Aceptación parte 4
Días después, los muchachos cabalgaban en una zona del bosque profundo donde la luz del día entraba por poco tiempo a través de los árboles cuando el sol llegaba a su cenit. La neblina dificultaba la visión de los alrededores y hacía un frío terrible, pero había una razón para galopar a gran velocidad sabiendo que el suelo estaba lleno de raíces y troncos caídos.
Iris guiaba el camino con una piedra guarda-anma que resplandecía como un espejo expuesto al sol. Estaban siendo perseguidos por una criatura del bosque profundo cuya fuerza descomunal era capaz de partir troncos de árboles altos y fuertemente enraizados.
—¡Tenemos que salir del territorio de esta cosa! —gritó Alem quien tenía las riendas del caballo.
Iris se aferraba al joven mientras sostenía la mano hacia adelante para que esta iluminara el camino. Sus dedos estaban tan entumecidos y rígidos que mantenía firme el brazo a pesar de que estaba en un viaje muy agitado. El latido de su corazón podía competir con el galope de Fideag, pero no podía opacar el sonido que emitía la bestia que los estaba siguiendo.
—¿¡Qué nos persigue?!, ¡es gigantesco! —exclamó Iris. La garganta la sentía ardorosa, no había podido probar una gota de agua en varias horas, pero eso le estaba importando poco por la situación.
—¡Un Demonio del bosque negro! Es ciego y territorial, ataca lo que detecte que no pertenece a su territorio. Luchar con él significa la muerte.
Iris miró de reojo hacia atrás intentando divisar lo que los perseguía. La neblina era tan densa que solo podían ver el camino a cinco metros a la redonda, por lo que solo escuchaba el rechinar y retumbar de árboles en el camino, seguido de grandes rugidos que asimilaban a los sonidos emitidos por un oso, pero más guturales y graves.
—¿¡Es carnívoro!? —preguntó la joven.
—Carroñero, suele alimentarse también de raíces y los de su propia especie. ¡Que los antepasados nos guíen porque pueden ser tan tercos que son capaces de perseguirte hasta que te canses!
—Eso me tranquiliza —respondió la joven con sarcasmo—. Si es ciego entonces ¿cómo sabe dónde estamos?
—¡Por la mater! Ese rufián tiene buen oído y un olfato excelente, no sirve de nada quedarse quieto.
El eco de la caída de los árboles se hacía cada vez más lejano, no obstante, ambos siguieron cabalgando por varios minutos hasta que se comenzaron a normalizar los sonidos de los animales en el bosque.
—Tuve suerte de nunca toparme con esa cosa estando sola —comentó la chica—. Parecía una mezcla rara de oso gigante con cráneo de tejón y cola de rata.
—Por eso no nos adentramos al bosque profundo sin un buen motivo, encontrarse con estas cosas no es algo fácil de manejar.
Cuando pudieron tener más confianza al pensar que habían perdido a la criatura, desmontaron a Fideag y continuaron caminando con cautela.
—Esa cosa puede rastrearnos, deberíamos cubrir nuestro aroma —comentó Alem mientras miraba los alrededores.
—¡Ah no! ¡Ni mierda! Agarra a Fideag.
Iris propinó una patada al piso y se puso a iluminarlo con una mueca de dolor, ya que el brazo le estaba matando por haberlo tenido estirado por tanto tiempo. Agarró a Alem de la mano y continuó caminando como si buscara algo con vehemencia.
La acción de la joven sorprendió al chico, que mirándola con extrañeza decidió preguntar la razón de su comportamiento.
—¿Qué... qué haces?
—¡Shh! Calla y observa. —Iris movía de lado a lado la pulsera hasta que el resplandor se vio reflejado por hongos que crecían debajo de las raíces más grandes y levantadas. Brillaban con colores fríos muy variados. Tomó los hongos con las manos y comenzó a agitarlos como sonajas sobre Alem dejando caer un polvo brillante y amarillo.
—¡¿Qué diablos es esto?! Huele a tierra mojada y algo similar a la fruta roja de las ensaladas. ¡Digo!, no me desagrada, pero es muy penetrante.
—Son esporas de hongos luminosos, ese aroma nos ocultará —respondió mientras se cubría con el polvo.
—Solo espero que no crezcan en mi ropa —dijo sacudiéndose las esporas del cabello—. Nunca los había visto.
—Están por todo el bosque, reflejan bonito la luz, pero para encontrarlos hay que saber dónde.
La chica terminó de esparcir el polvo por la crin y cola de Fideag y reanudó la marcha mientras cambiaba de lugar la pulsera con las piedras que estaban usando para guiarse en la oscuridad.
—Dame el brazalete, llevas horas con el brazo estirado —comentó el Damer.
—Estoy bien, solo tengo que usar el otro brazo en lo que se termina el uso de esas piedras. Debo tener un control de cuáles y cuántas ya he usado.
—Iris, te aferras a esa cosa como si tu vida dependiera de ello. Pasas tus dedos por cada piedra cuando descansamos y siempre estás mirándola, distrayéndote del camino. Te pasa algo.
La joven miró de reojo a Alem mientras caminaba. Permaneció en silencio escuchando las observaciones de su compañero con algo de intriga, pues no se había percatado de esos detalles de forma consciente. Después de pensarlo bien, decidió abrirse:
—Este lugar me inquieta... cuanto más tiempo paso dentro de esta zona del bosque, más me cuesta tener control. Me siento encerrada, como si el camino se hiciera más angosto. Si no tengo las piedras en mis manos, creo que lloraré, Alem.
El chico suavizó su expresión al escuchar aquello.
—¿Le temes a estar encerrada?
—Me inquietan los lugares completamente cerrados y reducidos, no sé por qué exactamente.
—Continuemos, pero alterna los brazos, se nota que te molesta mucho.
—Lo siento entumecido solamente. Estaré bien.
Después de horas de caminata, la luz comenzó a aumentar en el bosque y a hacer mucho más frío, de tal manera que el aliento podía aparecer en forma de vapor con cada espiración. Iris cubrió a Fideag con una piel gruesa, le dio a Alem una piel de tamaño más pequeño que usaban para pasar las noches y ella hizo lo mismo para protegerse.
La neblina seguía siendo densa, pero la luz caía suave por el camino revelando la presencia de hongos brillantes en las bases de los árboles, y el rocío se reflejaba en pétalos de flores pequeñas que abrían sus botones para recibir las pocas horas de luz del día. El sonido del bosque parecía una canción de nostálgicos llamados, contrastante con las zonas de mayor densidad de árboles donde solo se escuchaban los rugidos y bramidos de misteriosas criaturas.
El malestar de Iris desapareció conforme fueron avanzando y el camino se fue haciendo cada vez más amplio e iluminado. Adiridel estaba cerca, la joven reconoció el clima lluvioso, se estaban adentrando en el territorio donde fue abandonada. Lejos de sentir emociones negativas al respecto, como usualmente lo hacía, sentía un poco de nostalgia recordando su encuentro con Viator. Pensaba en todas las cosas que había vivido y todo lo que había aprendido viajando con personas que, sin conocerle, le apoyaron en su proceso de supervivencia.
Los dragones arbóreos planeaban de copa en copa, y de vez en cuando se quedaban observando a los viajeros cuyo brillo les llamaba la atención, puesto que, las esporas al igual que los hongos reflejaban la luz que incidía en ellas. Alem miraba divertido la situación y sonreía observándose los brazos y sus manos.
—Espero que esos dragones no piensen que somos tan brillantes como las libélulas que se comen de botana.
—No lo creo, dado el caso, solo usa tu poder para alejarlos.
Ambos continuaron caminando sin darle demasiada importancia al asunto, hasta que de pronto notaron que los dragones se esfumaron y nuevamente reinaba el silencio. Iris desenvainó su espada y se colocó en fila detrás de Alem espalda con espalda y caminando a lado de Fideag.
Estaban a la expectativa, la densidad del bosque en ese punto era muchísimo menor dejando un espacio suficiente para que ingresara la luz al camino. La neblina se había disipado así que el rango de visión era mucho más amplio.
Pese a que no se veía a nadie, el sonido de murmullos se escuchaba a lo largo del camino. Alem e Iris lo sabían, estaban siendo observados.
El más grande temor de Iris era que fueran atacados por ladrones o peor, traficantes de esclavos. Tomó la empuñadura de la espada con fuerza y sus manos brillaron en color verde en anticipación por si tenía que defenderse.
Alem avanzó con la rienda de Fideag en una mano y de igual forma cubrió sus manos en un brillo azul.
Sombras se movían detrás de los árboles. Corrían de árbol en árbol, pero no parecían aproximarse a ellos, solo los estaban siguiendo.
—¡Quien sea que esté ahí, muéstrese! —ordenó el joven.
Los murmullos pararon haciendo que el silencio invadiera el lugar por varios segundos que parecieron una eternidad. Iris solo escuchaba su respiración, la cual trataba de controlar mientras movía sus ojos fijando su vista por los alrededores.
—¡Identifíquense! ¿Vleyquanger o Damer? —dijo una voz masculina grave que provenía de detrás de un árbol.
Alem e Iris se miraron confundidos, no sabían qué responder. Iris en un intento por identificar a aquellos desconocidos que los acechaban, repitió las mismas palabras que habían evitado que fueran linchados.
—Vleyquanger ut est, Vleyquanger brat ye.
El silencio se apoderó del ambiente, hasta que, de forma lenta salieron de su escondite varios Vleyquanger con armas en sus manos. Algunos estaban temblando y tenían una mirada de terror tan marcada que les resultaba inquietante para Alem e Iris. Sus rostros estaban tan pálidos que su piel aparentaba ser de papel, los labios los tenían en su mayoría partidos y sangrando de tanto que se los estuvieron mordiendo, como si hubieran pasado hace poco por un evento de gran desesperación.
Iris se puso delante de Alem al ver que se aproximaba un hombre alto, cabello largo y suelto, vestimenta de piel y con vendajes en ambos brazos y un muslo. La expresión en su rostro denotaba desconfianza.
—¿Cuál es su casa? —preguntó el hombre de forma seca.
—Drego, señor —respondió Iris.
Alem permaneció callado y sin cruzar miradas con el desconocido. Ante todo, él podía salir herido en un enfrentamiento y complicarle las cosas a Iris. Esperaba que no les pidieran los documentos ya que habían elegido hacer pasar a Iris por Damer para no tener problemas. Le resultaba irónico que fueran dos ocasiones en las que ella fuera su escudo y no él para con ella. Esa situación lo hacía rabiar y sentirse inútil.
—¿Drego? —el hombre retrocedió dirigiéndole una mirada de suspicacia—. No lo creo. Digan el nombre de sus familiares.
Iris escondió sus pulgares dentro de sus puños después de envainar la espada, y descubriendo la marca de su costado respondió:
—Antreas y Elías Drego... Halve sangere —complementó.
Las personas de su alrededor no pudieron evitar emitir una expresión de sorpresa, los murmullos se hicieron escuchar. El hombre suavizó la dureza de su mirada y cubriéndose el rostro como si intentara ocultar su sentir, dijo:
—Adiridel no existe más.
—¿¡Cómo?! —Iris miró con preocupación e incredulidad a aquel desconocido.
—Acompáñeme, hay alguien que podría explicarle mejor. Supongo que conoce a Viator Berrycloth.
—¡Soy su protegida! —exclamó Iris mientras miraba a Alem con angustia.
El grupo se desvió del camino adentrándose en el bosque. El recorrido entero se hizo en silencio, ninguna criatura emitía sonido alguno. Todo se sentía como si estuviera muerto y las personas se comportaban como fantasmas que deambulaban sin esperanza.
Al llegar a un claro fueron recibidos por esculturas de piedra que representaban a cuatro tipos de dragones; uno con las alas abiertas de par en par, uno enrollado en sí mismo, uno envuelto en sus propios pliegues aparentando estar dormido y uno sin alas en posición rampante. Las cuatro esculturas se encontraban cubiertas de hollín; testigos mudos de la tragedia que acababa de pasar ahí.
Una vez pasaron las esculturas se encontraron con campos de cultivo quemados y aún humeantes. Montones de madera derrumbados y apilados se encontraban en la base de árboles cuyo tronco se encontraba abierto y con su sistema vascular expuesto. Había sido un intento de incendio, un ataque certero y letal hacia aquella construcción destruida.
Al seguir el camino hacia el pueblo, no encontraron mejores condiciones. Algunas personas heridas estaban sufriendo en silencio a lado de cuerpos cubiertos con pieles. Lo habían perdido todo y se reflejaba en su mirada.
Alem sospechaba lo que estaba pasando y con suma preocupación se colocó a lado de Iris, no quería hablar. Era seguro que esto había sido obra del ejército de los Damer y si las personas se enteraban de su verdadero origen, con seguridad intentarían cobrarse lo que su clan les hizo.
Iris notaba, entre los escombros y la tristeza, que aquel pueblo tenía una disposición similar a las construcciones de Draconia. Ver tal destrucción le hizo comprender por qué Draconia tenía un sistema tan estricto de control. Mantener vivo ese pueblo era una salida de los Vleyquanger al infierno que estaban pasando.
El hombre de cabello largo al llegar a una construcción a medio derrumbar, le hizo una seña a Iris para que entrara, luego se retiró haciendo una reverencia y regresó al bosque para continuar su labor de vigilancia.
La edificación de madera tenía las vidrieras rotas y un fondo sombrío en su interior. La joven dudó en entrar, sin embargo, necesitaba respuestas. Al ingresar, la primera sala estaba en la penumbra y una luz tenue iluminaba una habitación al fondo. Miró atrás a Alem quien se mantenía al margen, observándolo todo con seriedad. Luego caminó dudosa hacia la luz que asomaba desde una puerta entreabierta.
El primer toque de la puerta lo realizó de forma tímida y tan tenue, que casi no se escuchó. Al no recibir una respuesta, se animó a tocar una vez más, pero con mayor seguridad.
—Adelante —respondió una voz que le resultó familiar.
La joven abrió los ojos con amplitud y cubriendo su rostro con una mano pasó a través del marco de forma apresurada. Alem observó que Iris parecía llorar cuando entró, pero él no tenía el valor de poner un pie ahí, así que se quedó en el marco de la puerta en silencio.
¿Qué encontrará Iris en ese lugar?
Les mando un saludo y les deseo que tengan una linda semana. No olviden comentar y votar si les gustó.
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