Ira
Draconia era un pequeño poblado oculto en el bosque cercano a la frontera sureste, rodeado de una fortaleza natural que protegía el estilo de vida de los Vleyquanger. Todo lo que aquel lugar podía ofrecer, hacía sentir a Iris como una niña descubriendo el mundo, sin embargo, debido a los recientes acontecimientos, la emoción pasaba con prontitud, sin permitirse disfrutar de las cosas, pues tenía demasiado qué pensar.
Durante su estancia y recorrido, Viator la notaba distante y tenía que llamar su atención más de una vez para poderle explicar todo lo referente a su estilo de vida. En el último día que estuvieron en el pueblo, el viejo tenía que arreglar algunos asuntos con Elías, por lo que le autorizó a Iris hacer lo que quisiera.
La joven lidiaba con sentimientos encontrados, por lo que, sin pensar en otra cosa, tomó su espada y se trasladó a un viejo establo olvidado que había descubierto durante sus recorridos.
Se sentía abrumada, necesitaba algo con lo cual descargar sus emociones. Tomó un poco de paja, un viejo costal y forró un poste que estaba tirado por ahí, para practicar algunos golpes.
Con ira y frustración, propinó varios ataques a puño limpio. El dolor de cada golpe no se comparaba con lo que llevaba por dentro; su vida y su propia existencia estaba penada, y por poco se moría al ser abandonada a su suerte en el bosque.
—¡Nadie se dignó a decirme la verdad en todo este tiempo! —dijo dando una patada—. ¡¿Cuándo, padre?! ¿¡Estás dispuesto a arruinar tu imagen y mi percepción?! ¡Jamás te cuestioné!
La joven renegaba en voz alta mientras sus golpes y patadas se hacían más fuertes y contundentes por la ira. Cuando le pareció insuficiente dar solo golpes a mano limpia, sacó la espada para desgarrar el saco con cada movimiento, hasta que dejó caer el arma por la debilidad y el agotamiento. En otras circunstancias se hubiera sentido satisfecha, pero no ese día. Continuó haciendo sus prácticas, y no se detuvo hasta que las manos se le hincharon.
Para la hora de la cena, se presentó a la sala de reuniones con aspecto desaliñado y con heridas en las extremidades. Esto no pasó desapercibido por Viator, quien le dirigió una mirada de cuestionamiento, pero se mantuvo en silencio.
Elías por su parte conversaba alegre con los miembros del consejo, ajeno a la situación, pues Draconia disfrutaba de uno de sus mejores momentos hasta la fecha; tenía una población próspera y segura.
Al terminar de comer, Iris se levantó de su asiento para regresar a su habitación cuando Elías le llamó.
—Iris, te dejé en tu habitación unas cosas para ti.
—¿Para mí? —lo miró de reojo.
—Sí, eran de tus padres, espero te sean de utilidad para tu viaje con el viejo Viator.
Iris asintió y salió por la puerta, no sin antes agradecer por el regalo.
La noche transcurrió tranquila, aunque neblinosa, húmeda y un poco fría, como de costumbre. La chica encontró sobre la cama una caja de madera con algo de polvo encima. La echó a un lado y se acostó, no quería abrirla.
Viator tocó la puerta momentos más tarde e ingresó a la habitación.
—Voy a pasar, niña —comentó cerrando la puerta y luego avanzó hasta la muchacha, la cual mantenía la vista en la caja mientras estaba acostada—. ¿Empacaste lo necesario? —preguntó.
Iris asintió.
—¿Hay alguna razón por la que te hayas hecho heridas tan notorias en tus manos? —cuestionó con suspicacia. Sabía la respuesta, pero necesitaba confirmar sus sospechas.
—Practiqué solamente... —respondió con desgano.
—Ya veo, ese nivel de ira no es normal para alguien de tu edad...
Iris bufó y se quedó mirando al techo por un par de minutos. Al percatarse del silencio de Viator, observó que el hombre mantenía una mirada reflexiva, fijada en la nada, por lo que se decidió a abrirse:
—Me dejó sola, Viator, mi padre. Tuvo toda una... vida para contarme quién era, no sé, a través de cuentos... Pero no, no. Él tenía que hacerse el misterioso.
Iris se incorporó para sentarse, puesto que el hablar de aquello le aumentaba la sensación de pesantez en el pecho.
—¿Cómo fue que te llevó hasta aquí? —preguntó el cazarrecompensas.
—Después de analizar muy bien los hechos, me parece que se tomó su tiempo antes de solo jalarme hacia uno de sus portales. Aún no sé cómo funciona el anma con certeza, pero estoy segura de que tuvo que ver con el año más difícil que he tenido...
»...Veía runas en drego todo el tiempo, todos los días; dibujos como los del pergamino de Elías, y nadie más los podía ver, o si los veían, creían que era una broma. Permitió que me tiraran de loca, me hicieran a un lado e incluso me rechazaran. Y... cuando ya solo me quedaba él, se largó por meses.
—Puedo notar que no fue sencillo... —respondió Viator imaginando los acontecimientos. El hombre sabía que Iris ya tenía la marca desde antes de que llegara. Antreas trabajó para que no se manifestara su anma antes de regresar.
—No lo fue y, ¿sabes lo que más me molesta?: El muy cabrón me despertó a medianoche disfrazado, sin explicaciones. Permitió que me aterrara con su presencia y su apariencia. Esa ha sido una de las experiencias más terroríficas de mi vida, Viator. Aún tengo pesadillas con ese día. ¿No se supone que intenta protegerme? ¿No se supone que me quiere? —dijo con frustración, mientras las lágrimas comenzaban a rodar por sus mejillas.
Viator permaneció en silencio, mirando a Iris sin saber qué decirle, pues sentía que ella debía aclararlo todo con Antreas. Tan solo sacó un pañuelo y se lo ofreció. Comprendía su amargura.
—Nunca entendí las acciones de Treas ni cuando éramos más jóvenes. Cuando era niño solía ser... intrépido, no le temía al dolor y se lastimaba a menudo jugando. Pero... cuando nos pusieron los limitadores, ese espíritu se quebrantó volviéndose retraído.
»Desaparecía por semanas y al reaparecer nunca nos decía qué hacía o a dónde iba. Solo supimos que era el guardián porque un día salió de un portal y estaba tan débil y enfermo por el limitador, que no tuvo oportunidad de ocultarlo.
—El Antreas que conoces me suena al que yo conocí en este mundo... Pero cuando era niña yo vi a una persona diferente, puesto así, no lo reconozco —interrumpió Iris.
—Creo que esa versión solo pudo conocerse después de que conoció a tu madre, pero, me parece que contarte sobre ella no me corresponde —sonrió Viator.
—¡Ja! Si es que ese señor que se hace llamar «mi padre» se digna a contarme las cosas. Mientras tanto esta caja no la voy a abrir.
—Está bien, es tu decisión. Creo que todo mundo ya ha decidido por ti lo suficiente.
—¿Podrías guardarla por mí? —preguntó Iris mientras se secaba las lágrimas.
Viator tomó la caja y levantándose hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se retiró del cuarto.
Iris se dejó caer abrazando sus rodillas en la cama y se dispuso a dormir.
A la mañana siguiente Viator guió a Iris junto con el caballo a través de una red de túneles para salir del pueblo. La joven inspeccionaba curiosa el antiguo sistema que poseía pequeños tragaluces que iluminaban el camino, sin embargo, la luz era tan tenue que llevaban consigo farolas para guiarse.
El cazarrecompensas comenzó a explicarle a Iris sobre lo que sabía de los túneles. Construidos en la guerra sin una razón clara, podían llevarlos a diferentes puntos del territorio. Se sospechaba que había una salida hacia el reino vecino, pero estaba derrumbada, y aunque Antreas Drego descubrió el sistema, no le era de utilidad debido a su habilidad.
La joven lo escuchaba con atención. Si bien los túneles quedaron en el olvido, ahora les estaban sirviendo a ellos.
—Debemos llegar a Adiridel para ayudarte a encontrar tu anma. Tu padre trama algo y quiero que te prepares —comentó el hombre—. Lo conozco, sus acciones siempre tienen una razón de ser. Sea lo que sea que esté planeando, va a ser un dolor de huevos —rio para sí.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Iris.
—Él ideó Draconia como un sueño infantil que retomó cuando conoció a tu madre, y lo cumplió, pero no lo pudo disfrutar. Dejó a Elías a cargo para que continuara antes de desaparecer. Él siempre quiso ser libre.
Ambos continuaron caminando por un largo tiempo hasta que llegaron a un tramo del túnel que se encontraba anegado. Viator no miró con buenos ojos su estado: las paredes goteaban y los tragaluces dejaban pasar grandes cantidades de agua.
—¿Esto es normal? —preguntó la muchacha observando con cautela a su alrededor.
—En época de lluvias se inunda un poco, pero... —Viator se detuvo. El nivel del agua se estaba elevando demasiado rápido.
Ambos se quedaron callados, el sonido de las cascadas hacía eco a través de las paredes. Cuando se dieron cuenta, tenían agua hasta su cintura.
El hombre estaba considerando regresar cuando un estruendo los alertó. Ambos escucharon en silencio cómo el sonido de una cascada comenzó a intensificarse. Viator tragó saliva y volteó donde la chica:
—Iris, sube al caballo y corran de regreso, pase lo que pase, no mires atrás —dijo empujando a la chica cerca del animal.
—¿¡Qué?! Pero Viator, ¿qué pasará contigo? —respondió mirando al hombre con terror genuino y oponiendo resistencia ante los empujes del viejo.
—¡Con una tiznada! ¡Te dije que no importa! Vete, anda, puedo cuidarme solo, los estaré siguiendo. —Viator la tomó de la cintura y la subió a la fuerza al lomo del caballo.
—¡Suéltame, Viator! —reclamó Iris. La chica iba a tomarlo del cuello de su camisa, pero su mirada se cruzó con los ojos angustiados del hombre, haciéndola dudar.
—Detrás tuyo, niña... yo siempre cumplo.
El hombre dio una nalgada al caballo, haciendo que este se fuera a todo galope de regreso por donde vinieron. Aquel túnel pasaba muy cercano a un cuerpo de agua y al parecer se había derrumbado una parte dejando pasar una gran cantidad de líquido que no tardaría en llegar hasta ellos.
La joven miró atrás observando cómo Viator emitía un brillo verde en sus manos y levantaba con dificultad muros a partir del suelo lodoso del túnel, en un intento por bloquear el paso del agua. El hombre no podía usar sus habilidades con libertad por aquel limitador que portaba en su muñeca.
—¡Viator! —gritó intentando acomodarse para tomar el control del animal que la alejaba cada vez más de él. Cuando iba a tomar las riendas, el sonido de la cascada se intensificó al manifestarse un segundo estruendo que estremeció las paredes del túnel.
La chica, con terror observó a la distancia cómo el hombre desaparecía con la ola de agua que se acercaba a gran velocidad, frustrando sus esfuerzos por hacer una barrera.
En ese momento sintió una enorme opresión en el pecho y la sensación de no poder respirar, pero debía escapar. Al divisar un túnel lateral decidió dirigir al caballo pese a su poca experiencia en la equitación.
—Por favor, bonito —suplicó—. ¡Hazme caso, vamos a la derecha! —ordenó jalando la rienda para dirigirse al túnel.
El caballo viró con violencia y siguió corriendo en la dirección indicada. Mientras Iris miraba con impotencia cómo el agua se aproximaba, hasta que la corriente finalmente los alcanzó engulléndolos.
Tras sentir el golpe como si la hubieran atropellado, y el frío abrumador del agua golpeando su cabeza, nadó hasta encontrar la superficie. Al emerger, sintió ardor en su nariz y tosía mientras intentaba mantenerse a flote. Lo único que podía ver era el techo y a los tragaluces pasando uno a uno mientras la corriente la llevaba.
Apenas podía moverse debido al peso de su ropa, por lo que, sin dudarlo dejó ir su abrigo, viendo cómo pasaba junto al caballo que, desesperado, relinchaba tratando de mantener fuera su cabeza.
Iris nadó hasta el animal en busca de la rienda. Sabía que debía salir de ahí, pero no quería perder a nadie más, por lo que a tientas liberó la carga, aflojó la silla y se mantuvo a flote con la esperanza de alcanzar alguno de los tragaluces.
La joven trataba de mantenerse en calma, pues el tiempo se les acababa por el creciente agotamiento y sus extremidades comenzaban a doler por el esfuerzo. La altura entre ella y los tragaluces era muy grande, por lo que necesitaba de un gran impulso para poder alcanzar la orilla. Si se dejaba llevar por la corriente, tarde o temprano se iban a ahogar.
Ante la desesperación, Iris buscó a tientas el colgante, recordando que no lo tenía encima sino guardado en sus bolsillos. A pesar de que no se creía capaz, Viator siempre estuvo seguro de sus capacidades, por lo que, como último recurso, cerró sus ojos manteniendo su cara a flote. Tenía que demostrar eso que tanto se le insistió que poseía.
La chica abrió sus ojos y puso rígidas las manos hacia abajo, observando que debajo del agua había un brillo intenso que emanaba de sus manos y que, de forma sorpresiva la impulsó hacia arriba, haciendo que se aferrara a la orilla del tragaluz.
Su necesidad de agarrarse a la roca era tanta, que, como si fuera un ser vivo, la estructura cubrió su mano, haciendo que no soltara la rienda. Ese nuevo poder había llegado como si sus deseos e imaginación lo hubieran comandado.
La chica comenzó a golpear el techo con todo lo que tenía de fuerza hasta sangrar. El agujero del tragaluz era pequeño y grueso, debía romperlo para poder salir.
—¡Hazte polvo, maldita sea! —gritó con frustración, golpeando de forma continua las orillas del tragaluz.
La roca comenzó a parecer aún más desgastada, agrietada y polvorienta con cada impacto, hasta que se derrumbó y se abrió lo suficiente para poder salir.
Iris se miró las manos percatándose de que emanaban un brillo esmeralda y sus extremidades estaban cubiertas por marcas similares a las rayas de un tigre.
Sus deseos se estaban cumpliendo, por lo que, siguiendo la lógica, apuntó su mano al suelo e imaginó que el piso se levantaba. Del agua comenzó a surgir una pequeña plataforma sobre la que se pudo apoyar y soltando su agarre con la roca, comenzó a jalar para traer al caballo a contracorriente. Cuando lo tuvo cerca, extendió su mano hacia el frente para crear otro apoyo sobre el cual se parara, pero el animal estaba tan inquieto que jalaba bruscamente a Iris.
—¡Ven hacia mí, animal! Aquí está la salida. —exclamó con frustración.
Sus manos, que en ese momento sostenían la rienda, brillaron de color rojo como la vez pasada y el caballo obedeció apoyándose en la plataforma debajo de sus patas y caminó hacia la joven. Luego con ambas manos, la joven hizo un movimiento hacia abajo imaginando que la plataforma ascendía.
Cuando su cabeza asomó por el agujero, sintió las gotas de lluvia caer en su rostro, no obstante, podría jurar que la temperatura del agua era más cálida que de costumbre. Se dejó caer al suelo en cuanto pisó tierra. El cielo parecía tan brillante, que se cubrió con una mano y observó cómo las marcas se retraían, regresando poco a poco a su costado.
La chica sintió unos toques en su cabeza que le revolvían el cabello, era el caballo que se había acercado. No sabía por qué, pero supuso era agradecimiento. Iris había perdido todo, no sabía dónde estaba, y lo único que le quedaba era ese animal. Tenía que encontrar a su padre.
Al cabo de un rato, se levantó, se deshizo el trenzado del cabello y se lo ató en una cola de caballo sencilla. Aún conservaba parte del equipo que llevaba puesto, por lo que ahora podía hacerse pasar por una Damer, y para eso se colocó la piedra en el cuello, pues si encontraba un pueblo, ya no tenía a Viator para cuidarle la espalda.
Revisando las heridas del caballo, encontró algo colgando de su cuello. Viator le había dejado la caja que Elías le regaló.
Al principio dudó, pero la abrió: En su interior tenía un anillo con el escudo de dos dragones rampantes, y una daga hecha con piedra drenadora enfundada con un protector de cuero. Supuso que eran objetos demasiado valiosos, así que se colocó el anillo y la daga la ocultó en su tobillo.
Pese al malestar físico y emocional, Iris estaba decidida a no sucumbir. Decidió seguir caminando hasta encontrar un lugar donde pasar la noche. Una vez más estaba sola en el bosque, pero las circunstancias ya no eran las mismas.
Hola a todos, espero lo hayan disfrutado.
Creo que este ha sido uno de los capítulos que más me ha costado escribir hasta ahorita. El tratar de plasmar las etapas de duelo es algo complejo jaja.
No olviden comentar, se los agradecería muchísimo. Su opinión es importante.
¡Que pasen un lindo día!
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