Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Mark Tuan» GOT7

Era pasado la media noche cuando aquel hombre, que rondaba los treinta y cinco años de edad, volvía a casa tras una larga jornada de trabajo. Caminaba con tranquilidad junto a la carretera, empujando su bicicleta y disfrutando a su máximo esplendor de algo tan simple como lo puede llegar a ser el poder dar un pacifico paseo bajo la luz de la luna, cosa que no muchos eran capaces de hacer y por lo que se sentía secretamente agradecido.

Admiró por unos segundos la montaña Paseu que se alzaba junto a él y dejó escapar un suave suspiro, percibiendo como la refrescante brisa de una noche de verano acariciaba su rostro y sacudía juguetonamente su cabello castaño. Continuó avanzando, perdido en sus propias cavilaciones, hasta que el peculiar llanto de una mujer lo hizo detener de manera abrupta. Girando su cabeza en dirección al lugar de donde provenían aquellos sollozos, se asombró al encontrarse contigo, una joven con un corto pero brillante cabello color azabache, hincada sobre sí misma y dándole la espalda.

Su entrecejo se arrugó con suavidad y siguiendo un impulso, se aproximó a ti con precaución en busca de socorrerte en lo que sea que te estuviera ocurriendo.

— Hey, chica. ¿Te encuentras bien? — preguntó, sin estar muy seguro de qué más decir a pesar de que la pregunta se pudiera tomar como estúpida, teniendo en cuenta que estabas llorando. No te volteaste a verlo, en cambio, seguiste llorando, haciendo caso omiso a las palabras del trabajador que lucía claramente preocupado por ti. — ¿Estás herida? ¿Necesitas ayuda?

Y de nuevo no hubo respuesta de tu parte.

Su ceño fruncido se acentuó por tu actuar tan indiferente, el cual le hacía sentir que ni siquiera lo habías oído en primer lugar y, siguiendo otro impulso, estiró su mano derecha hacia ti, con intenciones de tocar tu hombro para llamar mejor tu atención mientras volvía a cuestionar tu estado emocional y físico con una simple pregunta.

— Chica, ¿qué te sucede?

— ¿Que qué me sucede? — cuestionaste de la nada, consiguiendo que el hombre detuviera su accionar a medio camino tras escucharte hablar. Sin estar seguro del por qué, el vello de su nuca se erizó y su cuerpo se tensó. — Sucede... — Comenzaste a girarte de manera lenta en su dirección, hasta que él fue capaz de ver tu rostro. —, Que no tengo cara. ¡BUH! — Tus palabras parecieron ser el detonante para que el hombre se diera cuenta de que, en serio, tu cara carecía tanto de ojos, nariz y boca. Tu rara sorpresa consiguió arrancarle un ensordecedor grito de terror, uno que te pareció de lo más adorable y que te encantó oír.

El trabajador cayó de bruces sobre su trasero debido al susto que se llevó y, olvidándose completamente de su bicicleta, se apresuró a colocarse de pie con gran torpeza para seguido comenzar una desesperada carrera que lo llevara lo más lejos de ti que se le fuera posible.

Adoptando tu forma normal, lo observaste correr con una bufona sonrisa bailando en tus labios: orgullosa de haber conseguido tu cometido y que todos los rumores acerca de fantasmas rondando por la zona — rumores que en su mayoría eran reales y te tenían como protagonista —, no evitaran que algunos pueblerinos se pasearan por el sitio en medio de la noche para convertirse en tu diversión.

— Gracias... — canturreaste contenta, montándote en la bicicleta con la misma emoción de una niña pequeña. — A ver... Desde hace mucho que no me subo a una de estas — le explicaste a nadie en concreto, esforzándote por mantener el equilibrio entretanto tus pies comenzaban a pedalear.

Te tambaleaste al inicio, como si estuvieras intentando andar en medio de un terremoto, pero pronto le tomaste el ritmo y comenzaste a disfrutar. Estabas feliz de poder dar un par de vueltas por los alrededores antes de tener que abandonar el objeto cerca del lugar de los hechos, todo por si el dueño regresaba mañana o más tarde por la bicicleta.

Sumergida en tu propio entretenimiento, no te percataste de la repentina presencia de un chico pelirrojo a unos metros tras de ti, y solo fuiste consciente de ella, cuando su voz se hizo oír por encima del tranquilo silencio que dominaba la aislada zona en la que te hallabas jugando.

Te detuviste de manera abrupta a medio camino y volteaste a verlo con una mueca de notoria sorpresa. Viste como una sonrisa se dibuja en su boca y aquello, fue suficiente para hacerte bajar de un salto de la bicicleta.

— ¡MARK! — chillaste, corriendo hacia él sin hacer el menor amago de querer ocultar la dicha que te consumía cada vez que lo veías.

Te recibió con los brazos abiertos y entre risas cuando te lanzaste contra su pecho, en un efusivo abrazo que no tardó nada en corresponder.

— ¿De dónde has sacado esa bicicleta? — interrogó, soltándote un poco para poder admirar tu rostro que quedaba justo al nivel de su pecho. Un nivel perfecto, según tú.

— La encontré por ahí — mentiste tontamente, sabiendo de ante mano que sería imposible que el chico se tragara aquello. Llevaban mucho tiempo conociéndose mutuamente como para que él, pudiera caer en una mentira tan básica como lo era aquella.

— Sí, claro. — Revoloteó los ojos. — Mejor vamos a dejarla en donde la encontraste. Por si el dueño decide venir por ella.

— O podríamos dar un par de vueltas — sugeriste con inocencia, pero tras la mirada de desaprobación que te dio, dejaste escapar un sonoro bufido. — Déjame decirte, Tuan, que no eres nada de divertido.

— Sí, supongo que no lo soy — concordó contigo, encogiéndose de hombros y dejándote ir por completo.

Admiraste cómo Mark levantaba la bicicleta y, en silencio, comenzaron a caminar en dirección al sitio en donde fue abandonada por su dueño debido a ti. Mientras avanzaban con calma por el costado de la carretera — que ahora se hallaba completamente vacía y sin rastro de vida a excepción de ustedes —, te permitiste observar de reojo el marcado perfil del hombre a tu lado, para darte cuenta de que ya no quedaba rastro alguno de esas aniñadas y adorables facciones de aquel niño asustadizo que rescataste, hace casi doce años, de una muerte segura al interior del frondoso bosque que se formaba en la gran montaña Paseu.

Había sido una gran estupidez de su parte el meterse a incursionar con sus amigos en un sector tan peligroso sin la compañía de un adulto, pero tampoco es como que te asombrara eso, de cualquier forma, tu habías cometido el mismo error muchos años antes que él y esa era la razón por la que ahora eras un yōkai.

El verlo ahí: solo, asustado y perdido entre la imponente naturaleza, llamando a sus amigos en busca de auxilio sin poder recibir una respuesta factible e internándose cada vez más dentro del bosque sin saberlo, conmovió tu corazón y te empujó a dejar de ser una espectadora silenciosa para brindarle una mano amiga.

Desde ese día, en el que lo ayudaste a encontrar el rumbo de vuelta a casa sano y salvo, Mark empezó a visitar todos los días el templo que se hallaba a los pies de la montaña, cargando pequeñas ofrendas para ti a modo de agradecimiento. Para cuando te diste cuenta, ya te habías encariñado con el tímido niño taiwanés, y todos los días esperabas ansiosa su visita.

Mark se convirtió en el amigo de juegos que por tanto tiempo quisiste, además, de que consiguió iluminar tus tristes y rutinarios días, convirtiéndolos en algo más.

— Tengo que contarte algo — dijo de la nada, sin ser capaz de mirarte a los ojos.

— ¿Qué cosa?

Paró de caminar y tú lo imitaste, negándote a despegar tu curiosa mirada de su lindo rostro que se encontraba inclinado hacia abajo, y que era sutilmente ocultado por su flequillo. Su mejilla derecha se abultó al poner su lengua contra esta y, tras encargarse de crear una tensión en el ambiente sin quererlo en primer lugar, te miró con un brillo particular que te removió el estómago.

— Me aceptaron en la universidad de Stanford — habló por fin.

Te quedaste estática en tu lugar, sin saber cómo reaccionar a aquello porque, realmente, no era capaz de entender lo que eso significaba y cómo terminaría afectando tu relación con Mark. ¿Cuál era el problema con eso?

— ¿Y por qué esa cara? ¿Acaso no es la universidad que querías?

Las comisuras de sus labios tiraron hacia arriba en una triste sonrisa, y notaste cómo las saladas lágrimas se aglomeraron en sus castaños ojos, haciéndolos lucir más brillantes bajo la luz artificial de las farolas. Tu ceño fruncido se acentuó, en clara señal de confusión porque te sentías muy perdida y un poco frustrada, por ver a Mark de esa manera y no entender el porqué de ello.

— Me voy a tener que ir, bonita... — susurró, tras aclararse la garganta. Tensó los labios y, a pesar de que lo intentó, no puedo evitar que una lágrima rodara a gran velocidad por su pómulo y se perdiera en sus llamativos labios. — Y ya no podré visitarte todos los días.

La noticia sacudió tu pecho con dolor, y tuviste que tensar tus puños con fuerza para reprimir el grito de negación que subía por tu garganta a toda velocidad. ¿Se iba a ir? ¿Te iba a dejar sola? ¿Es que acaso ya no le importabas?

Quisiste decirle que no podía hacerlo, que no podía abandonarte, que estaba siendo muy egoísta con su decisión, pero callaste. Te tragaste todas esas palabras llenas de dolor y miedo porque lo querías, y sabías que Mark no podía quedarse encerrado en un pueblo tan pequeño como lo era este; viendo pasar millones de oportunidades frente a sus ojos solo para hacerle compañía a alguien que ya estaba... Muerta.

Tu vida había acabado hace años, mientras que la de Mark se encontraba en su pleno apogeo. No podías obligarlo a quedarse contigo. Convencerlo para que no se fuera te pareció igual de cruel que el arrancarle las alas a una bella ave, y no querías hacer eso. No con él.

Ocultando tus sentimientos tras una sonrisa de felicidad, te acercaste a estrechar entre tus brazos el delgado pero firme cuerpo del chico, quien no dudo en corresponder tu gesto.

— Es maravilloso que te hayan aceptado, Markie. Felicitaciones — murmuraste contra su pecho, evitando verlo para que no se percatara de las lágrimas que nublaban tu visión. — ¿Te... puedo pedir un favor? — preguntaste con voz temblorosa, para seguido inspirar con fuerza.

Lo escuchaste aclararse la garganta, consiguiendo que su pecho vibrara con tal acción.

— Cl- claro que sí, ¿qué es?

— No me olvides, ¿sí? Por... favor no lo hagas...

Aumentó la fuerza de su agarre alrededor de tu cuerpo, sin llegar al punto de ser doloroso, y depositó un dulce beso en tu frente.

— Jamás te olvidaré — bisbiseó con voz trémula contra tu oído. — Y no te preocupes. Algún día nos volveremos a encontrar, bonita. Te lo prometo. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro