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Capítulo 2

Cada mañana me levantaba antes del alba mientras el resto del Clan aun dormía. Apresuradamente me ponía la ropa de entrenamiento, colocaba mis cuchillos en sus guardas y trenzaba torpemente mi cabello. Gema había amenazado con enseñarme a hacerlo bien, por eso siempre intentaba hacerlo antes de que ella pudiese pillarme. Prefería enfrentarme a una Quimera que a las voraces ganas de enseñar de mi mejor amiga.

Sigilosamente me escabullía de las ruinas demacradas bajo la manta de escamas que componían mi cabaña. Dando un vistazo rápido a la plaza meramente iluminada por el débil fulgor de la pira que poco a poco amenazaba con apagarse, mas no lo haría, siempre aguantaría hasta que el sol estuviese visible antes de emitir su último fulgor. Esperando no ser vista por ningún soldado dirigía mis pasos hacia el portón Este donde el pelotón de exploración se reunía cada mañana a las afueras de la gran torre. Las calles desoladas hacían aún más temeraria mi escapada mientras el eco de mis botas sobre la tierra resonaba entre las apretujadas cabañas y tiendas a mi alrededor.

Oficialmente yo era una recluta y por las leyes del Clan tenía prohibido salir fuera de sus fronteras sin la compañía adecuada. Los exploradores no eran ni de cerca una de esas y me había costado horrores sobornar al teniente del pelotón para que me aceptase. Daniel Ruiz fue muy receloso al respecto, su posición podía peligrar si alguien descubría que había dejado salir de manera ilegal a una civil y había sido bastante intransigente sobre ello. Al menos hasta que le había ofrecido cristales de adamantia.

—Llegas tarde.

Sus ojos relucían con un brillo peligroso cada vez que los veía. Como un vicio del cual no podía renegar. Hace tiempo llegó a mis manos la información de que había recibido una lesión en una de sus misiones en el enclave 26 y que los dolores le hacían insoportable su día a día, molestándole hasta en la mas pequeña de las labores. Los cristales podían aliviar los síntomas según Gema, pero las consecuencias no eran bonitas de sobre llevar. A nuestro teniente poco le habían importado y se había encontrado a si mismo frente a una oferta que no podía rechazar.

Sus condiciones habían sido simples. 10 cristales, siempre estar cubierta de pies a cabeza y en el momento en el que fuese descubierta el no tendría nada que ver. A pesar de haber aceptado estuvo entrenándome durante meses para que pudiese seguirles el paso antes de finalmente unirme a ellos. Pues los exploradores tenían aptitudes sorprendentes que les evitaban el ser atrapados por las cosas que se refugiaban en el bosque más allá de las protecciones y para muchos eran conocidos como el escuadrón Fantasma.

—Escuchen bien. —Bramó el teniente tomando el frente de la formación— Nos han ordenado un sondeo cerca del lago. Los cazadores detectaron ciertas irregularidades en el área y se nos encomienda perimetrar la zona que colinda con el rio. Tenemos cuatro horas. Pasen a recoger sus asignaciones.

El grupo, poco más grande de 50 personas, se formaba prolijamente a las afueras del torreón de los exploradores. Portando los característicos uniformes marrones con listas blancas en las costuras que clasificaban a su sección. De pantalones ajustados y camisas ceñidas de mangas cortas, protegiendo sus cabezas y hombros con la capucha holgada que cubría también parte de su rostro. Por suerte para mí, algunos de los más nuevos eran cadetes sin uniforme que vestían meramente con la ropa de entrenamiento igual que yo, esperando a que su servicio se cumpliese para poder recibir finalmente el uniforme con su rango reglamentario. Por lo tanto, al formarme en el fondo junto con los novatos no destacaba tanto como se esperaría. Algunos incluso me hacían señas de familiaridad, tratando de crear un vínculo con la persona que ellos creían que se escondía bajo el pasa montañas.

Avancé lentamente junto al resto llegando de a poco a la parte frontal donde el teniente y sus oficiales nos esperaban.

—Escuadrón verde, recolección.

La voz de una oficial me llamó entregándome una cinta verde. La misma de un color algo oscuro se colocaría en la manga de mi chaqueta como distintivo para todos los que me observasen. Unos curiosos grabados bordados en su tela sobresalían en el borde inferior. Lo había visto en otras ocasiones y aunque no entendía nada de protecciones sabía que era una runa de rastreo. Si me alejaba demasiado del perímetro de la oficial se incendiaría mandando una alerta. No era precisamente para protegerme, mas bien para avisar al resto de que deberían huir.

—El objetivo es reabastecernos de adessias. —le indicó al líder que encabezaría el escuadrón a lo cual el suspiró con desagrado evidente.

—Escuadrón rojo, recojan su indumentaria. —gruñó otro oficial mas alejado en el campo.

Observé a los rojos alejarse hacia la enorme torre que se alzaba junto a nosotros. La construcción más grande del clan, alzándose incluso por encima de las murallas. Los exploradores parecían pequeñas siluetas contra las enormes piedras que componían su estructura. Como pequeños insectos se agrupaban junto al oficial que diligentemente les entregaba sus suministros. El trabajo de los rojos era probablemente el mas peligroso de todos y a diferencia del resto que apenas teníamos una bolsa con algunos recipientes, guantillas y utensilios de recolección, ellos iban armados hasta los dientes, cargando aquellos cinturones con viales rojos repletos de sangre.

—En formación, fantasmas—bramó el teniente—es hora de partir.

—Que nervios—murmuró un recluta a mi lado, dando pequeños saltitos para liberar la tensión de sus músculos.

Muchos como el hacían movimientos involuntarios que ante los ojos de los veteranos debían verse como una plegaria silenciosa por sobrevivir.

El enorme portón de madera cedía ante el empuje de las poleas. Los guardias nos observaban solemnemente mientras las movían abriéndonos el paso. Sus rostros siempre iguales, neutrales, quizás preguntándose cuantas de estas caras no volverían a ver, pero sin mediar palabra por miedo a que sus pensamientos se volviesen reales. Uno aprendía a lidiar con la muerte cuando danzaban cada día compitiendo por ver quien tropezaba menos.

A veces ella lo hacía...

Divididos en cinco escuadrones atravesamos la seguridad de los muros siendo recibidos por los vientos gélidos que el sereno arrastraba como bienvenida. La noche aun sellada a cal y canto sobre nosotros sin el más mínimo rastro de que el sol fuese a salir en algún momento cercano. La planicie sumida en la oscuridad podría congelarte el alma ante la visión de la espesura al Este mas allá de la frontera donde el Bosque negro aguardaba en una afonía casi agonizante.

Marchando en silencio los escuadrones se alejaron cada vez más del refugio hasta que pronto no fue más que una pequeña silueta meramente resplandeciente en la densa penumbra que nos envolvía. Había poco más de dos kilómetros entre los muros y la frontera, que a plena vista no parecía nada, pero no podía evitar pensar que en caso de tener que correr de vuelta algunos quedarían rezagados por los desniveles del terreno. Y pensar en correr no era algo exclusivamente mío, pues aunque tuviesen la mayor parte de los rostros cubiertos era fácilmente apreciable el pánico en la mirada de los nuevos cadetes. No importa cuantas veces se hubiesen adentrado al bosque, porque hasta los veteranos se encogían a sí mismos al cruzar el paso seguro de la frontera y adentrarse en las entrañas de la vegetación.

Con pasos casi imperceptibles los escuadrones avanzaban a una velocidad vertiginosa. Tomaba años dominar aquella técnica con la que se desplazaban y parecía que sus pisadas nunca tocaban el suelo. Ayudándose de las manos como si con ellas pudiesen mover los arboles del camino cuando en realidad eran ellos mismos los que prácticamente volaban entre ellos. Los cadetes tropezaban, crujían las ramas bajo su cuerpo atrayendo las miradas de aquellos que nos encabezaban con cierta desaprobación. Incluso yo me veía torpe zigzagueando entre la maleza a aquella velocidad como si no pudiese dejar una impresión de mi cara permanentemente en el pino mas cercano si me descuidaba.

El sonido de un ave cantando se escuchó en la parte frontal de la formación, sonido que se repitió cada pocos eslabones como un código que llegó hasta los oficiales en la retaguardia. Si volteaba los vería llevar las manos a su boca acunando su puño frente a ella para poder hacer aquel silbido tan particular con patrones irregulares. Era la orden de despliegue.

Los cinco escuadrones empezaron a separarse cada vez más, desperdigándose en forma de abanico para peinar el área. Los verdes esperamos la señal de nuestra líder recorriendo un par de kilómetros bosque adentro hasta que los rayos de luna pudieron filtrarse entre las hojas poco a poco anunciando la presencia de un claro mas adelante.

El bosque se abría lentamente mostrando una pequeña colina que nos separaba del lago, podías escuchar el sonido del rio un par de kilómetros mas abajo por donde probablemente se encontrasen los otros escuadrones.

—¿Fueron veinte?

—Dieciocho y medio.

La líder y uno de los veteranos debatían mientras el resto tratábamos de conseguir algo de aire. El maldito pasa montañas haciendo que sintiese mi propia respiración en las mejillas. De una manera bastante molesta.

—Pienso que quieren asesinarnos. —habló uno de los cadetes entre inhalaciones.

—Si piensas que vas a morir con esto entonces deserta antes de que el clan emprenda su curso en verano.

—Muy gracioso, Leonel.

Me encontré a mí misma trepando la pequeña colina dejando a los cadetes detrás mientras se molestaban entre ellos tratando de recomponerse. Los líderes se encontraban ya en la cima, dando un bosquejo del panorama que lograban ver. A medida que subías el bosque a tu alrededor se volvía menos silente, el rumiar del viento meciendo las ramas era notable y sobrecogedor; más aún ante la hermosa vista del lago adamantia. Su fondo brillaba llamativamente por la acumulación de cristales y minerales que volvían el agua un festival de colores cálidos iluminando la decadente noche. Tan plácido como el mismo cielo, imitando perfectamente una calma antes de la tormenta. Una paz imperturbable, interrumpida intermitentemente por el sonido del agua al romper en las rocas rio abajo mientras se perdía en la penumbra del bosque.

—Y hay que cubrir parte del sector norte del lago...—escuché a la oficial decirle a uno de los veteranos.

—No con las quimeras rondando. Hay que mantenernos al margen del rio.

—Solo hasta que los rojos completen su parte.

—¿Aun nada? —le preguntó el líder del escuadrón a la oficial a lo que ella negó.

La líder suspiraba estirando los brazos, su fiera mirada escrutando las sombras con perspicacia. Algunos sonidos podían escucharse más allá del rio; sonidos que no podías permitir que te engañasen, pues los monstruos acechaban tras ellos.

—¿Qué los mantiene al otro lado?

—Que pregunta más idiota—bufó una de las cadetes— ¿Es que acaso nunca llevaste tu patético trasero a la academia?

—Claro que si— se defendió el— Sé qué son las protecciones, solo...me preguntaba cómo funcionan.

—Los atontan—respondió una de las veteranas acercándose— Los encantadores colocan las protecciones para alejarlos y confundirlos. Técnicamente no nos sienten si cruzan hasta este lado y pueden llegar a sentirse muy incomodos.

Su porte algo relajado resaltaba del resto quienes nos veíamos obviamente tensos ante el panorama.

—Pensar que esas cosas pueden llegar a sentirse de alguna forma...simplemente me da nauseas.

—No sienten—le corrigió el líder —Solo que la magia que los convierte en lo que son se ve afectada por la magia de las protecciones y no les suele gustar.

—Al menos los mantienen lejos de nosotros—respondió otra cadete abrazándose a sí misma.

—No lo hace—apenas murmuré yo, ganándome una mirada bien abierta por su parte.

—¿Perdón?

—Las protecciones no los repelen, solos los engañan para creer que no hay nada...comestible de este lado.

La chica me observaba con los ojos como platos, el miedo filtrándose por cada poro de su piel tan notoriamente que bien hubiese podido tocarlo. El líder me dedicó su atención con curiosidad. Daniel me había advertido de no destacar dentro del escuadrón para no tener que dar explicaciones de más y hasta ahora lo había hecho bastante bien.

—Mi...primo es un encantador—me apresuré a decir fingiendo una risa nerviosa— él me explicó cómo funcionan.

—En efecto, no los repelen—habló el líder aun manteniéndome bajo su mira— De hecho, si llegan a vernos obviarían las protecciones e irían directo a por nosotros.

—Pero para eso están los rojos—intervino otra de las veteranas acercándose y propinándole un pequeño empujón a su compañero a modo de regaño. —ellos servirán de señuelo para las quimeras, alejándolas del territorio que necesitemos utilizar.

Con cierto terror todos enfocamos el bosque, como si pudiésemos ver más allá de lo que los troncos y hojas nos permitían. En algún lugar al otro lado de esas apacibles aguas un grupo de seres humanos corría por sus vidas huyendo de aquellos aterradores engendros ennegrecidos que existían solo para consumirnos.

—Espero nunca ser parte de los rojos. —murmuró uno de los cadetes negando con fuerza

—Todos formaremos parte de los rojos eventualmente—le respondió la misma chica. —los puestos se van rotando hasta que todos estemos versados en ellos.

—No me uní a los exploradores para ser un bocadillo. —se quejó— se supone que esta es el ala más simple de la armada y que solo tenemos que encargarnos de tareas sencillas.

—Todos los que se unen al ejército se hacen a la idea de que van a morir tarde o temprano. Los fantasmas no son una excepción.

—Pero eso no quiere decir que quiera ir voluntariamente a lanzarme sobre una de esas cosas. Me hubiese convertido en cazador si quisiera ser un aperitivo para quimeras.

—Los cobardes son siempre los primeros en morir, cadete—le interrumpió la voz de nuestra oficial.

Tan silenciosa como una sombra se había trasladado hasta donde estábamos, observando con suspicacia al joven novato que pareció encogerse bajo su mirada sin contemplación. Ni siquiera ella mostraba su rostro, pero casi podías imaginar la recia expresión que le estaba otorgando al soldado. Sus hombros tan tensos como las cuerdas de un arco a punto de lanzar una flecha.

—O... Oficial, no quería...

—Ahórratelo —le interrumpió ella levantando una mano antes de acercarse a el—¿Ves esta insignia? Justo aquí — sus manos apuntando a un pequeño bordado de color blanco que decoraba el cuello de su vestimenta— Esto solo vas a ganártelo el día que el miedo ya no baile contigo de la mano. El momento en que decidas que tu vida no es tan importante como la labor a la que contribuimos.

El chico tragó en silencio, sus manos cerrándose en suaves puños mientras intentaba contener la vergüenza de ser censado con tal precisión. Nadie, por más tonto que fuera, se iba a atrever a intervenir entre ellos.

—Esos bocadillos, como los has llamado, arriesgan su vida cada día para que idiotas como tú puedan sobrevivir más de lo que deberían. —continuó con cierto desdén— Como mismo lo harás tú el día que tu estupidez te permita actuar en beneficio de algo más que tu arrogante trasero.

—Oficial...—intentó apartarla uno de los veteranos, pero ella se lo sacudió con rudeza.

—A nadie le interesa tu miserable vida si te uniste aquí solo por las comodidades.

—Yo...no lo hice—tartamudeó el chico sin levantar la mirada. —solo...me dijeron...que los exploradores no luchaban...

—Ningún humano puede luchar contra las quimeras. —se mofó ella antes de que su voz se volviese sombría— pero no por eso vamos a salir huyendo dejando a nuestros compañeros morir en sus garras.

El chico asentía lentamente, sus ojos clavados en la tierra bajo sus pies como si fuese la tarea más importante que alguna vez se le hubiese asignado. La oficial lo escudriñaba de arriba abajo casi con desprecio completamente dispuesta a continuar con su reprimenda cuando el silencio fue resquebrajado por otro cantar de un ave.

Los sonidos nos pusieron en alerta por el constante patrón descompuesto que con notas altas se alejaba cada vez mas de donde estábamos. Era la señal de los otros grupos.

—En marcha.

Sin rechistar el escuadrón volvió a formarse, colocándonos estratégicamente con los veteranos en ambos extremos mientras los cadetes nos organizábamos en el centro.

—Recuerden, máximo silencio. Trabajen rápido y no se separen.

Las respiraciones temblorosas eran audibles incluso debajo de las telas que protegían sus bocas, movimientos pequeños tratando de concentrarse mientras iniciábamos el descenso hacia el rio. Mi corazón martillaba con fuerza a medida que el sonido del agua corriendo se incrementaba. Estábamos a punto de cruzar al territorio de las bestias y lo único en lo que podía pensar era en acariciar suavemente la guarda del puñal en mi muslo. No me serviría de absolutamente nada contra una quimera y aunque mi magia era poderosa no creo que pudiese hacer mucho si me veía acorralada entre dos o más de esos monstruos. Solo podría correr. Solo podríamos...correr.

Un escalofrío me recorrió cuando el agua helada mojó más arriba de mis botas. El rio era bajo en estas épocas, pero su corriente luchaba contra nuestras fuerzas de avanzar oponiendo una resistencia notoria mientras corríamos hacia la orilla contraria. Un silencio abismal cuando el primero de nosotros se puso de pie sobre las piedras y encaró la oscura negrura que envolvía a los gigantescos pinos.

Uno a uno nos incorporamos a su lado, observando las señas de la oficial y el líder para desperdigarnos en el área cerca del lago un poco más al sureste. No habría palabras, aquellos bichos podrían estar distraídos persiguiendo a los rojos, pero si nos escuchaban, si por mera casualidad alguna quedaba rezagada y nos oía, estaríamos en serios problemas.

Con agilidad nos movimos cerca de la rivera. Utilizando aquel extraño paso para no causar ruido alguno y movilizarnos lo más rápido posible. El área frente a nosotros descendía en picado hasta la orilla del lago adamantia, donde las luces de los cristales bañaban los arbustos que le rodeaban. Un espectáculo muy bonito si no pareciese que cada sombra pudiese abalanzarse sobre ti para arrancarte la cabeza.

En su cercanía pequeños brotes de maleza trepaban por los árboles y arbustos colindantes. Como pequeños insectos aferrados a un animal, las plantas se enraizaban en los troncos y hojas con vehemencia alimentándose de sus huéspedes. De ellas brotaban unas hermosas florecillas blancas no más grandes que mi pulgar. Con las puntas de sus pétalos amarillentos y su centro llenos de tiras cubiertas de polen atrayendo la mirada de aquel que pasase por su lado.

La oficial chasqueó sus dedos suavemente antes de signar en nuestra dirección las órdenes directas. Recolectar Adessias, no adarnas; tres pliegues, no dos. Indicaciones simples puesto que en la planta, mejor conocida como cális, crecían los pequeños ramilletes blancos con dos tipos de flores que se mezclaban entre sí. Con diferencias tan imperceptibles como los desniveles que apenas se divisaban entre sus pétalos.

Con cuidado extraje los guantes de la bolsa que los exploradores me habían dado y al igual que mis compañeros me los fui colocando mientras me acercaba a uno de esos arbustos. Las pequeñas flores debían ser separadas con sumo cuidado pues en sus tallos unas largas espinas crecían y cualquiera que se pinchase con ellos correría la misma suerte que un animal al morir. Pues las plantas también poseían el virus, la corrupción corriendo por ellas.

Una a una íbamos cortando las pequeñas flores, con extrema habilidad. Separando aquellas cuyos pétalos poseían tres pequeños pliegues en cada uno como marca distintiva. El olor dulzón que emanaban llegando a empalagarme desde debajo del pasa montaña como una mortal tentación en la que muchos habrían caído en su momento. Mis compañeros se apresuraban, desplazándose de un arbusto a otro llenando los pequeños recipientes con extremo cuidado.

Estaba observando al cadete que habían regañado anteriormente, su torpe movimiento al trabajar sobre la planta contenía toda su atención intentando acabar lo más pronto posible, pero sin ser consciente de como el tronco a su alrededor se movía.

Amplié los ojos presa del pánico, siguiendo con la mirada todo el largo de la madera que se inclinaba hacia el. De un color negro denso que seguía por todo su tamaño hasta desbocar en la blancura de unos ojos aterradores. La cabeza de búho se mecía por lo que parecieron horas, acercándose hacia el chico en una completa afonía que solo fue rota cuando las zarpas que adornaban sus garras surcaron el aire y arrancaron su cabeza con fuerza.

Los gritos llenaron el aire. La quimera se lanzó sobre su presa abriendo un pico relleno de dientes y enterrándolo en la carne con voracidad. Una cola serpenteante se movía a su alrededor asestando a los árboles con fiereza mientras su enorme cuerpo se retraía en espasmos al devorar el cadáver.

—De vuelta al rio—gritó uno de los veteranos.

El escuadrón retrocedía rápidamente, guardando la indumentaria en la bolsa aprovechando que el monstruo engullía activamente lo poco que quedaba del cadete. Me deshice de los guantes teniendo las manos libres ante la ridícula idea de que podría ser necesario.

—No se detengan.

—¡Muévanse!

Las voces de comando no se hacían esperar resonando con fuerza entre los pasos desesperados que todos dábamos al huir.

Otro grito resquebrajó el aire seguido por un destello verde que iluminó el cielo. A nuestra derecha la sombra de un cuerpo siendo arrastrado entre la penumbra a duras penas se divisaba, mientras los sonidos de las criaturas rugiendo se incentivaban.

—Se llevaron a Marian...—chilló una cadete—¡Se llevaron a Marian!

La histeria apoderándose de su cuerpo mientras el líder la sujetaba con fuerza para obligarla a caminar.

La parte baja del rio no se encontraba muy lejana, sin embargo, las quimeras se conglomeraban en la sombra siguiendo nuestros pasos. Intenté controlar mi respiración, los temblores en mis piernas dándome la ligera sensación de que en cualquier momento me fallarían. Mas apreté mi mandíbula negándome a fracasar de esa manera.

—Rápido, maldición. ¡Muévanse!

El líder aguardaba, espada en mano, empujándonos uno a uno contra el agua helada mientras escudriñaba las formas que se movían en la oscuridad.

Me encontraba a medio camino cuando su propio grito rompió mi propio terror. Sin voltearme por miedo a lo que fuese encontrar, pero escuchando sus lamentos mientras las fauces despedazaban su carne.

—Por todos los cielos, no, no, no...

La mirada aterrada de una de las cadetes en la orilla opuesta fue más que suficiente. Su pánico mientras usaba sus manos para cubrir sus ojos ante la escena que ocurría a mis espaldas.

—Ahí vienen... por los cielos, ¡ahí vienen! —Gritaba la chica.

Los monstruos dudaban antes de lanzarse al agua, moviéndose entre convulsiones y grotescos sonidos mientras nos observan con maldad. Aquellas amorfas formas oscuras apenas tardaron unos segundos en abalanzarse sobre el rio corriendo a una velocidad vertiginosa para alcanzarnos. Como sacado de un show de los horrores sus cuerpos se removían de maneras imposibles deformando aquello que alguna vez pudieron haber sido.

—Corran, corran, corran ¡corran!

El grupo no tardando en moverse dispuestos a continuar...

Cuando aquel bramido atronador pareció cortar el bosque en dos frente a nosotros.

Incluso las quimeras dejaron de moverse. Sus formas zigzagueantes se arremolinaban gruñendo hacia nosotros, pero completamente quietas en medio del rio.

El nudo en medio de mi pecho pareció acrecentarse y nadie se atrevió siquiera a respirar.

El suelo tembló, pasos agigantados que se aproximaban haciendo crujir los árboles en su camino. La figura emergió lentamente. Sus enormes patas cubiertas de escamas tan verdes que podrían confundirse con la negrura de las quimeras, mientras su cuerpo fornido se erguía muy por encima del más alto de nosotros forrado, en enormes placas que llegaban desde lo alto de su cabeza hasta aquella corta cola llena de púas. Las terroríficas fauces abiertas mostrando un sinfín de dientes por entre los cuales una niebla color platino parecía escaparse.

Un dragón.

El miedo podía confundirse ante el verdadero terror que causaba observar aquellas bestias. El sonido de tu corazón martillando en tus oídos hacía el mundo desvanecerse ante la idea de que estabas muerto. Todos pensamos lo mismo. Algunos incluso sollozaban mientras la realización de que el final había llegado se asentaba en ellos. El olor a amoniaco inundó el aire cuando la chica a mi lado se dejó caer en el suelo completamente petrificada.

—Con cuidado... —se escuchó el leve murmullo de la oficial. —...hacia el lago...lentamente...

Su propia voz temblando mientras usaba su cuerpo en la delantera como si pudiese protegernos. Aquella cosa hacía que luciese pequeña. La tensión en sus hombros haciéndola sacudirse incontrolablemente mientras daba su mejor esfuerzo por mantener el terreno. Me hizo admirarla en silencio y una parte de mi deseo que sobreviviese a todo aquello. Pero los monstruos no tienen compasión con los humanos y la inmensa criatura no dudó un segundo antes de abrir sus fauces para saltar hacia adelante.

—¡Corran!

Gritó alguien, no supe quien fue pues mis ojos seguían observando a la oficial saltar hacia un lado esquivando apenas el ataque, pero dejando su brazo y parte de su hombro ser devorado por el grotesco ser. Sus gritos silentes mientras se retorcía en el suelo sujetando con fuerza el enorme hueco del cual brotaba sangre sin parar.

El dragón se volteó hacia nosotros, regazos de tela y sangre escurriéndose entre sus colmillos mientras rugía amenazadora mente.

—mierda, mierda, mierda.

Maldije una y otra vez antes de lanzarme hacia adelante. Pasé por un lado de la criatura rodando por el suelo al caer para alcanzar a mi oficial. Su mirada aterrorizada completamente enfrascada en mi mientras la criatura nos observaba. No tenía idea de que estaba haciendo cuando impulsé su cuerpo contra el mío intentando ponernos a ambas de pie.

—¿Qué estás haciendo?

—Muévete—le grité desesperada usando mi mano libre para apuntar al dragón.

La criatura rugió en nuestra dirección, ráfagas de aquel nauseabundo olor emergiendo de sus entrañas mientras se preparaba para atacar.

Sentí aquel familiar tirón en mi columna, el sobrecogedor sentimiento de la magia serpenteando por mi interior mientras se apresuraba con todas las fuerzas que podía desde mi palma hacia el exterior. Retraje mi mano como si agarrase alguna piedra invisible y pudiese lanzarla hacia aquella cosa y cuando sentí la energía condensarse en ese punto la aventé hacia el dragón golpeándolo en la cabeza.

Las flamas emergieron con violencia, iluminando su trayectoria hacia la criatura fugazmente. Las acorazadas escamas le protegieron de las quemaduras más el impacto le golpeo con fuerza haciéndole perder el equilibrio momentáneamente. La bestia negó volviendo a encararnos y bramando salvajemente hacia nosotros.

Yo grité en su dirección mientras retrocedía, lanzando una y otra vez aquella magia que me consumía. El calor rodeando mi cuerpo peligrosamente haciendo que cada parte se sintiese entumecida por la sensación crepitante que me sobrecogía.

El dragón se sacudía ante cada impacto, ladeándose de a poco, pero sin perder el enfoque, enojándose cada vez más con cada embestida hasta que levantó su cuerpo sobre sus dos patas traseras y le vimos encararnos. Sus fauces se abrieron una vez más y aquella extraña niebla empezó a condensarse sobrecargando el aire de tanta magia que los cabellos de mi nuca no pudieron evitar erizarse.

—Por todos los cielos...—murmuró la oficial antes de cerrar los ojos aceptando su final.

Mi mente se había quedado sin ideas, solo podía observar al monstruo atónita mientras concentraba toda la magia que tenía en la punta de mis dedos dispuesta a dar un último ataque.

Entonces algo surcó el aire a una velocidad aterradora. Como un destello azul se impactó en el centro de aquella energía haciéndola estallar en todas direcciones y provocando que el dragón cayese. No pude ni sentirme confundida antes de notar el agarre con fuerza de otra mano sobre la mía. Unos dedos enguantados encarcelando mi muñeca y rompiendo mi concentración.

—¿Estás loca?

La voz a mis espaldas no vino sola. Como si lloviesen de los árboles un grupo vestido de negro se abalanzó sobre la criatura. Al menos 3 de ellos completamente uniformados se interponían entre el dragón y nosotras. El aire resonando ante sus órdenes mientras se alistaban para atacar.

—Combatientes, tomen frente. —ordenó la voz de quien me sostenía antes de desenvainar su espada y lanzarse al combate.

Su cuerpo se cubrió de destellos peligrosos que envolvían su arma también. El hombre la levantó en señal de ataque antes de que los 4 embistiesen a la criatura y muchos más de ellos emergiesen del bosque a mis espaldas corriendo hacia el rio en busca de las quimeras.

Los cazadores habían llegado.

Solo miraba el combate boquiabierta. La magia eléctrica zumbando en el aire en oleadas mientras su usuario la convocaba contra la bestia. Los gritos salvajes llenando el ambiente de la batalla que culminó cuando aquella persona deslizándose bajo el animal, utilizó su espada para rajar su vientre de un lado a otro. Las escamas que se habían resistido a mi magia cedieron como una hoja ante el filo de aquella arma que relampagueaba en las manos del cazador. El dragón no tuvo tiempo de soltar ni un quejido antes de que la horda de combatientes brincase sobre el rematándolo con brutalidad.

El sonido sordo de su cuerpo cayendo sobre la yerba fue lo único que pudo causar los murmullos de alabanzas por parte de los sobrevivientes quienes corrieron directo hacia los cazadores. El escuadrón de la muerte, las fuerzas especiales de la milicia del clan del Este, podías llamarlos como quisieras. Aquellas personas con fuerza sobrehumana y poderes capaces de lidiar con lo imposible eran la única esperanza de la humanidad en este mundo. Y se notaba en cada agradecimiento tembloroso que recibían por parte de los exploradores aterrados.

Me sentí respirar como si fuera la primera vez, el peso de mi propio cuerpo amenazando con desplomarse ante el alivio de estar viva.

—¿Qué haces aquí?

La voz de aquel hombre una vez más llamando mi atención, aunque esta vez un poco más bajo como si apretase los dientes. Su enorme silueta me envolvía ante la frialdad de su mirada que portaba ese rostro manchado de sangre enmarcado por algunos mechones negros rozando sus mejillas. Caleb J Cane, tercer oficial de los centinelas del Este, me recriminaba con cada gesto haciéndome sentir más vulnerable que con el dragón delante.

—Necesitamos llevarla al campamento, Señor.—respondí evasiva bajando la mirada.

Sus ojos enfocaron a la oficial quien luchaba inútilmente por no perder el conocimiento. Su sangre manchando gran parte de mi ropa y el suelo bajo nosotras. Él gruño sin estar realmente dispuesto a terminar la conversación. Hizo un gesto a uno de los soldados de su escuadrón y pronto el peso de mi oficial fue retirado de mis manos.

—Gracias...—murmuró débilmente en mi dirección.

Sin saber que responder solo pude darle un asentimiento viendo como la alejaban de mi.

—Allison Pierce—repitió la voz en un gruñido bajo— ¿Qué haces aquí?

—¿Cómo me reconociste? —le espeté mirando a todos lados esperando que no le hubiesen oído.

—¿Cómo te...? ¿Enserio eso es lo que vas a decir? —la incredulidad plantándose en su rostro mientras yo envolvía mejor el pasa montañas sobre mi— ¿Cuántos usuarios de fuego crees que existen en el clan del este?

—Eso no es suficiente.

—Y eso no responde mi maldita pregunta.

Suspiré buscando la forma de librarme de aquello, pero poco habría que hacer cuando uno de tus mejores amigos te pillaba infraganti rompiendo las normas que el mismo se esforzaba por proteger.

—¿Puedes no decírselo a nadie?

—¿Qué si puedo...? —repitió y le vi apretar los puños tratando de contenerse— ¿Es mucho pedir que trates de mantenerte viva?

—Estoy viva.

—Tus manos, ahora.

La demanda en su voz me hizo querer apretar las manos para esconderlas, pero sabía que si lo hacía el dolor no sería agradable. La palma de mi mano izquierda palpitaba suavemente adormecida por la sobrecarga y estaba segura de que si la miraba vería manchas negras extendiéndose entre mis dedos sobre la piel dañada.

—Pierce...

—Estoy bien—le interrumpí—por favor.

Caleb cerró los ojos, contando hasta diez probablemente mientras se debatía entre si debía asesinarme o no. Observé más allá de él hacia el resto de los cazadores quien hábilmente se movían alrededor de la criatura trabajando en despedazarla. Sus partes se utilizarían para el clan, aquellas que no se contaminasen con la corrupción obviamente. Pero mi mirada no estaba interesada en el proceso, si no en encontrar a alguien en particular.

—Agradece a los cielos el hecho de que él no esté aquí, porque habría arrastrado tu patético trasero de vuelta al clan sin rechistar.

—Y luego habría matado a todos los implicados—continue por el visualizando a mi hermano. Verlo enojado no era un espectáculo bonito de apreciar. —Lo se.

—¿Por qué?

—Solo...aprendo.

—Puedes aprender en la academia— replicó empujando mis pasos hacia el bosque.

—No todo se aprende en la academia.

—Todo lo que necesitas.

Suspiré con resignación notando como el paso, solo por ir escoltado de cazadores, se hacía mucho más lento. La seguridad que implicaba su presencia cambiaba por completo la dinámica en la que el grupo se movía. Algunos incluso se dejaban llevar por sus emociones sucumbiendo a lo sucedido mientras eran llevados de vuelta. No veía al resto de los exploradores y algo dentro de mí se preguntó si seguirían vivos.

—¿Me estas escuchando?

—¿Parece que te esté escuchando? —le repliqué enojada.

—No me des toda esa actitud berrinchuda cuando la que está infringiendo las normas eres tú.

—Nadie tiene porque saberlo—respondí encogiéndome de hombros.

—Pones a prueba mi paciencia, princesa.

Contuve todo lo que pude mi repulsión ante su apodo, pero incluso así creo que fue evidente porque le vi sonreír.

—Solo tienes que mantener cerrado el hocico y todos seremos felices.

—Solo si prometes no volver a salir. ¿Cómo diablos estas aquí afuera de todas formas?

—Me hago...pasar por exploradora—murmuré algo apenada.

—No hay forma de que nadie se diese cuenta de esa mentira, Pierce. —pareció pensarlo durante un segundo antes de que un golpe de realización se asentase en sus ojos—¿Quién?

—Nadie

—Pierce—gruñó de manera amenazadora y ante mi silencio prosiguió— Dime o voy a contarle a tu hermano, quien va a desmantelar esa maldita torre de los exploradores tabla a tabla.

—No lo harás.

Me voltee hacia el encarándole, una pequeña sorpresa reflejándose en sus ojos mientras lo hacía, casi con cierta incredulidad.

—Como te atrevas a decirle a mi hermano le diré que tú lo sabías y me dejaste hacerlo hasta que viste que todo se volvió complicado.

—Tu no...no te atreverías—pero incluso el dudó de sus palabras.

—Puedo ser muy creativa. Tu decides, a fin de cuentas, no sería la primera vez que me encubres haciendo algo que no debo.

Su semblante trató de mantenerse serio más el sabía que mi hermano no le creería incluso si lo negaba. Habíamos sido compañeros de crímenes en mas de una ocasión y su reputación estaba tan manchada como la mía. Le vi pasar la mano por su cabello intentando relajarse, pero sonriendo en el proceso.

—Eres malditamente incordiante.

—Me viene de familia—respondí sonriendo, aunque sabía que no podía verme. —De todas formas, no se suponía que fuese tan peligroso—Continué observando a los sobrevivientes a nuestro alrededor

—No confió en tu concepto de peligroso.

—Hasta ahora solo habíamos topado quimeras.

Amplio los ojos hacia mí, aquella cristalina mirada con más preguntas que respuestas mientras se cruzaba de brazos, más alcé mi mano impidiéndole continuar.

—Solo un tiempo, no tanto como me gustaría.

—Pierce...

—¿Qué hacía un dragón en esta parte de las protecciones de todas formas? —Le interrumpí haciéndole fruncir el ceño.

—Primero que todo era un draco—respondió reacio— cuatro patas sin alas. Draco. Y segundo debió haber sido atraído por la conmoción. Era un verde solitario, diría que un quebrantador por la forma de las escamas sobre su lomo.

—Parecían un escudo—recordé mi magia impactando sobre el sin hacerle realmente daño.

—Es una coraza. Solo puede penetrarse con las armas de un cazador.

Llevé mi vista al mango de la espada en su cintura, apenas visible en la negrura de su propio uniforme recubierto de escamas. Todos los cazadores portaban el mismo, ceñido a sus cuerpos con costuras casi invisibles que dejaban los dobladillos de las mangas y el cuello sujetos con fuerza. Solo esos de algún tono algo distintivo aun así opaco marcando su rango y posición.

—Los solitarios deambulan sin rumbo y suelen verse perturbados por quienes se acerquen a ellos. Debió haber cruzado el rio antes que ustedes para esperarlos.

La simple idea de que una criatura pudiese pensar de aquella forma me hizo sacudirme para intentar alejar la sensación. Los monstruos debían ser monstruos, irracionales, no tácticos. Y, sin embargo, la realidad no se acotejaba a lo que deseábamos.

—Nunca más, Pierce—me advirtió el

Observé la bolsa en mi cintura, aun manteniendo los recipientes algo maltrechos, pero con su contenido intacto. Era una ayuda, había, por pequeña y rebelde que fuera, contribuido a algo esa mañana. Había salvado una vida. Era peligroso y mi padre probablemente me recluiría para siempre en una plantación de kalas si se enteraba, pero al menos podía llevar en mi conciencia lo que había hecho hoy.

—¿Pierce?

Miré a Caleb y sonriendo con aire de derrota le respondí.

—Nunca más.

Y supe que era la mentira más grande que hasta ese momento había dicho en mi vida.

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