En la gran sala las personas rezaban como si no hubieran pasado 2 días enteros sin comer ni beber, mientras se inclinaban y rogaban a su gran deidad que se presentará.

La familia real había llevado a sus herederos a esa presentación para ver cuál de ellos tendría magia y sería poseedor del poder del emperador.

Entre ellos, la hija de una humilde concubina, la pequeña Lalisa.

Una niña nacida entre sus tantos hermanos e hija de una concubina que había sido tomada como prisionera antes de caer en manos del emperador por su increíble belleza, de la familia imperial sólo poseía algunos rasgos físicos.

Las puntas de su cabello azabache eran tan blancas como la nieve y uno de sus ojos resplandecía en un rojo intenso, el otro sólo tenía ligeros matices de dicho color siendo el color dorado dominante a causa de su madre. Sus humildes ropas no decían demasiado de ella, su madre era una concubina muy pobre y le debía mucho a sus "tías" o como le gustaba llamarle a las otras concubinas del palacio Esmeralda.

La mayoría de sus hermanos eran dotados de grandes riquezas, sobre todo los hijos de la emperatriz, una mujer con un temple de acero que ejercía perfectamente su papel.

Así, finalmente después de 2 intensos días, en el trono dorado apareció una mujer de piel bronceada y cabellos negros, con ojos rojos que miraban a todos alrededor, la pequeña niña se vio obligada a inclinarse ante su presencia, sus rodillas habían cedido solas ante la gran presión en el salón.

— Es un honor poder ver a mis adorados creyentes de nuevo —la voz de la mujer sonó tranquila y envolvente en el salón— sobre todo a la familia imperial ganadora de mis maravillosos genes —

Tragando saliva Lisa sintió la opresión desaparecer un poco en la sala, ahora ella y sus hermanos estaban en fila siendo examinados por la deidad.

— ¿Porque tienes el cabello tan rubio? —se quejo la mujer viendo a uno de su hermanos antes de jalar su mechón  y arrancarlo, ni un sonido salió de su boca— Tus ojos son café rojizo y no rojos, definitivamente tu no tienes mi sangre —se quejo la mujer—

En el palacio esmeralda se corría el rumor de que algunas concubinas le eran infieles al emperador, en realidad, se podía suponer porque era demasiado viejo ahora.

Cuando llegó el turno de Lisa la deidad la observo con atención y levantó su cabeza oara mirarla a los ojos.

— Tu cabello azabache es casi perfecto de no ser por estas puntas blancas —comenzó a decir y le quito un solo cabello que olfateo— claro, tus ojos también están bien, el tono de ojos dorado y el cabello blanco me indican que tienes sangre de una ex noble de otro reino —

— ¿C-cómo sabe? —preguntó temerosa y la mujer abriera los ojos con sorpresa, nadie en esa sala podía hablar aunque quisiera, su presencia les a callaba cualquier sonido—

— He elegido a mi siguiente portadora —exclamó la mujer volviéndose humo y desapareciendo, su presencia igual se esfumó—

Cuando Lisa miró alrededor y miró a su hermanos mirarle con desprecio supo que su vida no sería la misma.

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