10. AU Victoriano
—Con permiso, por favor, con permiso. — tiraba una joven diseñadora francesa abriéndose paso en Londres. La ciudad era casi o igual de concurrida que su amada París, pero sin duda más desarrollada. Inglaterra justo ahora estaba en su cúspide; por lo mismo muchos londinenses tenían capacidad monetaria para las costearse vestimentas de altas costuras francesas.
Y por eso estaba ella ahí.
Veía aquella hoja con la dirección a la que debía acudir.
"Mansión Agreste" decía con letras más grandes escritas con suma elegancia. Suspiró.
Los Agreste eran una familia francesa muy poderosa que antes residían en la ciudad del amor; pero cuando se dio el BOOM de la revolución industrial en el imperio británico, decidieron trasladarse acá para sacarle el mayor provecho a su empleo.
La moda.
Y ella fue seleccionada entre una larga lista de candidatos para ser aprendiz del mismísimo Gabriel Agreste ¿Podría ella ser una chica más afortunada? Sin duda no, no podía tener mejor mentor que él.
No pudo evitar elevar una sonrisa al imaginarse cumpliendo sus sueños.
Escuchó a lo lejos el tren que ella iba tomar resoplar. Su corazón empezó a latir rápidamente mientras ella sentía que la carcomía la emoción. Estaba tan centrada en ver como arribaba que no se dio cuenta como un chico rubio que iba corriendo de quién sabe qué se estampó contra ella haciéndolos caer de inmediato.
Maldita sea.
—Perdona, perdona, perdona. — lo escuchó emitir con sincero arrepentimiento. Marinette alzó su mirada molesta, pero ahora no tenía tiempo. Antes de caer tenía su boleto en la mano ¡¿Dónde había quedado?! Empezó a buscarlo con desesperación, traía su dinero contado, no podía comprar otro. Y de repente, alzó su mirada, ahí estaba, danzando entre las fuertes ventiscas de aquel otoño. — Mi boleto.
El chico volteó su mirada y supo de inmediato a lo que se refería. Sin pensarlo dos veces corrió tras de él abriéndose paso con brusquedad ante las personas, el viento soplaba más fuerte de lo que él hubiera querido, escuchaba alguno que otro quejarse a sus espaldas tras haberlos golpeado accidentalmente mientras trataba de alcanzar al boleto.
No se perdonaría si esa chica perdía su pasaje por su culpa, por sólo querer escapar de aquel mundo que...
Ya era demasiado tarde, el boleto salió volando a las vías del otro lado del tren. Mierda.
Volteó a ver a la chica con la que había chocado, quien no sabía si verlo con tristeza o enojo. En seguida se encaminó a ella.
—Descuida, puedo ayudarte. — tiraba algo apenado mientras la fémina mentía su mirada aún hacía donde había visto por última su boleto. Es que ni ella misma se lo creía: Gabriel Agreste era conocido por ser un gran amante de la puntualidad, si tomaba el siguiente no alcanzaba a llegar.
—No. Es imposible. — soltaba aún incrédula. De repente recordó que aquel joven había tenido la culpa. Su mirada en seguida se tornó lleno de coraje. — ¿¡Tienes una idea de cuanto significaba ese boleto para mí!? — bramó con furia. Al ver su rostro se sintió confundida ¿Qué clase de hombre era este? — ¿Por qué diablos traes lodo en la cara?
Y es que si bien, aquellas par de orbes color esmeralda eran bastante atractivas, con esa sonrisa tan encantadora y un rostro llamativo para cualquiera; aquella gran línea de lodo que se había hecho de sien a sien hacían confundirlo con un loco, más con esos cabellos rubios desaliñados y no bien peinados como la mayoría de los varones.
—Es una historia extraña de contar. — soltó con una risita avergonzada. La cara de enojo que se cargaba la chica aún no se atenuaba. Diablos. — Era muy importante para ti tomar este tren ¿eh? — miró con tristeza la salida de estación de trenes sintiéndola más lejos de lo que estaba. Miró a la chica esperando su respuesta.
—Bastante. — exclamó la fémina cruzándose de brazos. El joven tiró un suspiro. Le había costado demasiado escapar de su casa como para haberlo estropeado así. Se encogió de hombros, otro día tendría la oportunidad de conocer Londres.
—Sígueme. Mi familia siempre tiene un acceso especial. Puedes obtener el pasaje si vienes como mi acompañante. — la chica alzó la ceja poco crédula de aquello.
—Pareces un loco, nos sacaran a patadas. — el chico soltó una risa divertido por el comentario.
—No te preocupes. — dijo tomándola por el brazo. —Algunos ya están acostumbrados a verme así. — enunció caminando con ella hacía el tren tranquilamente. — No me has dicho tu nombre, preciosa. — tiró con coquetería.
Su tono de voz era encantador, a su parecer; pero él era un idiota aún ante sus ojos.
—Marinette ¿Y el tuyo? — cuestionó intentando sonar lo más frívola posible. Se quedo pensativo.
—Llámame Chat Noir.
La azabache empezaba rogar que este tipo no fuera un loco que pensaba subirse al tren de alguna manera bastamente extraña y no de la manera que se debía. Parecía que le faltaba un tornillo.
—¿Chat Noir? Eres francés ¿Eh? — el chico asintió gustoso de que no le haya preguntado su verdadero nombre.
—Oui, oui, mademoiselle; al igual que tú. — regresó a verla con una mirada traviesa. Su personalidad era bastante divertida y alocada como para una ciudad tan nublada y gris como Londres.
—No me digas: mi acento ya me delató. — rio divertida. El sujeto se inclinó ante ella y tomó su mano.
—No se culpe, mi bella dama, su acento es hermoso. París ¿Cierto? — y le colocó un beso en sus nudillos. La chica asintió rodando los ojos mientras se mordía los labios para no reír. Al fin llegaron con el trabajador que recibía las entradas. El rubio no tardó en sacar una tarjeta que le mostró al hombre. Aquel trabajador abrió los ojos sorprendido.
—Oh, joven... — estuvo a punto de decir su apellido cuando vio un gesto de él indicándole que no lo hiciera, utilizando gestos graciosos. El hombre asintió. — La cabina que siempre usa está disponible, puede tomarla si desea.
El joven asintió gustoso y en seguida jaló a la chica para que entrara con él.
Caminaron un rato en silencio hasta llegar a aquella cabina. Cuando ingresó a ella la cabecita de Marinette se empezó a llenar de más dudas que nunca antes: ¿Quién diablos era este loco y por qué le daban una cabina de lujo sólo por mostrar una tarjetita? ¿Cómo es que alguien de su elite salía corriendo como loco con lodo en la cara y su cabello todo desordenado?
—¿Ya ve, preciosa dama? — cuestionó exagerando un tono masculino. — Después de todo quizás fue más afortunada de haber perdido su boleto. Se imagina, justo ahora no estaría tomando un viaje con esta gran compañía que soy yo.
Él no podía dejar de ver como ella seguía mordiendo esos carnosos labios intentando retener la risa; una risa que él ansiaba escuchar. ¿Era loco pensar que ya había hecho conexión con esa chica? No llevaban ni treinta minutos y ya sentía más ganas de conocerla.
—A mí me parece que esto de chocar con chicas y hacerlas perder su boleto es rutinario para ti. Te haces como el que quiere arreglarlo todo, las subes a tu cabina con tu encantador carisma y consigues pasar un buen rato después. — la mirada que le lanzaba expedía astucia, no era común que una mujer le hablase así a un hombre, pero sin duda lo traía extasiado.
—Auch. Me duele mucho que pienses eso de mí. — tiró fingiendo dolor. — Te estoy dando un trato especial que muchas chicas desearían y tú hiriéndome así. — la vio negar. Sonrió ligeramente. — Por otro lado ¿Dijiste encantador carisma? — preguntó coqueto. Este sujeto era un descarado. — Te gusto ¿Ah?
Y así se fueron en aquella cabina entre risas y bromas, un lugar en el que el silencio nunca llegó hasta que ambos bajaron a la estación indicada.
Marinette se despido de él en parte agradecida y se encaminó hacia la Mansión Agreste. Al llegar ahí veía a varios trabajadores moverse rápidamente, algunos murmuraban que el hijo de Gabriel había escapado nuevamente.
Su hijo.
Había escuchado de él. Era el gran amor imposible de muchas jóvenes en París, decían que era bien parecido y que en personalidad era todo un caballero que siempre ofrecía un trato respetuoso a todas. En opinión de su mejor amiga, Alya, quien un tiempo trabajo para los Agreste cuando ellos vivían en Francia, el menor de los Agreste era todo un mojigato.
Aun así, la ojiazul se veía tentada a conocerla y saber si realmente era un chico cortés, algo introvertido y con una sonrisa inocente como todo mundo comentaba. Ni siquiera lo había conocido y ya se imaginaba lo perfecto de su personalidad.
Una mujer de personalidad helada no tardó en aparecer y llevarla hacia donde sería su dormitorio. Prosiguieron con la oficina del Agreste, cuya presencia fue imponente desde el primer instante lo vio.
El hombre con postura recta y porte bien estilizado avanzó hacia ella haciendo que su corazón tambaleara un poco, cualquier podía sentirse inferior con sólo ver la seguridad que ese hombre transmitía en sí mismo.
Parecía melancólico, aunque no lo quería transmitir demasiado; podía definirlo como silencioso. Incluso así empezó a darle un recorrido por la habitación comentando algunas cosas que aprendería y personal al que debía conocer; no sonaba duro, es más, podía escuchar cierto tono amable. Eso tenía un poco de sentido, la servidumbre no se veía reprimida o con temor hacia él, simplemente lo trataban con respeto y ya.
—¡Señor Agreste! — dijo una mujer algo regordeta llegando con prisa hacia el hombre. Gabriel paró de hablar para prestarle atención a ella.
Sí, sin duda él era respetuoso con su servidumbre y eso ellos lo apreciaban.
—Su hijo, reapareció y yo le dije que...
—¡Padre! — por el rostro de Gabriel supo que no se esperaba ver a su hijo en ese momento y que, seguramente aquella mujer había intentado en vano evitar que el joven Agreste lo interrumpiera en este momento.
Al fin lo conocería, al famoso y perfecto Adrie...
¿Él? Sin duda era el mismo chico de la estación, sólo que con prendas más elegantes que lo hacían lucir como todo un príncipe, sin aquel lodo en la cara ni ese cabello alocado. Se había peinado, seguramente bañado y perfumado. Tragó saliva, no dejaba de lucir atractivo en demasía, pero...
¡Ese chico era el completo antónimo de introvertido, sonrisa inocente y mojigato!
—¿Por qué esa solicitud sigue sobre mi...
Y lo que al principio sonó con un tono severo, se fue atenuando al verla. De inmediato la reconoció; le tiró una pequeña sonrisa coqueta.
Por supuesto, ja, un chico discreto e introvertido ¿Quién diablos le creería eso?
—Antes de que vengas a reclamar, permíteme presentarte a mi nueva aprendiz, la señorita Dupain Cheng, ella estará hospedándose aquí por un tiempo. Espero que la trates con respeto. — y nuevamente, el chico se inclinó ante ella y beso sus nudillos con lentitud.
—Será un gusto tenerla con nosotros, mademoiselle. Hare todo lo posible para que disfrute su estadía.
Marinette supo entonces que sería unos meses muy largos.
Día 10: AU Victorniano; Palabras: 1876 (Como el año en el que sucede esta historia 7u7)
Amo un montón los AUs, para contextualizarlos un poco: la época victoriana se dio en Inglaterra y es famosa por darse el estallido de su revolución industrial, donde la maquina a vapor y algunos otros inventos eran la sensación.
En este AU escribí unas notillas extras en mi cuaderno como que Luka es parte de la servidumbre, se vuelve cercano a Marinette lo que provoca celos en Adrien. Mientras que Lila es una pretendiente de una de las expediciones de él a Italia y durante una época se hospeda en la mansión Agreste, lo que hace que Marinette se distancia un poco de su Chat Noir y sea esos en los momentos donde este más unida a Luka.
Tanto Marinette como Adrien no se llevan tan bien como el primer día que se conocieron, pero sí se gustan.
¿Qué les pareció?
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