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Capítulo 12

16 de Abril

El lobby del hotel era amplio y luminoso. Había varias mesas distribuidas por el lugar, rodeadas de cómodos sillones. Unas lámparas modernas colgaban del techo brindando sensación de calidez. Las alfombras eran muy adornadas y llenas de detalles decorativos.

Los mozos iban y venían trayendo las bandejas con tostadas y café para el desayuno. Dante y su grupo estaban sentados frente a un televisor gigante, colgado de la pared, que se hallaba al costado de la escalera. La atención de todos cuantos se encontraban en el lugar se centraba en las noticias. El silencio era apenas interrumpido por suaves cuchicheos provenientes de las mesas que los rodeaban.

Reinaba la consternación, pues durante la tarde del día anterior, un enorme incendio había consumido la catedral de Notre Dame.

- No necesitamos saber francés para saber lo que dicen - Crowley hablaba en voz baja mientras bebía su café.

Dante estaba muy apenado y cabizbajo. Se le notaba muy amargado

- Es terrible lo que pasó con la Catedral...

- Si. Pero siempre dije que era un error hacer construcciones importantes sobre patíbulos religiosos o cementerios, donde moran toda clase de espíritus, y cosas que no comprendemos - Crowley miraba la televisión y reflexionaba en voz alta, mientras sacudía levemente su cabeza.

- Estoy devastado. Esto fue una tragedia... y fue culpa nuestra... y mía - miraba muy triste a Crowley a través de sus lentes de marco negro.

- No, amigo Dante - Crowley había colocado su mano en el hombro de él, como un gesto de amistad y confidencialidad. - No podemos renunciar ahora. Esto que pasó es por una razón. Hay fuerzas que están tratando de interferir en nuestro destino. ¡Vamos a descubrir el poder primigenio que lo creó todo!

Como vieron que estas palabras no consolaban a Dante, Beatriz se acercó a él y tomó sus manos suavemente, mirándolo a los ojos.

- No te sientas mal. Están diciendo en la tv que van a juntar fondos para reconstruirla, y nosotros vamos a hacer un aporte más que importante...

- Bueno... me parece muy bien - un poco se había logrado reponer de su sentimiento de culpa y desazón.

Crowley y, detrás de él, Virgilio, se pusieron de pie y tomaron sus chaquetas, en un claro gesto de que ya era hora de retirarse.

- Bien. Ya terminamos con el desayuno. Hay que dejar la habitación y volver a Inglaterra.

- Vamos buscando las valijas.

El avión sobrevolaba por encima de las capas de nubes. No se podía ver por dónde exactamente flotaban, aun estando al lado de la redonda ventanilla, como Dante. Mientras miraba el cielo y la bruma con los reflejos del sol, reflexionaba que, hace apenas unos días, nunca hubiera creído posible que apareciera un espectro. Notaba cómo algo comenzaba a asomarse y quebrarse en su interior. Una duda. Una certeza. Una sensación de que hay cosas que ya no volverán a ser como antes.

Les habían lanzado fuego. Y Beatriz lo había repelido. ¿Era eso posible? Cuando llegara el momento, sin dudas necesitaría respuestas para todos estos interrogantes, que rondaban por su cabeza.

En realidad, esas respuestas llegarían mucho antes de lo que Dante esperaba.

17 de Abril

Una vez se hubieron acomodado en el castillo, en Wiltshire, Inglaterra, fueron al salón comedor.

La mesa larga estaba llena con las bandejas de plata con comida, copas con deliciosos vinos, y opulentos manjares y colaciones. Santino, Beatriz y Crowley estaban degustando diversas ensaladas y carnes frías, del lado izquierdo de la mesa, mientras Edityr, Dante, Virgilio y Thomas, hacían lo propio, cenando sentados, a la derecha.

Thomas masticaba mientras elogiaba los alimentos tan bien preparados, y los mozos le agradecían sus cumplidos mientras llenaban nuevamente las copas de vino.

- Estuviste genial allá, como siempre - Crowley, en cambio, elogiaba a su compañera Beatriz.

- Gracias, Al.

Edityr, que estaba sentado junto a Dante, mientras comía mirando al frente, hizo un comentario, específicamente a Dante, pues era el único que podría escucharlo.

- Muy peculiar todo lo que les sucedió ayer, en su viaje a París, ¿verdad?

- Sí, si... bastante.

- Debe ser difícil para ti. Yo no fui. Hubiera sido un estorbo, con mi ceguera - el anciano seguía masticando, manteniendo su cabeza rígida. - No crees, o no creías en todas estas cosas. Debes tener un montón de preguntas, ¿no?

- Sí... había un espectro...

Dante hubiera jurado que el anciano, de pronto, lo miraba directamente a los ojos, pero claro, eso era imposible, pues era ciego y sus ojos eran completamente blancos.

- Los dragones oscuros. Son criaturas ancestrales, entre otras, que vigilan el paso entre la vida y la muerte. Custodian a los Dioses... ¡y sus pertenencias! Son quienes proferían maldiciones a los profanadores y saqueadores de tumbas.

Mientras Edityr daba un largo sorbo a su copa de vino, Virgilio, que estaba sentado al otro lado de Dante, y escuchaba la conversación, se inclinó para agregar su parecer, siempre con una sonrisa dibujada en su rostro.

- Sí. Eso les pasó a los primeros que entraron en las tumbas de Tutankamón. Eran dieciocho personas que murieron en extraños accidentes o enfermedades repentinas. Incluyendo al mismo George Herbert Carnarvón, y a su hermano, que no creían en la maldición.

- Ah... gracias por informarme... - murmuró Dante mientras cenaba muy lento. Tenía muchas cosas que rondaban en su cabeza.

El anciano dejó su copa vacía y giró su rostro hacia Dante, mientras uno de los mozos volvía a llenarla rápidamente.

- Pero hay algo más... ¿no? Algo que te perturba...

- Sí... puede ser... - no era la primera vez que Dante tenía esta sensación en presencia de aquel enigmático anciano, Edityr. Siempre era como si tuviera la habilidad de poner al descubierto sus mismísimos pensamientos privados.

- Bueno. Eso, tendrías que hablarlo con Beatriz. Ella puede explicarte mucho mejor lo que viste allá.

- Pero usted no estuvo. ¿Habló con ella, o cómo lo supo? ¿Acaso usted sabe lo que estoy pensando?- Esta era la gran oportunidad de preguntárselo abiertamente, pues Dante tenía dentro de sí demasiadas interrogantes y cosas incongruentes con sus creencias, como para continuar haciendo de cuenta que todo seguía siendo igual que siempre. No. Definitivamente muchas cosas estaban cambiando. Y era hora de enfrentarlo. ¿Y acaso aceptarlo?

- Igual que como supe tus dudas cuando dejamos el castillo, rumbo a Stonehenge.

- ¿Usted lee mis pensamientos? ¿Eso quiere decirme?

El rostro del anciano no mostró el más mínimo cambio y tomó de nuevo su bebida.

- Todos, en el círculo interno, tenemos algunas... "virtudes". Y eso, naturalmente, lo incluye a usted, Dante, que de hecho por esa razón es que está aquí. ¡Usted nos guió al "Jnum", y a las palabras del conjuro! Y solamente usted podía hacerlo.

- ¿Y para qué buscamos todo esto, Edityr?

El que contestó, interrumpiendo nuevamente, fue Virgilio.

- Es el conocimiento fundamental. Saber el origen de toda nuestra civilización. Es por el conocimiento que lo hacemos. Somos eruditos. Tu saber implica conocer el funcionamiento de la psique humana. El nuestro, es sobre el alma. De dónde venimos, y a dónde vamos...

Cuando terminó de sorber el vino, el anciano agregó:

- Con este conocimiento se revolucionarían las ciencias, la tecnología, el arte, el saber... en todos los campos de la cultura humana. ¿Entiendes, Dante?

- Sí, claro...

Crowley se puso de pie, alzando levemente su copa, con una gran sonrisa de satisfacción. A sus espaldas lo custodiaban dos de aquellos corpulentos monjes con máscaras, siempre silenciosos y ocultando sus manos entre sus mangas, con sus capuchas alargadas.

Todos alzaron sus copas, en dirección a Crowley, quien había hecho un gesto de brindis.

- ¡Brindo por nuestro más reciente colaborador, y sus grandes éxitos como "Datador", apenas comenzar nuestra relación! ¡Ha logrado hallar el "Jnum" perdido, y algunos conjuros que nos ayudarán muy pronto! ¡Reconstruiremos la historia! ¡Es lo que estuvimos buscando, por tanto tiempo! ¡Es un momento emocionante y largamente soñado!-

- ¡JNUM SATIS ANUKET! - exclamaron entonces todos los presentes, al unísono.

Más tarde, Dante, para no perder la costumbre, estaba en su habitación, anotando en una libreta los pormenores de los últimos acontecimientos que habían estado sucediendo. Estaba sentado en el pequeño escritorio, en la pared de enfrente a su cama. A su lado, tenía preparados una botella con agua, que había servido un poco en un vaso, y otra de las pastillas que le había dado Crowley. Se había duchado y afeitado, y estaba listo para acostarse.

Eran gente tan rara, y sus comidas y cenas tan abundantes, digna de buenos anfitriones. De pronto todo era tan increíble e irreal.

Guardó la libreta y la lapicera en el cajón del escritorio, mientras continuaba con sus cavilaciones. Tomo del vaso con agua un sorbo, y se tragó la píldora. Se levantó y se dirigió a la cama, donde se sentó para quitarse los zapatos y calcetines, y acostarse.

En ese momento de reflexión y lucidez, lo asalto una duda, acompañada de una certeza. Toda esta serie de acontecimientos fantásticos habían iniciado cuando el empezó a tomar aquellas pastillas para dormir sin las pesadillas. ¿Serían algo más que eso? ¿Alguna clase de alucinógeno?

Mientras dejaba sus lentes sobre el velador, se acostaba y arropaba, había llegado a la conclusión de que debía dejar de tomarlas en secreto, para así poder ver la realidad tal cual se le presentara.

Cuando ya se disponía a dormir, oyó que la puerta de la habitación se cerraba. Alguien estaba ahí, con él.

- Hola, Dante.

Era Beatriz. Estaba apoyada en la puerta cerrada del cuarto. Su cabeza apuntaba al techo, aunque su mirada estaba dirigida a él. Tenía su pierna de piel suave y tersa, levantada, enseñándola provocativamente. Tenía puesto solo una bata de seda natural, que se traslucía, y dejaba ver su completa desnudez, debajo de esta.

- B... ¿Beatriz? - Dante no podía creerlo. No salía de su asombro.

- Perdón que no toqué... Edityr me dijo que querías hacerme algunas... preguntas...

Aun apoyada contra la puerta, llevo su mano a la cabeza, acariciando sensualmente su cabello rojo. Apoyo su mano contraria en el muslo desnudo que estaba levantado, y alzó sus pechos ocultos a medias por el deshabillé. Parecía una modelo posando para aquellas revistas guarras, que eran el deleite de los jovenzuelos púberes, de hormonas inquietas.

Solo que ella estaba ahí, con ese gesto, en la realidad.

- Así que, aquí estoy... soy toda tuya...

Ella se aproximó y acarició el rostro sorprendido y atónito, de Dante.

El perfume de la mujer era embriagador. Una fragancia que volvió a generarle aquel sabor dulzón en la boca, de cuando ella lo besó. Acompañado del mareo y embotamiento de sus sentidos.

- E... ¿Edityr te dijo que te quería preguntar..? ¿Eso dijo?

- ¿Era mentira?

- N... no... cuando me besaste el otro día... - Dante balbuceaba incoherencias.

- Si... perdón si te ofendió mi muestra de agradecimiento.

Dante estaba como en una nube de irrealidad, donde todo daba vueltas y se mezclaba, como si estuviera en una montaña Rusa, en un carrito a toda velocidad. Recordó las visiones que había tenido en el momento de aquel beso, y se las contó.

- No, es... que vi el fuego... y gritos... y creí ver... una niña... pero ahora creo que vi el incendio de la iglesia de Notre Dame...

- Seguramente. Aunque no había nadie ahí. Las imágenes pueden no ser exactas...

"Toda la habitación estaba en llamas, como aquella visión, y la niña era ella. El calor era sofocante y le estaba embriagando el mareo y la sed."

Delante de él volvía a estar Beatriz, la mujer en su cama. El fuego había desaparecido, pero no el calor agobiante que subía por su garganta hasta su cabeza. Y De pronto él se había concentrado en el brillo húmedo de sus hermosos labios. Era una hermosa y sexy mujer y... ¿Por qué quería besarla? Era como si no pudiera resistirse, como si no tuviera voluntad, en su febril delirio.

- Pero... lo que paso allá... lo que hiciste con el fuego... ¿Lo imagine todo? ¿Vas a decirme eso?

- No, mi cielo. En el círculo interno tenemos habilidades.

- Si... eso me dijo Edityr...

Beatriz le hablaba casi en un susurro, cerca de su oído.

- Vengo de una familia cuyos ancestros fueron quemados en la hoguera. Y mi abuela, y después yo, desarrollamos esta habilidad, una especie de mutación que nos permite repeler las llamas... ¿Te asusta?

- Si... un poco...

Ella apoyó ambas rodillas sobre la cama, entre las piernas de Dante, cubiertas por las sabanas. Su bata estaba apenas cerrada al frente por un cinto que la rodeaba por la cintura, dejando ver su cuerpo femenino lleno de curvas sensuales. Su postura, apoyada sobre su hombro izquierdo, el cabello rojizo cayendo sobre su cuello, sus piernas desnudas inclinadas hacia ese hombro, era muy sugerente. Con su mano libre, ella jugueteaba con el cinto de la bata, de forma insinuante y seductora.

- ...pero vos, Dante, tocás objetos y personas, y "ves cosas" y nadie sale horrorizado ni escandalizado. Tienes que aprender a vivir con ello... y, para que se te vaya el miedo, tengo otra muestra de agradecimiento, aún más agradecida por tu esfuerzo y tus logros...

- ¿Agradecida?

Entonces fue paulatinamente estirando su mano con el cinto, permitiendo que se deslizara por su cintura, desprendiendo la bata, muy suavemente. Se puso de pie delante del rostro estupefacto y asombrado de Dante.

Ella dejó deslizar la bata al piso, quedando completa a la vista, su impresionante y femenina desnudez.

Ella se arrojó sobre él y con su lengua hizo algunos jueguitos excitantes en su oreja, mientras apretaba sus pechos turgentes, contra él.

- Puedo ser muy agradecida, Dan...

Él sufría toda clase de sensaciones contrapuestas. El sabor dulzón en su boca, se había exacerbado por el perfume penetrante de ella. Sus sentidos estaban confundidos, y toda la habitación giraba a su alrededor. Sentía mucho placer y excitación por todo el juego seductor e inesperado que Beatriz estaba realizando, pero a su vez se le apareció en su mente, la viva imagen de Sandra con sus dos hijos, Francisco y Marcos.

Estas imágenes, de su anterior vida normal, desfilaban por su cabeza. Pero él no podía hacer nada. Era como si ya no tuviera voluntad propia. Mientras Beatriz continuaba, bajando por su torso con la lengua, todo se fue desvaneciendo, envuelto por penumbras. Hasta que perdió el conocimiento, cuando lo alcanzó la oscuridad total.

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