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El bosque de neblina

Tres días después de la aterradora noche, Iris se encontró caminando perdida en un bosque en quién sabe dónde. Había luchado por sobrevivir a la intemperie usando ramas, hojas secas y sus manos desnudas. Por suerte, conservaba sus botas, de lo contrario, quizá no hubiera llegado lejos.

La chica caminaba sin rumbo y al borde del delirio debido a la falta de sueño. La espesura de los árboles impedía diferenciar los días de las noches, y los sonidos emitidos por animales dominaban el ambiente de tal manera, que la chica se tenía que obligar a permanecer en alerta, ya que no estaba preparada para la cacería y las manos las tenía heridas por intentar hacer fuego con madera húmeda.

Había llorado tanto y pasado tanto miedo las primeras noches, que llegó a un punto donde ya no podía hacerlo más, aunque lo deseara. Solo podía pensar en su hogar, su padre, la situación que la llevó a estar perdida, y cada tanto hacía monólogos para mantenerse cuerda.

—Ese maldito hombre búho... —renegó—. Tenía que llevarme a mí, de entre todas las personas.

Siguió caminando hacia lo que supuso era el sur, esperando que el clima se hiciera un poco más cálido. Con el pasar de las horas, los pies los sintió cada vez más pesados, la garganta seca y la saliva más espesa; los labios los tenía partidos y casi sangrando, sus fuerzas mermaban y la sensación de hambre ya estaba llegando a ser dolorosa.

Luchaba con la desesperación, puesto que el bosque no parecía ofrecerle opciones de alimentación y, por el contrario, sus raíces eran tan grandes y retorcidas que también suponían obstáculos que apenas podía sortear.

Sin poder más, se dejó caer apoyada en el tronco de un árbol, debatiéndose en una mezcla de sueños y realidad debido al cansancio y la deshidratación. Llegó a un punto donde estaba dispuesta a ceder al sueño, incluso si eso significaba no volver a despertar, no obstante, algo helado cayó en su rostro, alertándola.

Después de días de agonía, el cielo parecía acceder a aliviar la sed de la joven. Abrió la boca y remojó su lengua con las gotas de lluvia, lo que devolvió un poco de esperanza a su desganado corazón.

Iris apenas tenía fuerza para moverse. Mientras trataba de captar agua con la boca, divagaba en sus pensamientos hasta que algo le interrumpió:

—¡Levántate! —dijo la voz de un hombre.

Confundida, pensó que era una alucinación, puesto que no estaba en condiciones para fijar la vista en medio de la bruma que la cubría.

—¿Qué? — preguntó sacudiendo su cabeza.

—Levántate. —Volvió a escucharse, pero esta vez un poco más cerca, poniéndola en alerta—. ¡Niña! ¡Hey! —llamó su atención de vuelta, detrás del árbol donde estaba recargada.

Por muy aliviada que estuviera de no estar alucinando, se encontraba temerosa debido a su poca movilidad, solo pudiendo contestar con una voz dudosa y entrecortada.

—¿¡Qué quiere?! —dijo intentando voltear para mirar del otro lado. En días no había visto a nadie, no sabía si aquella persona era de fiar.

—No te muevas —replicó la voz.

Iris se quedó de piedra. Dado que apenas podía sentir sus manos, prefirió obedecer, no estaba en condiciones de correr, pelear o cuestionar nada.

Un hombre de mediana edad, sombrero de ala ancha, pantalones de cuero y un abrigo de piel sostenida por un cinturón; se aproximó hacia ella. La había estado tratando de despertar gritándole desde lejos mientras se acercaba.

Ambos se observaron con extrañeza por lo particulares que se veían sus ropas. El hombre parecía haber salido de una ilustración del siglo XVIII, el agua le escurría y parecía dibujar surcos entre el polvo que cubría su rostro.

—¿De dónde vienes? —preguntó el extraño.

—No lo sé, me he perdido, señor. Yo vine de una ciudad que parece que está muy lejos de aquí... —respondió mirándole de pies a cabeza.

—Puedo notarlo, no parece ni que fueras de este reino —musitó con seriedad. Su mirada aparentaba analizarla de arriba abajo, incomodando a la chica, sin embargo, no era como si ella no estuviera haciendo lo mismo.

—Es un hecho que no soy de... ¿este reino? ¿Dijo reino?, ¿qué reino? —preguntó confundida. Si su ropa era rara, lo que decía le extrañaba aún más.

—Es una locura caminar en el bosque sin estar preparada. No llevas nada contigo, niña. Eres una imprudente —respondió ignorando el cuestionamiento.

Para Iris, aquellas palabras le parecieron irritantes, pues tenía la sensación de que estaba siendo regañada.

—¿Va a seguir sermoneándome o me va a ayudar? —cuestionó con molestia.

El hombre miró a su alrededor y emitió un silbido agudo. Un caballo pronto apareció a la distancia.

—Tu nombre, niña, dime tú nombre —dijo quitándose el abrigo de piel que llevaba puesto y colocándoselo para protegerla de la lluvia.

—Iris Drego —respondió entre lágrimas.

El hombre se quedó en silencio un instante mientras levantaba a Iris entre sus brazos. La colocó en la silla del caballo para llevarla a un lugar seguro, a lo que la chica respondió agarrándose con las pocas fuerzas que le quedaban.

Aunque Iris tenía el temor de que le sucediera algo, en su condición ya solo podía dejarse llevar por el sueño y el arrullo del bamboleo del caballo, poniendo su vida en las manos de aquel desconocido.

La joven despertó al escuchar los grillos y el canto de los búhos acompañando el crujido de la leña de una fogata. Ya había oscurecido. Aquel hombre que le había ayudado le ofreció un cuenco con carne y un poco de caldo en el instante que le descubrió con los ojos abiertos.

—Come, antes de que se enfríe... —agregó mientras servía un poco de agua en un pocillo que después le entregó—. No has comido en días, ¿verdad?

—Tres días... —respondió dudosa, se sentó y se llevó el cuenco a los labios. El caldo tenía un sabor insípido debido a la ausencia de sal, pero lo saboreaba como si hubiera sido el mejor manjar que hubiera probado. Tomó con los dedos cada pedazo de carne y los masticó procurando saborearla.

El hombre no le prestó mucha atención a la joven, miraba con detenimiento el arder de las brasas.

—Quería darle las gracias, eh... ¿cuál es su nombre? —preguntó la chica.

—Soy Viator Berrycloth.

—Muchas gracias, señor Viator, me siento mucho mejor, pensé que no pasaría de esta noche.

—Eso es bueno —respondió con seriedad—, un poco más y si no te comía un dragón terrestre, quizá te mataría la sed.

—¡Oh, sí! —respondió de forma efusiva—, probable... —Iris entornó los ojos, miró a Viator con tal confusión que había olvidado lo que iba a decir—. Disculpe, ¿escuché bien? O es que dijo que había dragones.

—Así es, merodean por las noches. Suerte si nunca te topas con uno.

—¡Me está vacilando! —exclamó mientras se levantaba de su lugar—. ¡Imposible!

—¿Qué te pasa?, ¿nunca habías visto dragones?, ¿de dónde vienes? —Viator la miraba con suma extrañeza, estaba pensando que se estaba haciendo la tonta. Era imposible que alguien no haya visto, oído o escuchado de los dragones, era una especie muy extendida por el continente.

—¿Dónde estoy? ¿Qué país es este? Los dragones no existen, dígame la verdad.

El hombre miró fijamente a Iris por unos segundos, para luego romper en risas. Estaba incrédulo.

—Niña, los dragones son seres de respeto, son el símbolo de la libertad de este reino y más allá. Tu broma ya está llegando muy lejos.

—¿¡Broma?! ¡No estoy bromeando! —respondió retrocediendo, pero sus piernas aún estaban temblorosas, por lo que tuvo que volver a sentarse.

Viator siguió riendo mientras sacaba unos hongos cuyas características de inmediato llamaron la atención de la chica, pues resplandecían como lámparas fosforescentes. El hombre los partió en trozos y los agregó a un recipiente para triturarlos y hacer con ellos parte de un ungüento.

—¿Qué es eso? —preguntó con desconfianza, alejando su cabeza de la mano del hombre, pues pretendía ponerle aquel preparado.

—No te muevas. Te curarás rápido, pero podemos acelerarlo —respondió Viator sujetando a Iris y untando la mezcla en las heridas de su frente.

—¿Qué quiere decir? ¡Eso arde!

La chica le miró con extrañeza, no obstante, sólo pudo emitir quejas debido al escozor de la curación. Viator continuó sus actividades recogiendo leña y avivando las llamas de la fogata. Para Iris le resultaba inverosímil que el hombre estuviera tan tranquilo después de esa conversación, pero le quedaba claro que, si bien no podía concebir la idea de que hubiera dragones, las características del bosque daban claras evidencias que no estaba siquiera en el mismo continente.

—¿Ya me responderá? ¡Sin bromas! —exigió, siguiendo con la mirada a Viator en todo lo que hacía.

—Niña, estás en Drechen, creo que te golpeaste muy duro la cabeza en tu pequeño paseíto. ¿Tienes recuerdos del lugar de dónde vienes?

—Esa es la cosa, yo no vengo de «Drechen» —enfatizó con cierta molestia, en tanto se terminaba su comida.

—No es posible, niña; tú eres una Vleyquanger —respondió cruzándose de brazos—, y hablando de eso, los Damer te van a encarcelar si descubren que no portas tu limitador de anma.

—¡¿De qué me está hablando?! —la joven lo miraba expectante a una respuesta, se sentía como si estuviera en una conversación con una persona que le hablaba de anime o películas que en su vida había visto. Completamente fuera de lugar.

—¿Qué de todo?

—Eso de bley... no sé qué y los dam... lo que sea.

—Damer... —respondió con seriedad.

—¡Eso! Yo no soy eso que dice, ni siquiera sé qué son.

Viator seguía conteniendo un poco la risa.

—Actúas muy bien, niña; de no haber visto tu marca, me lo hubiera creído. Al principio pensé que eras una Damer perdida hasta que te observé mejor y vi la marca de los Vleyquanger. Si no te cuidas, las autoridades también lo harán.

—Hablo en serio, y ¿de qué marca me está hablando? —respondió molesta.

Viator miró a Iris y aclarando su garganta comenzó a hablar de forma más calmada y seria.

—Bueno, supongamos que no vi la marca que portas en tu costado —señaló de forma sutil con la cabeza—. Mujer joven; de ojos marrón oscuro, casi tan negro que se distingue muy poco la pupila; piel pálida, y que encima, resistió tres días en este ambiente sin alimento ni agua y que se repuso tan rápido que me está riñendo, diciendo cosas que tampoco comprendo.
»Portas las características físicas de una persona de este reino. La resistencia y la recuperación aumentada son cualidades de un Vleyquanger.

Iris se miró el costado, justo donde le indicó Viator mientras le decía sus chiflados argumentos. Cuando descubrió el extraño tatuaje con forma de espiral, de inmediato recordó el encuentro con el hombre búho y la zona donde le había clavado sus garras.

—¿Qué es esto? ¿Qué es un Vleyquanger? —preguntó tratando de calmarse. Tal vez si averiguaba poco a poco, podría entender todo lo que se le estaba diciendo. Nada tenía sentido, ni siquiera ese tatuaje.

—Vamos, niña, de verdad, me está fastidiando que te hagas la ignorante. Fuera de este reino no hay personas con esas características tan distintivas.

La chica intentaba atar cabos, pero mientras más lo pensaba, más empezaba a dudar de lo que creía real. Entonces recordó que guardaba en uno de sus bolsillos un llavero con lámpara integrada, lo sacó y lo mostró, esperando confirmar si el hombre reconocía el objeto.

—¿Le parece que esto es algo que tendría alguien de aquí? —Encendió la lámpara y la dirigió al rostro de Viator.

—¿Qué es eso? ¡Deslumbra como la chispa de un dragón de mecha! —respondió con desagrado mientras se cubría la cara con una mano.

Al observar la reacción del hombre, la joven se quedó mirando la lámpara, pues sus respuestas parecían genuinas.

—¿Me cree? —cuestionó la chica. Ni siquiera ella sabía lo que estaba haciendo, pero no tenía evidencias tampoco de que la estuviera engañando. No tenía sentido.

—Está bien, no sé qué es esa tecnología tan rara, no parece que utilice tu anma.

—Otra vez, explíqueme, necesito que me ponga en contexto cuando me hable en términos desconocidos. ¿Qué cosa es el anma? ¿Qué diferencia hay entre un Damer y un Vleyquanger? ¿Por qué los Damer me encarcelarían?

—Muchas preguntas —interrumpió Viator—. Iré poco a poco. Te empiezo a creer, pero me sorprende que no conozcas nada.

—Es una larga historia que contaré más tarde —respondió Iris.

Viator comenzó a dibujar en la tierra auxiliándose de una rama seca y la luz que emitía la fogata.

—Hace mil años hubo un pueblo, legendario por su relación con los dragones. Se decía que el clan era capaz de volverse uno con ellos: vivían como hermanos en este bosque y eran respetados por todo el continente...

Iris se acercó con curiosidad a ver lo que Viator ilustraba mientras hablaba. El dibujo en cuestión parecía un dragón de dos cabezas con una espiral en su pecho. Para Iris esto le pareció familiar, pero no tenía claro dónde lo había visto.

Viator continuó:

—Todo era perfecto, o casi perfecto, pero con el tiempo sus ideas comenzaron a variar al respecto de la convivencia con los dragones. Tal fue el caso, que los hijos del jefe del pueblo marcaron esas diferencias: El hijo mayor creía que los dragones eran herramientas, criaturas que debían ser domadas para sus fines, mientras que el hijo menor conservaba esa visión de hermandad y dejar ser al dragón.

El hombre pasó la rama de manera tan rápida, que el dibujo se veló y quedó partido en dos. Por un momento pareció que estaba molesto al contar la historia, cosa que captó la atención de Iris.

—¿Entonces el hijo mayor se volvió la cabeza del pueblo? —cuestionó la joven.

—Sí, una decisión que provocaría la división del pueblo en dos partes: quienes simpatizaban con el hijo mayor y quienes simpatizaban con el menor. Sus desacuerdos desataron una guerra de varios años, en la cual los dragones quedaron en medio, reduciendo su presencia en la región. Al darse cuenta del daño, la gente del hijo menor se rindió para parar la guerra y evitar que murieran los dragones que quedaban.

—Y... ¿qué pasó después? —preguntó la chica inclinándose hacia el frente con sumo interés.

—El pueblo vencedor fundó el reino y el perdedor decidió alejarse de los dragones, provocando que con el tiempo se dividieran sus anmas —Viator respondió con un tono de nostalgia—. Los Damer, descendientes del clan del hermano mayor, desarrollaron habilidades de sometimiento; los dragones los obedecen de forma ciega aún en contra de su voluntad. Por otro lado, los Vleyquanger son descendientes del clan del hermano menor. Al alejarse de los dragones, sus habilidades se debilitaron, pero pueden relacionarse con ellos e incluso obtener las habilidades de los dragones en una especie de vínculo.

—Me suena a que los Damer tenían una desventaja. ¿Ellos no podían compartir las habilidades de un dragón?

—No, la perdieron a cambio del control, y los Vleyquanger les representaban una amenaza. Unos siglos después a causa del pacto de paz y con tal de proteger la integridad de los dragones y del pueblo mismo, los Vlequanger decidieron someterse a los términos de los Damer. Debían usar un limitador de anma para así alejarse por completo de la posibilidad de entablar un lazo con un dragón, sólo así se les permitiría seguir viviendo en este bosque.

—Que reverendos hijos de...

—Sí —interrumpió Viator—. Así pasaron los años, puedes encontrar Vleyquanger conviviendo en las ciudades y los pueblos, pero en general se encuentran en el bosque. Los Damer los ven como habitantes de segunda clase, incluso las leyes están hechas a modo para que la unión matrimonial entre un Damer y un Vleyquanger esté prohibida.

—¿Por qué? —Iris miraba con desagrado a Viator— ¿Qué tiene de malo?

—Pues... no se sabe —respondió desviando la mirada—, es un tabú, hay poca información.

Iris entornó los ojos, tenía la leve sospecha de que se le estaba ocultando algo, pero, aunque tenía curiosidad, deseaba que sus otras preguntas fueran respondidas.

—¿Qué significa esta marca? —preguntó con interés señalando su costado.

—Solo es un pequeño recordatorio de que se puede entablar un lazo con un dragón. Si la posees, eres Vleyquanger. En la adultez temprana aparece y cuando eso pasa, se les pone un limitador de anma.

—¿Para qué? ¿Qué pasaría si no lo pusieran?

—La marca en realidad es un indicador, cuando un Vleyquanger usa sus poderes, la marca se activa. Teniendo un limitador, no hay poderes, no hay activación de la marca.

—Pero yo no tengo poderes, ¿usted tiene poderes? —respondió extrañada.

—Niña, me cuesta entender cómo no sabes todo esto. Todos tenemos anma, independientemente si eres de un clan o no — respondió incrédulo. Con una mano formó una bola de fuego y la lanzó a la fogata para reavivar las llamas. La chica ante tal demostración retrocedió para luego acercarse a comprobar lo que había visto.

—¡Por eso podía hacer una fogata en este clima! —sonrió intrigada. Para sus adentros, todas las cosas que había pasado desde que cumplió la mayoría de edad ya no sonaban tan disparatadas.

—El limitador provoca que no puedas usar tu anma con todo su potencial, de hecho, si te excedes sentirás como si un caballo te hubiera arrastrado. Ten cuidado si pretendes salir del bosque, por nada del mundo muestres tu marca. No debes usar tu anma.

Iris asintió, se puso a pensar mientras observaba su costado. Todo era confuso, era tanta la información que debía procesar que dejó de hacer preguntas por el momento y se acomodó para dormir un poco más.

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