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1. Cretino

Santa Magdalena de las Lavandas era un pueblo curioso, por decirlo de algún modo.

Demasiado grande para ser un pueblo, pero demasiado pequeño para ser una cuidad. Boscoso y húmedo, con un clima de nubes y lluvias que no respetaban ni a la primavera. Tenía una estética muy vieja para considerarse moderna, pero muy moderna para considerarse vieja.

Pese a ser un lugar con gran historia y folklor, era raro encontrar turistas por sus calles y todo se debía a dos grandes factores:

1. Era poco más que difícil para un auto adentrarse entre las curvas que conllevaban el camino hasta el lugar; y es que parecía que quien las trazó lo hizo con las patas. Aunado a que la carretera se ubicaba en las Cumbres Mayores (bien sabidas en Albanta las más peligrosas en cualquier índole existente) y que gran parte del tiempo se encontraban envueltas en una neblina cegadora, hacían del viaje un verdadero acto suicida.

2. Si dejamos de lado las complicaciones de movilidad, y asumimos que los turistas decidían tomar el autobús que parte desde Sinalmá y hace paradas por cuatro pueblos, el problema entonces serían los habitantes. Y es que, en su mayoría, la gente no miraba con buenos ojos a los extraños. Mucho menos a los extranjeros.

Es por ello que, cuando los Nightfall llegaron al lugar, todo mundo les hacía malas caras. Pese al desprecio evidente de los vecinos, ellos se mostraron como buenos samaritanos. No obstante, los ojos azules que caracterizaban a ambos hermanos provocaban el doble de desconfianza.

Si así era en la calle, Maddock Nightfall no se imaginaba lo mal que le iría en la escuela. La última vez que fue a un colegio terminó con una ardilla en la espalda y la recomendación de la directora a una academia de aprendizaje especial.

Especial...

Un adjetivo bastante familiar para su mente. Uno con el que la mayor parte de su vida había compartido lugar junto a su nombre.

Él jamás ha creído poseer características especiales, más que las de cualquiera. Sin embargo, algo maquiavélico se palpaba en aquellas ocho letras, pues su madre, antes de abandonarlo, había hecho mención de ellas:

Muchas personas no entenderán lo especial que eres. Por desgracia, yo soy una de ellas.

En ese entonces tenía solo con ocho años, y no entendió ni pío lo que su madre pretendió comunicar.

Pero escúchame bien: siempre te voy a amar, no importa lo mucho que tú me odies —dijo aquella noche, mientras le daba un asfixiante abrazo y las lagrimas caían por sus mejillas de maniquí—. Te amaré siempre mi pequeño, te amaré como nadie nunca lo hará.

A sus casi diecisiete, seguía sin entenderla. De todos modos, no es como si tuviera mucha relevancia en su vida. Se fue y era lo único que valía la pena tener en claro.

Se estaba poniendo nervioso. Los pasillos de la preparatoria estaban semi vacíos y los pocos que aún estaban lo miraban con desdén. 

«Especial...»

Acaso era porqué... ¡Mierda! Sí, eso tenía que ser.

Fue directo al baño de caballeros y confirmó lo que ya sospechaba: traía puesto el mal parido pijama azul.

Y es que era muy extraño, pues si daba crédito a su memoria a corto plazo, le indicaría que unas horas antes se puso una playera verde, de esas que irradian inseguridad. Además, justo hoy estrenó el pantalón color menta que su hermano mayor compró para él la semana pasada.

¿Por qué entonces el espejo escupía a alguien con un pijama?

«No lo sé, tú dime».

Miró una vez más el espejo y analizó sus posibles escapatorias:

•Podía correr directo a casa, ponerse ropa decente y quedarse ahí el resto del día, tal vez el resto de la semana, o el resto de su vida.

•Podía colocarle seguro a la puerta y permanecer inmóvil hasta que se anuncie el fin de la jornada escolar. Es más, podría vivir por los siglos de los siglos en el baño, y se alimentaría de dulces y el pedazo de lechuga que esa mañana guardó.

•La última opción sería salir.

O tal vez...

Miró el reloj en la pared del sanitario, eran exactamente las 8:49 de la mañana. Ya era tarde, ¡ya debería estar en su primera clase!

Pero...

¿Qué tendría que hacer un reloj en el baño?, ¿a quién caramba se le ocurrió poner un reloj en el baño? El reloj se veía bastante bien: cuadricular, con los bordes enmarcados en madera. Sus números eran romanos. Tenía en claro que el precio de esa cosa era superior al de su vida misma.

Ese reloj tendría un mejor presente en la recepción de algún consultorio médico, o en la habitación de una cuarentona divorciada. ¡Y tuvo que estar en el baño, mi Dios!

Las acciones que realizó a continuación pueden describirse en esta compleja secuencia:

•Se olvidó del pijama.

•Salió del baño.

•E intentó ir a su salón.

Recorrió el mismo pendejo pasillo tres veces, mientras se convencía de que era la ruta correcta y no solo daba vueltas en círculos como tarado.

Necio a pedir ayuda, mantuvo el paso firme, ni tan lento ni tan rápido. Y un solo pensamiento era protagonista en cabeza: ¿a quién le había parecido buena idea pintar una escuela de rojo y amarillo? Esos colores no podían estar juntos ni de chiste, ni siquiera tenían buena combinación.

Al menos las cortinas colocadas en las ventanas de cada salón también eran rojas, si hubiesen sido verdes, se suicidaba sin duda alguna.

Otra vuelta por el mismo pasillo fue suficiente para sucumbir a la derrota, tragarse el terror social y decidirse a pedir ayuda a una joven que parecía ser una versión morena de Bety la fea.

Llenó sus pulmones de aire, se acercó a ella y, con desespero, le contó que no tenía la más remota idea de en donde estaba su salón. Fue un milagro que la jovencita entendiera a la perfección sus palabras y no le mirara como a un fenómeno.

—Déjame ver tu horario —pidió amable la chica, y Maddock tuvo ganas de gritar. La morena solo atinó sonreír, para intentar brindar seguridad y, con calma, dijo—: Es para ver que clase te toca ahora, no te haré daño, lo juro.

Convencido de que no tenía otra opción, sacó de su mochila mugrienta un par de papeles arrugados y se los entregó a la joven. Ella los tomó entre sus manos y comenzó a examinar cada detalle.

El joven la miró con atención y bajó un poco la guardia. Decidió también destensar los músculos, pero cuando escuchó a su ahora salvadora susurrar un "Jesús", casi se le baja el azúcar.

—Tienes clase en el salón once, con el profe Montenegro. —A pesar de la aparente tranquilidad que la cuatro ojos volvía a desprender, Maddock sabía que algo malo pasaba—. Pero puedes esperar a que su clase termine y entrar a la siguiente, con la profa Jannette.

Cada fracción de segundo que transcurría junto a Bety, el chico sentía una sensación más y más grande de inseguridad así que, sin perder más el tiempo, se alejó despavorido mientras repetía en voz alta el número del salón.

Al ver aquel mismo número en una ventana, se sintió más poderoso que cualquier dios del olimpo. Golpeó un par de veces la puerta, otra y otra.

Después del golpe diez la puerta roja fue deslizada hacía el interior, cosa que hizo estremecer al joven, quien cometió el peor error que alguien podía hacer en presencia del profesor Montenegro: verlo a los ojos.

Y a pesar de ser la primera vez que Maddock Nightfall veía al tipo, supo que había empezado con el pie izquierdo.

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