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Capítulo 16


 Dante estaba en su habitación. Beatriz estaba sentada en la cama junto a él, como en tantas otras ocasiones. Mientras ella lo abrazaba tiernamente, él estaba cabizbajo. A medida que su cabeza y su mareo se despejaban, iba tomando conciencia de su verdadera situación.

- ¿Estás bien?

- Sí. Ya voy a reponerme... es que ha sido mucho esfuerzo... pero por suerte, ya terminamos con todo esto y voy a poder volver a casa... - No sabía cómo plantearle sus dudas. Beatriz era con la única persona que sentía un poco más de acercamiento, de todos los habitantes del castillo. Se dio vuelta a su derecha, y la miró con su rostro ensombrecido por las dudas y el temor. - Porque... ¿voy a poder volver, no?

La pregunta la agarró desprevenida. Con sorpresa, titubeó la respuesta.

- S... sí, claro... ¡Claro, Dante, por supuesto!

Dante captó fugázmente algo en su rostro. Una preocupación... una certeza.

- Puedo volver a mi vida, y si me necesitan para algo, lo que sea, con mucho gusto pueden pasar a buscarme por mi casa! - Dante quiso darle confianza para que así se dieran las cosas, en la medida de lo posible.

- Sí. Es una muy buena idea - Beatriz le sonreía. - Vamos a decírselo a Crowley y a los compañeros del círculo interno.

En ese momento, alguien golpeaba a la puerta. Esta vez, aguardaron afuera. Quizás era porque sabían que allí estaba Beatriz.

- Ah, es uno de los priones...

Esa palabra por alguna razón, a Dante, no le gustó nada.

Entró un muchacho de unos 20 años de edad, con una carta. Como estaba abierta, casi desde el marco de la puerta, la leyó en voz alta.

- "Crowley envía muchas felicitaciones y agradecimiento para Dante Zamorano, por su ardua y desinteresada labor" - entonces, también le entregó a Beatriz una bandeja con abundante comida, que traía junto con la nota.

- Muchas gracias, ya puede retirarse.

Y aquel muchacho se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Dante hizo un esfuerzo para disimular su preocupación.

- Beatriz. ¿Puedo consultarle a Crowley si es posible hacer ese arreglo, e irme de nuevo a mi casa?

- Sí. Pero ahora come un poco, y vamos a solicitar una entrevista para hablar de esto. No te preocupes, todo va a salir bien. Te está muy agradecido y Crowley es muy bueno y accesible.

Entonces ella se volvió a sentar junto a él, más cerca que antes, y tomó su mano, de una manera íntima.

- Cuando yo te toco, Dante, ¿qué puedes ver?

Dante disimulaba su respuesta. Se alcanzaban a ver algunas gotitas de sudor, casi imperceptibles.

- Veo una niña... y fuego... y gritos, como gente que se quema... pero nada más...

Beatriz le hablaba, casi como en un susurro, muy cerca de su oído.

- Cuando yo era una niña pequeña, mi casa se incendió. A lo mejor se trata de eso.

Entonces se acercó un poco más para besarlo.

- Sí... eso mismo debe ser...

Horas más tarde, Crowley estaba sentado en su sillón, en el gran y lustrado escritorio en su estudio. Teodora y Grandier, eran los únicos que estaban sentados, compartiendo su escritorio, junto a él.

Alrededor, habían colocado tres sillones de dos cuerpos, en semicírculo, sobre la alfombra, donde estaban sentados Edityr y Santino en uno, y Virgilio en otro, dejando espacio para alguien más. Y había un tercer sofá vacío. Esta reunión no la hacían en el salón principal, aquel de la gran mesa semicircular, pues seguramente querían darle un carácter más íntimo, no tan formal.

Grandier estaba de brazos cruzados, y se notaba a las claras su impaciencia. Intercambiaba miradas con Teodora y Virgilio, respectivamente:

- ¿Van a tardar mucho?

- No. Beatriz pidió la reunión. Por eso los convoqué - dijo Crowley, sin levantar la vista de los papeles que estaba estudiando.

- Aquí vengo con Dante - sonó la voz de Beatriz, que acababa de ingresar al estudio de Crowley.

Afuera había quedado Dante, acompañado por uno de los corpulentos y silenciosos monjes. Beatriz, que los miraba de pie, frente a todos, les habló:

- Después de prestarnos sus servicios, Dante tiene una inquietud, que desea presentar al círculo interno. Creo que debemos escucharlo.

Crowley y Grandier intercambiaron miradas. Ambos tenían un aire sombrío en sus rostros.

- Adelante, que pase. Deseamos escucharlo - Crowley se había puesto de pie e hizo un gesto con la mano para que le abrieran la puerta de madera con muchas pequeñas ventanitas.

Entonces, Dante entró. El monje corpulento, de máscara misteriosa, se retiró.

Teodora se puso de pie, y le habló a Dante.

- ¡Estamos más que agradecidos por todo lo que ha hecho! ¡Nunca hubiéramos logrado todo esto sin su ayuda!

- Muchas gracias a todos... - su rostro mostraba gran preocupación - No quiero sonar descortés o desagradecido, de su generosa hospitalidad. Pero me gustaría solicitarles poder volver a mi casa. Y cuando me necesiten...

Crowley levantó una mano con algunos anillos, haciendo un gesto para que se detuviera.

A su lado estaba Grandier, que ahora había apoyado ambas manos sobre el escritorio, y tomó la palabra.

- En unos meses, tenemos un evento especial. Yo mismo voy a oficiar el ritual. Es un momento muy esperado, que se dio el año pasado y se dará este año; pero la conjunción lunar y planetaria, sólo se repetirá en 40 años más.

Crowley estaba muy serio, y miraba a Dante por encima de sus lentes cuadrados de leer. Intentaba sonreír, pero le salía una sonrisa muy forzada.

- Tu venida aquí, Dante, fue para ayudarnos a buscar dos objetos y las frases para abrir los siete pórticos, para completar el ritual. Lo venimos programando con tiempo. Es para fin de Octubre, de este año 2019, a medianoche. Y te vamos a necesitar para este rito - ahora la que hablaba era Beatriz con autoridad y severidad, sentada junto a Dante en el pequeño y cómodo sillón. - Tenemos un lugar especial donde hacer esta ceremonia mágica.

Durante la exposición de sus anfitriones, Dante trató de asimilar todo lo que estaba escuchando. Pero estas palabras, que venían de la boca de, ni más ni menos que de Beatriz, de su persona de mayor confianza, de la única que se había preocupado por él, le cayeron como un balde de agua muy fría.

"¿Dijo ceremonia mágica? ¿De eso se trataba todo esto?" Por el mismísimo asombro, se le escaparon aquellas palabras de la boca:

- Una ceremonia... ¿mágica?... ¡No puedo creerlo! - Y meneaba la cabeza. Era absurdo. Anormal. Una situación completamente inverosímil.

Teodora se mostraba muy enfadada, y le habló con severidad, desde el otro lado del escritorio.

- ¡¡¿Sigues sin creer en nada de todo esto, con todo lo que has visto, lo que has vivido? ¿Es verdad?!!

- P... perdón... es que todo esto es mucho para mí, para asimilarlo... pero...

De pronto Dante quedó muy quieto y mudo, con los ojos muy abiertos del asombro.

- ¿Te pasa algo?

- Si... si mi abuelo Arturo tenía las mismas habilidades que yo... - cavilaba. - ¿Cómo es que no lograron ninguna pieza, ni ninguna frase de las invocaciones?

Había hablado y razonado todo aquello, en voz alta. No se dio cuenta de su error, hasta que vio los rostros enojados y sombríos de Crowley, Grandier y Teodora.

Dante no pudo sostener la mirada. Tuvo, claramente, la sensación de que todo había terminado para él. ¿O estaría exagerando y todo se trataba de un malentendido? Agachó la cabeza, dominado por el pánico. No tendría que haber dicho eso.

- Bueno... a lo mejor él tampoco creía en ninguna de estas cosas, y se fue... - Dante balbuceaba tratando de corregir su error.

- Sí. Exacto. Se fue – dijo el dirigente del grupo, hablando de forma automática.

Las miradas que intercambiaron Crowley y Grandier eran terribles. Desconfiaban.

Edityr se había puesto de pie, y guiado por Teodora, ahora le confiaba un secreto en el oído a Crowley, que escuchaba muy atentamente, y que nadie más podía oír.

- Sí. Es muy oportuna tu sugerencia, Edityr. Llamen, por favor a alguno de los priones.

Entró a la habitación uno de los chicos de 20 años, apurado, que Virgilio lo hizo pasar.

Crowley tenía apoyadas ambas manos en el escritorio y dio al joven unas instrucciones breves y precisas.

- ¡Trae los pergaminos. Los tiene Salvatore en su estudio! ¡Ya mismo!

- ¡Si, Maestro! - El chico, apenas se había asomado y oído la orden, y ya desaparecía con toda la velocidad que le podían brindar sus jóvenes piernas.

Crowley aflojó un poco su expresión, y le explicaba a Dante, de qué se trataba esto.

- Salvatore es un erudito que me ayuda a reconstruir todo el ritual. El momento exacto, y todo lo que vamos a necesitar para hacerlo...

- Y las ofrendas a Beleth - Agregó Beatriz que estaba de pie junto a su maestro Crowley.

- Exacto.

El muchacho entró muy apurado con un montón de pergaminos, y muy agitado.

- Aquí están, Maestro, como lo ordenó...

Crowley extendió los pergaminos, que tenían el tamaño de hojas comunes tipo A4, sobre el escritorio. Había corrido la lámpara, las lapiceras y el teléfono de allí arriba, para tener más espacio.

- ¿Ves? Son como un mapa.

Dante notó que uno de los pergaminos, tenía una mancha seca, como circular, en un borde. Entonces, aproximó su mano. De algún modo, estaba seguro de que aquello le resultaba muy familiar y que lo había visto en alguna parte, hacía tiempo. Alguien lo invitó a hacerlo, y eso también lo sorprendió.

- Adelante, Dante. Tocálo.

Entonces, lo tocó. Un blanco destello lo invadió todo, por doquier.

Dante vio una imagen de un clérigo que tenía un sombrero cuadrado con muchos pergaminos en sus manos, y se los entregaba a varios cardenales diferentes, de diversas iglesias.

De alguna manera, le llegaba la información de lo que aquello significaba. Sabía que eso era en el siglo XI, y que el obispo de Worms, Bucecardo, era quien había dividido el gran pergamino y las tablillas del libro de Toth, por orden de sus superiores.

Lo mismo sucedió con la siguiente imagen.

Hace 48 años atrás. En una ceremonia de la Orden Zahorí, le entregaron uno de estos manuscritos a un miembro honorífico, Arturo Zamorano (¡Reconoció en aquella imagen a su abuelo!), cuando tenía cincuenta años. Los que estaban presentes, aplaudiendo y admirando ese momento importante, eran sólo un grupo minoritario y selecto.

Entre quienes aplaudían y seguían el ritual atentamente, se encontraban un joven de apellido Woordrue (¡Edityr!), y un hombre calvo, un tanto gordinflón, con mucho carisma y cierto aire de importancia. (¡Crowley! ¿Y su aspecto y edad era la misma que ahora?).

La siguiente imagen era de alguien que levantaba una taza de café, y dejaba una mancha circular en el ángulo del manuscrito, donde había estado apoyada.

Otra imagen que Dante pudo ver era de la casa de Yolanda, su madre. En un estante había una caja que tenía un cartel que decía: "COSAS DEL ABUELO".

La siguiente escena era de su hermano, Juan Carlos, con un papel en la mano que estaba doblado en cuatro partes, y... ¿estaba llorando? Sí. Definitivamente lloraba y murmuraba algo.

- ...Esto es culpa mía...

Entonces pudo ver claramente la mano de Juan Carlos que sostenía aquella hoja de papel. Se leía la carta que abajo tenía una mancha de sangre, y en el centro un pentagrama con una estrella de cinco puntas... ¿escrita con sangre? ¡Era la carta que fue escrita con la pluma y la sangre! Ahora sí podía leerla perfectamente.

"TENEMOS A TU HERMANO SECUESTRADO COMO QUISIMOS HACER EL AÑO PASADO CON TUS PADRES. SI TAMBIÉN TE IMPORTA SU VIDA, VAS A TRAERNOS UNA COSA: UN PERGAMINO QUE LA ORDEN ZAHORÍ LE ENTREGÓ A TU ABUELO ARTURO, A LA BREVEDAD. A LA DIRECCIÓN QUE TE INDICAREMOS ABAJO.

P.d.: ven sólo, o no lo volverás a ver.

Y, debajo del pentagrama satánico estaba escrito, también con la sangre del hombre encadenado:

"NO DUDES QUE CUMPLIREMOS CON LO QUE AQUÍ TE DECLARAMOS." A.C.

Después pudo ver a Juan Carlos, estaba subido a una escalerita, que Celia ayudaba a sostener, y bajaba la caja con el cartelito de "COSAS DEL ABUELO".

Después, su hermano corría con el maletín bajo la lluvia, con un abrigo y tapándose la cabeza con la mano, para no mojarse, y en la esquina paró un taxi.

En otro momento, Juan Carlos entregaba el maletín con este manuscrito en su interior, a dos hombres con aspecto de pocos amigos, debajo de un alero, en una calle desierta de la capital. Eran robustos, vestidos de negro y con algunas horrendas cicatrices en sus rostros.

- Necesito ver a Dante. Acá está lo que me pidieron. Es mi buena voluntad. ¡Necesito saber que él está bien!

- ¿Viniste sólo?

- Sí.

- Bueno. Ahora mismo lo vas a ver. Vas a ver que está bien.

Entonces uno de los tipos golpeó a Juan Carlos fuertemente en la cabeza. Se veía que ambos le propinaban también algunas patadas.

Lo levantaron, sin soltar el maletín.

- Avisále a Crowley, que ya lo tenemos. "

Cuando el destello terminó, Dante estaba sobre la alfombra, del estudio de Crowley. Se agarraba la cabeza y no podía procesar toda esa espantosa información, toda de golpe.

- ¡No, no! ¿¡Cómo llegó ese manuscrito de mi abuelo acá?... Y Juan Carlos... ¿Cómo...?

Se hizo un silencio sepulcral. Nadie decía nada.

Crowley tenía las manos apoyadas en su escritorio, donde estaban los manuscritos. Los había hecho traer a propósito.

- Si te hacés esa pregunta, es porque ya conocés la respuesta... ¿no?

Entonces, sus dudas, sus temores, su incertidumbre... de pronto fueron certezas. Dante estaba muy angustiado. Lloraba, arrastrándose por el piso.

- No... no... esto no puede ser... Juanca...

Crowley y los demás, lo miraban, imperturbables.

- Hice traer esos pergaminos porque tenía curiosidad acerca de tu lealtad. Y ahora tengo mis dudas.

Grandier había salido de detrás del gran escritorio, y ahora estaba parado y un poco agachado, para hablarle a Dante.

- Tienes que entender que no podemos permitir que te vayas. Te necesitamos... y además...

- ...Sabes demasiado - la que terminó la frase, sin mover ni un músculo de su rostro, fue Teodora.

Entonces, Dante ahora comprendía la función que tenían esos corpulentos monjes silenciosos, de las capuchas alargadas y misteriosas máscaras, pues se lo llevaban a rastras, como si de un muñeco de trapo se tratara.

- Ahora, llévenselo.

La voz de Crowley, y aquellas palabras, no las podría olvidar jamás.

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