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Capítulo 3

El ruido de las botas contra el suelo de madera reverberaba por todo el pasillo a la par que me apresuraba hasta el salón. La academia militar del este, o al menos la cabaña que usaba para en ella en este momento, no era lo suficientemente grande como para que me costase mucho alcanzar al resto de los reclutas en el salón más alejado de la segunda planta. Luchando por recoger mi cabello en una cola baja mientras las gotas de agua manchaban mi pullover blanco. Había tenido que pasar por mi casa a por ropa limpia en cuanto puse un pie en el refugio, temerosa de que alguien pudiese notar el desastre que llevaba encima. Un baño rápido en las regaderas del clan antes de arrastrar mi trasero a toda velocidad hacia la lección de hoy. Apenas un par de metros me separaban del murmullo de voces que eran acalladas por los violentos regaños del entrenador congelando mi alma ante la expectativa de lo que me esperaba.

-Y entonces mueres-bramó una voz seguida de un sonoro golpe sobre alguna mesa. -¿Crees que puedes sobrevivir mucho con esa patética manera de pensar?

La imponente figura del Sargento Garret se elevaba desafiantemente sobre uno de los escritorios de la primera fila donde un tembloroso recluta luchaba por no morir en el intento de responder. El cuerpo musculoso del entrenador portando el uniforme de la milicia del enclave dejaba relucir los emblemas de merito junto a su cuello, pequeños bordados que lo marcaban como sobreviviente de mas batallas de las que podríamos contar y si seguías la mirada hasta su mandíbula entonces te aterrorizarías con la cicatriz. Un surco enorme de carne maltrecha que cruzaba su cara más allá del ojo izquierdo y por encima de su cabeza desprovista de pelo. La visión de su expresión enojada bajo aquel panorama podría hacer que el mas valiente de los soldados se encogiese de pavor.

-La muerte es lo único que te espera-rugió una vez más.

Dio la espalda, llevando aquel enorme cuerpo desprovisto de una pierna hacia la plazoleta de madera que se alzaba en la parte frontal del salón. Sus manos apuntando con violencia hacia el mapa que colgaba en la pared con el trazo de las batallas que el este había librado.

-Más allá de este enclave todo se esforzará por matarte.

Con sumo cuidado desplacé mi cuerpo al interior de la habitación, reptando entre las mesas lo mas silenciosamente posible mientras el eco de sus rugidos removía el salón. Alguna que otra mirada me atrapó en mi hazaña, los ojos burlones de Max Cullehan llenos de diversión cuando al pasar por su lado casi tropiezo con su escritorio; pero mis reflejos se habían adaptado a mi ineptitud impidiéndome fracasar. Llegue a duras penas hasta mi sitio, en la fila del centro, sentándome con rapidez antes de que el cuchillo saliese volando en mi dirección y se encajase en la mesa frente a mí haciéndome saltar.

-Recluta Pierce.

La hoja había fallado por muy poco, casi acertando en el lugar donde mi mano reposaba completamente quieta. Me faltaba hasta la respiración ante el hecho de notar lo cerca que había estado de perder uno de mis dedos.

-¿Si, Señor? -casi susurré escuchando un par de risas a mi alrededor.

-La sangre no pesa mas que el filo de una espada.

-No, señor-me apresuré a decir.

Su cojear vacilante lo llevó lentamente a mi dirección y observé petrificada como una de aquellas callosas manos agarraba la guarda del cuchillo para desencajarlo de la madera con suma facilidad.

-La próxima vez no fallaré. -amenazó por lo bajo a lo que solo asentí.

Guardó el cuchillo en su sitio allí en el antebrazo mientras se volteaba para encarar al salón.

-Disciplina, Fuerza, Lealtad...

-Valor-dijimos a coro ganándonos una mirada firme.

-Miren a su alrededor-prosiguió con dureza - Están aquí, en este momento, porque han decidido ser la ultima esperanza de la humanidad. La única línea de defensa entre nuestra gente y la oscuridad que nos asecha.

El silencio envolviéndonos con solemnidad mientras nos observábamos los unos a los otros dentro del enorme salón. Doscientos jóvenes uniformados que asentían sin miedo por haber aceptado su destino.

-Puede que hayan llegado hasta aquí con esas lamentables actitudes, pero déjenme decirles eso solo los matará. Cada día que pasa las bestias se acercan más. -habló elevando la voz- Cada día que pasan sin dar lo mejor de sí mismos es otro día donde ponen en peligro a sus familias, a sus amigos, a todos los que dependen de ustedes.

Su voz resonando en las paredes como un canto que nos preparaba para la batalla.

-Recuerden que la magia que corre por nuestras venas no es solo un regalo; es una responsabilidad. Cada hechizo que aprenderán, cada golpe que asestarán, cada caída que superarán es solo un paso mas hacia la victoria. Porque no se trata solo de ustedes, se trata de todos nosotros.

Encarándonos con firmeza elevó el mentón, su rostro demacrado lleno de un ansia de guerra mas fuerte del que ninguno hubiese visto. Un hombre cargando en sus hombros el destino del mundo.

-¡Es hora de levantarse y demostrar de lo que están hechos! -aclamó haciéndonos ponernos de pie- ¡Es hora de luchar con todo lo que tienen! Porque cuando el momento llegue, y lo hará, no habrá tiempo para arrepentimientos. ¿Están listos para convertirse en los guerreros que la humanidad necesita?

-Señor, si, señor. -dijimos a coro.

-No los escucho, reclutas.

-¡Señor, sí, señor!

-Y cuando llegue la hora de la batalla.

-¡Luchando moriremos!

Con los puños sobre el pecho saludamos marcialmente, el aire cargado de energía por las ansias contenidas mientras la magia crepitaba sobre mi piel. Los deseos más profundos provocando que muchos no fuesen capaces de controlar sus propias habilidades llenando el salón de un aura imponente.

Desde el fondo del salón unos aplausos desviaron nuestras miradas. Sobre mi hombro divisé la puerta a mi derecha donde dos personas yacían expectantes. Entre ellas la enorme figura de un cazador uniformado se adentraba a pasos lentos en la habitación, para nada intimidado por las miradas de los reclutas que lo escudriñaban de arriba abajo. Aunque me hubiese sorprendido si algo tan trivial como eso perturbaba a mi hermano.

Jason sonreía ampliamente, aquellos hoyuelos plantándose en sus mejillas y logrando algún que otro sonrojo a su alrededor que me hizo revirar la mirada. Con el cabello negro trenzado hacia la parte de atrás de su cabeza dejando a la vista su cuello y las marcas de sus ekos bajo el uniforme. Algunos de los reclutas lo admiraban sorprendidos, codeando a sus compañeros para dirigir miradas fugases a la espada en la guarda de su cintura. El metal refulgiendo levemente como si tuviese conciencia de la atención que atraía sobre sí.

-Extrañaba bastante estos discursos motivacionales por su parte, Sargento.

-Capitán -le saludó el entrenador con un asentimiento.

-Perdón por la intromisión, pero necesitamos empezar con el reclutamiento.

-Pensé que el General sería el encargado de venir.

Parados uno frente al otro las diferencias de sus estaturas eran notables, pues, incluso cojo y algo encorvado, el sargento sobresalía una cabeza por encima de mi hermano, quien de por si era bastante alto. Ambos nos encararon analizando la habitación, nadie se atrevió a sentarse; aguardamos en silencio a la orden como se suponía que debíamos hacer.

-Me encomendó a mi esta tarea-respondió mi hermano encogiéndose de hombros y posando su mirada ligeramente en mí. -Así que ¿Por qué no acabamos rápido con esto?

El Sargento se colocó a un lado dejándole el centro de la plazoleta para si mismo. Mi hermano nos observó a todos un par de segundos más con esa mirada digna de alguien que estuvo en el frente, valorando quizás cuantos de nosotros éramos dignos.

-Mi nombre es Jason Alexander Pierce, Primer Capitán de la división de los cazadores y Cabeza del escuadrón 482 de la Legión. -Se presentó, aunque era poco probable que alguno de nosotros no lo conociese, pues los rumores de sus hazañas se esparcían rápidamente por todos los sectores. -A sus espaldas La Capitana de la división de los Exploradores, Ximena Loan.

Algunos la observamos, portando el clásico uniforme de los exploradores con listas blancas, pero la clara distinción de su rango como diferencia del resto de los exploradores que había visto. Una estrella de cuatro puntas con un par de alas bordada en el cuello de la camisa.

-Y estoy seguro de que ya estaréis cansados de verle la cara al Sargento quien se ha encargado de prepararlos para este momento, por lo cual no creo que necesite mas presentaciones.

El sargento le propinó un bufido cruzándose de brazos con prepotencia a lo cual mi hermano solo sonrió con inocencia.

-El día de hoy su reclutamiento se lleva a cabo-continuó Jason hacia nosotros- Las tres ramas de la milicia se encargarán de recibirlos y prepararlos para los días venideros; en los que algunos tendrán mas suertes que otros, pero en los que todos trabajarán para el mismo bien. Proteger a la humanidad.

-Deberán escoger-informó la capitana de los exploradores- Como cada año, los reclutas deberán elegir la rama a la que quisieran aplicar.

-La milicia-habló el Sargento-Las fuerzas que protegen los enclaves contra los ataques y ayudan a fortalecer los enclaves.

-Los exploradores-continuó la Capitana- Los ojos e informantes del clan ante cualquier amenaza o peligro.

-O los cazadores-terminó mi hermano atrayendo una oleada de silencio sobre el- Aquellos que nos preparamos para luchar por la humanidad contra aquello que nos amenace.

Uno a uno fueron captando nuestra atención dejando que los analizásemos, pues la decisión que tomásemos cambiaría nuestras vidas para siempre. Los murmullos indecisos de mis compañeros no se hicieron esperar, algunos con entusiasmo y ansias de combate, otros con miedo sabiendo lo que les esperaría. Entre todas las opciones aquella que era la mas deseada se hacia evidente. Pocos se resistirían a si mismos a imaginarse con el uniforme negro de los cazadores, portando la piel escamada de las bestias y especializándose en algunas de sus divisiones, pero el riesgo les hacia dudar, temblando hasta los huesos por las pocas posibilidades que había de convertirse en uno.

-A diferencia de la milicia-dijo el sargento- Quien aceptará a cada recluta y lo entrenará luego del reclutamiento, las distintas alas del clan les ofrecen un periodo de preselección donde deberán probarse a sí mismos para lograr ingresar. Aquellos que sobrevivan al fracaso podrán ingresar a la milicia, mas no podrán presentarse de nuevo dentro de las otras alas. ¿Queda claro?

-Si, señor.

Su firme asentimiento dio paso a unas fuertes palmadas por parte de la capitana, atrayendo una vez mas las miradas sobre sí.

-Aquellos reclutas que aspiren a ser exploradores síganme. No acepto demoras.

No esperó a tener respuesta, la mujer dio media vuelta y emprendió la marcha dejando a algunos muy confundidos reclutas que se observaban con idiotez antes de que alguno se diese cuenta de que debería salir corriendo. El sonido de las sillas al ser empujadas y los pasos acelerados no se hicieron esperar mientras mis compañeros batallaban por salir del salón. Me jugaba una mano a que no la encontrarían fácilmente si debían alcanzarla, pues pocas personas realmente podían igualar la velocidad de un explorador.

Apenas pocos minutos después un tercio de nosotros había abandonado la estancia dejando el murmullo de sus gritos que reverberaba en ecos por el pasillo. El resto nos encogimos de hombros mirando a los dos militares frente a nosotros. El Sargento nos observaba, analizando con cautela las opciones que quedarían bajo su instrucción. Un suspiro pesado abandonó sus labios mientras negaba y bajaba a pasos lentos de la plazoleta.

-Estos jóvenes de hoy en día se piensan que la guerra se gana con prisas- se quejó mas para si mismo que para nosotros. - aquellos que tengan en sus planes unirse a la milicia muevan sus patéticos traseros y síganme.

Varios de mis compañeros se movieron, algunos dudaron, más fueron cobrando algo de conciencia antes de seguir al sargento. Su demacrada figura se volteo una ultima vez para ver a aquellos que permanecimos de pie en nuestros sitios, algo mas allá de la tristeza reflejándose en sus ojos.

-La humanidad necesita héroes-mustió -espero que muchos de ustedes logren serlo.

Se escuchó el murmullo de sus pasos mientras se alejaban junto a la voz del Sargento Garret quien parecía regañarles. El resto del salón permaneció en silencio. Quise mirar alrededor esperando ver caras conocidas entre aquellos que se quedaban a mi lado, pero no pude apartar la vista de mi hermano al notar que el me observaba fijamente.

-¿Nadie más? -preguntó mirándome a los ojos.

La sombra de la esperanza surcando su rostro en una suplica que no podía concederle. Pues mi decisión, al igual que la suya, ya estaba tomada. Cerró los ojos en asentimiento antes de soltar una leve sonrisa y volverse para observar a los reclutas.

-Son mas de los que esperaba.

Empezó a moverse rumbo a la puerta, sin darnos la orden de seguirle. Simplemente escuchamos sus pasos con la vista al frente hasta que se detuvo en el pasillo.

-Ser un cazador no es algo que se le conceda a cualquiera. Algunos morirán intentándolo, los más suertudos simplemente fallarán, pero aquellos que lo logren se volverán historia. -el sonido de su voz tensándonos a todos- No hay nada mas que muerte en este camino, al inicio y al final, como un compañero de baile del que nunca se podrán despegar. Si aun quieren ser cazadores solo tienen que salir de este salón.

Intercambiamos un par de miradas confusas. Pude ver dos filas detrás de mi que Max y Lyla Cullehan se habían quedado, ambos observando alrededor esperando ver la trampa igual que yo. Jason solo sonreía, una amplia y confiada sonrisa mientras escondía sus manos en su espalda sin preocupación.

-Aquellos que no lo logren aun pueden ser parte de la milicia. -respondió a una pregunta que nadie hizo-Los espero en el campo.

Nadie se movió. Le vimos marchar y escuchamos sus pasos desaparecer sin mediar palabra. Alguna que otra respiración forzada se hizo notar antes de que alguno se dispusiese a seguirlo.

-¿Qué mierda...?

Pero nadie pudo.

Mis pies se negaban a moverse. El aire, volviéndose denso, empezó a cargarse de una energía tan pesada que cada bello de mi piel se erizó ante el contacto. El miedo llenando la habitación cuando mas de uno comprobó que sus cuerpos estaban petrificados en su posición haciendo imposible el salir de la estancia.

Nos habían atrapado.

-¿Qué sucede? -chilló una voz aterrada.

Algunos forzaban sus manos a mover sus pies logrando resultados inútiles y mientras con cada segundo que pasaba el aire se volvía mas y mas pesado. Mi pecho se oprimía frente la dificultad de respirar, completamente aterrada ante aquella molesta sensación que crecía cada vez más en mi interior. Impotencia...

-No puedo...n..no...pued....

La falta de aire amoratando a varios reclutas que hacían lo posible por conseguir aunque fuese un poco a grandes bocanadas. Los mas cercanos a ellos cayendo en el miedo ante lo que podría sucederles también.

-Por todos los cielos...

-¡Que alguien haga algo!

Vi a mis compañeros pelear contra aquella opresión, llenándose de pavor sin poder hacer nada. La chica dos mesas por delante de mi cayó al suelo, su cuerpo temblando en espasmos mientras luchaba por sobrevivir contra ese enemigo invisible. Como ella otros no tardaron en seguirla, sucumbiendo ante los gritos de aquellos que observábamos.

Mi mente corría a toda velocidad buscando soluciones a la par que intentaba dar pequeñas bocanadas de aire. Respira lento, piensa rápido; era el mantra que me repetía al buscar una solución.

-No puedo...

Entonces uno de mis compañeros se sentó. Se dejó caer sobre su puesto y el alivio en su rostro fue instantáneo. La sorpresa fue tan gratuita que muchos le imitaron consiguiendo el mismo resultado.

-Estoy bien...-murmuraba incrédulo, mas su rostro se contrajo en incertidumbre al intentar levantarse y darse cuenta que estaba pegado al asiento. -No, no, no, no.

Sentarse era equivalente a la derrota. Aquellos que no se rindiesen simplemente acabarían como los cuerpos en el suelo. Empezaba a sentir que mi vista se nublaba ante la abrumante sensación. Negué tratando de despejarme y luché buscando una solución.

Y en ese momento Max Cullehan avanzó por el medio de la habitación. Caminaba con firmeza, dando pasos despreocupados mientras tendía una mano a su hermana. Lyla sonreía con suficiencia al caminar hacia él. Sus ojos oscuros levemente iluminados ante su ansia de victoria. Fueron los primeros en abandonar el salón ante la estupefacción de todos los que observábamos sin entender.

¿Cómo lo habían hecho?

Tendrían que haber descubierto algo, algo que se escapaba de mí. Si tan solo hubiese podido pensar con claridad y no estuviese nublada por toda esa magia que me rodeaba.

Otro de mis compañeros avanzó. Logró despegar sus pies del suelo con la realización en su mirada ante su pequeño logro. Aquella sonrisa amplia al dirigir sus pasos a la salida. Uno a uno lo fueron consiguiendo. Los vi marchar a pasos lentos como si entre ellos compartiesen un secreto que se negasen a confesar. La frustración desbordándome al negarme a sentarme de vuelta en mi asiento.

Iba a ser una cazadora, maldición. ¿Qué demonios me estaba perdiendo?

Golpeé con fuerza la mesa frente a mí, dejando que mis emociones me nublasen ante la asfixia que estaba apretándome y entonces lo sentí.

Cuando las llamas fluctuaron en mis dedos la presión se desvaneció momentáneamente. Lo que sea que fuera esa magia se apartó del camino permitiéndome respirar . Miré mis manos, sorprendida, mis dedos mas allá de los vendajes como si fuesen la cosa más increíble del planeta y traté de dejarla fluir una vez más. Sentí su tirón en la columna, su roce cubriendo mi piel como un manto que se extendía para envolverme. Llegando a cada parte de mi cuerpo protegiéndolo de aquel martirio. Solo entonces mi pie se movió. Observé atónita como mis pasos me llevaban a un lado de la mesa. Al fin la victoria dentro de esa absurda batalla y quise hablar para ayudar al resto.

Fue en ese momento que vi sus caras, el miedo, el enojo, la frustración, la derrota. Se dejaban abatir por algo tan pequeño...si caían aquí, no sobrevivirían allí.

Dándoles una disculpa silenciosa giré sobre mis pasos y me llevé a mi misma fuera del salón escuchando sus quejas a mis espaldas mientras me alejaba.

Regresé a la primera planta y caminé manteniendo mi magia hasta el hall, sin estar realmente segura de hasta donde habrían hecho llegar aquella sensación. Mi mente vagando ante la idea de que el inepto de mi hermano nunca podría haberlo realizado pues su magia no divergía mucho de la mía. Abajo los reclutas esperaban amontonados en el patio interior, pude verlos desde los marcos abiertos que simulaban ventanas y fui recibida con elogios una vez que mi figura salió ante los rayos del sol.

-¡Eso!

-Bien hecho, Pierce.

Sus aplausos llenándome al acercarme y ser recibida en el grupo que ahora era notoriamente mas pequeño. Estreché las manos de algunos con familiaridad, de parte de otros recibí muecas burlonas a modo de felicitación.

-Siempre tarde, ¿No, Pierce?

-Cállate, Cullehan-respondí golpeando su hombro a lo que su hermana solo se rio.

-Sabía que lo lograrías, aunque Max no tenía tanta fe.

-No lo dudé ni por un segundo-se defendió el mientras sacaba un par de piezas de caratio y las depositaba en la mano de Lyla.

-¿Solo valgo un par de caratios? -Espeté incrédula - Por esa ofensa debería rostizar tu maldito trasero.

El levantó las manos en señal de rendición fingiendo inocencia. Aquella maldita cara similar a la de un zorro se merecía mas que algunas quemaduras. Un fleco rojizo escapándose por delante de la bandana en su frente me dio la idea de iniciar las llamas en ese lugar.

-¿Cómo lo notaron?

Los hermanos se miraron, aquella sonrisa de complicidad al compartir la coincidencia.

-¿No lo notaste? -fue Lyla quien me respondió- Es una barrera.

Me sentí estúpida por un momento. Por supuesto que era una barrera. Al igual que con las protecciones algún encantador habría lanzado el hechizo impidiéndonos movernos. Tenía un sentido horroroso el pensar lo simple que era.

-Nuestra madre nos enseñó sobre ellas, suelen ser molestas si luchas en su contra, pero todas tienen fallas.

-Las protecciones son...barreras mejoradas-me explicó el pelirrojo. -esto es mas un juego de niños.

Golpee su brazo con fuerza haciéndole enarcar una ceja hacia mi antes de notar la seriedad en mis ojos. Su semblante cambiando por completo al recordarlo. ¿Cuántos habían luchado y caído ante algo tan estúpido en el salón? ¿Estarían vivos los que permanecían en el suelo?

Me giré para observar el edificio tras de mí, viendo algunos salir rumbo a nosotros, pero contando mentalmente a aquellos que no lo hacían. ¿Se habrían sentado?... Negué dispuesta a no darle vueltas, engañándome a mi misma para pensar que estarían bien y enfrentando a los cazadores que yacían frente a nosotros. Mi hermano mirándome fijamente, con algo de orgullo resplandeciendo en sus ojos, mas aquella pequeña culpa filtrándose de sí mismo.

-Felicidades por llegar hasta aquí, reclutas. Una vez más, sois más de los que esperaba.

Uno a uno nos volteamos hacia ellos. Los seis cazadores que formados nos esperaban pacientemente. Divisé a Caleb en la esquina más alejada, conversando animadamente con una de sus propias compañeras que malamente le prestaba atención a los reclutas. Apenas por un momento pude observarla, cuando Caleb me vio y sonrió hacia mi con satisfacción. En ese momento ella también lo hizo, escrutando el campo en busca de aquello que había llamado la atención de su compañero. No la conocía a ella o a cualquiera de los otros tres cazadores que nos analizaban detenidamente. A la cabeza estaba Jason, un paso por delante de ellos, plantando en su rostro aquella sonrisa confiada que nos había brindado con anterioridad.

-Este no es mas que el principio-Advirtió. - y aunque me gustaría decirles que ya forman parte de los reclutas de los cazadores, lamento informarles que no. Probar que tienen la fuerza de voluntad suficiente para no rendirse no los convierte en uno de los nuestros.

Mis compañeros protestaron por lo bajo, algunos quejidos llenando el aire mas ninguna queja real fue pronunciada en voz alta. Mi hermano esperó, dispuesto enteramente a escuchar si alguien tenía algo por decir y le tomó un par de minutos proseguir.

-Este día y todos los que están por venir seréis probados por estos cazadores a mis espaldas. Ellos decidirán si son dignos de seguir nuestra senda o si por el contrario no merecen la pena. -Hizo un gesto con su mano mientras hablaba, haciendo que aquellos tras de si avanzasen hacia nosotros mientras el continuaba explicando -Quedarán a su cargo hasta el día de la selección, donde aquellos que lleguen con vida podrán presentarse a la prueba de los cazadores y finalmente tener una oportunidad de pasar por el ritual. Hasta entonces se dividirán en escuadrones, entrenarán, serán preparados y eliminados si no son lo suficientemente aptos.

Miré alrededor notando como los cazadores tocaban los hombros de algunos reclutas, separándolos para si mismos y haciéndolos formarse mas alejados del resto. Las actitudes hacían dudar a mas de uno, sin embargo, nadie podía negarse al parecer. Si un cazador te escogía simplemente te movías al sitio indicado.

Vi a la chica que conversaba con Caleb pasar a mi lado. Su enorme cabellera rubia trenzada magistralmente sobre uno de sus hombros mientras aquella mirada llena de prepotencia me examinaba. El mar verde que eran sus ojos me contaminó con la magia en su interior, tan pura e intensa que era incapaz de esconderla reflejándose en aquella vista por lo que probablemente sería el resto de su vida. Vi el desprecio extenderse en su rostro al sostener mi mirada, quizás esperando alguna clase de sumisión que no obtendría por mi parte pues levanté el mentón encarándola en una batalla silenciosa. La chica apenas sonrió en una mueca antes de seguir de largo probablemente decidiendo que ella no iba a ser la encargada de mi desastre. Me encontraba revirándole los ojos en su gesto demasiado infantil por mi parte cuando sentí el toque en mi hombro.

-Ni pienses que te voy a dejar salirte con la tuya-murmuró la voz de Caleb en mi oído casi haciéndome saltar. Una enorme sonrisa infantil mostrándose para todos cuando añadió en voz alta- Ve a formarte con los otros.

Aunque una parte de mi se alegraba me encontré ampliando los ojos con incredulidad hacia mi hermano. Apostaba mi mano hábil a que el mismo lo había planeado solo para tener más control sobre mí. Su apestoso trasero inmundo pretendiendo ignorar mis intenciones asesinas.

Poco a poco los escuadrones se fueron formando, quedando divididos en cinco prolijos grupos que tal vez contenían más de diez personas cada uno. El grupo de doscientos había sido resumido en eso con tanta facilidad. Los chicos a mi alrededor apenas me eran conocidos. Aunque llevábamos seis meses preparándonos juntos en la academia no podíamos haber intercambiado mas que un par de palabras. Max y Lyla fueron seleccionados en escuadrones distintos también, aunque parecían conocer a algunos de sus nuevos compañeros.

-Por ahora serán todos- habló Jason una vez que los escuadrones estuvieron formados- Otros se les unirán en una semana cuando la unificación se lleve a cabo y solo entonces el verdadero entrenamiento comenzará. Hasta entonces den lo mejor de si por sobrevivir, reclutas. La humanidad los necesita.

Los cazadores fueron los primeros en formarse, saludándolo con una mano en el pecho mientras le encaraban. Los otros tardamos unos segundos en imitarles despidiendo formalmente al capitán. Jason me dedicó una ultima mirada, de nuevo llena de suplicas que morirían silentes en sus labios. Se marchó poco después dejándonos a mano de los cazadores quienes no tardaron en desplegarnos.

-Bien, bien, chicos. Mi nombre es Caleb J. Cane y soy un oficial de los centinelas. Es casi un placer ver que sus miserables vidas dependen de mi por el momento.

Su sonrisa burlona llena de familiaridad nos envolvió a todos con preocupante facilidad, mas ninguno dispuesto a caer por ella luego del espectáculo por el que mi hermano nos había hecho pasar.

-Como informó nuestro capitán, todavía no son considerados reclutas de los cazadores-continuó haciéndonos una seña con la mano para empezar a seguirle. El resto de los escuadrones ya habían empezado su marcha apresurándose tras sus nuevos líderes. - Antes tienen que pasar una pequeña revisión para asegurarnos de que sus cuerpos son aptos de continuar con el entrenamiento que viene. No queremos muertes innecesarias.

-Dile eso a los que cayeron en el salón-mustió una de mis compañeras atrayendo la atención de Caleb.

-No puedo prometerte que no estén muertos, pero puedo asegurarte que esa no era la intención.

La chica pareció apretar los puños con fuerza conteniendo sus palabras y tuve la ligera sensación de que alguno de sus amigos habría caído ante la barrera. Caleb negó ignorando su actitud como si no fuese relevante.

-La magia reacciona a la magia-dijo en su lugar- Aquellos que cayeron probablemente no eran compatibles con ella. Es mejor caer ante una barrera que morir a manos de una bestia.

-¿Cómo se supone que eso es mejor? -murmuró otro de mis compañeros.

Caleb se detuvo para observarle y el peso de esa mirada formó un nudo en mi garganta. Su dolor reflejado por tan solo un momento mientras encaraba al chico que se encogió en su lugar. Mas no dijo una palabra antes de voltearse y seguir con su paso liderándonos por todo el sector.

-¿A dónde se supone que vamos? - me aventuré a preguntar esperando que mi voz pudiese relajarle.

Me miró sobre su hombro relajando su cuerpo en un suspiro antes de continuar.

-Al mejor lugar del mundo- bromeó con amargura- La cabaña de los Sanadores.

Maldije en silencio comprobando la ignorancia de quienes me rodeaban. Pero Caleb notó miedo en mi rostro por lo que solo pudo reír sonoramente.

Al otro lado del Refugio, tomando por la calle Oeste, podías llegar al segundo anillo. En su interior encontrarías el sector mas protegido del clan únicamente conformado por viviendas que se amontonaban alrededor de una enorme cabaña. Apenas se distinguía del resto por los pequeños jardines llenos de florecillas que decoraban sus alrededores o por la colorida lona verde que cubría el tejado en la segunda planta. Aunque era mas pequeña que la academia en cuanto a tamaño servía para el mismo propósito. Adiestrar a la siguiente generación para ayudar en la guerra, solo que en una sección diferente. La casa de los sanadores era un santuario, algo invaluable para la humanidad pues aquellos con el don de curar a otros eran tan escasos como raros entre nosotros. Un gen que nadie conocía como surgía y un poder que había que proteger a cualquier costo. Mas el hecho de que fuese un talento exquisito no le restaba realidad ante lo doloroso que resultaba caer a su cuidado, como bien mostraban los gritos desgarradores que emergían de su interior.

-Por todos los cielos...

Los bramidos, si es que podían considerarse así, se escapaban de aquel lugar espantándonos a todos. Algunos de los otros escuadrones se formaban allí también, esperando aterrorizados ante la escena.

-Es solo una revisión-murmuró el chico de antes- las revisiones no duelen...

-Yo no me fiaría-le respondió la chica.

Yo estaba con ella en esto. Aunque sabía de primera mano que no dolían, si molestaban horrorosamente.

-¿Qué le están haciendo? -chilló otra de mis compañeras.

-Probablemente una reparación- habló Caleb despreocupado -Los reparadores son nuestros mejores sanadores, aunque son bastante escasos y suelen estar en el frente lidiando con casos más importantes.

-Escuché que los más poderosos son capaces de hacer aparecer extremidades completas.

El chico parlanchín se balanceaba como si fuese incapaz de quedarse quieto. No había pasado ni veinte minutos a mi lado y ya empezaba a parecerme molesto. Sus pequeños saltos me estaban poniendo de los nervios, aunque tenía que admitir que lo que decía era correcto.

-Esos son aún más escasos y suelen viajar con frecuencia a La Primera Frontera ayudando con las situaciones más...particulares.

Una mujer salió apresurada del interior de la casa, sus ropas cubiertas en sangre y otros fluidos sobre los que preferiría no indagar mientras pasaba por su frente una mano limpiando su sudor. Tenía ese tipo de mirada cansada que suelen tener las personas que llevan despiertas muchas más horas de las habituales y por la lentitud de sus pasos diría que así mismo era o quizás solo estaba exhausta. La habilidad de sanar era entre todas la que mas consumía a una persona.

-¡Oh! ya están aquí- Nos dedicó una rápida mirada probablemente contando las cabezas-Esperaba más gente.

-Los aspirantes no llegarán hasta la unificación.

-Cierto, cierto- pareció recordar antes de hacernos un gesto vago con la mano- De uno en fondo, muchachos. No tenemos todo el día.

Siguiendo su menuda figura nos adentramos en la cabaña. Pocas veces me había visto en la necesidad de entrar allí en los últimos meses pues odiaba profundamente todo lo que tuviese que ver con ello, aunque la ventaja de que te curasen pronto era una buena aliada, todo el dolor que llevaba consigo poco merecía la pena.

Las numerosas habitaciones se amontonaban tras puertas cerradas que poco nos dejaban espiar. Una decoración monótona apenas señalizada que me hizo preguntarme una vez mas si al entrar en cualquiera de aquellas salas por error recibiría el mismo trato, mas por el nivel de los gritos en su interior imaginaba que no. Al final del pasillo se podían ver las escaleras a la segunda planta que, a diferencia del resto de las puertas, se encontraban custodiadas por guardias. Tenía entendido que allá arriba se atendía a los cazadores y que solo el personal autorizado tenía permitido subir. Aunque no es que me diesen muchas ganas de hacerlo pues incluso desde mi posición a mediados del pasillo podía sentir la intensidad de la magia que se emanaba de esa dirección.

-Maldición-se quejó el chico hiperquinético frotándose los brazos con fuerza.

No necesitó explicación pues todos conocíamos la sensación, en especial luego de la pequeña prueba que mi hermano nos había realizado.

-Por aquí, rápido.

La mujer nos esperaba a nuestra derecha. Había ingresado en una enorme habitación a la cual no tardamos en entrar. Espaciosa como esperaba, se encontraba llena de camillas y camastros separados a pocos metros de distancia. Los mismos rodeaban la sala dejando apenas un pasillo de dos o tres metros en el centro para desplazarse por ellos. Al lado de cada una se encontraba un aprendiz, portando aquellas túnicas color crema que tanto los distinguían y los pañuelos blancos sobre la cabeza peinando sus cabellos hacia detrás. Los chicos de varias edades miraban al frente con disciplina esperando las ordenes de aquellos que les enseñaban.

-Estos aprendices se encargarán de atenderlos -Informó la mujer a la vez que tomaba de uno de aquellos jóvenes un pequeño bulto de hojas. -Chicas a la izquierda, chicos a la derecha. Aquellos que no alcancen a las camillas deben esperar en el pasillo. -levantó la vista cansadamente hacia los cazadores antes de añadir- Pueden esperar donde gusten siempre que no molesten.

-Estaré afuera. -habló la cazadora rubia de la larga trenza antes de mirar a Caleb con complicidad. Sus enormes ojos pidiéndole acompañarla.

-Estoy bien aquí. -respondió el con una sonrisa.

La chica bufó revirando los ojos antes de murmurarle algo y dejarlo atrás. La mujer esperó a que todos hubiesen decidido que hacer para luego asentir y proceder a abandonar la habitación con su lento andar.

Repasé el lugar con rapidez antes de sonreír tontamente y llevarme a mi misma hasta la tercera camilla a mi izquierda donde una burlona figura me esperaba. Su uniforme de aprendiz ceñido a su cuerpo como un guante a la medida cubierto de manchas de dudosa procedencia. Limpiaba sus manos en el pañuelo largo que colgaba del cinturón de su vestimenta mientras me observaba complacida y por un segundo recordé la dolorosa agonía de su toque que me hizo plantearme mas de una vez el hecho de que los sanadores pertenecían al escuadrón de torturas en el Pozo.

-Bienvenida, recluta. Soy la Aprendiz McLaren y seré la encargada de llevar a cabo su revisión. Por favor, necesitaré que se quite el pantalón, las botas y la camisa para empezar el chequeo.

No me dejaba engañar por su obligada formalidad. Mi mejor amiga se veía demasiado contenta para mi gusto por el hecho de poner sus manos sobre mí de nuevo.

-A sus órdenes- bromeé yo llevando mis manos a mi cinturón para desatarlo.

Gema llevó sus manos al aire, moviendo los dedos por una especie de bruma invisible que solo fue haciéndose mas densa bajo su tacto. Como una cortina aquella magia nos envolvió encerrándonos en una cúpula desde el suelo hasta el techo mientras nos aislaba del mundo. La observé maravillada dándome cuenta de que, aunque me permitía ver el resto del salón, no podía mirar el interior de las otras que ya cubrían las camillas.

-¿Nos pueden ver? -pregunté, aunque ya conocía la respuesta.

-No, tampoco escucharnos hasta que empieces a gritar.

Me hubiese gustado que estuviese bromeando, pero la sinceridad en su voz me hizo detenerme en seco a medio desvestir.

-¡Oh! Mierda. Es malditamente doloroso ¿cierto?

Ella se limitó a reírse, pero bajó la cabeza en silencio al colocarse a un lado de la camilla.

-¿Gema?

Mi amiga no respondió. Esperó pacientemente a que mi ropa cayese al suelo y me tumbase en donde se suponía.

-Necesito que te quites las bandas de las manos también.

-¿Qué van a hacernos? -pregunté notando como de nuevo esquivaba mi mirada.

-Las bandas...

-¡Gema!

-Eres un maldito dolor de trasero-Se quejó perdiendo la paciencia. -¿No puedes simplemente esperar como todo el mundo?

Enarqué una ceja hacia ella con arrogancia haciéndola suspirar con frustración.

-Va a dolerte, mucho-empezó mirando alrededor fuera de la cúpula. - demasiado quizás. Pero tú puedes resistirlo... creo.

-Auch, gracias por el voto de confianza.

-Al menos no seré yo la que torturé tu miserable existencia- me espetó antes de fruncir el ceño mirando mis manos- y quítate de una vez esas malditas vendas.

-¿Cuándo te volviste tan mandona? -me quejé, más proseguí a cumplir su petición.

-Cuando me hiciste perder la paciencia con tu odiosa insistencia. Eres malditamen...-estaba desahogándose a gusto cuando se detuvo en seco observando mi mano izquierda donde las manchas negras se extendían en mis dedos. -¿Cuándo te hiciste eso?

-Esta mañana-respondí vagamente y ella se cruzó de brazos hacia mi- Si yo no recibo respuestas tu tampoco las tendrás.

Mantuvo su vista enojada hacia mi cuestionándose quizás distintas formas de asesinarme, privilegio que solo tenía como mi mejor amiga y en cierto punto pareció considerar que si me mantenía con vida podría torturarme por mas tiempo, pues se rindió con un suspiro antes de acercarse a mí.

-No es una herida tan fea, hay que tratarla.

-Estoy adaptada a heridas feas.

Ignorando mi comentario prosiguió a agarrar mi mano entre las suyas, el pinchazo fue instantáneo. Una sensación de ardor abrazador que recorría cada centímetro de la piel bajo mi muñeca. Traté de contener las muecas de dolor pues no era la primera vez que mi amiga me trataba ante semejante lesión, pero algún que otro quejido se escapó de mis labios ante su toque. Ni siquiera cuando hubo terminado la sensación desagradable se fue, simplemente se mantuvo ahí evaporándose lentamente, pero dejándome un horrible hormigueo en el área.

-Eres un maldito desastre- se quejó alejándose hacia una pequeña mesilla que yacía junto a la camilla.

-Así me amas.

Eso la hizo sonreír al regresar con unos documentos en sus manos en los cuales escribía con un carboncillo.

-Necesito que respondas unas preguntas antes de que llegue la maestra.

-Pensé que eras tu quien iba a atenderme.

-No tengo el nivel suficiente para efectuar la técnica que van a realizarte. -negó en mi dirección antes de volver a ponerse aquella obligada máscara de profesionalidad- Nombre, recluta.

Imité su gesto, consciente de que para ella ese momento debería de ser igual de relevante en su sección como lo era para mí.

-Allison Joanne Pierce.

-¿Asignación civil? -preguntó mientras tomaba notas.

-Mujer, soltera, 19 años. -enumeré con lentitud permitiéndole escribir- Recluta de la generación 82.

-¿División? - levantó la vista sonriendo, lo cual imité.

-Cazadores.

Un pequeño momento de entendimiento cruzando entre ambas antes de que bajase la vista de vuelta. Le dio un ultimo vistazo a sus notas antes de ponerlas a un lado.

-Bien, realizaré una revisión de tu estado de salud físico.

-Esta no es la parte que duele.

-No más de lo usual.

Sus manos se llenaron de un aura verde tan intensa como el esmeralda de sus ojos, como una tela traslucida que flotaba sobre ellas cubriéndolas de cualquier cosa que pudiese dañarlas. No me adaptaba a verlo por más veces que ella lo intentase y eso que esta no contaría ni siquiera dentro de las primeras cien veces. Se había pasado semanas enteras practicando sobre mi piel hasta el punto en que mi propia magia soltaba chispas al entrar en contacto con la de ella. Ambas estábamos de acuerdo en que la vitaquinesis era un asco.

-Trata de no moverte -me advirtió antes de llevar sus manos sobre mí.

Respiré profundamente sintiendo como mi propia magia reaccionaba a la suya. Un pequeño escalofrío recorriéndome al sentir como si unos dedos fantasmales y viscosos me toqueteaban por todos lados de una manera nauseabunda. Sabía que era ella, trazos de su magia que buscaban imperfecciones en lugares que nunca serían visibles para los ojos, más allá de la piel y los huesos. Nunca me acostumbraría a la sensación, ni menos a los pequeños golpes que tenía que dar en la camilla con el puño cerrado cada vez que una punzada de dolor me recorría la columna.

Aparté la mirada lejos de mi cúpula, más allá en la habitación y vi a las sanadoras moviéndose de un lado al otro, parloteando por lo bajo cosas sobre lo que sucedería a continuación. Iban llenando la estancia, siendo suficientes para cada uno de los participantes y animando con sus idas y venidas la tranquila estancia meramente interrumpida por algún que otro grito de dolor. Mas allá de ellas junto a la pared del fondo se encontraba Caleb, reposando aparentemente apacible mientras observaba el panorama frente a sí; pero para mi era evidente la tensión que su postura trataba de esconder tan cuidadosamente. Durante unos segundos pareció ver en mi dirección. Su cristalina mirada tan profunda que olvidé momentáneamente que las cúpulas bloqueaban la vista.

-¿Realmente no pueden ver hacia adentro?

-¡Shhh! No te muevas -me regañó ella.

Juraba que parecía estarme observando. Aunque hacia esos despreocupados gestos con sus manos para quienes le hablaban como si su mente estuviese sumida en otro lugar. Me sentía expuesta ante sus ojos y justo cuando creí que nuestras miradas parecían cruzarse él cambió de posición dándome la espalda y sonriendo ampliamente hacia otra persona.

-¿Todo bien por aquí?

Una de las sanadoras abrió una brecha en la cúpula e ingresó en el interior sacándome abruptamente de mis divagaciones. Su figura flaquenca opacando a mi amiga mientras la observaba con fiera perspicacia. Gema terminó de inmediato su revisión y procedió a ponerse a un lado obedientemente.

-La recluta se encuentra en perfecto estado de salud, Maestra Ramírez.

A pesar del informe de Gema la mujer me dio un repaso de arriba abajo, escrutando cada parte que podía de mí. Deteniéndose más de lo necesario en las cicatrices que surcaban mi torso y mis piernas como si de un error grotesco se tratasen. No me había considerado alguien tímida o recatada hasta ese momento, pero la frialdad de su revisión me estaba resultando realmente incomoda.

-¿En perfecto estado de salud? -repitió ella enarcando un ojo hacia Gema. Un deje de algo que no pude reconocer se escondía en su tono y pude sentir como mi mejor amiga se encogía bajo eso.

-Son cicatrices del ataque al doceavo enclave.

Elevé mi mentón quizás con soberbia al responderle a lo que aquella mujer sonrió con falsa humildad. Una de esas sonrisas bien ensayadas que solían meterse bajo tus huesos con facilidad.

-Ya veo, víctima del asalto.

-Sobreviviente- la corregí

Aquello pareció tocar un nervio en algún lugar dentro de ella, pues la mirada aterrada en los ojos de Gema me dejó saber que estaba eligiendo un muy mal camino para encarar a aquella señora. Me importaba un pepino, nadie aparte de mi tenía el derecho de incomodar a mi mejor amiga hasta la médula.

-Veo que el asalto nos dejó con espíritu de guerra─ se mofó colocándose a mi lado- si la aprendiz dice que te encuentras en perfecto estado de salud, entonces podemos proseguir con lo que te trajo hasta nosotros.

La expresión en su rostro, por más amable que fuese, me hizo maldecir por lo bajo ante la realización de lo que se venía. No me caracterizaba por saber escoger mis batallas, como ya estaba demostrado y definitivamente había iniciado muy mal esta.

Observé en silencio como la magia de aquella mujer cubría sus manos cual guantes, en comparación con ella, la magia de Gema se veía burda, tosca, desprovista de cualquier clase de elegancia o gracilidad. Aquella magia blanquecina lucia tan fina y filosa como el mejor puñal y yo estaba a punto de dejar que me cortase con ella.

-Puedes sentir una pequeña molestia-continuó acercándose a mi haciéndome luchar contra mi instinto de querer alejarme, pero a la vez no queriendo demostrar el miedo que me causaba- No te recomiendo luchar contra ella, aunque viéndote como eres diría que va a ser casi imposible para ti.

-No tengo por costumbre rendirme.

Ella sonrió, una enorme, real y malvada sonrisa que se extendió rápidamente por su rostro antes de ponerme las manos encima y susurrar por lo bajo aquella sencilla palabra.

-Perfecto.

El mundo estalló. Se llenó de colores que salvajemente se movían de un lado a otro mientras la sensación de que mi piel era arrancada de mis huesos crecía con cada segundo que pasaba. Quemaba bajo mis músculos en lugares donde no debería haber nada lo suficientemente formado como para doler y aun así podía jurar que me estaban desgarrando de adentro hacia a fuera. Arrancando con sus manos trozos de carne y viseras que eran extraídas de mi sin compasión. Quise gritar, sin embargo, ni un solo sonido abandonó mis labios ante aquella pesadillezca tortura. No había nada en mi mente salvo el dolor, un dolor tan amargo que podía saborearlo en la punta de mi lengua. La sensación de ser tocada en tus entrañas, de que alguien lentamente hurgaba en cada centímetro de tu ser hasta que sus manos se posan en aquella fuente que te convierte en todo lo que eres. Sentí aquella energía latir bajo las cuchillas, ser golpeada y tasajeada grotescamente mientras latía como un corazón, uno que poco a poco se iba desangrando bajo las constantes arremetidas. Me cegué, nublando mi esencia bajo aquel descarne al que me sometía. Me perdí en un vacío profundo que prometía reclamarme a cambio de acabar con todo, de no dejar nada ni siquiera una pizca de mi misma. Una paz tan prometedora entre aquella agonía, pero se alejaba de mi...poco a poco...abandonándome en mi miseria. Así que luché por gritar y gritar y gritar hasta que sentí mi propia alma cuartearse en pedazos.

Cuando pude volver a respirar noté satisfactoriamente que todo me dolía. Mi cuerpo temblando en pequeños espasmos ante la sensación de la conciencia regresando a él. Mi piel seguía en su sitio, mis extremidades, nada de mi se encontraba dañado y sin embargo todo se sentía como si debiese estarlo. Los surcos de las lagrimas manchando mi rostro ante la sensación de que ni siquiera debería estar viva. Y sin embargo eso no era lo peor.

-Bien hecho...eso es, regresa...

Caleb se encontraba a mi lado, sus ojos bien abiertos llenos de preocupación mientras sus manos colocaban su chaqueta sobre mí. Intentaba sonreírme, pero su respiración le fallaba por momentos.

-Eso es, todo está bien. Lo conseguiste- me repetía, pero yo me negaba a observarlo. Mis ojos vagaban mas allá de nosotros, donde la cúpula solía estar y ahora esa magia yacía rota en pedazos.

Mi mente negándose a procesar lo que nos rodeaba...

Pues la camilla que solía estar al lado de la mía ya no era visible, solo quedaba un montón de astillas en el suelo mientras el suelo y las paredes a su alrededor se encontraban cubiertas de lo que solía ser un cuerpo humano...

-Lo lograste. Eres oficialmente una recluta de los cazadores, Allison Pierce.

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