【 64 】
El asesino le decía todos los días a su arándano cuanto lo quería, o por lo menos lo intentaba, ya que no era bueno diciendo palabras “melosas ”.
—Te amo... —le repetía una y otra vez al pequeño, del cual, parecía un completo arándano por el color que tenían sus pómulos.
Que ironía, ¿no?
Lo tenía atrapado entre sus brazos y lo sujetaba con fuerza y cariño, como si temiera perderlo. Tenía entrelazados sus falanges con los del contrario. Le daba tímidos choquesitos de dientes y algún que otro con lengua.
De verdad lo amaba y no soportaría estar sin él.
—Yo también te amo. —dijo el menor, seguro del cariño y amor que ambos esqueletos se tenían.
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