Daba pasos silenciosos, y miraba a todos los lugares posibles esperando que él no estuviera en casa, pues tenía una corazonada que daría un sermón, se anojaría con él y probablemente lo encerraría de nuevo.

Mala suerte, al momento de subir las escaleras escuchó su nombre junto a la luz de la sala encenderse.

—¿Dónde estabas?

—Por ahí... —balbuceó sin mirar sus cuencas.

Escuchó como sus pasos se acercaban hacia él. Le agarró con fuerza, se quejó pero fue ignorado.

¿Otra tendrían que discutir sobre algo tan estúpido?

—¡Papyrus, basta! ¡Me lastimas! —exclamó y sin previo aviso se soltó del mayor. Se alejó unos cuantos pasos.

Lo observó, se cubrió el rostro y lo vio arrepentirse un momento.

—Yo... Perdón, sansy. Es sólo que... odio que estés con ese... loco. —mencionó con odio la última palabra.

Blueberry se frustró por lo último dicho. Suspiro tratando de calmarse, pero no lo consiguió.

—No es ningún «loco», Papyrus. Él tiene un nombre y es Dust.

—¡Por Toriel, Sans! ¡Está mal de la cabeza!

—¡No es cierto! ¡Basta, deja de juzgarlo! —gritó—. Ya hemos tenido esta conversación, Papy. Tú no tienes derecho a hablar así de él. ¡Nadie lo tiene! Ya soy lo suficientemente independiente para saber qué me conviene y qué no.

—Él te puede matar en cualquier momento, Sans. —murmuró.

—Sé que no lo hará. —dijo decidido y se retiró de allí.