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capítulo 4


Lunes, 25 de marzo.

Mientras Cosmo estaba enfrascado con su cabeza dentro del plato, probando su comida, Dante ultimaba unos escritos que había estado pasando en limpio, mientras tomaba un café. Apagó la televisión y llevó su plato a la pileta, donde lo lavó rápidamente. Se puso su sobretodo mostaza y su boina y tomó el maletín con las anotaciones de sus pacientes. Partiría al consultorio, para que no se le hiciera tarde.

Al salir del edificio, el portero que estaba tomando mate y limpiando un espejo, lo saludó. Era la hora en que solía salir a hacer algunos arreglos y tareas.

Dante bajó la escalinata del subte "D", frente al letrero que decía "Trenes a Catedral". Comenzaba otra semana. Terminó de bajar las escaleras y buscó en su abrigo la tarjeta Sube para poder pasar por los molinetes, que estaban junto a la boletería. La gente circulaba pasando junto a él, con normalidad, aproximándose al andén. Muy pronto llegaría el subte. Dante apoyó la mano con la tarjeta en el molinete, y entonces sucedió algo muy inusual.

Por un momento, el piso de baldosas, la boletería, la gente, el andén, y todo a su alrededor, simplemente desaparecieron. En su lugar, todo quedó en blanco, como una limpia hoja de papel. Pero fue por un instante.

En un momento, Dante atravesó el molinete y se encaminó al andén y al lugar donde había vuelto a aparecer el entorno y toda la gente. Había sido una sensación muy extraña y todo tenía un aire de irrealidad. Entonces, cuando él pensaba que todo esto no debía ser nada, arribó el tren al andén. Vio fugazmente el rostro con un tupido bigote del maquinista. Arriba de la ventana había un letrero con el número 12, y la frase "Catedral".

Ingresó ni bien se abrieron las puertas corredizas. Estaba por sentarse en uno de los asientos disponibles junto a la puerta, cuando Dante vio a un hombre subiendo al tren, entre otras personas más, caminando trabajosamente con muletas. Tenía una camisa roja con líneas negras que formaban cuadros. Era calvo con una prominente barba negra.

Se habían cerrado las puertas y ya avanzaba el subte por el andén, cuando Dante se apresuró a buscarlo y ayudarlo a sentarse, apoyando las muletas a un lado. El hombre estaba muy agradecido. Y sonriendo, le dijo algo a Dante, que no pudo entender por el ruido. Pero no era un sonido común del andar del tren. Era un golpeteo y un ensordecedor pitido más que desgarrador y desagradable. Y preocupante.

De pronto vino un sacudón tremendo, seguido de un golpe seco y muy fuerte, en todo el tren. Por un momento, la gravedad pareció desaparecer, como aquellas imágenes de la estación espacial orbital, en la que las personas y los objetos flotaban sin nada que los sostenga. El maletín se abrió y los papeles de los pacientes se esparcieron por el aire. Junto a estos, Dante vio pasar las muletas. Aunque pareciera una eternidad, en realidad solo fueron un par de segundos. Y por encima del ruido insoportable, se escuchaban los gritos de desesperación de los pasajeros. Entonces, vino la explosión que lanzó un cegador resplandor blanco, envolviendo a todos con su muerte silenciosa.

Entonces todo quedó en blanco, como una hoja de papel. Pero fue un instante. Dante sintió un escalofrío inexplicable, por todo el cuerpo... Seguía parado, frente al molinete, aún con la tarjeta de pase, en su mano. Algo extraño acababa de sucederle, y no podía explicar muy bien qué era.

Caminó consternado y mecánicamente hacia el andén, donde estaba toda la gente esperando, mientras guardaba la tarjeta en el bolsillo interior del abrigo. Se preguntaba qué es lo que acababa de suceder, cuando arribó el tren al andén. Su corazón dio un vuelco y su estómago reaccionó con un temblor nervioso cuando vio sobre la ventanilla el mismo número 12 y la frase Catedral. Entonces su mente empezó a divagar mientras el subte frenaba y se abrían las puertas. ¡Qué sensación más extraña! ¿Esto ya había ocurrido? ¿Todos los trenes tenían el número 12? ¡¿Todos los maquinistas, como aquel, tenían ese mismo rostro con el mismo tupido bigote?!

De pronto, alguien, detrás de él, interrumpió sus pensamientos, pues quería ingresar al Subte y Dante estaba parado allí, obstruyendo el paso.

- Disculpe... ¿Va a pasar?

Dante se dio vuelta y nuevamente su corazón volvió a dar un vuelco y su estómago retumbó en una nueva sensación de Deja-vú. Era el hombre calvo y de barba negra, de la misma camisa roja con líneas que formaban cuadros, que estaba apoyado sobre sus muletas.

Entonces, por instinto, Dante se apartó velozmente a un lado, dejando ingresar a todos los pasajeros del tren.

- N-no, perdón...Este tren no me deja...

Él quedó un momento parado en el andén, viendo cómo el tren se alejaba hacia el túnel. No podía comprender lo que había hecho, pero sin dudas su corazón, ya más tranquilo, estaba más que agradecido. No sabía, con certeza, por qué no se había subido a ese tren. Dante, solitario, ascendió de regreso las escalinatas del subte hacia la calle, tras volver por los molinetes. Algo que usualmente nadie hacía, pues perdía el valor de su pasaje que acababa de usar.

Una vez en la calle, se dispuso a cruzar la avenida Cabildo, hacia donde estaba la parada de Metrobus. Sabía que tenía tiempo para no llegar tarde al consultorio a atender a Sergio, pues la parada del colectivo estaba realmente cerca. Antes de llegar, se escuchó a la lejanía un chirrido espantoso y una gran explosión. Se divisaba humo y la gente comenzaba a agolparse, tratando de descubrir qué era lo que había sucedido. En algún lugar de su recóndita mente inconsciente, Dante lo sabía perfectamente. También fue invadido por una sensación de impotencia e inevitabilidad.

En poco tiempo comenzaron a sonar unas sirenas y de unas rejillas cercanas, salió un humo espeso y antinatural. De la boca de Subte, también salió aquel humo espeso. Empleados de la empresa del Subterráneo y otras personas, comenzaron a correr subiendo las escalinatas. Gritos. Caras de horror por todos lados. Corridas, ruidos. Dante y otras personas se acercaron. El tráfico estaba detenido y se escuchaban bocinas, de los que querían circular y no comprendían que algo acababa de suceder.

Frente a la boca del Subte y también en la esquina, ya había personal de la policía Metropolitana impidiendo el paso de los curiosos y transeúntes. Al momento, otros más comenzaron a desenrollar una tira de línea de peligro, para evitar la circulación. Con gesto sobrio, el oficial parado frente a un estacionamiento, indicaba que se desvíe la circulación de la gente y que se disperse la multitud, para dejar espacio porque pronto llegarían ambulancias, personal de urgencias, médicos, bomberos y otros coches patrulla al lugar. La gente hablaba y preguntaba, preocupada. Muchos comerciantes, de un kiosco, unas tiendas de ropa y un taller, se asomaban curiosos.

-¿Alguien sabe qué pasó?

-Parece que hubo un derrumbe, o algo así.

-No, no. El subte se descarriló.

Se escuchaban más sirenas, de ambulancias y bomberos que estaban llegando al lugar.

A lo lejos, entre algunas columnas de humo, Dante divisó el Metrobus que se aproximaba por el carril hacia el centro, que no estaba cortado, así que volvió a la parada para tomarlo. No quería llegar tarde al consultorio.

Subió al colectivo, junto a otros pasajeros y se sentó en los primeros lugares, mientras pensaba que de todas maneras, a la noche, miraría las noticias y se enteraría de lo que había sucedido esta tarde.

Esperaba que no hubiera más sobresaltos ese lunes.

Pero eso no sería así. Dante descendió del colectivo, y ya iba caminando por la calle Paraguay al 2400, cuando alguien llamó la atención detrás de él, con sólo una palabra, que lo sobresaltó al instante.

- Fuego.

Se volteó inmediatamente. Millones de interrogantes poblaron súbitamente su cerebro, preocupado.

Parado, detrás de él, estaba el mismo señor que lo abordara en la calle el otro día, con la misma bufanda, con cuadros verdes y negros. El que tenía una nariz prominente y cabeza un tanto alargada. Una incipiente barba y bigotes que hacían el esfuerzo en ocultar algunos granos en sus mejillas y comisuras de los labios. Traía un cigarrillo sin uso en una de sus manos.

- Si tiene fuego, señor. Por favor.

- N... no. Espere... ¿No lo conozco? - Dante estaba muy sorprendido por este encuentro.

El señor se alejaba de Dante, con una extraña sonrisa, que el psicólogo no pudo ver.

- No, señor. No nos conocemos.

Abrió la puerta, donde se encontraba el cartelito que decía "Paraguay 2437". Dante ingresó, bastante consternado, al hall del edificio. Pasó junto al escritorio de la recepción y subió al ascensor que se encontraba en la planta baja.

Entró al consultorio y colgó el sobretodo y la boina, y continuó su camino con el maletín, hasta el escritorio y las sillas, a la izquierda del diván. Confirmó que había llegado un poco antes de la consulta.

Estaba sentado con sus notas de los pacientes, elucubrando que algo era muy extraño en todo lo que había estado sucediendo, cuando fue interrumpido por el timbre de la puerta.

Fue a abrirla. Era Sergio, que en esta oportunidad venía con la guitarra.

- Hola, Dr. Hoy vine con la viola. ¿Puedo tocar? - Dio tan solo unos pasos, y sin esperar la respuesta de Dante, continuó con su seguidilla de pensamientos en voz alta: - En casa no me puedo concentrar. María todo el tiempo me está pidiendo cosas y yo estoy componiendo mi obra más extraordinaria.

Ambos habían ido hasta el consultorio propiamente dicho. Sergio colgó la campera de cuero en el perchero detrás del respaldo del diván, junto al estante con el reloj, que marcaba las 15:10 horas, y se sentó allí, mientras desenfundaba la guitarra. El doctor ocupaba su sillón de costumbre, delante de él, con su cuaderno de notas en su mano.

- ¡Si esto sale bien, me van a conocer hasta en Hawái!

- Bueno, dale. Tocá un poco... - dijo no muy convencido de que esto fuera realmente lo mejor para la terapia de Sergio.

- Pero contáme, mientras tanto. ¿Fuiste a ver a tus padres, como quedamos la semana pasada?

- No, al final no pude ir...

- Pero era importante... Si vas dejando cosas pendientes, no vas a poder resolverlas...

Así había pasado la hora, y el reloj digital, en el estante, ya marcaba las 16:25 horas.

Sergio acababa de guardar la guitarra y ya se estaba poniendo su chaqueta de cuero

- Bueno. ¿Quedamos en esto? Te vas a poner bien firme...

Ya estaban cerca de la puerta, junto a los dos sillones de la sala de espera. Sergio se estaba calzando la guitarra a su espalda.

- Decile a María que vos no sos un fracasado; que para que vos puedas componer, ella tiene que darte tu espacio. Y vas a llamar por teléfono a tu mamá. Acordate que las personas no somos eternas. Aprovechalos, mientras todavía los tenés.

Dante trataba de ser bien claro con respecto a que su paciente era quien debía adoptar una postura determinante, para poder encaminar su vida y lo que realmente quería hacer con ésta.

- Sí, le voy a hacer caso, doctor. El lunes que viene le cuento cómo me fue con todo esto.

- Dale. Hasta el lunes Sergio.

Se despidió y salió del consultorio por el pasillo en común con los demás departamentos. José Cermeño se encontraba afuera, aguardando su turno, para poder entrar. Como siempre, estaba acompañado por su madre, que saludó y se retiró en cuanto Dante lo hizo pasar, cerrando la puerta detrás de ellos.

- Hola, José, ¿Cómo estás?

- Yo, muy bien. Y acá, Antoine, también - José señalaba a su amigo inexistente, junto a él.

Una vez se ubicaron, el paciente en el diván y el psicólogo en su sillón en frente, José acercó una silla para que la ocupe su amigo que sólo él veía y oía.

- ¿Le molesta si Antoine se sienta, como siempre, por acá?

- No, José... Está bien. ¿Hubo alguna novedad, en la semana, que quieras contarme, José?

Parpadeó y pensó cuidadosamente su respuesta, por un instante. Entonces su rostro se iluminó y levantó su puño al aire, muy sonriente. Con la otra mano levantó su pullover, dejando ver una camiseta Azul y amarilla de un conocido club de futbol, que estaba debajo.

- Sí. ¡Hoy le ganamos a Racing 3 a 0! ¡Aguante boquita!

Cuando el reloj marcaba las 18:00 horas. Ya se estaba terminando la sesión.

- ...Entonces, es muy importante que vayas a esas entrevistas de trabajo, y que puedas mantener en secreto que Antú o Antoine, va siempre con vos. Es fundamental que puedas ir adquiriendo tu independencia. Yo sé que cobrás tu pensión por discapacidad. Pero esto no es tanto por el dinero, sino para que vos vayas adquiriendo seguridad y valerte más por vos mismo... ¿te parece?... Alguna vez, puede ser que te encuentres solo, y necesitas saber cómo desenvolverte.

El rostro regordete de José de pronto se llenó de aflicción.

- Me cuesta mucho... y me da miedo... Pero Antoine siempre está conmigo y me ayuda. Me dice lo que tengo que hacer, donde cruzar la calle, si me dan bien o no el vuelto en los negocios.

La contextura delgada de Dante le permitía moverse mucho más deprisa. Por eso ya estaba de pie frente al diván. En cambio, José, se iba incorporando desde su lugar, como en cámara lenta.

- Bueno, muy bien, José. El lunes que viene me contás como te fue con las entrevistas, y que ideas se te ocurren a vos y a Antoine para irte independizando, ¿dale?

- Sí, dale. Bueno... nos vamos.

José salió por la puerta del consultorio, y afuera ya estaba la madre que tenía en sus manos un saco para él. Saludo con la mano, antes de irse por el pasillo.

- Hasta el lunes, doctor Dante...

- Hasta el lunes, José... Antoine....

Dante termino de anotar algunas cosas, de los progresos y temores que tenía José para enfrentar el mundo. Si continuaban así las cosas, muy pronto se comunicaría con Alejandro Gandur, el siquiatra, para contarle un poco las últimas novedades y cosas en las que estaba progresando con José.

Se puso su sobretodo y la boina, regó algunas de las plantitas, incluida la que estaba debajo de la ventana en el pasillo que daba en frente de la cocinita, tomó las anotaciones, las guardó en el maletín y finalmente apagó las luces del consultorio, para emprender el regreso a casa, otra vez en el Metrobus.

Al llegar a su casa, encendió las luces, y como siempre, Cosmo lo esperaba ansiosamente. Era porque lo extrañaba, seguramente, o porque tendría hambre. O un poco de ambas, pensaba Dante mientras colgaba el sobretodo y boina, dejaba en el banquito el maletín, y realizaba el cambio de zapatos por pantuflas de entre casa.

- Bueno, bueno, Cosmo... ya te pongo tu comida en el plato, vengo llegando...

Luego de una agradable ducha para despejarse, Dante con su ropa de cama, se preparó un puré con carne al horno y encendió la televisión. En su mente estaba planificando su día de mañana, martes. Iba a aprovechar que venía Celia a limpiar y a hacer unas compras, para llamarlo a Juan Carlos así se veían. De a poco se le iban pasando los reproches por la muerte de su padre, y la situación de la enfermedad de la madre. De pronto, una noticia llamo su atención y subió el volumen del televisor. Había olvidado casi por completo que...

- ...Éstas son imágenes impactantes de lo que sucedió esta tarde en la línea D del subte que iba en dirección a Catedral, el centro.

Dante se había puesto de pie, y no salía de su asombro. Miraba sin parpadear, la pantalla.

Allí se veían escombros, humo y mucho personal de camilleros, médicos y bomberos. De pronto, el percibió que lo que lo había paralizado era el parpadeo de las luces verdes de una ambulancia, que inmediatamente le trajo recuerdos de su sueño olvidado. "Bajo tierra, está el dolor. El humo, los ruidos, los gritos. ¡Las llamas!", como un golpeteo incesante en su cabeza.

- ...cuando imprevistamente un tren de pasajeros se salió del raíl, lo que provoco un descarrilamiento en ese y otros dos vagones más. Los médicos, bomberos y policías, asistieron a los heridos... -continuaba el periodista relatando lo que había sucedido bajo la Avenida Cabildo.

Cambiaron las imágenes y se veía lo que alguien habría estado filmando con su celular. El humo brotaba abundantemente por todas partes y algunos focos de fuego estaban siendo extinguidos por los bomberos. Un vagón había chocado con una parte del túnel y, el más afectado, estaba prácticamente enroscado sobre sí mismo. Varios bomberos se habían subido a la parte de arriba y estaban tratando de sacar escombros y personas de su interior. Camilleros llevaban personas con cuellos ortopédicos y otros médicos atendían heridos y revisaban el lugar. Algunas personas estaban sentadas al costado, muy consternadas, y se veían dos o tres mantas que tapaban cuerpos. La escena, en sí, parecía sacada de una película de guerra. Pero era en el tren y en el túnel que tomaba Dante todos los días para ir y volver del consultorio.

- ...entre los escombros se recuperaron 10 cuerpos, y se sabe que hay al menos 7 desaparecidos...

La transmisión retornó a la imagen del periodista con el micrófono en mano, con el logotipo del canal de noticias, que entrevistaba al funcionario de turno, calvo y con una camisa amarilla.

- Aquí, en comunicación directa, habla el Jefe de Gobierno porteño, Rodríguez Larreta:

- Bueno, esto fue muy desafortunado y tenemos que lamentar un montón de víctimas fatales y heridos... - Varios periodistas con micrófonos y aparatos grabadores se aproximaron a obtener su propia versión de la entrevista. - ...Hasta el momento, no están confirmados ni el número, ni sus identidades. También debemos lamentar pérdidas por millones que el estado deberá afrontar. De todas maneras, en comisión se está investigando si Metrovías ha estado realizando las inversiones pertinentes, en materia de infraestructura y mantenimiento... de todas maneras, los accidentes ocurren - esta última frase quedó resonando en su cabeza con un énfasis especial.

Dante se encontraba de pie, mirando la televisión, con el gato, Cosmo, en sus brazos. Mientras escuchaba atentamente las noticias, Cosmo levantó su cabeza para observar por encima del hombro de Dante, a su espalda. Nuevamente, una figura translúcida, encapuchada, hizo una repentina aparición en el rincón detrás de la mesa y la barra que separaba al comedor de la cocina, para desaparecer nuevamente, un instante después. El gato se asustó tanto que saltó bruscamente desde los brazos de su dueño hacia una silla y el piso.

- ¡Ya te pusiste inquieto, Cosmo!

Dante terminó de escribir unas notas en la mesa, y se fue a acostar.

Martes, 26 de marzo, 11 horas.

Dante estaba sentado con su ropa de calle, desayunando sobre la mesa del comedor, con el maletín al lado de sus papeles, mientras terminaba de pasar en limpio sus notas.

Cosmo dormía en una especie de camita con un almohadón, junto a su plato, al pie de la barra que hacía de separación de los espacios. Se escuchó el sonido de una llave en la puerta de entrada del departamento, y Dante se dio vuelta para ver qué pasaba.

- Hola, señor Dante...

- Hola, Celia. ¿Cómo está?

Era un martes que, cada quince días, Celia venía a limpiar y ayudar a Dante en algunos quehaceres y realizar compras en el supermercados.

Se colocó la boina y su clásico sobretodo mostaza, se acomodó los lentes cuadrados, con marco negro, y le entregó dinero y un listado de cosas a Celia.

- Aquí le dejo su paga mensual, un listado, y dinero para hacer las compras. Yo voy a salir. Nos vamos a ver de nuevo en quince días.

- Bueno, señor. Nos vemos en dos martes, como siempre. Cierro bien, y no se preocupe por nada...

Dante iba caminando por la calle Paraguay, hacia Azcuénaga. Habían apiladas varias bolsas de residuos, pues estaba suspendida la recolección por varios días, y los vecinos necesitaban sacar la basura afuera, de todos modos. En esta oportunidad no llevaba el maletín con sus notas. Estaba haciendo su paseo quincenal, para dejar a Celia limpiar y ordenar su departamento con tranquilidad.

Tenía el celular en la mano e intentaba llamar a su hermano, Juan Carlos, pero éste no contestaba. Seguramente, cuando viera la llamada perdida, se la devolvería.

De todos modos, necesitaba despejar un poco su cabeza, y pensar en los últimos acontecimientos. Iría a su habitual barcito de la Av. Santa Fe, donde servían un delicioso capuchino.

Después de varios infructuosos intentos, finalmente guardó el celular en un bolsillo delantero del pantalón, y dobló en la esquina donde estaba la óptica, hacia Charcas. En ese momento, alguien lo llamo desde enfrente.

- ¡Doctor!

Era una mujer, de unos 40 años o un poco más. Estaba muy maquillada en los ojos, labial fuerte y colorete en las mejillas. Su cabello todo enrulado llegaba hasta la espalda, y caería completo sobre su rostro, si no fuera por el pañuelo negro a lunares, que lo sujetaba en su cabeza.

Vestía una blusa un poco desgastada, una pollera larga y unas sandalias de cuero calzadas en sus delgados pies. Un llamativo medallón colgaba de una cadenita, en su cuello delgado. Parecía, literalmente, una gitana.

La curiosidad hizo que él se acercara, pues estaba seguro de no conocer a aquella muchacha. Pero, cuando cruzo por Azcuénaga a la vereda de enfrente, la vio mejor. Era...

- ¿No me reconoce, Dante? - preguntó divertida. - Soy Carmen, voy a su consultorio los jueves...

- ... ¡¿Carmen?! Ah, sí... ¿Cómo está? Perdón - rió nerviosamente. - ¡No la había conocido! Que siga bien, Carmen, un gusto verla. La espero el jueves, pasado mañana, en el consultorio... Hasta luego...

Dante regresaba sobre sus pasos y la saludó por encima del hombro. No quería ser descortés, pero no le pareció adecuado conversar con ella fuera del ámbito del consultorio, esto lo ponía nervioso.

- ¡Ah, pero espere, doctor! ¡Estoy trabajando! - Ella señalaba una puerta, con el sello "OM", que estaba al lado de una frutería. Encima de aquella puerta, un cartel con letras adornadas, decía "Casa del gran Tarot".

- ¿Gusta pasar mientras espero a los clientes, y le convido un buen café?

Sonaba muy tentador, y como no tenía ningún otro plan mejor, acepto la invitación de Carmen.

Atravesaron una cortina hecha de maderitas colgantes. Delante de él, en un espacio en semi penumbras, había una mesa con dos sillas, y Carmen le indicó que se sentara en la más cercana a él.

Tenía un mantel con algunas figuras como talladas. Encima de esta, una cajita de madera rústica y un mazo de cartas sobre un paño violeta. Por doquier se apreciaban toda clase de ornamentaciones y decoraciones orientales, acompañadas de una suave música tranquila, con sonidos de la naturaleza. Se olía el incienso que envolvía con su aroma penetrante, todo el lugar.

Mientras tomaba asiento, la observo ingresar a una estancia pequeña, donde había una cafetera, velas, cuencos y otros implementos, sin dejar de mantener nunca, la estética oriental.

- Perdón si fui un poco descortés, es que en realidad, es muy poco profesional entablar una relación con los pacientes, porque se pueden confundir las cosas, y entonces...

- Sí, si... lo entiendo, doctor... pero no vamos a casarnos - ella reía de manera jovial.

- No, claro... - Dante también se carcajeó, sonrojándose un poco.

Carmen acababa de servir con la jarra de la máquina, un café con un aroma exquisito en una taza, que apoyo sobre la mesa mientras tomaba asiento enfrente de Dante.

- Ya que entablamos una relación profesional, puedo atenderlo. Le puedo hacer una tirada del Tarot.

- Ah no, Carmen. No se moleste... yo no...

Carmen había tomado las cartas del Tarot. Y ya estaba mezclando el mazo.

- Insisto. No voy a cobrarle. Ya sé que usted no cree en todas estas cosas. Para usted, el mundo es blanco o negro...

Dante iba a negarse rotundamente. Pero... no lo hizo. Primero porque le dio mucha curiosidad. Nunca tuvo, y pensaba que no volvería a tener, la oportunidad de ver y escuchar algo como esto. Y segundo, podría ser importante para saber más cosas de Carmen y tratar de entender más completamente cual podría ser su fascinación con todo este mundo, tan alejado y desconocido para él, se decía así mismo intentando justificar que en el fondo un poco creía en estas cosas, aunque sin querer admitirlo.

Entonces, bebió un sorbo de su especialmente rica infusión, y solo se limitaría a escucharla atentamente.

- ¿Y cómo funciona?

- Tiro las cartas, leo lo que dicen, y canalizo más cosas que me vienen...

- Aja... - dijo meditando en las palabras "leo", "canalizo", "me vienen"... la sonrisa de Dante dejaba entrever que no estaba para nada convencido, ni de la lectura, ni de la canalización. Pero estaba dispuesto a seguirle la corriente, aunque le pareció apropiado indicarle su parecer y punto de vista.

- Bueno, igual para mí, las cosas que no se puedan comprobar, es dudosa su veracidad o su realidad...

- Bueno - ella se rió sabiendo que él le respondería de tal manera, -ahora piense en algo que quiera saber, y corte el mazo, con su mano izquierda, tres veces. Es una tirada únicamente con los arcanos mayores...

Dante hizo los tres cortes con el mazo, tan lleno de intriga como de incredulidad.

- Entonces, después me dice si le he contestado su pregunta.

Ella colocó tres hileras de tres cartas mostrando solamente el lomo con una estrella de ocho puntas. Había dejado una carta aparte.

- Las tres cartas, en estas tres hileras, representan el pasado, el presente y el futuro. Esta otra carta, es usted - dio vuelta ese naipe apartado. Era la figura de "El Loco". Que mostraba un hombre, con un palo y una bolsa, acompañado por un perro, que se dirigía hacia un borde de un peñasco, un paisaje con precipicios, y, más abajo, un bosque y un pueblito. Detrás de esta figura estaba el sol.

Dante no pudo evitar ver la ironía en ese hecho.

- ¡El psicólogo es El Loco, qué irónico! - comentó con una carcajada.

Las tres primeras cartas, que representaban el pasado, eran La suma Sacerdotisa, que aparecía cabeza para abajo, sentada en un trono y con un sombrero amplio con una bola y dos puntas, con una cruz que colgaba en su cuello; luego el Emperador y El Hierofante. Las tres aparecían como sentadas en tronos o unas sillas, dotando a las figuras de solemnidad e importancia. En la carta de El Emperador, aparecía la figura de un viejo con barba y un cetro de poder, con el cuatro en números romanos sobre él. En la carta de El Hierofante, aparecían dos hombres de espalda, que era como que estuvieran intentando realizarle alguna consulta, o pregunta, a la figura principal, sentada con un traje largo, entre dos columnas. Tenía sobre su cabeza una especie de corona y el cinco, también en números romanos.

- Bueno. Aquí tu madre aparece como al revés, esto puede significar que ella ve la vida o la realidad de forma distorsionada. Cerca de ti hay una persona que te protege, que te cuida, pero está más allá. Puede ser tu padre o tu abuelo. También aparece un hombre que te guía, que se acerca a ti para ayudarte en un proyecto o una situación complicada.

Luego, dio vuelta las siguientes tres cartas. Eran El Carro, El ermitaño y la rueda de la fortuna. En La carta de El Carro aparecía un hombre dentro de un pequeño recinto con cortinas, tirado por dos esfinges, una blanca y la otra negra. Encima del carro se leía el ocho, en números romanos. La carta de El Ermitaño, estaba representada por un anciano con un bastón o báculo en una mano, y un farol iluminando el camino por venir, en la otra. Tenía una capucha y sobre él se leía el nueve, en números romanos. La carta de la rueda de la fortuna era como un timón de barco apoyado en un diablo flotando en el cielo, atravesada por líneas cardinales y símbolos. En las cuatro esquinas, ángeles y gárgolas aladas, leyendo unos libros, entre un cúmulo de nubes. A la izquierda de la rueda, una serpiente. Encima de la rueda, una esfinge con cuerpo de león y una espada en la mano. Sobre todo esto, el diez, en números romanos.

- En tu presente, ahora puedo ver que muy pronto llevará a cabo un viaje. Por las cartas, se trataría de un periplo espiritual y cambiarán muchas cosas para usted. Si no hace el viaje ahora, muy pronto lo hará.

- No, Carmen, no puede ser. Tengo muchas cosas que resolver. No tengo ningún viaje en vistas.

- Lo que veo también acá, es que aparecerá una persona mayor que va a guiar su camino. Le dará consejo y sabiduría. Puede que ya lo esté haciendo. Él no está a la vista, está como oculto. Puede significar, también, el surgimiento de la sabiduría interior. También veo que... es como que... necesitara hacer cambios en su vida, Dante.

Dante, al suspirar escéptico, apartó con la respiración un pequeño cúmulo del humo del incienso.

- Mi vida es ordenada y meticulosa... no sé si deba hacer estos cambios que decís...

Carmen dio vuelta las últimas tres cartas. Al verlas, Dante abrió los ojos y no pudo ocultar su sorpresa.

- Aunque... ¡¿Qué...? ¿Qué es esto?

Las tres cartas que habían aparecido frente a él eran El Diablo, La Torre y La Muerte. El Diablo aparecía con un fondo negro. Una figura con cabeza como de animal, con cuernos enormes, alas de murciélago, y una antorcha en la mano. Él era mucho más grande de tamaño, en comparación, con el hombre y la mujer con pequeños cuernitos, encadenados debajo de él. El hombre, a la derecha, tenía una cola con fuego en su extremo, muy cerca de la antorcha del diablo. En la mujer, en cambio, de su cola brotaba un racimo de uvas. Encima de todos, se leía el quince, en números romanos.

La carta que seguía era la de La Torre. Lo primero que llamaba la atención era que estaba siendo alcanzada por un rayo, que hacía caer una corona gigante y escombros de algunas paredes rotas. Se veían algunas ventanas incendiadas y dos figuras, una saltando de un lado, y otra cayendo de la torre. En el entorno, había llamas y nubes de humo. Sobre la torre, el dieciséis, en números romanos.

Por último aparecía la carta de La Muerte. Un esqueleto enfundado en una armadura negra, montando un caballo blanco. En su mano portaba una bandera negra con una flor simbólica como un nudo. A lo lejos, había dos torres y el sol poniéndose en el horizonte. Abajo del caballo un terreno árido, con personas muertas y sufrientes, postradas, y piezas de oro. Un eclesiástico permanecía de pie frente a él, rezándole u ofrendándole algo. Dentro de la bandera negra, podía leerse el trece, en números romanos.

- Es su futuro. Pero no hay que leerlo en forma literal. El Diablo significa adversarios o adversidades. El encuentro con algo que siempre ha querido evitar. La Torre, significa el derrumbe de muchas estructuras de lo que creía sobre la realidad. La Muerte, no significa que usted u otra persona vayan a morir. Significa el fin de una serie de acontecimientos. El fin de su yo viejo, para dar lugar a lo nuevo. La muerte de las cosas viejas. Cambios.

En ese momento, una voz de un señor dejó oírse desde atrás de Dante, entre las cortinas de maderitas.

- Perdón... la sesión, ¿es ahora?... tengo un turno...

- Si, por favor pasá, Emilio. Ya terminamos acá. Bueno, Dante. Todos estos cambios podrán inspirarle temor, pero va a cambiar su vida profundamente. Va a salir del sitio donde se sentía más cómodo...

El cliente de Carmen avanzó a donde ya alcanzaba la luz. Emilio era un señor de aspecto común y silvestre. Vestía un pullover con algunos dibujos y un jean un poco gastado. Tenía muy poco cabello, solo a los lados de las orejas, y un tupido bigote oscuro.

Dante se puso su boina, apuró el café, con un último sorbo, y se despidió de ella con un beso.

- Bueno, Carmen, me dejaste pensando...

- Seguro que sí - sonrió.

- Nos vemos el jueves. Ahí te cuento mis dudas...

- Nos vemos, cuídese, doctor Dante.

Una vez afuera, Dante siguió su camino pensando en Carmen y su línea de trabajo tan poco ortodoxa. Y sí... ella se mostraba muy convencida, como cuando iba al consultorio. Creía tener algún tipo de "Don" o alguna clase de poderes especiales. Por lo menos no hablaba sola como José, o se daba a las drogas como Sergio... ni tampoco salía por las noches disfrazada de vampiro para tratar de sorber la sangre a algún que otro malviviente... o algo peor, si es que pudiera haber tal cosa.

- Pobre Dante.

Dentro del recinto que el psicólogo acababa de abandonar, sentados en la mesa, Carmen hablaba con Emilio que estaba muy expectante a lo que Carmen pudiera leerle para él.

- Ese señor era mi doctor... psicólogo. Yo, a veces, me guardo cosas que veo, para no dañar a las personas...

- Ah, pero no haga eso conmigo, por favor. ¡No me oculte nada!

- Está bien. Es que no es por maldad. Hay gente que no cree, o no está preparada para la verdad. Si me pide esto, Emilio, es porque usted sí está listo para afrontarla.

- ...Y a su doctor, va, si puede contarme, ¿Qué es lo que vio?

Sus ojos centellearon y se pusieron negros, tan oscuros como el carbón.

- Vi su muerte.

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