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Oscuridad

Tras días de viaje a través de la zona más densa del bosque, los tres viajeros estuvieron tomando precauciones puesto que, estaban en un territorio peligroso. Se valieron de las esporas de los hongos, silenciaron las pisadas del caballo con trozos de piel en sus cascos y se comunicaron por caras y gestos.

Iris mantenía iluminando el camino con piedras guarda-anma que había recolectado con antelación en Adiridel. Cada brazo tenía al menos dos brazaletes con piedras con anma de diferentes tipos en su interior.

Alem se había desecho de lo que quedaba de su antiguo y roto uniforme, y en su lugar había vuelto a utilizar ropa de civil salvo que ahora portaba pantalones grises y había recogido su cabello en una media cola.

El joven intentó extremar precauciones ya que la situación se estaba tornando delicada y estaba involucrado, quizá más de lo que quisiera, en una inminente guerra en la cual aún no sabía el papel que iba a tener. El estrés lo tenía algo tenso.

Las esporas de los hongos sin la incidencia de la luz tomaban colores ocres y azulados por lo que prefirieron mezclarlos con agua y untarlos en la piel del rostro, cuello y manos haciendo parecer que llevaban maquillaje, de esa forma no manchaban la ropa y el olor se disfrazaba mejor.

Como forma de abrigarse siguieron usando pieles, pero habían llegado al acuerdo de que, saliendo de la espesura del bosque utilizarían prendas tejidas tradicionales que los Damer solían usar. Viator tenía almacenadas varias cosas en su antigua casa que utilizaba para el comercio, así que materiales tenían de sobra.

El hombre se había desecho de su vestimenta habitual y de igual forma se vistió con prendas de tejidos vegetales en vez de los de origen animal. Su molestia por ello era notoria puesto que, para un Vleyquanger su vestimenta y el trenzado eran de mucho valor cultural. No obstante, con la incertidumbre de tener al ejército moviéndose dentro de los bosques tampoco les garantizaba que pudieran evitarlos, el disfraz debía ser una prioridad.

El terreno lucía incluso más oscuro, frío y neblinoso que antes, por lo que Iris asumió que se estaban adentrando en lo más profundo del bosque yendo al noreste. Viator se había enterado del oso-tejón que merodeaba el territorio, por lo que optaron por cambiar un poco su ruta. Como resultado caminaban en un lugar casi inhóspito. Los sonidos que se lograban escuchar eran guturales y chillidos escalofriantes que a lo lejos hacían un llamado a la cacería.

Viator llevaba la delantera sobre Fideag. Pese a su falta de una extremidad, continuaba con la misma actitud que siempre lo caracterizó, y la experiencia que él tenía seguía haciendo de él la persona indicada para guiar el camino.

El hombre hacía señales a los chicos cada que detectaba algo que pudiera representar un riesgo. Todos estaban en alerta. Por tres días no habían dormido mucho más de dos horas cada uno por turnarse para vigilar durante los descansos.

Con el pasar de las horas de aquel día, la oscuridad se fue atenuando. Al momento de encontrar un solo rayo de luz filtrándose entre la espesura de los árboles, respiraron con mayor tranquilidad. Los jóvenes no deseaban volver a vivir lo que sintieron cuando fueron perseguidos por aquella bestia. Sin embargo, aún no podían hablar, era demasiado pronto.

Mientras Iris iluminaba el camino por detrás de Viator, el hombre divisó una tenue luz que se estaba intensificando. El viejo frenó a Fideag y se apartó del camino, Iris escondió el brazalete dentro del abrigo de piel para que la luz no los delatara y siguió al hombre, jalando a Alem quien venía a su lado.

Una compañía se acercaba por ese mismo camino, algunos iban a caballo y otros sobre dragones. Los soldados que iban a pie se encontraban custodiando la periferia de la formación, portaban lanzas y yelmos metálicos.

Todos guardaban silencio, su presencia era solo percibida por las siluetas que se dibujaban por el brillo de luces de diferentes tonos y orígenes. El brillo rojo que poseían en las manos le decía a Iris que a sus animales los tenían muy bien controlados para que no emitieran ruidos durante su paso por el bosque.

Los tres estaban escondidos detrás de un conjunto de raíces de gran altura. Alem cubrió la cabeza de Fideag con una de las pieles para ocultar el brillo de sus manos y le ordenó al caballo que se acostara para que no fuera percibido.

La compañía tardó en pasar varios minutos, Iris observaba por un agujero lo que sucedía. Conforme avanzaban los hombres, el número de gente sana iba disminuyendo, y los heridos aumentaban, hasta que, en las últimas filas, uno que otro tropezaba o era arrastrado por un compañero. Algunos ya no se levantaron más, los sonidos ahogados y los quejidos débiles fueron reemplazados de a poco por un silencio sepulcral.

Cuando pasó la última persona, Viator dejó pasar un tiempo hasta que estuvieron seguros de no ser detectados. Entonces el hombre apoyado en muletas se aproximó a los cuerpos que yacían quietos. Sin ningún miramiento sacó una espada y terminó con la vida de aquellos que aún agonizaban.

Iris bajó la mirada, prefirió no ver lo que Viator estaba haciendo, se veía perturbada y se sobresaltaba cuando escuchaba el sonido seco del golpe de gracia.

Cuando el hombre terminó con el último, Iris condujo su muñeca con el brazalete para continuar iluminando el camino, mientras trataba de ignorar el sonido de la espada atravesando la carne que se repetía en un ciclo sin fin en su cabeza. Nunca pensó que tendría un día que enfrentar tal situación. Sabía que esto era solo el inicio de la guerra.

Alem permanecía en un silencio total, no podía evitar pensar que, de haber continuado en el ejército, quizás habría tenido un destino similar en un enfrentamiento. Llevaban siglos en tensiones, pero ninguna persona de los clanes tenía la culpa de los errores de los antepasados. Sentía rabia, pena y frustración, porque, aunque él era un Damer, había crecido entre los Vleyquanger del pueblo de Dresve.

Un vacío en el pecho incomodaba a ambos chicos, Iris permanecía como un muerto viviente caminando hacia el frente sin querer hacer contacto visual con ninguno de sus dos acompañantes. Sentía náuseas y unas inmensas ganas de romper en llanto, apretaba su puño con tanta fuerza que la luz se movía temblorosa, guiando a todos.

Tras el paso de las horas y la presencia creciente de luz. Iris pronto dejó de golpear las piedras para iluminar el sendero y pudieron borrar las marcas de su piel.

Ya no era necesario seguir callados, sin embargo, Viator no quiso animarlos a romper el silencio. Habían salido de territorio peligroso, pero el miedo y la realidad estaba golpeando tan duro a Alem y a Iris, que temía que estos se derrumbaran en cuanto sintieran que les habían quitado la tensión y la incertidumbre.

Días más tarde habían vuelto al pueblo donde habían enfrentado a los dragones serpiente. La gente había vuelto a los campos, pero la paz no lo había hecho. Había una compañía estacionada y aunque eso significaba una entrada de dinero para el sostén de aquel lugar, no les estaba yendo tan bien.

El ambiente seguía tan sombrío y solitario como siempre. Alem se puso al frente, todos habían cambiado sus ropas para parecer Damer y caminaban con cautela tratando de no llamar la atención.

La gente del pueblo los seguía con la mirada cuando pasaban cerca, pero la desviaban en cuanto los notaban. Alem comprendió que no iban a quedarse en ese lugar por mucho tiempo.

—¡Alto en el nombre del rey! —ordenó un soldado interrumpiendo los pensamientos de los tres quienes caminaban callados—. Dispense las molestias, señor, pero debido al aumento de insurrecciones estamos obligados a solicitar papeles —ordenó el militar.

Iris se mordió el labio, el corazón le latía desbocado, sin embargo, trataba de permanecer en calma.

—Sin problema, le muestro mis papeles. Soy Alem Zorex de los Damer. Somos originarios de Dresve —respondió el chico de forma amable, entregando sus documentos.

—¿Son familiares suyos? —preguntó el soldado mirando a Iris y a Viator.

—Oh sí, me acabo de casar. Es mi señora y mi suegro —Alem le dirigió una mirada a Iris para que se acercara con los documentos que Malena les había expedido.

Iris tanteó sus bolsillos y sacando los papeles, se apresuró a entregarlos, tomó a Alem del brazo y apoyó su cabeza en su hombro tratando de aparentar una demostración de cariño.

El soldado ojeaba con cuidado y curiosidad todos los documentos.

—¿Qué le sucedió a su padre? —preguntó el hombre al percatarse que Viator no poseía una extremidad.

Iris sintió que su corazón dio un vuelco, no había pensado en una historia para la herida de Viator. El hombre había perdido la pierna tras una infección por una herida en batalla defendiendo Adiridel. No había hablado mucho al respecto, pero ahora necesitaba algo que no le delatara como un Vleyquanger y rápido.

—¡Oh! Sucedió tratando con un Fantasma de las rocas hace un mes, fui con descuido por donde no debía —respondió el hombre evitando que Iris contestara.

—Esos dragones son difíciles de tratar, fue una suerte que saliera con vida. Tuvimos noticias de que un grupo de los nuestros fueron acabados por una manada.

—Qué infortunado destino. Tuve mucha suerte —dijo Viator tratando de aparentar sorpresa.

—¿Hacia dónde se dirigen?

—Hacia la capital. Los peligros han aumentado y queremos estar en un lugar seguro con los nuestros —respondió.

—Muy bien —el soldado dobló los papeles y se los entregó en mano a Alem—, pueden continuar, mucha suerte y felicidades.

—¡Muchas gracias! —respondió Iris aún sin soltar a Alem.

El joven colocó su mano sobre la de Iris y desvió su mirada intentando guardar la calma. Iris nunca había hecho un gesto así y le causaba gracia. Viator avanzó con Fideag propinándole una discreta patada a Alem y una mirada de advertencia mientras tomaba la delantera.

Los tres continuaron su camino. Cuando pararon en el hostal de Birger notaron que se encontraba con soldados saliendo borrachos del lugar. Era medio día, les extrañaba que ya hubiera gente en estado etílico a esa hora. Los tres comentaron su desconcierto cuando un hombre se unió con discreción a la conversación.

—No se molesten en entrar, Birger se ha ido.

—Él no dejaría su negocio —dijo Viator enarcando una ceja.

—Los Damer han expropiado nuestros negocios, solo se nos permite trabajar en los campos. Controlan todo poco a poco.

—¡¿Qué?! —Iris miró con indignación e incredulidad al hombre.

—Será mejor que vayan al bosque, aquí se les reconocerá tarde o temprano... —dijo el hombre retomando su camino para no llamar la atención.

—Compremos provisiones y salgamos de aquí —comentó Viator encaminando a Fideag.

Alem miró a Iris quien tenía una expresión de enojo que solo había visto cuando estaba enfrentando a los dragones serpiente.

—¿Estás bien? —preguntó el joven.

—Estoy bien... esta gente me hace rabiar nada más... —dijo Iris caminando detrás de Viator.

Los Vleyquanger tenían la cabeza baja, la mayoría se encontraba desaliñada en su apariencia. Les habían quitado lo que quedaba de su autonomía, la situación irritaba mucho a Iris. En una guerra nadie gana, se preguntaba por qué tenía que tomar una pieza y jugar en el tablero que estuvo su padre preparando, asumiendo la responsabilidad por el pago por la supuesta libertad que les negaron generaciones atrás.

Por mucho tiempo Iris se había preguntado qué quería hacer de su vida y sin saberlo ya lo tenían decidido. Ahora ella tenía un peso encima que no había sentido antes.

Ella tomó una decisión ese día y era algo suyo que vino reflexionando en el silencio y la oscuridad.


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