volvió! —Zaegan estalla, alzando, lo que creo son pompones imaginarios, iguales a las de las porristas en las series norteamericanas de preparatoria. —¡No sabes cuanto nos alegra tenerte de regreso, bebé!
—En eso hay que darle la razón a Zaegan. — Tivye se acomoda las pulseras llenas de pinchos y codea al modelo. —De verdad nos alegra demasiado tenerte de regreso aquí.
—El mensaje es lindo. —Ryu fulmina de reojo a Zegan, quien apenas y le presta atención. —Pero, creo que pudo quitar el "bebé".
—Oh vamos, chico celoso. No es bueno. ¿Qué seguirá? ¿Celar a tu futura hija? —Tivye golpea ligeramente el hombro de su profesor y este se tensa. —Ten por seguro que, apenas esa criatura bendita nazca, Zaegan va a pasar de profesar amor a Daniel a ser el fiel devoto de ella.
Ryu gruñe, Tivye estalla en carcajadas y yo paso a estar libre a quedar apresado en los brazos de su amado novio, y mi apreciado mejor amigo.
—¡Daniel! ¡Daniel! Que bueno que estás aquí. Te extrañé mucho.
—Yo también te extrañé, Kian. ¡Kian! ¡Estás sudado!
El chico estalla también, y al momento todo es risa, todo está perfectamente bien.
Kian sigue limpiándose las lágrimas cuando me deja libre.
—Nunca cambias. —revuelve mi cabello. —Y espero nunca lo hagas. Me gusta mucho este Daniel, molesto y quejumbroso por mi sudor.
—¡Kian! —le recrimino, y de nuevo, vuelven a reír.
Daniel
No sé que estoy listo hasta que lo hago.
Doy el paso definitivo y no muero en el intento.
¿Debería decir "fiuf"?
Me detengo en la entrada. Al otro lado de la puerta de cristal, que marca el final del área verde y el comienzo del edificio dispuesto para la carrera de artes, en el umbral, esperando y deseándome suerte, Ryu y los otros tres me miran con algo parecido al orgullo y las lágrimas que brotan por felicidad.
Sé que, de haber querido, la comitiva me acompañaría hasta mi primera clase, y luego a la segunda, a una tercera, y así sucesivamente, sin embargo, ellos tienen sus propios asuntos y yo debo aprender a regresar a los míos.
Solo. Y no tan olvidado a la vez, ellos estarán para mí, y con eso me basta.
Les sonrío una última vez, la mirada de Ryu luce algo preocupada, más su confianza es absoluta, asiente y con ello me lo confirma una vez más.
Confía en mí.
Imito su gesto, sostengo la mochila por las correas y afronto de una buena vez lo que viene, un escenario de estudiantes nuevos y algunos rostros conocidos, paso en silencio a través de ellos, sin prisa, sin prestarles demasiada atención. El camino resulta sofocante, y, aún así, de alguna manera logro llegar a la primera clase, la que más me gusta también.
—¿En qué momento mis estudiantes pasaron de ser personas a cotorras? —la profesora Rosse aparece, bolso y café en mano, interrumpiendo y callando el ruido de las pláticas en el aula. —Buenos días jóvenes, jovencitas, y... —su rostro se pone blanco al detenerse en mí. Avienta sus objetos sobre el escritorio al fondo, incluso los lentes de sol terminan abandonados cuando su dueña le encuentra más relevancia a un viejo estudiante retornado que a lo costoso de sus preciadas gafas. —¡Daniel! Que bueno verte. —Me estrecha contra ella, y al darse cuenta retrocede apenada. —Lo siento, debí preguntar antes...
—Está bien. —le digo, y es verdad. Gracias a Ram el contacto con las demás personas ya no se me hace un sufrimiento, aunque, si se trata de desconocidos, la sensación permanece pegada a mi piel. Pero Rosse, es Rosse. —Yo también quiero abrazarla.
Con ese comienzo, el mundo vuelve a tener algo de brillo.
—¡¿Qué ven señores?! —pregunta Rosse al regresar a su puesto. —Pero si el chisme es más vital que el oxígeno mismo. ¿Ah? Rápido todos, pongámonos de una buena vez a trabajar. Llevamos dos años en lo mismo, no me digan que el primer día esperaban una presentación. —agrega, al ver las caras del resto. —Saben que hacer mis chicos, retomen lo que quedó inconcluso durante nuestro último encuentro, mañana empezaremos con algo nuevo. Ahora. ¡Todos a trabajar!
Nadie le reclama dos veces. En cinco minutos ya hay bocetos, pinturas y pláticas naciendo con normalidad.
Sonrío, es bueno estar de regreso.
Ryu
—Va a estar bien.
Dejo las partituras de lado, centrándome en Tivye, cuyos ojos no han dejado de acompasar sus movimientos en la guitarra eléctrica, llena de calcomanías y estampillas de flores.
—Sé que estará bien. —digo, inquieto en el fondo. —No es él el que me preocupa.
Tivye detiene su melodía y alza la cabeza.
—¿Entonces? Escúpelo ya Leprince. ¿Qué carajos pasa ahora?
El resto de alumnos voltea en nuestra dirección, pendientes por mi respuesta, o tal vez, sorprendidos por el modo tan confianzudo e irrespetuoso de una alumna al dirigirse a su profesor.
Pero, ¿quién la culparía al final? Es Tivye después de todo.
Sobo el puente de mi nariz, si sigo sus malas enseñanzas de maldecir a cada rato terminaré siendo más pandillero que príncipe, según el mismo Daniel.
—Van del Bane. Eso pasa. —le respondo, evitando colar el rastro de hostilidad a través de mis palabras.
Por la fuerza que aplica sobre una de las cuerdas, termina rompiéndola. Un escalofrío pasa por mi cuerpo, sintiendo que esa cuerda bien podría haber sido mi cabeza, y ella la destruiría con la misma facilidad.
Sea Serius o Tivye, ambas tienen auras asesinas dignas para actuar en el cine del terror.
Tarda en hablar, y cuando lo hace, su voz disminuye varios tonos. Ni siquiera un susurro sería tan silencioso.
—¿Aún no lo capturas? —cuestiona frunciendo el ceño.
—¿Por qué preguntas lo obvio?
—¿Él lo sabe? —pregunta, y sé que dependerá mi respuesta si vivo o termino a tres metros bajo tierra.
—Sí. Daniel lo sabe. ¿Crees que le dejaría en ese lugar sin que supiera de antemano que ese bastardo permanece libre?
—¿Y aún así aceptó volver?
—Lo hizo. Daniel no es débil Tivye.
—No digo que lo sea, pero Mateo tampoco es un pan de Dios. Él es del tipo de personas que, si quiere algo no va a calmarse hasta obtenerlo, tenga que usar los métodos que sean. Está loco Ryu, y eso es poco. ¡Demente! Su mente retorcida nada más piensa en qué agujero va a ensartar su pene para autosatisfacerse. Deberías ir a verlo, conozco poco a Daniel en comparación a ti, pero creo que ambos sabemos lo mucho que aguanta con tal de no alarmarnos, si nos necesita no lo dirá hasta que explote, y para entonces será tarde. Ve imbécil, él te necesita. Ve o voy a estamparte lo que queda de mi guitarra en la cabezota. —amenaza, elevando el instrumento con una pose llena de energía malévola.
—¿Tú también sientes que algo malo va a pasar? —digo. Más consciente de la sensación oscura dentro de mi pecho, dentro de mi cabeza.
—Sí. —busca entre sus cosas, saca una nueva cuerda y comienza a montarla. —Con Mateo no hay flores, y mucho menos colores, Ryu. Lo sabes. Va a pasar algo. No me lo dice un sexto sentido, me lo dice mi experiencia.
Incondicionalmente, le creo. Espero un par de minutos más hasta que el timbre suena, la sala se vacía de poco a poco, y el módulo entrante queda libre. Ella se va, dejándome una última advertencia tallada en aquellos ojos demoniacos y amables a la vez.
Me dice que hacer, y sé que tengo que hacerlo.
Cierro el aula y corro, al final del día, ni su experiencia ni mi intuición han fallado nunca.
Daniel
—Por favor... —ruego entre lágrimas. Atado al suelo por cadenas inexistentes y el peso brutal de un cuerpo más musculoso que antes. —Por favor pare. ¡Basta! ¡NO QUIERO! ¡NO! ¡AYUDA POR FAVOR! ¡ALGUI...!
Me atraganto al tener un pañuelo para limpiar pinceles, hecho una perfecta bola, dentro de mi boca, ahogando mis gritos, ahogando mis ruegos.
¡¿Por qué?! ¡¿Por qué así?! ¡¿Por qué de nuevo?!
¿Por qué nadie me ayuda?
Hay estudiantes al otro lado de la pared, los escucho charlar animadamente, mi clase, mis compañeros... Aquellos que me sonrieron en la segunda clase, ahí está la chica que me animó en el tercer módulo, y el joven que se acercó a felicitarme. Deben de estar buscando asiento entre los muchos que hay disponibles, se supone que yo igual debo estar a su lado, hablando, sonriendo, disfrutando.
Están ellos.
Están las almas solitarias que pasan por el pasillo, y que van tarde a clase, ignorando inocentemente, o a propósito, la escena impropia dentro del aula cerrada por ventanales un poco altos, pero no por ello imposibles de ver, a través de ello, el interior.
Están los profesores.
Están todos.
¿Entonces por qué siento que vuelvo a estar solo?
Ryu me pidió, no, me rogó que no volviera, que durante los meses que estuve fuera Mateo tuvo incapacidad debido a que se volvió a someter a más cirugías, y, por ende, no hubo forma de tener pruebas, de tenerlo preso. Y yo quería estar ahí, deseaba sentir de nuevo la compañía de más artistas, nutrirme de ellos, y no le hice caso.
¡Maldito Daniel!
¡Maldito!
¡Maldición!
No...
Los besos desesperados, las caricias obscenas que recorren mi piel dejan de tener peso.
No.
Está mal.
Pero no soy yo el que lo está. Yo no tendría por qué preocuparme de volver a clases. ¡NO SOY EL EQUIVOCADO!
Las palabras de Ram vuelven a mí.
"—No eres el culpable. Eres la víctima."
Sí. Yo no quise ser violado, ni una vez, ni dos. ¡Yo no quiero esto! ¡Yo solo buscaba pintar! Y debería poder hacerlo sin miedo.
Él está mal. Lo observo devorando mis pezones con un hambre enferma que me causa náuseas.
Víctima.
Culpa.
"—No es tu culpa."
Muerde y el dolor es insoportable, avanza y lo pateo buscando que se detenga. No hay frenos que logren pausar el deseo de un inestable, de un abusador. La ropa me abandona, hace frío allí dentro, el suelo es la viva representación de un hielo, y él la imagen misma de un demonio.
No, error. El verdadero demonio es la persona que acaba de entrar azotando y destrozando la puerta, tomando lo primero que ve, una butaca perfectamente acomodada delante de su paso, que servía, hasta hace poco, para atrancar la llegada de cualquiera; la eleva con furia, y sin piedad la lanza a la cabeza de Mateo, quien tardó en levantarse, sorprendido por la llegada inesperada de Zaegan.
Zaegan.
Mateo logra atrapar el objeto sin mucho esfuerzo, pero el tiempo de despiste basta para que Zaegan me rodee protectoramente con su cuerpo, dejando caer la bata de modelo que usa sobre su habitual traje dorado. Quita la mordaza de mi boca y grita, grita con fuerza, grita dependiendo de ello.
—Gra... ¡Zaegan! —exclamo al ver a Mateo derribarlo como si no fuera más que un niño. El traje dorado se rasga, su tez morena se expone y es llenada por miles de besos, chupetones. Me congelo. —Para.
No se detiene.
No obedece.
Aprieto mis puños, cierro la correa de seda alrededor de mi cintura y me lanzo contra Mateo.
—¡He dicho que pares! ¡Déjalo!
—Vete. —Zaegan forcejea debajo, peleando con su fuerza restante contra los músculos que ya no se ven tan inútiles, tan de plástico. —¡Daniel! ¡Vete! ¡Lárgate carajo!
—¡Profesor! —hay un grito, hay bulla, fotos, flashes, celulares y grabaciones.
Un show.
Un espectáculo.
¿Eso es lo que la gente ve en nosotros?
Los ventanales están llenos de rostros, y los profesores se asoman con temor y sombro, pero hasta ahí, ninguno mete una mano, no mueven un dedo, no hacen nada.
Comprendo. Aunque gritamos por ayuda no piensan auxiliarnos.
Nadie...
En este mundo de mierda, las víctimas no tenemos a nadie.
Seco las lágrimas que escurren, y vuelvo a atacar. Golpeo sin saber qué, rasguño sin entender cómo, y descargo mi furia, mi ira, mi impotencia.
En este mundo de mierda, las víctimas no tenemos a nadie, más que el compañerismo de otras víctimas.
No tenemos más que a nosotros mismos.
—¡Idiota! —Zaegan gruñe contra la boca demandante de Mateo, pero el insulto es, sin duda, dirigido a mí. —Vete, vete.
—No voy a dejarte.
Y no lo hago.
Recibo un puñetazo y el mundo gira, cuando me estabilizo hay sangre manchando la bata café de Zaegan, hay sangre escurriendo de mi rostro y sangre llenando la pared contraria a la entrada.
Un puño se estampó limpiamente en mi nariz, y por ese puño, tres más llegaron directos a Mateo.
Y, aunque es la primera vez que veo a Ryu usar violencia para resolver algo, pareciera ser que no es su primera vez golpeando a alguien, la mandíbula rota de Mateo confirma que el puño estuvo guiado con maestría.
—Serius. —llama. Su prima aparece detrás de él, o quizá, siempre estuvo ahí y apenas me di cuenta de ello. Ella le entrega un pañuelo negro y él limpia la sangre que ensucia su puño, camina directo a mí, y Serius se inclina a auxiliar a Zaegan, entregándole la protección discreta de su abrigo.
Un gruñido de ella y la multitud se aparta.
—Daniel...
—Estoy bien. —acepto mi camisa, me quito la bata y su gruñido alto es inevitable de ignorar. Sigo a sus ojos, topándome con marcas de dientes en mi pecho, en mis hombros, en SU zona. suspiro y me acerco, acurrucándome como un permiso silencioso de que lo haga, porque es más que obvio que desea hacerlo. —Adelante, mientras estés molesto no podrás actuar racionalmente, bórralos.
Primero se frota contra mi cuello, inhalando y exhalando, Serius se acerca en ese lapso y yo le entrego la bata, incapaz de moverme y dejar a Ryu matar a Mateo a modo de condena.
Sus dientes son amables, son lo que quiero.
Él es lo único que quiero.
Una marca y un beso.
No está satisfecho, pero al menos sus ojos ya no dejan a la palabra muerte tallarse en ellos.
Termino de vestirme, él me espera con una falsa calma en su rostro. Al levantarnos gira hacía Zaegan y asiente despacio.
—Gracias.
—También me importa. Es mi amigo, aunque te pongas celoso. —Zaegan se frota la nariz y habla seriamente. —Todo el mundo grabó mi casi violación, así que, he de suponer que esas pruebas bastan para que ese desgraciado medio muerto de allá termine en la cárcel.
—La sentencia mínima posiblemente sea la muerte. —Serius revisa los celulares de los que grabaron, pidiéndoles que le envíen el archivo de inmediato. Hay silencio y pena en aquellos espectadores que no se metieron, que no socorrieron a quiénes lo necesitaban. —Una vez que se sepa quién es el juzgado, habrá muchos testigos, y con estas pruebas, el juez dejará de desacreditar los testimonios como si fueran historias inventadas. Por cierto, la policía y la ambulancia están en camino. —Serius termina de recopilar las pruebas que necesita y vuelve a hacer un gesto, despachando a la multitud. —Llevaré a Zaegan a hacerse las pruebas, para tener el material como respaldo de un intento de violación en el juicio. Deberíamos procesar a Daniel también, pero es primordial que lo lleves antes con ella, la situación se puso crítica y lo sabes fratello.
—¿Qué se puso crítico? ¿Con quién me tienes que llevar? —cuestiono encarando a Ryu, cuya piel está más pálida que la mía.
—Mon coeur, escucha hay... Ocurrió algo, por eso tardé en llegar, y por eso Serius vino aquí.
—¿Qué...? ¿Qué pasó?
—La fuente de Becky se rompió, entró a trabajo de parto y al parecer se complicó demasiado debido a que es un nacimiento prematuro. —el miedo que sentí al estar debajo de Mateo no se compara al que recorre mi cuerpo tras escuchar la noticia.
—Eso significa que...
Ryu se llena de sombras, su voz va menguando, rompiéndose, al mismo tiempo que sus ojos, esos hermosos agujeros de oscuridad se fragmentan, desbordando agua salada.
—No hay nada seguro, pero existe una posibilidad demasiado alta de que ella pueda morir y perder al bebé.
Es demasiado, el mundo que estaba recomponiendo se llena de grietas y, de un momento a otro, explota, disolviéndose en cenizas causadas por el fuego, que, supuestamente, un dragón debería poder soportar.
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