Gruñendo mientras mostraba los colmillos, Jennie se lanzó contra la noble que estaba diciendo cosas sobre ella.

Los humanos eran detestables, los odiaba y más en ese momento donde su especie había perdido la guerra a manos de los paladines.

Ella, una mujer de la tribu bestia del norte donde se ubicaba la mayor rebelión fue dada a un compromiso arreglado con otra mujer.

Era la general de la primera división de paladines y habían elegido a una mujer debido a que no querían reproducirse con ella, no era ofensivo, ella se hubiera ofendido más si fuera un hombre.

Lo mataría la primera noche con tal de no compartir su preciosa sangre.

— Escúchame bastarda acomodada, no me interesa si una patética humana como tu se cree con el derecho de ofender mi grandeza, pero ten por seguro que si tu chillona voz molesta mis oídos de nuevo te arrancaré la garganta —dijo en un tono bajo que todos escucharon, congelados por el miedo de ver a una persona bestia de cerca no pudieron articular palabras— a mi no me van a tirar vino, ni hacerme sentir mal por un vestido que solo se pondrán un vez, sin embargo si estas dispuesta a escupir tus palabras en mi cara aceptare el reto con gusto —

Finalmente Jennie se vio levantada por un paladin al que gruñó y este mismo retrocedió lentamente, tenía una mirada temblorosa.

La única razón por la que las tribus bestia habían perdido había sido por las enfermedades, los humanos estaban llenos de plagas que los azotaron.

Por la paz de su pueblo mientras se planeaba el rompimiento del tratado de paz, Jennie respiro y su cara más humana volvió, esa que no tenía los ojos rojos con negro, los colmillos y estaba llena de rayas.

— Cuida tu espada paladín —gruñó en su oído dejando una lamida superficial— o me veré obligada a matarte —

En esa ceremonia donde ella se estaba uniendo a un humano las cosas mo podían estar peor.