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— ¡Diablos, perdón, te prometo que no fue mi intención! —se disculpó rápidamente el rizado agachándose a ver al rubio de vestimentas oscuras, a quien accidentalmente acababa de golpear en la cabeza con la puerta de su casillero.

— Mierda, me duele —murmuró este frotándose la zona golpeada mientras soltaba ciertos quejidos.

— Lo siento, lo siento, lo siento, te ayudo con tus cosas —se disculpó agachándose y recogiéndole el libro que se le había caído con el impacto. El Principito de Antoine de Saint Exupéry. Brian miró detenidamente el ejemplar por unos momentos. Estaba abierto en la parte del zorro. Le sorprendió que el chico leyese ese tipo de literatura, puesto que se le hizo una imagen de él leyéndose cada clásico de Stephen King o HP Lovecraft, pero no aquel cuento tan famoso y con miles de significados.

— Hey, mi libro —dijo mirándolo el chico con sus enormes ojos azules y delineados mientras aún se sobaba la cabeza con cierto dolor.

— Oh, sí, lo siento —se lo entregó—. No pensé que te gustara ese libro...

— Es mi favorito... con otros más —se encogió de hombros a tiempo que le ponía un marca páginas que consistía en una hoja de cuaderno rayada y doblada, para posteriormente cerrar el libro y guardarlo en su mochila.

— ¿Entonces ya lo has leído? A mí en lo personal me gusta mucho. Lo leí a los nueve años.

— La primera vez que lo leí fue a los seis —respondió.

— ¿Primera? ¿Y tan pequeño?

— Eh... sí... lo... lo he leído doce veces y... aprendí a leer a los cuatro —admitió algo avergonzado y rascándose el cuello—. En fin, gracias por recogerme mi libro... y eh... no te preocupes por la cabeza —dijo poniéndose la mochila al hombro y avanzando rápidamente. Brian lo vio irse algo confundido. Parecía que ese chico se rehusaba a socializar con alguien, o a decir su nombre, además le llamó la atención lo que acababa de contarle. Aunque claro, cabía la posibilidad de que fuese mentira.

— Eh... de nada —dijo viéndolo aún. El rubio ya se había marchado y no pudo oírlo.

Este último lo miró de reojo a tiempo que retomaba su camino en completa soledad, y Brian se dedicó a continuar haciendo lo que iba a hacer cuando accidentalmente le había golpeado la cabeza al chico. Aún se sentía algo mal por aquello, bastante arrepentido. Al menos el gótico no se había enojado, al parecer.

Guardó unos libros y sacó su billetera del casillero para poder ir a comprar su almuerzo de forma tranquila. Se reuniría con sus amigos allí.

Así que caminó a la cafetería y se puso en la fila para comprar su almuerzo. Por suerte en su escuela solo debían quedarse un día a la semana después de la hora de almorzar, la mayoría de los días salían antes.

Tras un rato esperando, pagó su almuerzo, se lo entregaron y fue a sentarse con sus amigos, quienes lo recibieron.

— ¿Entonces el gótico está en tu clase, John? —preguntó Freddie.

— Sí —respondió este—. Pero lleva ya dos semanas y sigue sin relacionarse con nadie. Todos dicen que es raro, y la mayoría no recordamos como se llama. Los maestros solo le dicen "señor Taylor".

— Quizás se llame Taylor —dijo Freddie encogiéndose de hombros—. Como el actor de Crepúsculo.

— Ese se llama Robert Pattinson, Freddie —dijo Brian.

— El lobo, pedazo de ignorante —lo reprochó el azabache—. Se llama Taylor Lautner y salió con Taylor Swift.

— Qué mierda, los dos se llamaban Taylor —masculló John.

— Deacy, no diga groserías —lo reprochó Freddie—. En fin, como les decía, el actor no es lo importante ahora. ¿Por qué ese chico no habla?

— No sé, debe ser tímido. Nadie le ha hablado tampoco. A mí me da vergüenza, me cuesta hacer amigos —admitió John, de castaños cabellos.

— Pues... pensé que a este punto normalmente los demás ya integraban a los nuevos —dijo Brian.

— No sé, a él no. Lo único que hace en los recreos es leer escuchando música —dijo John—. Se queda en el salón siempre, a menos que el maestro lo saque para poder limpiarlo.

— ¿Al chico...? —preguntó Brian.

— Al salón, pedazo de idiota —dijo Freddie—. Yo digo que el chico tiene cara de Gerald.

— Yo digo que tiene cara de Kurt —dijo Brian.

— Uhm... no, tiene más pinta de Jake o... de Roy o... uhm... ¿de Derek...?

— ¿No dijeron cómo se llamaba cuando lo presentaron? —preguntó Freddie.

— Sí, pero casi nadie se acuerda —dijo el castaño—. Como te digo, el chico con suerte sale del salón, siempre está con audífonos y es muy callado. Debe ser tímido como yo.

— O simplemente antisocial —dijo Freddie encogiéndose de hombros—. Hay gente que le gusta la soledad.

— Puede ser —comentó Brian encogiéndose de hombros.

Mientras aquella conversación tenía lugar, el rubio del que hablaban se encontraba en la fila comprando su almuerzo. Se sentaría en la misma mesa que llevaba ocupando solitariamente las últimas dos semanas a comer mientras leía y escuchaba música. Estaba bien con eso, realmente le importaba poco relacionarse con sus nuevos compañeros. Era alguien solitario, que disfrutaba de aquello. Le servía para pensar.

Una vez llegó su turno, pidió unos fideos con salsa de espinaca con una soda y tras recibirlo, tomó la bandeja y se dirigió a la mesa.

Lamentablemente estaba ocupada por el tipo que le había golpeado la cabeza por accidente y sus amigos, por lo que soltó un suspiro y se dedicó a buscar otra mesa disponible. Era imposible que todas estuviesen llenas, a su parecer.

Mientras miraba, buscando en cada rincón, encontró por fin una mesa redonda que estaba en una esquina. Era perfecta a su parecer, allí estaría incluso más tranquilo que en la otra mesa.

Así que se dirigió a ella, cuando alguien le dio una zancadilla y un empujón, haciendo que cayese al suelo. Los demás no parecieron darse cuenta, solo algunos que dieron algunas risas, pero por suerte del rubio, no había sido nada del otro mundo. El bullicio del comedor y el hecho que la mayoría no estaba prestándole atención le sirvieron de disfraz ante el intento fallido de humillación. Este solo se quedó en el suelo soltando un suspiro. La comida le había manchado la ropa.

— Hey, ¿estás bien?

Miró hacia arriba viendo al chico rizado de antes. Estaba acuclillado frente a él y otros dos chicos más, uno de su clase, estaban al lado. Tener tan de cerca al rizado lo hizo ponerse rojo, por alguna razón, y solamente asintió.

— Sí, gracias —dijo simplemente.

— Te ayudo a ponerte de pie —se paró y le tendió una mano.

— Gracias —la recibió y se levantó, limpiando su indumentaria de manera algo torpe. El contrario comenzó a ayudarle, lo que hizo que las mejillas se le encendiesen más por la vergüenza y se separara un poco—. Estoy bien, gracias...

— Oh, claro —dijo—. ¿Sabes? Hemos hablado ya dos veces y sigues sin decirme tu nombre. Yo soy Brian, ¿y tú? —se presentó.

— Roger —respondió—. Tú eres John de mi clase... y a ti nunca te he visto, lo siento.

— Me llamo Freddie —se presentó.

— Un gusto —sonrió leve—. Bueno, supongo que tendré que comer en casa —se encogió de hombros—. Nos velos.

— ¿No quieres quedarte con nosotros? —propuso Brian—. Así nos podemos conocer.

— Eh...

— Oh, vamos, no conoces a nadie y llevas dos semanas —le dijo Freddie.

— De hecho... eh...

— La pasaremos bien. Vamos, Roger, acepta —le sonrió Brian. El aludido suspiró y asintió, yendo con ellos. Al sentarse, el rizado separó con cuidado su comida y dejándola en un pocillo, le dio a Roger.

— No es necesario, en serio, muchas gracias, pero comeré en mi casa —dijo rápidamente.

— No puedes pasar tanto rato sin comer —repuso Brian—. No voy a morirme por comer menos una vez.

— Sí, pero no puedo quitarte tu comida —repuso—. Acabo de conocerte, además...

— No te preocupes, solo come —dijo Brian y el rubio no tuvo otra que aceptar y sacando otro libro, que era el fantasma de Canterville. Los demás lo miraron—. ¿Ya terminaste El Principito?

— Uhm... sí... es... es corto —se rascó el cuello—. Lo... lo siento, estoy siendo descortés... —guardó el libro.

— No te preocupes, ¿de dónde vienes, cielo? —le preguntó Freddie. Roger lo miró algo extrañado por el apodo que había usado.

— ¿Cielo...?

— No te preocupes, así nos trata a todos —lo tranquilizó Brian.

— Oh, está bien... —se encogió de hombros.

— ¿Cuántos años tienes? —preguntó Freddie.

— Catorce —se rascó el cuello.

— Pensé que eras menor que Johnny, no que tenías su edad —comentó Freddie—. Yo tengo dieciséis y Brian tiene quince.

— Bueno... tengo... esa edad —se encogió de hombros.

— ¿Por qué siempre estás solo? —se atrevió a preguntar John.

— Me gusta estarlo. Así nadie pregunta cosas estúpidas —respondió dando una indirecta bastante directa. No iba a abrirse con personas que acababa de conocer.

— Bueno, es cierto que la gente pregunta cosas estúpidas —dijo John, quien al parecer no se había dado cuenta de la indirecta. Roger solo asintió comiendo de lo que Brian le había dado.

— ¿Y de dónde vienes? —preguntó el rizado.

— North Folk —respondió tras tragar la comida.

— ¿Y por qué te viniste? He oído que North Folk es muy hermoso —dijo Freddie.

— Asuntos personales —murmuró bastante incómodo.

— Creo que lo estamos asfixiando con tantas preguntas —intervino Brian—. Pregúntanos algo tú, Rog.

— Eh... ¿clase? —preguntó.

— Freddie y yo vamos un año después de ustedes, y John va contigo —respondió Brian—. Veamos, podemos contar cosas para conocernos. Yo toco guitarra y voy en el equipo de básquetbol. Quería ser vegano, pero el entrenador me dijo que necesitaba proteínas.

— Sabes que puedes sacar proteínas de otras partes además de la leche, el huevo y la carne, ¿no...? —intervino Roger—. Las legumbres tienen... —se dio cuenta que estaba hablando demasiado y se quedó callado.

— Tranquilo, continúa —le sonrió Brian. Roger lo miró y tomó aire desviando la mirada.

— Las legumbres tienen muchas proteínas también —dijo en voz baja.

— Bueno, no sabía. Hablaré con mi entrenador a ver qué pasa —dijo el rizado.

— Me toca, estúpidas —dijo Freddie—. A mí me gusta cantar, toco el piano, adoro dibujar y pues... me gusta salir y esas cosas.

— Yo me llamo John Deacon —dijo este—. Y la verdad no sé qué decir.

— Te toca —dijo Freddie.

— Pues... me gusta leer y escuchar música —dijo—. Y... toco batería y guitarra.

— Eso es genial —sonrió Brian.

Roger solo asintió y se limitó a oír lo que los demás conversaban. A veces era mejor simplemente escuchar.

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