El ladrón
Tras dos horas de haber sido puesta en cama, Iris continuaba sosteniendo con firmeza la piedra que le dio Viator, a pesar de las náuseas constantes y la fiebre que la tenía tan débil y empapada en sudor.
Su cama estaba ubicada al lado de una ventana, cubierta por una manta hecha a mano con parches de tela de distintos colores. Ella se debatía entre mantenerse cubierta o destaparse, ya que tenía escalofríos, pero la fiebre se negaba a ceder, aunque se pusiera apósitos húmedos en su frente.
—No me sentía así hace rato, comencé de repente... —comentó a Alma con un apagado tono de voz.
—Te pusieron el limitador, ¿eh? Esa cosa me tumbó a mí por tres semanas. La ropa que traía en ese tiempo se me cayó cuando pude recuperarme. Perdí mucho peso por el vómito y la deshidratación —respondió Alma mientras le pasaba a Iris el segundo bote donde vomitar.
—¡Me siento morir! Ese Viator me va a oír en cuanto llegue —exclamó con frustración. La cabeza le daba vueltas, la garganta le ardía como si hubiera tragado agua hirviendo y el dolor muscular no le permitía moverse con facilidad.
—Ni lo intentes, mejor duerme, bajaré a terminar de atender y si veo a Viator le pediré que suba a verte —advirtió Alma.
Iris dejó salir un largo suspiro mientras observaba la piedra que se le había dado a escondidas. En cuanto Alma salió de la habitación dejó la roca a un lado. En ese instante dejó de sentirse tan mal, aunque aún se sentía debilitada.
—Esa cosa es la materia prima para hacer los limitadores —interrumpió Viator que se encontraba en la puerta.
—¿Por qué me diste eso? —cuestionó con enojo—. Ha sido lo peor que he sentido en la vida, ni siquiera me pasó esto cuando me estaba muriendo en el bosque.
—Pido disculpas, niña, pero tenía que sacarte de ahí, no eres buena con las mentiras... aún.
—Ellos son Vleyquanger también, ¿por qué tendría que ocultarme? O sea, yo entiendo mi situación, pero no tiene sentido nada de lo que pasó allá abajo.
—Mira —suspiró—, no es nada personal, pero hay asuntos que aún no pueden ser tratados contigo presente. Dije que te enseñaría este modo de vida, pero vamos por pasos, aún hay cosas peligrosas que no pueden ser escuchadas por oídos inexpertos.
—Pareciera que no eres un simple mercenario —respondió de forma suspicaz.
—No, no lo soy, y de hecho si no puedes soportar una simple piedra como esa, entonces vas a encontrarte en terribles problemas. Si los Damer te llegan a poner encima un limitador te va a ir peor.
—¿Entonces, así como así ya me empezaste a preparar para este mundo? ¡Avísame por lo menos! Esa cosa horrorosa es un martirio —reclamó.
Viator se sentó a lado de la cama en silencio y luego le mostró la ganancia del día.
—Mañana salimos rumbo al bosque. Te voy a pedir que mantengas la piedra cerca, debes acostumbrarte. Todos los Vleyquanger hemos pasado por esto a tu edad.
—Los Damer son unos hijos de...
—¡Ni se te ocurra completar la frase y menos en este lugar! —interrumpió de forma precipitada y con un tono muy preocupante—. Es indispensable que moderes la forma en la que te expresas, ya que hay Damer por todos lados, incluso aquí. Además... —pausó mostrando una lista en una libreta—, ellos pagan algunos de los trabajos que tenemos y te darás cuenta de que no todos son malos.
—Es fácil decirlo cuando me has estado metiendo miedo por llevar una marca y andar sin limitador. He probado de lo que esa cosa es capaz, no me pidas que cambie de pensamiento ahorita —respondió cruzándose de brazos mientras volvía a sostener la piedra con fuerza.
—Sé que estás molesta, pero admiro tu compromiso, niña, digo... Iris —respondió con una leve sonrisa retirándose de la habitación, dejándola sola.
Iris tenía el llanto contenido; sollozaba mientras volvía a sentir un dolor intenso en cada una de sus articulaciones y luchaba con sus náuseas. Ella no tenía a nadie en este mundo y su única alternativa era abocarse a lo que Viator le encomendara si quería sobrevivir. Se preguntaba si era lo correcto, dado que a veces la trataba duramente y otras veces era como un tío que le contaba y enseñaba cosas.
Horas después el vómito cesó, no obstante, sentía náuseas aún, pero por lo menos ya podía comer con tranquilidad. Cuando cayó la noche se puso a ver a las personas viviendo la vida nocturna de la ciudad a través de la ventana, con la alegre música de la cantina escuchándose al fondo con un tono apagado.
Cada tanto sumergía el apósito en agua fría y volvía a colocárselo en la frente mientras continuaba mirando la ciudad y el cielo estrellado. Su habitación le recordaba su viejo departamento, dónde prefería no permanecer. Aunque tenía más comodidades, de alguna forma sentía el cuarto de aquel hostal más cálido y con más vida.
Cuando la fiebre comenzó a ceder y ya no sudaba frío, se dispuso a dormir abrazando su almohada mientras pensaba en su padre y el misterio de por qué el guardián de los portales la había traído. Así la pasó por varios minutos hasta que se rindió ante el cansancio.
Las horas pasaron y el hostal se quedó en silencio por la madrugada. Aquella noche oscura se vio interrumpida cuando una sombra se asomó por la ventana de la chica y una mano la empujó lento y en silencio, mientras la persona se introducía en su cuarto.
Ella se encontraba respirando de forma muy pesada y sudando muchísimo, dando vueltas en la cama de tal forma que parecía que tenía una pesadilla.
Aquella figura sombría se aproximó a ella y la observó por unos segundos antes de ponerse a esculcar todos y cada uno de los recovecos de la habitación. Estaba buscando algo, cuando fue interrumpido por una voz femenina.
—¿Qué haces aquí? ¿Quién eres? —preguntó asustada Iris mientras abrazaba su almohada sentada en la orilla de la cama.
—No... grites —respondió la silueta con cautela y con voz baja mientras se movía despacio hacia la puerta de la habitación.
—¡Si das un paso más te juro que lo haré! —respondió la joven mientras se levantaba de la cama. Se sentía muy asustada, pero también enojada, ya que no había podido tener una sola noche en paz en todo este tiempo desde que cumplió dieciocho. Sin importarle mucho lo mal que se sentía, tomó un abrecartas que se encontraba en la mesita de noche a lado de su cama.
—Oye, tranquila, no quiero problemas... —respondió la silueta alzando las manos con precaución.
—¡Ja! Me lo voy a creer. Un desconocido se mete a mí habitación buscando no sé qué cosas a escondidas y dice que «no quiere problemas» —dijo con tono de ironía, entornando los ojos.
—Y una Vleyquanger en convalecencia piensa que me amenaza con un abrecartas, ya... De verdad, solo estoy buscando una cosa que ese hombre del caballo trajo esta tarde.
—¿Dando explicaciones? ¿Por qué piensas que lo tengo yo? —lo observó con extrañeza e indignación.
—Porque te dio algo, los estuve observando desde que llegaron, y si no me lo entregas por las buenas...
—... lo harás por las malas —completó y rio con un tono de burla. Iris lanzó el abrecartas hacia un costal lleno de cachivaches que le había dejado Viator en el cuarto; en su contenido tenía cacerolas y otras cosas de metal que al caer crearon un ruido fuerte—. Lo veremos.
La misteriosa figura se acercó a Iris de forma amenazante. La ventana iluminada con la luz de la luna reveló a un joven de apariencia desaliñada con el cabello recogido en una media cola simple sin adornos, una camisa blanca y un pantalón sencillo con unas botas altas de piel.
—¡Un Damer! —gritó retrocediendo con torpeza mientras buscaba a tientas alguna otra herramienta para lanzar.
—¡Eres una fastidiosa, mujer! No tengo tiempo para tus tonterías, ¡dame lo que te dio ese hombre! —ordenó con ira y desesperación. Su mirada constantemente se dirigía hacia la puerta mientras se acercaba más y más a Iris, que ya se encontraba acorralada en la esquina de la cama.
—¡Te daré un cuerno! ¿Me oyes? No sé para qué lo vas a usar, además por más que me encantara lanzarla lejos de mí, parece demasiado valiosa.
—¡Serás...! —alzó la voz mientras la miraba de arriba a abajo, luego observó que Iris sostenía algo con la mano derecha.
La joven ocultó el puño detrás de su espalda, estaba asustada pero no lo suficiente como para aventar lejos la piedra.
El joven suspiró con desesperación, forcejeó con Iris acorralada en la esquina mientras intentaba tomar su mano. Ella opuso bastante resistencia en ese momento, hasta que de pronto se escuchó que una voz masculina y pasos se acercaban a la puerta.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —gritaron desde afuera.
—¡Ayuda! ¡Han entrado a robar! —gritó Iris en cuanto tuvo oportunidad.
La puerta comenzó a hacer sonidos, la gente de afuera quería entrar con insistencia. El joven miró a Iris con enojo y frustración.
Ella, en cambio, sonrió de forma burlona mientras mostraba sus manos vacías.
—¡Ups! Lo siento, lo que buscas no lo tengo.
Desde afuera Viator y Alma intentaban abrir la puerta con la llave, pero se atoraba en la chapa. Viator, impaciente, echó a Alma hacia atrás y con un ataque furioso explotó la puerta con sus habilidades de fuego. Encontraron a Iris parada en la esquina mirando la ventana, su respiración estaba agitada y sudaba frío.
Cuando la chica giró la mirada y vio a Viator y a Alma, se dejó caer al piso tocándose el pecho, respirando de forma acelerada.
—Ya se fue, pensé que no iba a aguantar tanto haciéndome la valiente... —dijo con agitación—. Me metió un susto terrible.
—¡Por los antepasados! ¿Qué hiciste? ¿Qué buscaba? —preguntó el hombre mientras veía a Iris de arriba a abajo.
—Eso —dijo señalando la almohada. Iris se reincorporó y se sentó en la orilla.
Viator quitó la almohada revelando la piedra que le había entregado.
—¡Su mater! ¿Cómo supo que tú lo tenías? —la miró con preocupación.
—Dijo que nos había visto...
—Espera, pudo haberte hecho daño —respondió mientras la miraba buscando heridas o marcas.
—Algo me dijo que no quería hacerme daño, de lo contrario no habría intentado tomarlo de forma furtiva. Ni siquiera tenía armas y nunca me levantó la mano pese a que le jugué un truco que lo hizo enojar...
—Carajo, ¡eres una imprudente! —respondió con dureza— ¡Todos tienen poderes, si hubiera querido los habría usado en contra tuya!
—Eso... es verdad —respondió con preocupación—. Me alegro de que la intuición no me falló.
Viator tomó la piedra, se desató una trenza pequeña que tenía en la nuca y usó la cuerda para hacer un amarre con la piedra y formar con ella un colgante.
—Toma, por ningún motivo dejes que te la quiten, para empezar este material en bruto es difícil de conseguir y es ilegal —dijo entregando el colgante en la mano de la joven.
—Ilegal... ¡¿Y me lo das a mí?! —dijo con indignación.
—Una raya más a tu historial «criminal» no te hará daño —respondió con seriedad.
Iris puso los ojos en blanco mientras se colocaba el colgante de mala gana.
—Partimos en la mañana después de comprar algunas cosas en el mercado. No hagas tonterías, y si te vuelves a encontrar con esa persona, no luches, no sabes defenderte aún.
Viator salió de la habitación para hablar con Alma quien se encontraba anotando algo en una libreta mientras observaba cómo había quedado la puerta.
A la mañana siguiente Viator había pagado su hospedaje, el valor extra de una puerta y una habitación nueva, ya que Iris no podía dormir en una habitación sin puerta esa noche. El hombre con semblante serio cargó al caballo y luego le dio a la joven una lista de cosas.
—Vas a comprar lo siguiente —dijo mientras señalaba las últimas tres cosas de la lista—: Una espada, una pechera de cuero y tres plantas medicinales cuyos nombres te dejo ahí. La espada la puedes escoger a tu gusto y la pechera que te quede, tómala.
—¿Son para mí? —preguntó extrañada
—Después de lo que pasó, necesitas aprender a defenderte. No será la primera vez que lo necesites, ni la última.
—Está bien, iré —dijo con resignación.
Ambos se separaron en cuanto acordaron el lugar y la hora del reencuentro. La joven recorrió los pasillos del mercado; había mercancías de todo tipo; Verduras y frutas de formas curiosas y colores variados; carnes, animales enjaulados, accesorios de oro, plata y bronce; piedras semipreciosas y ropa de todo tipo.
La chica quedó embobada viendo cada puesto, hasta que escuchó algo que llamó su atención de forma momentánea entre un grupo de mercaderes reunidos para chismear:
—Adquirir mercancías del norte está saliendo más caro que el plumaje de un Cabeza de martillo.
—¡Deja eso! ¡Viajar al norte parece un suicidio! Por algo el rey ha bloqueado varias rutas —exclamó un comerciante mientras tejía algunas canastas cerca de su puesto.
—¡Será el sereno, yo mis precios no bajaré! —expresó una mujer azotando su bastón, cosa que sobresaltó a Iris mientras pasaba a su lado. La señora la barrió con la mirada unos segundos, pero después continuó despotricando con su grupo.
«Vaya, parece que aquí el comercio funciona parecido», pensó Iris, mientras retomaba su camino sin hacer más caso a los chismeríos, no quería retrasarse.
Al fondo del mercado se encontraba la armería. Cuando entró, vio un sinfín de armas colgadas en las paredes, y el sonido de golpes metálicos envolvía la atmósfera del local. Hacía bastante calor, cosa que comenzó a incomodar a la joven, ya que no se encontraba en buenas condiciones aún y comenzaba a sentirse mareada.
—¿Está bien, señorita? La veo muy pálida —preguntó preocupado el hombre que atendía el mostrador.
—Sí, solo... vengo por una espada, no quiero algo demasiado caro y ostentoso —respondió Iris tratando de desviar el tema. Su estado de salud ya no lo quería poner a discusión.
—Claro, tenemos modelos sencillos que son excelentes para alguien que principia en el arte de la esgrima. También poseemos algunas otras armas que podrían interesarle, si gusta mirar —sugirió señalando una sección de la pared de su lado derecho.
Iris, con un poco de molestia y dolor de cabeza, comenzó a ver las armas de esa sección. Dado que quería salir de ahí rápido, observaba las espadas sin tanto interés.
—Si la señorita me permite hacerle una sugerencia... la espada con empuñadura de dragón le sería muy útil —dijo una voz detrás de ella.
El timbre era tan familiar, que la joven miró al poseedor de esa voz como si se le hubiera aparecido un fantasma.
—¿Qué... qué estás haciendo aquí? —preguntó con preocupación, pero sin alzar la voz.
—Solo pasaba por aquí buscando qué hacer, dado que alguien astuto me escondió lo que buscaba anoche —respondió el joven con un tono desinteresado.
Iris retrocedió poco a poco hasta apoyarse en la barra del mostrador, intentando disimular su miedo, dado que ella, por desgracia, aún poseía la piedra.
—Que descaro de tu parte presentarte de esta manera, lo que sea que quieres, ya no lo tengo.
—Oh, ya veo, entonces he de suponer que tienes un limitador recién puesto o el simple hecho de que cuando ese hombre te la dio, te pusiste muy enferma y lo sigues estando —dijo señalándola con la cabeza—. Aún la tienes.
Iris lo miró con sorpresa, la había atrapado, pero tenía sus dudas.
—Tienes una gran intuición, pero tengo curiosidad: pudiendo haberme matado por ella, no me lastimaste.
—Claro que no —sonrió de forma burlona—. Mi política de trabajo es no causar daños colaterales. —El chico señaló el cuello de la joven y luego se alejó desapareciendo y apareciendo en la puerta con algo en las manos. Salió corriendo, despidiéndose con una seña de dos dedos sobre la cabeza.
Iris se miró el cuello, luego empezó a tocarse con desesperación en busca del colgante.
—¡Ese maldito perro se salió con la suya! ¡Armero, deme esta espada! —exclamó con molestia tomando la que el joven le había sugerido y una pechera de cuero que vendían también en la tienda. Pagó con un costalito pequeño de monedas y salió corriendo.
—¡Su cambio! ¡Olvidó su cambio! —gritó el hombre inútilmente mientras veía a Iris alejarse.
La chica miró de un lado al otro buscando al ladrón. Corriendo entre los pasillos se colocó con torpeza la pechera, y la espada se la amarró a su costado.
A lo lejos logró divisar al joven que corría en dirección al hostal donde ella se había alojado.
—¡Pero claro! ¡Trabaja en el hostal! —se dijo a sí misma mientras tomaba camino hacia el lugar.
«Viator me matará, pero tengo que averiguar por qué quiere esa cosa», pensó.
El joven se había adelantado tanto que Iris creyó haberle perdido el rastro, hasta que, pasando frente a un callejón, escuchó a alguien vomitando y haciendo arcadas. Cuando volteó a ver a quién estaba haciendo esos sonidos, se percató de que era el chico a quien buscaba.
—Vaya, vaya, resultó que te afectó esa pequeña mierda —dijo con satisfacción.
—No debí tocarla —respondió aguantando las náuseas.
—Muy valiosa e ilegal, ¿te quieres meter en problemas, joven Damer?
—Mis problemas son más grandes que pasar unos días en prisión —dijo mientras alejaba el colgante de su cuerpo.
—Dame la piedra. En serio, ni siquiera tu clan lo necesita para hacer uso con libertad de sus habilidades. A todo esto ¿Los Damer no son inmunes a los efectos de esa cosa?
—No somos inmunes, pero vendida a un buen precio puede resolver algunos asuntos, solo necesito algo para envolverla.
—Con que no toque tu piel basta —respondió Iris con fastidio.
—Gracias, ahora sí me disculpas...
El joven se disponía a salir del callejón, cuando Iris desenvainó la espada y le apuntó con ella.
—Oh no, no te hagas la difícil, mujer —respondió el chico con fastidio—. Ni siquiera sabes cómo usar esa cosa.
—Pruébame —le retó. Tenía el corazón latiendo a mil, no sabía lo que hacía, pero no podía dejarle la piedra.
El chico sonrió confianzudo y luego desapareció ante sus ojos. Un susurro de pronto la inquietó y le dio una sensación de escalofríos que la sobresaltó.
—Detrás de ti —dijo el joven.
—¡Tu uso de anma es muy descarado! —reclamó.
El chico sonrió, desapareciendo en ese instante. Iris guardó la espada y decidió no perseguirlo de nuevo, estaba agotada. Con tristeza y frustración consiguió a regañadientes las plantas y regresó a la entrada del hostal. Cuál fue su sorpresa que cuando llegó, Viator tenía al joven agarrado de la ropa por la espalda y el chico tenía una mirada de frustración y vergüenza.
—¿Qué hace ese aquí? —preguntó Iris con extrañeza y molestia.
—Este es Alem, trabaja de mesero en la cantina; un joven problemático que se dedica a pagarle los vicios a su padre, y hoy llegó muy lejos —respondió Viator mostrando el colgante y lanzando al chico a los pies de Iris.
—¿Cómo lo atrapaste? —preguntó asombrada.
—Intentó ofrecer esa piedra en el callejón de a lado, no se dio cuenta que yo ya estaba por aquí.
—¡Oh, vamos! Necesito el dinero, viejo.
—Alem, eres un chico brillante y muy astuto. Pudiendo hacer infinidad de cosas y poseyendo el beneficio de tu clan, te dedicas a esto —replicó el hombre que lo miraba con decepción.
«Yo pensaba que los Damer eran de clases altas, pero veo que también hay gente sin estrella entre ellos», pensó Iris.
—Sí, como sea, una disculpa... —respondió con desdén y con mucha vergüenza, intentando no mirar directamente a los ojos a Iris.
—¿Lo conseguiste todo? —preguntó Viator, ignorando al joven quien salió caminando hacia el mercado.
Iris observaba cómo se iba. Lo miraba con pena, pese a todo lo que le había hecho pasar, sentía un poco de lástima. Asintió para contestarle a Viator y continuaron caminando fuera de la ciudad de regreso al bosque.
—Por cierto, dame mi cambio —solicitó el hombre.
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