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Capítulo 5

 Algunas horas después, Dante estaba en la mesa del comedor, escribiendo algunas cosas que no deseaba olvidar, para comentarle a Carmen el jueves, que volvería a verla. Mientras tanto, Cosmo devoraba su comida. Dante guardó otros papeles en el maletín y tomo la taza donde acababa de tomar el té, y la llevó a la cocina. La casa estaba arreglada y limpia, y él siempre trataba de ser pulcro y mantener el orden. En su cabeza, rondaba todo lo que le habían dicho en la inesperada sesión del Tarot de hoy.

Subió la escalera, y como era habitual, el gato giraba en torno a sus piernas; así que siempre subía lento, para no tropezarse y caer. Dejó sus anteojos apoyados en la mesa de luz. Cosmo se había acomodado enroscado junto a él. Uno de sus últimos pensamientos, antes de quedarse profundamente dormido, fue que quería descansar y soñar con los angelitos... Pero había demonios...

"Dante tenía puesto su sobretodo mostaza y su boina, y descendía lentamente las escalinatas del Subte "D". A medida que bajaba, notaba cómo aumentaba el resplandor rojo amarillento parpadeante, y los lamentos y llantos se hacían cada vez más audibles. Reparó en que el cartel de subte "D" estaba escrito con un tipo de letra más bizarra que la habitual. Pero, aún más bizarro le pareció el destino del viaje, pues ya no era el habitual letrero "Trenes a Catedral" sino que, en su lugar se leía "TRENES AL INFIERNO". Aun así, y con impotencia, continuaba bajando las escaleras, y ya se podía respirar el olor a humo, oír gritos ahogados, lamentos y sollozos de debajo de la tierra.

Las imágenes eran sumamente confusas y grotescas. En la penumbra alcanzaban a distinguirse escenas sexuales y violentas, perpetradas por seres malignos y demoníacos, algunos de ellos deformes, con garras, dientes afilados y peludos. Las víctimas, eran de todas las edades y estaban esposados a una máquina que tenían que hacer girar con su propia fuerza sin importar la condición física en la que se encontraran, aunque estuvieran tullidos o desfalleciendo debían continuar empujando, a punta de látigo.

El sonido gutural reinante eran los chillidos y aullidos de dolor de los atormentados por tales espantos, mezclados con las risotadas sarcásticas y demenciales de aquellas y otras criaturas que reptaban en la oscuridad."

Entonces, en un acto de desesperación, también lanzó un alarido, que sonó espantoso en el silencio de su habitación. Inmediatamente cobró conciencia de que acababa de tener otra espantosa pesadilla. ¿En qué lugar recóndito de su mente perversa, alguien puede crear unas imágenes y conceptos tan profundamente desagradables y grotescos?

Mientras se dirigía al baño junto a su cuarto, pensaba si realmente no se estaría volviendo loco, como aquella carta del Tarot de Carmen...

Encendió la luz y se miró en el espejo que estaba encima del lavabo y la pileta. Vio su rostro cansado, y un poco desenfocado. Lo segundo era normal, pues no llevaba sus lentes puestos. Abrió la canilla para lavar su rostro y en seguida comenzó a salir el agua caliente.

Quizás, este vapor que opacaba el espejo, y la falta de lentes, hicieron que, al bajar la vista, no reparara en el anciano que lo observaba fijamente con cierto aire de enojo, y ojos completamente en blanco, desde el otro lado del espejo empañado. Tenía una capucha y traje, como el de los monjes de las abadías.

Su preocupación rondaba en el hecho de que recordaba haber tenido una visión que terminó cumpliéndose, el desastre del subterráneo. ¿Sería esta pesadilla, de la misma índole premonitoria?

Se lavaba la cara, viendo su rostro en el espejo, y se iba despejando su mente, y la horrible impresión del sueño. Pudo razonar en frío y empezaba a llegar a la conclusión de que, por un largo período de tiempo, la línea "D" del subte estaría en reparaciones. Difícilmente podría sucederle algo en dicho túnel. Entonces, inmediatamente descartó la idea de que era algo horripilante que le aguardaba al otro lado de la esquina, se secó la cara y las manos, y volvió a acostarse. Debió ser el cansancio. Una pesadilla como cualquier otra, nada más.

Mientras se retiraba definitivamente, y apagaba la luz, en el espejo el anciano se colocó la capucha y se esfumó en la oscuridad.

Esperando no volver a tener una pesadilla, Dante se volvió a dormir:

"El lugar estaba todo construido con grandes piedras naturales, colocadas como ladrillos. Y el piso era de madera vieja que crujía al pisar. Era completamente sombrío y húmedo. Y silencioso. Excepto por un zumbido muy lejano y un goteo incesante, cuya caída era acompasada.

Una persona atravesó la habitación con un candelabro, haciendo que su sombra se proyectara en las paredes por un momento. El suficiente tiempo para que alumbrara accidentalmente el lugar del que provenía el goteo incesante. Estaba allí, la mano de un hombre flaco y huesudo, encadenada a la pared. Lo que goteaba, hacia un recipiente, era su sangre que resbalaba desde la muñeca y por el codo. Alguien mojaba en ella una pluma de escritura. Estaba redactando una carta en un viejo papel, que tenía incluido un diagrama con una estrella de cinco puntas. Era muy poco lo que podía leerse de esta nota, pues reinaba la oscuridad. Frases inconexas, que no aportaban ningún sentido.

"TENEMOS A TU.....TRADO COMO QUIS...DRES. SI TAMBIÉN TE IM... A TRAERNOS UNA COSA: UN.....ORDEN ZAHORÍ LE ENTREGÓ A.....DAD. A LA DIRECCIÓN QUE TE INDIC..."

Y, debajo del pentagrama satánico estaba escribiendo, también con la sangre del hombre encadenado:

"NO DUDES QUE CUMPLIRE....."

Esto podría parecer algo muy escalofriante o espantoso, y en sí mismo, ciertamente lo era. Pero las imágenes que desfilaron después, fueron mucho más atroces.

Arriba de una mesa de madera hecha con tablones y salpicada de sangre añeja, se hallaba pegada una vela casi completamente consumida. A su lado, estaba apoyado el recipiente. Era un cuenco, que en su interior, semi hundida en sangre coagulada, se hallaba la cabeza de un gato negro, apenas distinguible, por su avanzado estado de descomposición. El zumbido que acompañaba el goteo intermitente del fondo, era producido por las moscas, que por momentos formaban un cúmulo negruzco alrededor de esta cabeza peluda y dentro de las cuencas vacías de los ojos gatunos.

El escribiente, dejó la pluma sobre la mesa, y enrolló el pergamino que acababa de terminar. Su rostro viejo y de rictus amargado no pudo apreciarse bien, pues la capucha de su ropa ceremonial antigua y gastada, del estilo de los monjes medievales, impedía apreciarlo con claridad.

Entonces, su voz gutural rompió el silencio. Extendió su mano con el pergamino, hacia otro sujeto encapuchado que estaba arrodillado, encorvado en la penumbra frente al prisionero.

- Listo. Dale esto a los Priones. Está terminada. Ya pueden mandarla.

- Sí, señor. - Contestó dándose vuelta, y pudo verse, demasiado claramente que estaba comiendo trozos de carne del anciano que ya no tenía fuerzas ni para gritar de dolor y espanto.

Otras voces resonaron en el lugar.

- Debemos apresurarnos.

- Tiene que estar todo listo para Samahín.

Había un sitio, en el suelo, reservado para los rituales ceremoniales. Varias figuras encapuchadas se habían colocado alrededor de otro pentáculo satánico, pero mucho más grande, dibujado en el piso. A un lado de cada una de las puntas de la estrella, en forma alternada, había cuencos con sangre, o velas encendidas. Lo peor de la escena se hallaba en el centro del círculo. Uno de los participantes de la ceremonia, colocó allí la cabeza ensangrentada e irreconocible, del anciano que minutos antes estaba encadenado a la pared. La sangre salpicaba el diagrama y se derramaba hacia afuera.

Si todo esto hubiera sido la pesadilla de alguien, era el momento de despertar."

Miércoles 27 de marzo, 16:25 horas.

La puerta aún se encontraba cerrada, desde afuera, podía leerse la placa que decía "Consultorio Psicológico - Lic. Dante Zamorano". Allí aguardaba una muchacha delgada y rubia, con ropa casual, a que su hijo saliera. En el interior del consultorio, el doctor iba acompañando a Eduardo Viñas, el niño de doce años de cabello rubión y algunos trastornos de conducta, hacia la salida, pues su horario de consulta, había terminado.

- Bien, Eduardo. Traéme anotadas todas las cosas que te hacen enojar. Y qué alternativas se te ocurren para frenar, en ese momento, la carga de ira y enojo.

- Bueno, voy a tratar, porque tengo prueba y siempre me están dando tarea. No tengo tiempo.

- No es sano que estés peleando o rompiendo cosas, después encima te llaman la atención. Y eso, además, te trae más frustración y bronca hacia todos...

Dante abrió la puerta del consultorio, y entonces la muchacha se asomó al marco. Tenía una bella sonrisa y unos billetes en la mano, que le extendió al doctor, casi instantáneamente.

- Hola, doctor. Acá le pago. Vamos, Edu...

Una vez que recibió el dinero, a modo de despedida, el psicólogo terminó la idea.

- Esto es muy importante... hacé de cuenta que es como si te tomaran otra prueba...

Dante saludó, como era habitual, al chico con un puño, que en seguida el niño contestó con el mismo gesto, tocándolo levemente con el de él.

Una vez que se quedó sólo, mientras esperaba a Antonia, que estaría llegando tarde, Dante se sentó en el escritorio con cajoneras, del fondo. Estaba pasando unas notas en limpio, cuando sonó su teléfono celular.

- Hola, doctor. Soy Antonia... Hoy no pude ir porque tuve que cubrir a una compañera en el supermercado... ¿Hay alguna posibilidad... de cambiar la sesión de hoy?

- ¿Cambiarla? Era a las dieciséis treinta y ya son más de las diecisiete horas...

- Eh... sí... quiero decir recuperarla...

Dante se apartó un poco con la silla con ruedas, para hacer espacio y poder abrir el cajón donde tenía la agenda con los turnos.

- ¿Puede ser mañana a la mañana?

- Por la mañana imposible, Antonia, porque es cuando tengo todos los turnos ocupados. Mirá... por esta vez puedo hacer una excepción... sería para mañana a las dieciocho horas... hasta las diecinueve treinta, que tengo a Carmen, otra paciente.

- Bueno, doctor, mañana a las 18 estoy ahí, ¡y gracias!

- Hasta mañana, Antonia...

Dante cerró con su llave el consultorio, una vez que se puso su sobretodo y boina. Sabía que tenía que llevarse algo más suculento de vianda, pues la de mañana, sería una jornada más larga.

Jueves 28 de Marzo, 11 horas

El bar estaba cerca de la facultad de medicina, así que le quedaba cómodo a Dante para después ir a trabajar. Las mesas estaban ubicadas a lo largo de los ventanales, para que sea mejor aprovechada la luz diurna. De todos modos el lugar estaba muy bien iluminado. Había una moza que iba de aquí para allá, sirviendo las mesas y cobrando.

Dante tomaba tranquilamente su café y en frente a él estaba su compañera, con quien conversaba. Sandra le ponía al tanto y relataba algunos pormenores de lo que había estado aconteciendo, en el tiempo en que él y ella, no se estuvieron viendo.

- No sé. Está todo muy difícil. Nicolás me dijo que iba a renunciar al trabajo, para no pasarme alimentos. Voy a tener que intimarlo. Y los chicos son los que al final sufren todas estas cosas. Yo te necesito más conmigo, Dante... - Ella hablaba de esos temas personales con denotada preocupación, y sacudía un poco su cabellera lisa y azabache.

Él le tomó la mano, sobre la mesa.

- Sí. Es que recién ahora estoy volviendo a mi vida normal... El accidente, la muerte de papá, el shock... el post operatorio de mamá... Fue muy duro.

- ¿Y cómo está ella ahora?

- Tiene días mejores y días peores. Pero no se acuerda ni de mí ni de Juan Carlos. Él también se borró de todos lados. Ya casi ni nos vemos...

- Yo sé que te está costando, pero... te necesito más tiempo... y los chicos también... - Se le habían escapado un par de lágrimas, que en seguida limpió con el dorso de la mano, de forma casi casual.

- Si. Yo sé. También está el trabajo, las refacciones. Queremos alquilar la casa de mamá. Tengo que mudar muchas cosas... otras cosas se las va a llevar Juanca.

- Si. Todos tenemos nuestras cosas, pero trata de estar más...

- Sí, voy a tratar, Sandra. Estoy terminando el duelo, y vamos a poder tener más tiempo juntos...

- Bueno, Dan... no te molesto más, lindo.

Ella se levantó de la mesa, se acercó hasta donde estaba él y le dejo un poco de dinero para compartir los gastos del desayuno. Él observó que, a pesar de ser madre soltera y de tener, como Dante, cuarenta y cinco años, se conservaba en buena forma, y cuando el propio Dante se sorprendió en sus pensamientos, se sonrojo un poco. Entonces, Sandra besó suavemente sus labios para despedirse.

- Te espero en casa a cenar esta noche. Te hago el matambre que tanto te gusta.

- Dale, ahí voy a estar, amor.

Ella salió del bar, y saludó a Dante por la ventana, antes de girar y marcharse por la acera.

Dante quedó solo, sentado a la mesa junto a la ventana. Sumido en sus amargos pensamientos. Él la quería mucho a Sandra, que era una buena compañera. Pero siempre le reclamaba más tiempo, y tenía sus propios líos personales. Con todo lo que a él le había estado sucediendo; la pérdida de su padre y las secuelas del mismo accidente en su mamá, había tenido que tomar distancia en la relación. Un poco porque realmente tenía que ocuparse de muchas cosas. Otro tanto era porque le costó mucho lidiar con las perdidas, con el sufrimiento, y se sentía desvalido, solo y desamparado, sin nadie que lo contuviera, como para, encima de todo eso, sostener emocionalmente a otra persona.

Pero ahora ya había pasado casi un año, y se sentía muy mal, y culpable, porque su distancia la había afectado mucho a ella. Ya era momento de recomponer su relación con Sandra. De recomponer su vida.

Estaba en ese trance, cuando llegó la camarera para cobrarle, que él confundió por un momento, con una versión más joven de Sandra.

- Tome, acá tiene lo de los dos cafés y los tostados...

- Gracias, señor.

El Consultorio. 19:20 horas.

-Bueno, Antonia, está justo.

Dante contaba el dinero que su paciente, que había faltado el día anterior, acababa de darle.

- Sí, me está costando juntarlo. Vengo porque me hace muy bien, hablar y aclararme las cosas. Pero la plata... está muy complicado...

Dante guardó el dinero y se acomodó en su sillón.

- Sí. De todos modos, todos tenemos que evaluar cuales son nuestras prioridades. Cuáles son gastos innecesarios, y manejar el tiempo que tenemos...

- No entiendo...

- Sé que para vos, Antonia, es importante la comida vegana... pero ¿qué pasa con las marchas veganas?

- Es que estoy en contra de la matanza de animales...

- Entiendo pero... ¿ves lo que decías, la vez pasada, del tiempo? Ahí tenés que ver en que se te está diluyendo tu energía. Si vas a las marchas del aborto legal, las marchas de la protección ambiental, las de la salud, las de las mascotas... no vas a tener tiempo para vos.

- Es que ya tengo mis compromisos con mis compañeras. No puedo fallarles. Ayer no falté por ir a una marcha, ¿eh?

Dante tomaba notas de todo lo que Antonia iba expresando, y, casi más importante, los gestos, el fastidio y otros indicios que ponían en evidencia patrones psicológicos subyacentes.

- No voy a meterme en tu vida, Antonia. Vos misma decís que te molesta que tus padres estén enfrascados con los testigos de Jehová.

- Eso es diferente. ¡Son re densos con eso! ¡Van casa por casa, y los demás no existimos!

Antonia se paró, sin poder ocultar que ese tema la ponía muy ofuscada e iracunda. Se colocó la campera de un color chillón, que le sentaba muy justa para su tamaño de torso y agarró la cartera casi de un tirón, mientras se le sacudían los rulitos, del enfado.

- Sí, pero, desde su punto de vista, ellos podrían reprocharte lo mismo, ¿No te parece?

- Bueno, doctor, ya me voy. Trato de venir el miércoles dieciséis treinta...

- Buenísimo. Si no podes venir por lo que sea, por favor avisame...

Antonia se retiró abriendo la puerta que separaba el consultorio, de la sala de espera, un tanto bruscamente, mientras le lanzaba a Dante una mirada fulminante.

A él estos arranques le parecieron, además de inoportunos e inmaduros, bastante jocosos.

Antonia salía por la puerta al pasillo principal, y Carmen iba entrando al consultorio, propiamente dicho. La primera, fastidiada. La segunda, alegre y risueña.

- Hola, doctor Dante.

- Hola, Carmen, pasá.

Dante tenía en su mano unos papeles donde había anotado algunas cosas para comentarle a Carmen. Ella se quitaba su abrigo tejido y lo dejaba, junto con su cartera, en el perchero detrás del respaldar del diván.

- Me quedé muy impresionado por nuestro encuentro casual del martes, y la tirada del Tarot.

- Sí - sonrió. - Mi tía me enseñó de chica. También leo las manos... y el té.

Carmen se sentó en el diván y lo escuchaba muy atentamente. Dante también hizo lo mismo, tomó asiento en su sillón enfrentado a ella.

- Acá escribí varias cosas. Acertaste en la descripción de mi mamá y algo de lo que dijiste de mi abuelo... - Dante señaló con su pulgar, a la pared que estaba detrás de él. - Ahí tengo un retrato de él con mi abuela y mi papá.

Le gustaba tener detrás de él, colgado en la pared, aquel cuadro de recuerdos familiares. Era como si ellos lo estuvieran mirando y apoyando en sus cosas y su trabajo. Alentándolo desde atrás. Dante recordaba siempre a su abuelo Arturo, con su barba, bigotes, gafas y cabello largo y lacio, canoso. A su abuela Susana, con su mirada tierna a través de las gafas, la recordaba menos, pues falleció cuando él era muy pequeño. Lo que sí recordaba eran los alfajores y... ¡sus tortas de chocolate! en el medio estaba su padre recientemente fallecido a sus setenta y tres años. Era gracioso verlo tan joven. Naturalmente, él no lo recordaba así, pues cuando Dante nació, Alberto tenía 28 años. Al pie de la foto había un letrerito que decía "Abus Arturo y Susana, con papá Alberto".

- ...Pero la parte de mi vida, que va a cambiar... Bueno, yo creo que podría ser el accidente y fallecimiento de papá...

- Puede ser, doctor. Pero esto se refría a su presente, no a su pasado...

- Ah, entonces no sé a qué te referías... Y con lo del "viaje", y los "cambios" en mi vida "espiritual"... no sé... ahí tengo muchas dudas...

- Habrá que esperar, doctor. Muchas veces la tirada tiene otros significados, para más adelante incluso.

Dante dejó sus apuradas anotaciones en la mesita a su izquierda para estos casos y se dispuso a comenzar la sesión con su paciente.

- Bueno, pero ahora hablemos de vos, Carmen... ¿Cómo se toma tu mamá, esto que vos hagas la misma actividad que tu tía?

- No, a mamá no le gusta. Dice que voy a terminar loca y sola como ella... que ya bastante con una "pirada", como para que hayan dos. - Ella sonreía mientras meneaba la cabeza. - Me dice que me dedique a estudiar y que tenga un trabajo "denserio", así me dice.

Fue pasando el tiempo, y el reloj digital en el estante ya casi marcaba las 21 horas.

- Yo creo que tenés que buscar un equilibrio, un punto medio. Por un lado, no creo que alguien tenga un "Don sobrenatural o superpoderes". Tampoco creo que estés loca o con delirios.

- En mi familia creen que sí... pero también tienen miedo, porque muchas de las cosas que les digo, después resultan ser ciertas...

- Bueno, pero eso no lo podemos comprobar... queda a la libre interpretación de cada uno. Cosas que sugieren una u otra posibilidad. Cuando se da alguna, no necesariamente confirma que hubo alguna clase de adivinación...

- Sí, entiendo, doctor Dante, pero en este punto no nos vamos a poner de acuerdo.

- Para mí lo real es lo que se puede confirmar. Que estamos acá, es real. Es lo que tiene tangibilidad fáctica.

- ¿O sea que el alma no existe porque no se ve? ¿O el aura? - Ella se había acomodado en el diván, observando a su doctor con mirada inquisitiva, pues estaba segura de lo que estaba afirmando, y sabía que los argumentos de Dante, para continuar con su postura, eran muy débiles.

- Puede que sí... puede que no. Siguen siendo especulaciones.

Dante estaba de pie, con los brazos cruzados. Su postura mostraba, claramente, que no había forma de que cambiara de parecer.

Carmen permaneció en silencio, con una sonrisa un tanto forzada, para evitar decir algo hiriente. También estaba de pie y se colocaba su camperita de lana.

- Bueno, Carmen, nos vemos el jueves que viene...

- Hasta el jueves, doctor.

Carmen acomodó la cartera sobre el hombro, abrió la doble puerta y comenzó a caminar hacia la sala de espera, junto a la puerta de salida. De pronto se giró intempestivamente hacia Dante, con la misma sonrisa que traía cuando ingresó.

- ¡Ah! No creo que nos veamos el próximo jueves... - Hizo una breve pausa, adrede, para ver si su doctor le prestaba atención, y para estudiar su próxima reacción a lo que iba a decirle -...doctor, disfrute de su semana... ¡Y de su viaje!

Dante disimuló cualquier atisbo de asombro frente a esta afirmación.

- ¡No, Carmen, no voy a viajar a ninguna parte! ¿No va a venir el jueves, entonces?

- Si no hablamos, quiere decir que no vengo, doctor.

Dante rió con nerviosismo

-¡Qué insistente! Bueno, Carmen. Nos vemos el jueves, como siempre.

Él se quedó allí, con cara de incredulidad, sentado en su escritorio, observando cómo Carmen salía al pasillo y cerraba tras de sí la puerta del consultorio. Qué persistencia en eso del viaje y todo lo demás. Tan irreal como inconsistente.

Dante se había levantado y estaba en la cocinita, preparando el café en la máquina eléctrica, para aguardar la llegada de su enigmático paciente, Arnold Paole.

Cuando uno entraba desde afuera al consultorio, a la derecha estaban los silloncitos de la sala de espera, y a la izquierda, estaba la puerta del baño. Frente a la entrada, aparecía la doble puerta que separaba la sala de espera, del consultorio. Cuando atravesabas esta doble puerta, a la izquierda estaba esta cortina corrediza de madera, que ocultaba la cocinita. A la derecha enfrentada a la cocina, se formaba un pasillito en cuyo final había una ventana y la planta, con tronco y hojas verdes grandes, que Dante siempre regaba.

Al continuar caminando derecho estaba lo principal: a la izquierda, el escritorio con tres sillas y cajoneras, delante de una ventana de doble hoja con persiana. Seis metros a la derecha de allí, se hallaba el consultorio propiamente dicho, en el cual había un sillón para el doctor junto una mesa bajita y una lámpara de pie y frente a estos, el diván.

Estando en la cocinita, era imposible que alguien pasara desde la sala de estar al consultorio, sin ser visto.

Eran un poco más de las 21 horas, y Dante estaba sirviéndose el café en esta pequeña cocinita, cuando una voz lo asustó. Y provenía del consultorio.

- Hola, Doctor.

Se encaminó presuroso, con su taza de café, hasta el consultorio, para ver qué ocurría. En el diván, con sus bazos cruzados, estaba recostado, igual que siempre, Arnold Paole. Bueno, casi igual que siempre, pues su aspecto general era pálido y muy desmejorado. Habría tenido una semana complicada o ajetreada, seguramente.

- H...hola, Paole... casi no lo había oído... ¿Está... usted bien?

Su rostro, ahora viéndolo con más claridad, no sólo estaba más pálido, sino que ahora sí, se destacaban ciertas arrugas e imperfecciones, que antes pasaban desapercibidas.

- Sí... es sólo que hace frío... y hoy no me alimenté muy bien... Fui a caminar por el parque japonés. A ésta hora suele haber actividad nocturna...

- ¿Y qué comió, si puedo preguntar?

- ...Algunos malandras. Había dos sujetos que quisieron asaltarme, y les bebí la sangre. Sólo me alimento de delincuentes, estafadores, asesinos o algunos políticos. Hacía frío y sólo encontré esos dos. Era tarde, y ya tenía que venir a su consultorio, doctor Dante.

- Sí, sí... Espero que no haya matado a nadie de verdad, ¿no? - rió mas nerviosamente que cuando hablaba con Carmen. - Ahora, cuénteme, por favor, de su padre... Era de esto que me iba a hablar hoy, ¿no?

- Sí. Mi madre y yo vivíamos en Sevilla, España. Era el año 1701. Recuerdo claramente esa casita de barrio. Las calles eran de adoquines, y el segundo piso estaba todo hecho con madera muy bien lijada y pintada con brea para que se conservara mejor. En el patio teníamos plantas y un aljibe, con un recipiente trabajado con madera y brea, para que pudiéramos sacar el agua... Yo tenía cinco o seis años. Recuerdo que mamá tenía un vestido largo con una especie de corsé, y papá, una ropa holgada con algunas armas. Tuvo que ir a la guerra y mamá se enfermó. En esa época no teníamos condiciones sanitarias, y la gente solía morirse como moscas. Eso le pasó a mamá. En esos años, una enfermedad espantosa asoló a todas las poblaciones de Europa. La peste.

Respiraba lento, y parecía viejo y cansado. Después de la pausa, prosiguió con su relato:

- No tengo muchos recuerdos de esa época, pero sí retengo en mi memoria la calle de adoquín y yo arrodillado en ella, tratando de despertar a mamá que estaba muy tiesa, con su vestido desparramado por el suelo sucio. Por todas partes, los cadáveres se apilaban por cientos, y las moscas, y el olor a descomposición... eso nunca voy a olvidarlo. Entonces, vino un caballero a verme, probablemente enviado por los que ayudaron a llevar a mamá hasta ahí. Se llamaba Tyranus, o algo así. Él me llevó, junto a otros niños, cuando quedé huérfano. Después, resultó ser un traficante de esclavos, y nos llevaron a trabajar en las plantaciones de las afueras. Siempre traían niños para trabajar. Mi única paga era un solo plato de comida al día. Y trabajaba desde que salía hasta que se ponía el sol. Muchos morían. Tengo el recuerdo de ver cómo, cada tanto, los más viejos o enfermos caían entre los pastizales, a pleno rayo del sol ardiente, cuando sus fuerzas mermaban y llegaban al límite. Los que tenían látigos y nos obligaban a seguir trabajando, se los llevaban, y ya no volvíamos a verlos más. Así pasó el tiempo. No podría decir cuántos años. Yo ya era más grande, y anhelaba poder escapar. Los que lo habían intentado, eran perseguidos con caballos y varios jinetes y perros, y cuando eran alcanzados, los traían amarrados con sogas y golpeados y latigueados, y entonces les daban muerte frente a todos nosotros. Así se aseguraban que nadie más quisiera huir...

Hizo una pausa, y cerró un momento los parpados como trayendo para sí recuerdos...

- Yo dormía en las caballerizas. Una noche, me despertó un ruido terrible. En las fincas, había fuego. Habían matado a los nobles que regenteaban el lugar. Vino al cobertizo, un hombre muy bien vestido. Sus ropas eran oscuras. Su piel, muy blanca. Lo reconocí en seguida. Era mi padre. No había envejecido prácticamente nada, desde la última vez que lo había visto de pequeño. Él me convirtió en vampiro, esa misma noche. Me dijo que tenía que ir con él por un tiempo... Me enseñó a mantener el secreto y a alimentarme únicamente de lo peor de la sociedad. Si lo hiciéramos de inocentes, me dijo, muy pronto nos perturbaría la culpa y remordimientos. Me explicó que nuestros poderes aumentaban con la edad. Los vampiros que estuvieron más tiempo entre nosotros, eran prácticamente inmortales. La acumulación de sangre de las víctimas, nos daba poder. Así como la falta de ésta, nos marchitaba inmediatamente, y nos pondría al descubierto...

El rostro de Arnold, se había puesto taciturno y melancólico, recordando todas aquellas cosas de su vida pasada.

- Me contó que no cualquier persona puede ser convertida. Solo puede pasarse este "don de sangre", a un único familiar de la generación que sigue. Un solo familiar directo, como mi abuelo convirtió a mi padre. Yo no tuve hijos, así que no podre convertir a nadie. Por este motivo, rondo en las noches, en soledad...

Mientras Paole relataba su historia, Dante tomaba apuntes en su libreta, que muy pronto compartiría con su paciente.

- Y su padre... ¿qué pasó con él?

- Lo mataron. Le prendieron fuego unas personas fanáticas de una orden. Son católicos. Queman brujas y vampiros. Ellos han matado a muchos de nuestra especie, y por eso es el mito de que tememos a las cruces. Responden al Papa, pero sus actividades son clandestinas. Perduran hasta nuestros días. Estábamos rodeados por ellos, papá me ayudó a escapar pero no sobrevivió.

Paole se puso aún más melancólico y cabizbajo.

- ¿Y no tenés amigos, Arnold? ¿Alguien que te ayude, te acompañe... alguien que te escuche?

- Sí. Tengo amigos mortales, que son gente instruida y con la que puedo intercambiar historias y pensamientos. Mi mejor amigo se llama Santiago Roy Richardson.

- Bueno, Arnold. Yo creo que todo esto que usted cuenta es una "racionalización". En un momento determinado, tuvo ganas de intentar una experiencia "diferente", y quiere pensar que así lo hizo... siendo que en realidad no fue así...

- Piensa que le estoy mintiendo...

- Los vampiros no existen. Pero usted está convencido de ser uno. Así se autocastiga, se juzga alejado de "Dios" y las "Buenas costumbres", para culparse como un ser maligno y repugnante, y así justificar todas las desgracias que le ocurrieron de pequeño... Usted es un gran lector. Ha leído y estudiado mucho, y por eso, su historia es creíble. Y fundamentada, pero...

- ¿Pero?

- No es real.

- Entiendo... yo... cometí un error, y me disculpo. Creí que usted podría ayudarme, aún sin creer en nada de lo que le he contado...

Paole se incorporó un poco, sentándose en el diván. Desde este nuevo ángulo, la luz de la lámpara hacia un extraño efecto sobre su rostro, haciéndole parecer mucho más anciano y cansado.

- Perdone usted, si lo ofendí, Arnold...

- Pensé que me serviría su opinión profesional, más allá de su insistencia de que no soy real.

- Pero no puedo ayudarlo a mantener esta fantasía, basada en cosas que usted está convencido que ocurrieron y son reales... cuando no lo son.

Dante intentaba ser lo más claro posible con sus palabras, para no herir sus sentimientos.

- O sea, que por más que le pague, no está dispuesto a seguirme la corriente... ¿es eso?

- Creo que sí.

Paole descolgó su campera de cuero del perchero, hurgó en uno de los bolsillos y retiró unos rollitos de dinero amontonados, que colocó sobre la mesita a la izquierda de Dante.

- Entonces hemos terminado. De todos modos lo respeto mucho, doctor Dante Zamorano, porque prefiere perder un paciente, antes que perder sus convicciones... y a usted mismo.

Se puso su chaqueta y le dio un apretón de manos a Dante.

- Lo felicito. Es usted muy honesto... y un caballero.

- Usted también, Paole

Y Arnold se encaminó hacia afuera. Desde donde estaba sentado Dante, pudo distinguirse perfectamente que él se había detenido, en el marco de la puerta de salida, en un gesto de acomodarse el cuello de la campera negra.

- Espero que el tiempo, que todo lo cambia y extingue, ni le modifique ni le destruya... - Hizo un breve silencio y agregó:- Ya nos volveremos a encontrar. En otro momento, en otro lugar... "Que tenga buena vida".

Esta última frase tuvo mucha más resonancia, incluso dentro del consultorio, que todas las otras. Aun cuando Arnold, ya se había ido.

Dante se había colocado su sobretodo mostaza y la boina y regó la planta que estaba junto a la ventana, en el pasillo. Pensaba que ese tipo era muy raro y petulante, que no pudo dejar a un lado su ego y afrontar que, evidentemente, tenía un problema grave, de "delirium tremens" o demencia.

Quizás, en algún lugar muy inconsciente, e inconfesable, Dante había tomado esa postura tan rígida, sabiendo que Arnold se iría. Algo en ese sujeto, le hacía dar escalofríos. Bueno, en definitiva, ya lo iba a tratar otro doctor con más paciencia, que podría convencerlo y hacerle ver la luz...

Y Dante apagó la luz.

Dentro de la habitación, la figura del anciano encapuchado que lo observaba, desapareció.

Eran las diez de la noche. Ya había subido por el ascensor, y tocado el timbre. Desde el pasillo se escuchaba cierto bullicio de los niños que jugaban y que decían que alguien acababa de llegar. Sandra abrió la puerta, y en seguida Dante la saludó con un beso.

- Hola, Sandra... traje una tarta para el postre...

- ¡Hola, Dan! ¡Muchas gracias, no te hubieras molestado! ¡A Fran le encanta! - Ella estaba muy alegre, y se veía feliz por la visita de esta noche.

Giró la cabeza hacia la izquierda, y les habló en voz más elevada a los niños, cuyas caritas apenas se asomaron de detrás de un alto sillón, frente al televisor de pantalla plana grande, delante de una biblioteca y un ventanal.

- ¡Chiicos... vengan que Dante está acá!... ¡Saluden!

- Holaaa...

- ¡Hola, tío Dan! ¡Hace mucho que no venías!

El primero que fue corriendo y, de un salto se colgó del cuello de Dante, era Francisco, que le llegaba a la altura del pecho. Acomodó el cuerpo como pudo, para que ambos no trastabillaran y cayeran al suelo. El otro chico fue caminando hacia él, con un paso mucho más tranquilo. Marcos, era el hermano mayor.

- ¡¿Jugamos a las escondidas?!

- ¡Vamos! ¡Escóndanse que yo cuento!

Domingo 31 de Marzo, 10: 48 horas.

Departamento de Dante.

Juan Carlos estaba sentado en el silloncito individual, que estaba justo delante de los ventanales del balcón. Le gustaba ese lugar en particular, con la luz natural de la mañana. Dante, en cambio, estaba sentado en el sofá de tres cuerpos con almohadones, enfrente de él, y entre estos dos había una mesa ratona con algunas cosas de desayuno: el termo, la azucarera y el mate, galletitas, algunas facturas y bizcochos, repartidos en varios platitos.

- Me alegra un montón que hayas venido, Juanca. Después de tantas vueltas y tantos reproches que nos hicimos. La tristeza nos hace melancólicos y autocompadecientes. Y después viene el duelo y nos damos cuenta que la vida es corta y que necesitamos a nuestros seres queridos...

-Si. Hay que seguir adelante. Y papá y mamá no hubieran querido que nos distanciemos por esto. No nos damos cuenta lo frágiles que somos. Y que hoy estamos, y mañana no sabemos...

Juan Carlos sorbió el último traguito que le quedaba a su mate, y volvió a llenarlo con el termo, para pasárselo a Dante.

- Por eso hay que disfrutar lo que se tiene. El jueves fui a ver a Sandra. Cenamos y me quedé a dormir. No pienses mal, estaban los chicos.

-Sí, ya sé. Igual me parece muy bien que vayas retomando tu vida de a poco. Yo voy haciendo lo mismo...

-Fue un año difícil, Juan. Perdimos a papá y a mamá. Y casi nos perdimos a nosotros mismos.

Dante tomaba el mate y comía algunos bizcochitos mientras explicaba lo que había sentido todo este tiempo.

- Bueno, a mamá no la perdimos, y a mí nunca me perdiste...

- No. Pero mamá está en su limbo después del shock, y no sabemos si va a recuperarse alguna vez.

- Pero nos tenemos nosotros. Podemos pelear o discutir, pero siempre estamos, Dan...

- Sí, es verdad... ¿Y cómo va tu trabajo en la agencia?

- Bien. A pesar de la crisis, todavía seguimos vendiendo autos. Hacemos planes y facilidades... como cuando le vendí el coche a papá...

Y cuando Juan Carlos terminó de enunciar esa frase, pudo ver que el rostro de Dante cambió completamente. Adquirió un aire de enfado, de desconfianza y amargura, e intentaba no mirar a Juan Carlos, pero no podía disimular su malestar repentino.

- Tu cara, Dante... ¿Qué pasa?... ¡Te digo de nuevo que lo había revisado doblemente, Dante! ¡No había ningún problema! ¡Estaba en perfectas condiciones el Sandero!

- Sí, ya sé. No te echo la culpa. Perdonáme si te hice sentir eso... nombraste el auto de papá y... qué se yo...

Dante se derrumbó. Se quitó sus anteojos y se tapó la cara con su mano. Juan Carlos se levantó y fue de inmediato a asistir y abrazar a Dante, que estaba claramente con una breve crisis emocional.

- ¡Fue un accidente, Dan!

- Sí... perdón. Me quedan todavía resentimientos y tristeza. Pero ya está... ¡Vamos a salir adelante con todo esto! - Dante hizo el esfuerzo de componerse un poco.

- Hablando de eso... Ya pintaron la fachada y los cuartos, en casa de mamá. Voy a llevarme algunas cosas de ella y del abuelo.

- Dale, buenísimo. Yo voy a traerme cosas de papá y otras que necesitemos sacar de la casa, antes de alquilarla. - Dante se repuso un poco. Juan Carlos le extendió un mate, a su lado, mientras, cerca de allí, Cosmo se aproximó, quizás intuyendo que su amigo humano no se encontraba del todo bien.

- Cuanto antes la alquilemos, más factible es que podamos costear los gastos del geriátrico de mamá.

- Si. Allá son buena gente. Y la cuidan tan bien. Siempre está bañada y todo...

- Nunca le faltó nada. A ver....

Juan Carlos, sonriente, se giró y tomó al gato por debajo de sus patas delanteras, de frente. Entonces lo puso entre sus brazos como si fuera un bebé.

- ... ¿Usted qué quiere? El que nunca se hace problema por nada, ¡es Cosmo!

- ¡No, a él no le importa nada! Mientras haya comida... - Y entonces, los dos rieron al unísono.

Y mientras tanto, el gato se giró, para mirar atentamente por sobre el hombro de Juan Carlos, donde, en la esquina de la pared del fondo, como un parpadeo fugaz, se materializó la figura del anciano encapuchado, que no fue visto por ninguno de los dos hermanos. Entonces, cuando hubo desaparecido el espectro, Cosmo volvió a refugiarse en los brazos de Juan Carlos.

Después del momento de distracción, y con las risas, Dante logró aflojarse un poco de las tensiones.

- ...Y yo, con los pacientes voy bien... pero, con la crisis me quedaron todos los de la mañana y unos pocos de la tarde. Voy a volver a publicar algún aviso en internet, a ver si aparecen algunos más.

- Y sí... el trabajo está difícil para todos. Dan, acordáte que mañana es lunes primero de Abril. Es el aniversario del fallecimiento de papá. Como vos trabajás, podemos encontrarnos el martes a las 10 horas, en el geriátrico, y después hacemos algo, ¿te parece?

- Dale, ¡perfecto, Juanca!

Juan Carlos apoyó la rodilla en el suelo y dejó que Cosmo saltara hacia el suelo, para salir corriendo a su lugar de descanso habitual.

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