La capital
Días después y tras mucha investigación con los limitados recursos que poseían, Iris aún no intentaba retirar el limitador. Se encontraba muy nerviosa puesto que estaban justo frente a la puerta de la entrada de la muralla que rodeaba la ciudad. Había una fila larga de Damer que venían a solicitar asilo, campamentos con familias completas y miembros del ejército estacionados vigilando el orden.
Iris notó que había tiendas con gente en fila también. Para acceder a la ciudad había que sortear muchos filtros, por lo que quienes no podían entrar sea por su poder adquisitivo, invitación o profesión, solo tenían dos formas para pasar; Unirse al ejército garantizando la entrada de la familia como padres, cónyuge e hijos; o meter una solicitud, que podía tardar semanas a meses en ser aprobada, para ser un peón que trabajara para el mantenimiento de la ciudad.
No todos los Damer eran bien posicionados, pero gozaban de más derechos a comparación de los Vleyquanger, quienes en esa zona ya no eran bienvenidos y al contrario, eran usados como mano esclava, el trabajo del campo y cualquier otra función que se considerara poco digna.
—Es una suerte que tengamos una recomendación —comentó Alem en voz baja mientras permanecían en la espera de un turno para la inspección.
—Sí, solo espero no tengan algo que interfiera con las funciones de las piedras, niño —respondió Viator mientras alimentaba a Fideag con un par de zanahorias y algo parecido a la avena.
—Debe de haber mucha seguridad, la verdad me siento preocupada, no hemos podido confirmar nuestras teorías, quitar el limitador es una de nuestras prioridades —comentó Iris de forma discreta ocultando su boca con una mano.
—Así es, pero, aunque retiraras el limitador, si descubren sus marcas, se acabó. Esto es lo único con lo que contamos por ahora —dijo Alem.
Tras dos horas de espera finalmente estaban cerca de la entrada principal, había cinco familias delante. Estaban ante una de las más grandes pruebas a las que se enfrentaban y debían hacerlo sin el uso de la fuerza.
Alem e Iris habían visto cómo las personas rechazadas las hacían a un lado con amenazas y dañando sus pertenencias.
Cuando llegó su turno un par de guardias solicitaron los papeles de cada uno. Iris permaneció callada, tomando la mano de Alem para seguir con su papel de esposa.
A los tres se les solicitó retirarse los abrigos y mostrar brazos y piernas. La joven tragó saliva cuando uno de los soldados palpó por encima de la ropa y a alzó un poco la blusa para inspeccionar que no hubiera nada escondido.
—¿Tienen invitación, pagaron la cuota de admisión o han sido contratados? —preguntó el soldado a la chica.
Iris comenzó a hacer señas y a jalar a Alem.
—Lo siento, señor. Mi esposa nació con un problema así que no habla —intervino el joven.
—Interesante, pero parece entender lo que digo.
—Oh sí, puede entenderlo, pero no hablar —confirmó Viator —ella es mi hija.
—Nombres y asunto, por favor —respondió el hombre mirando a Iris con suspicacia.
—Alem Zorex, Víctor Zorex e Iris Zorex —respondió Viator.
—Zorex aquí, Zorex allá, son una familia muy vasta —suspiró el hombre cerrando los pergaminos y entregándolos a Alem—. Tan vasta que se casan entre familia.
—Oh sí, señor, pero el parentesco es lejano, lo suficiente para permitir la unión de estos tórtolos —rio Viator codeando a Alem.
El chico forzó una pequeña sonrisa intentando ocultar el rubor de sus mejillas. Asintió y guardó los papeles.
—En fin. Venimos por un trabajo. Estamos aquí por recomendación de Cerier Domenech —continuó el viejo volviendo a su estado serio habitual y mostrando una carta de recomendación con los sellos de la familia Domenech.
Los soldados se miraron entre sí y luego hicieron señas para que abrieran las puertas para dejarlos pasar.
—Pasen y disfruten su estancia —dijo el hombre.
Los tres asintieron y avanzaron a través de una puerta enorme de madera. Al entrar, las calles abarrotadas de gente les recibieron dando una vista poco recurrente.
Los comerciantes gritaban anunciando la venta de productos y servicios. Las calles estaban repletas de gente que se trasladaba caminando o encima de lentas máquinas con ruedas que se movían a vapor. Solo los más ricos se podían dar el lujo de pasearse con ellas como si de un juguete nuevo se tratara, para hacer gala de su opulencia.
El rey estaba trabajando en tecnología nueva, y el hecho de que estuvieran integradas las máquinas dentro de la ciudad encendía las alertas de Iris, quien sospechaba que esas no eran las únicas desarrolladas.
Para ella esto era lo más cercano a lo que estaba acostumbrada en la gran ciudad donde vivía. Se le hacía curioso que, aunque hubiera máquinas o gente caminando, pocas veces se veía a una persona montando un dragón. Esta actividad parecía estar limitada solo para los miembros del ejército.
—Este lugar da asco —dijo Viator con molestia mientras miraba por todos lados.
—Nunca había estado aquí —comentó Alem —. A dónde tenemos que ir ahora.
—Allá —respondió Viator señalando a lo lejos el castillo cuyas torres se erigían imponentes dando una gran sombra hacia el oeste. Era aún de mañana por lo que el sol todavía no se ponía en su punto más alto.
Alem e Iris se miraron sorprendidos.
—No puede ser... ¿¡Cómo?! —exclamó Iris al mismo tiempo que se tapaba la boca verificando que no la hubieran escuchado los guardias.
—Mover mis hilos no fue fácil tomando en cuenta que ya no puedo usar mi identidad —respondió serio y avanzando a paso rápido y constante sobre Fideag.
—Somos «La familia». Hacemos de todo, de algo nos tenía que valer. No me dediqué a robarle otra vez a las personas solo para obtener trabajos mediocres —dijo Alem mientras se cruzaba de brazos con incomodidad.
—No le robaste a cualquier persona. Recuperaste más bien algo valioso que no se podría conseguir de otra forma y bueno, la entrega a Cerier Domenech fue eso mismo.
—¿¡Esas piedras eran para Cerier?! —el chico miraba la espalda de Viator esperando que este se volteara y le confirmara, pero en cambio no dijo ni una palabra.
Iris miraba con extrañeza a los dos, ya que ella no sabía mucho de aquella penúltima misión. Solo había hecho el trabajo de espionaje, averiguando quién era el objetivo y sus costumbres. Pero ignoraba lo que había que sustraerle, ya que se encontraba envuelto en un costal de cuero con los escudos de la casa real. Ese trabajo le correspondió a Alem quien tenía la pericia necesaria.
Cuando el joven consiguió el costal, Viator miraba con recelo el interior y había dicho que lo entregaría lo más pronto posible. No se le cuestionó, ya que él era el que concretaba los intercambios. Nunca se pensó que aquel último encargo era la entrega en casa del artesano.
Iris se sentía algo apartada cuando se trataba de algunas misiones. Viator se reservaba mucha de la información, cosa que no le sorprendía ya que con ella se había callado bastantes datos sobre ella misma desde que lo conoció.
Llegados a la entrada del castillo, Viator se aproximó a los guardias repitiendo el procedimiento de inspección. Pronto los dejaron cruzar el puente que atravesaba una zanja que contenía agua y era utilizada como vertedero de vasijas rotas, madera astillada y algunas estacas. No era una vista agradable y contrastaba con la construcción que, pese a ser hecha para resistir ataques, aún tenía un toque de elegancia.
Al cruzar por el arco del muro divisorio, un gran jardín les recibió. Pese a estar nevado, estaba repleto de flores con espinas de colores y algunas plantas que Iris reconoció de inmediato. Al tener hojas moradas con manchas rosas, eran perfectas para el ornato, pero su uso iba más allá de las apariencias. Era la planta base de muchos medicamentos herbolarios.
Los ojos de la chica se iluminaron al verlas, pero pronto su sonrisa fue reemplazada por una expresión de frustración mordiendo su labio y ocultando los pulgares en sus puños. No se podía separar del grupo.
Unos guardias los escoltaron hasta un edificio apartado del castillo que servía como centro de reuniones para los trabajadores y la servidumbre. Se conformaba por una gran cocina con mesas y el despacho del jefe de siervos, quién era el que organizaba y llevaba la contabilidad de pago de los sueldos de los demás.
Al entrar al edificio encontraron a cinco o diez personas descansando, recibiendo la ración de alimento del día. Ninguno tenía queja, no estaban maltrechos ni con apariencia andrajosa. Iris describiría la escena como salida de un cuadro de Diego Velázquez.
Las personas callaron su plática y los analizaron de pies a cabeza a cada uno. Los soldados se habían retirado así que prácticamente estaban solos para la presentación.
—¿Asunto? —preguntó un hombre que se hallaba sentado en la mesa.
—Buscamos al jefe de siervos, venimos para cubrir una vacante —respondió Viator desde atrás de los chicos, desmontando a Fideag y caminando con su prótesis emitiendo un particular sonido con cada paso.
El hombre, haciendo un gesto con la cabeza, señaló una puerta al fondo.
Al pasar, el olor a tocino asado con papas se apoderó de la nariz de Iris quien ya se encontraba con hambre, reavivando la particular sensación de vacío en el estómago. Debía aguantar un poco antes de pedir alimento.
Alem se acercó a la puerta y tocó un par de veces. Tras un breve silencio, el sonido de las cerraduras precedió a la aparición de un hombre de una edad aparente de cincuenta años, sin barba, con una peluca empolvada y un par de espejuelos mirando al grupo de tres.
—¿Qué desean? —preguntó.
—Venimos por recomendación de Cerier Domenech —respondió Viator.
El hombre con una expresión de seriedad se hizo a un lado y los invitó a pasar a su despacho.
Aquel lugar tenía una apariencia un tanto fría, denotando la seriedad del propietario quien se sentó en la silla detrás del escritorio donde había estado contando monedas de oro usando una báscula y llevando algunas anotaciones.
—Bien, señor Zorex, estoy enterado de su llegada. Me llama la atención que venga recomendado por aquel artesano Vleyquanger. Tengo mis reservas con él debido a lo que ha estado ocurriendo en los últimos meses, pero dado que no hay muchos cazarrecompensas como usted, y más aún, siendo de nuestro prestigioso clan, me veo en la necesidad de emplearlos.
—Entiendo. ¿Cuál será la encomienda? —preguntó Viator tomando asiento por su cuenta dado que no se les dio la indicación.
El hombre no se inmutó.
—El rey está muy preocupado, señor Zorex, ha estado particularmente... Suspicaz. Verá; tenemos problemas con las tropas. El nivel de deserción creciente en las últimas semanas refleja la inconformidad de algunos miembros de nuestro distinguido clan con nuestros métodos. Un reino sin orden no tiene progreso.
—¿Y eso qué tiene que ver con nosotros? —respondió cruzando su prótesis sobre la rodilla y llevándose la mano a la barbilla.
—A eso voy. Solicitamos que se integren a los servicios del palacio. Requerimos de sus conocimientos para reforzar el entrenamiento de los muchachos y de paso informarnos de cualquier eventualidad que pudiera... importunar los planes de su majestad —respondió.
Viator lo miró con extrañeza y luego se acercó al escritorio. Su nivel de experiencia en el campo no le permitía tragarse por completo las intenciones de esa encomienda.
—¿Sabe que los cazarecompensas somos mercenarios, jefe? Una encomienda como esta dudo mucho la tenga el rey para gente de nuestra clase.
—Le aseguro señor Zorex. Lo sabemos y estamos seguros que no hay mejor postor en el reino que el propio rey. Se le pagará una cuantiosa suma —respondió deslizando un papel.
Viator, al leer el papel, se quedó observando al hombre con incredulidad. La suma que se les estaba ofreciendo incluía la adquisición de un título en calidad de vasallo.
Iris miró de reojo a Alem. El chico observaba a Viator con expectación e impaciencia. Se sentía muy nervioso desde que había escuchado el tema de la deserción, no deseaba regresar a la rutina del ejército.
—Entonces déjeme ver si entendí. Esta encomienda es para aumentar el nivel de seguridad —continuó el viejo. Aún sospechaba de la encomienda.
—Así es. El muchacho que lleva cubre el perfil perfecto para infiltrarse entre la servidumbre, tenemos una vacante como ayudante en las cocinas. En cuanto a usted, lo requiero entrenando a la guardia personal del rey, se han extendido los rumores sobre sus conocimientos y su reputación como Damer que sabe sobrevivir al bosque oscuro, señor Zorex. Pocos Damer poseen tales habilidades, no es algo que consideren de nuestra «categoría» irnos a meter a territorio poco civilizado.
Viator trató de mantenerse sereno ante los comentarios. Iris bajó la mirada para no demostrar su molestia.
—Suena un plan razonable, solo quiero confirmar. ¿Necesita solo al muchacho y a mí? —continuó el hombre.
—En efecto....
—Bien, permítame presentarle a mi hija Iris Zorex. Como verá el muchacho es mi yerno y no me gustaría alejarla de él, están recién casados.
—Su solicitud me intriga, señor. ¿Sabe la importancia de esta encomienda' Con el debido respeto ¿Qué puede hacer esta joven que pudiera beneficiar a su majestad?
Iris miró a Viator con nerviosismo.
—Oh, mucho, jefe. Mi hija tiene el entrenamiento que solicita para la guardia, por lo que ella será capaz de hacer tanto o más que alguno de sus soldados. Además, ella tiene un problema de audición por lo que no podría saber de lo que hablan dentro del castillo que pudiera incomodar a su majestad.
El hombre miró enarcando una ceja a Iris. La observó de pies a cabeza.
—A mí me parece una niña como cualquier otra.
—¿Tiene alguna Dranugestra? —preguntó Viator con perspicacia.
—La posesión de una es ilegal, señor —respondió.
—Ah, pero no ha dicho que no la tiene —sonrió.
El hombre con incomodidad y dudas extendió un costal pequeño en el escritorio luego de un largo silencio.
—Ni una palabra, señor Zorex—respondió.
—Mis labios están sellados, jefe.
Viator sonreía internamente, el haber obtenido ese pequeño trato garantizaba la confianza del jefe. Tomó el objeto y lo abrió. Cogió la mano de Iris y dejó caer una pequeña piedra de menos de un cuarto de pulgada en la palma de la joven.
El hombre palideció como si temiera que algo malo sucediera.
—¿¡Qué hace?! —exclamó.
—Mire bien, jefe, mi hija es capaz de soportar lo que ninguno de sus soldados puede. Estos son los resultados del entrenamiento que le he dado.
Iris miraba a Viator con cierto dejo de indignación. Quitándole el costal, introdujo la piedra y lo dejó en el escritorio. Ella no solo se sentía como bicho raro, sino que Viator dijo que era sorda sin consultarle y eso la hacía sentir fuera de lugar.
Era frustrante no poder reclamar, ella no hablaba muy bien el damerio, por lo cual se había hecho pasar por muda mientras lo aprendía durante todos estos meses para no poner en evidencia el acento y la pronunciación. El hombre volvió a mirar a la joven que aparentaba encontrarse como si nada mientras internamente maldecía su situación.
—Si demuestra sus habilidades consideraré colocarla en algún sitio. De hecho, creo que tengo el puesto perfecto, pero requiere la aprobación de la reina.
—No se decepcionará, jefe.
¿Qué les pareció? ¿Que pasará con Iris que ahora tendrá que estar callada y fingiendo tener sordera? ¿Qué pretende Viator?
No olviden comentar, me ayudaría muchísimo.
Si les gustó, dejen su voto. ¡Bonito fin de semana!
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