Yeo HwanWoong » ONEUS
Cayó de su silla de una forma escandalosa debido al susto que le causó el ver como al fin, tras agotadores y desoladores meses, abrías los ojos para volverte a encontrar con los de él, los cuales fueron lo último que viste antes de desvanecerte. Aquello era un detalle que tú no recordabas, pero que HwanWoong había estado guardando todo este tiempo para alimentar su esperanza de que algún día, logaría hacer que volvieras a despertar.
Desde el piso se quedó unos segundos admirando la camilla en la que te encontrabas, sumergido en un estado de shock del que le tomó un par de segundos recuperarse.
Temblando, gracias a las fuertes y diversas emociones que burbujeaban en su interior, se puso de pie. Tragó en seco y se tomó un par de segundos para admirar en silencio, como observabas tu alrededor como si fueras un cachorrito perdido.
— ¿Do-dónde estoy? — cuestionaste con dificultad, percibiendo como tu garganta se sentía rasposa y seca.
HwanWoong se percató de ello y, con rapidez, te aproximó su propia botella de agua para que bebieras de ella. Con inseguridad bebiste, mientras te hacías un montón de preguntas sin respuesta entre las que se encontraba una muy alarmante: ¿Por qué no recordabas nada antes de abrir los ojos?
Tu cerebro estaba en blanco, como si alguien se hubiera dado el trabajo de eliminar todas tus memorias y te estabas comenzando a asustar. Porque estar en lo que parecía ser un sótano, con un chico desconocido con bata blanca que no hacía más que admirarte con asombro, y un montón de herramientas y objetos que deberían estar en un hospital, no parecía ser algo normal.
— ¿Dónde estoy? Y ¿Quién eres tú? — volviste a interrogar, esperando obtener una buena respuesta de su parte que consiguiera saciar tu enorme curiosidad.
— Hum... Bueno, mi nombre es Yeo HwanWoong y estás en mi sótano.
— ¿Po- por qué estoy en tu sótano? ¿Qué me ha pasado? — preguntaste, adquiriendo una posición defensiva y desconfiada con el chico flacucho junto a ti.
— Ah, hum... Tú... — el muchacho de cabellos rubios guardó silencio y desvió la mirada a otro lado, intentando buscar las palabras adecuadas para explicar lo mejor posible lo que te sucedía, pero sin terminar alterándote más de lo que ya estabas.
— ¿Yo...?
Yeo apretó los labios con notoria frustración antes de exhalar con fuerza, decidiendo soltarte todo de golpe al no saber cómo hacer la notica más suave y digerible para ti.
— Falleciste... Y ahora estás viva.
Un pesado e incómodo mutismo se instaló entre ustedes. HwanWoong, quien se había quedado tieso en su lugar, aguantó la respiración sin darse cuenta de ello a la espera de ver cuál sería tu reacción.
— ¿Fa-fallecí?
El rubio asintió tres veces seguidas, sin saber que más hacer.
— Pero... ¡¿Qué estupidez es esa?! ¡¿Estás diciendo que soy un zombi?! ¡¿De verdad esperas que te crea eso?! — exclamaste indignada, queriendo levantarte de la camilla, pero sin ser capaz de lograrlo al primer intento debido a que tu cuerpo se sentía torpe.
— ¡Estoy diciendo la verdad!
— ¡Estás jodidamente loco!
— ¡Solo mírate en el espejo! — chilló HwanWoong, caminando tras de ti, pero sin hacer ademan de querer atraparte por miedo a que te pusieras agresiva.
Pelear contra ti era lo que menos quería el joven millonario.
Lo viste con la mandíbula tensa y, llevada por la curiosidad y la seguridad en sus palabras, te acercaste para tomar el espejo redondo que se hallaba sobre una de las mesas metálicas.
Gritaste, y el espejo se resbaló de entre tus manos cuando reparaste en la imagen que el objeto te devolvía. Tiritando como una gelatina, te agachaste y tomaste uno de los pedazos de vidrios más grandes que había en el piso para poder admirar otra vez y con horror, lo que ahora eras.
Abriste la boca sin saber qué decir, porque todas tus palabras se habían trabado en medio de tu garganta, y con una de tus manos tocaste con miedo la piel carente de color de tu rostro. Tus ojos, que antes eran de un brillante color avellana, ahora no eran más que un vacío color blanco en donde lo único que destacaba era la pupila negra, lo cual te hacía ver tan terrorífica que tu misma temías de tu reflejo.
— ¿Có-cómo pasó esto?
— Hace ocho meses sufriste un accidente de tránsito. Estabas cruzando la calle cuando vehículo te arrolló. Te vio, pero ni siquiera intentó esquivarte o bajar la velocidad, simplemente, te atropelló y luego huyó de la escena, dejándote morir.
— ¿Cómo sabes todo eso?
— Porque tú y yo vivíamos en la misma zona. Volvíamos del instituto y yo iba un par de metros tras de ti, por eso pude ver... todo.
— ¡¿Y no hiciste nada para ayudarme?! ¡¿Me dejaste morir ahí?! — bramaste con dolor, tirando el pedazo de vidrio contra el piso, rompiéndolo.
— ¡Claro que no! ¡Jamás haría eso! ¡Corrí a socorrerte de inmediato! — gritó, con su pecho subiendo y bajando por la desesperación e indignación que lo embriagó. — Llamé a una ambulancia, pero cuando llegaron ya era... Muy tarde.
— No entiendo... — Negaste, queriendo llorar, pero siendo incapaz de derramar lágrima alguna. — ¿Por qué me reviviste? ¿Por qué no me dejaste morir?
— Porque te amo. — Sonrió, haciéndote fruncir el ceño. — Y el que hayas muerto fue una injusticia. Para ti, para mí... Para nosotros.
La manera en que pronunció lo último te hizo caer en la cuenta de lo mal de la cabeza que estaba aquel chico y que también, te encontrabas estabas atrapada con él.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro