4.- Diferencias.
Tras salir del castillo de su princesa, Haru se dirigió directo hacia Rignock, para después poner rumbo hacia Thick, la capital de Iridor. Allí, simplemente cumpliría con lo que la princesa, Mimi, le pidió: vigilar el castillo de Iden. Aunque no se lo esperase, tendría algún que otro desagradable encuentro, ya que no era el único en viaje.
Siora, por su parte, tras su encuentro con Iden partió directa hacia el reino opuesto, sin esperar en absoluto, pues la orden ya le fue dada, y ella estaba totalmente determinada a cumplirla, aunque, de alguna forma, ya no era ella misma. La joven maga no sabía exactamente por qué cumplía con la orden que se le dio, pues le parecía aberrante, pero, de alguna forma, no tenía la capacidad de negarse, de elegir qué hacer. Era como si no fuera ella la que controlaba su propio cuerpo y esa idea no le agradaba en lo absoluto. Estaba asustada, pero a la vez algo le decía que era lo que debía hacer, obedecer sin cuestionarse el por qué. Y ella lo hacía, aunque no quisiera.
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Cuando Haru llegó al puesto fronterizo, encontró todo patas arriba. Boquetes enormes por las paredes, personas muertas aunque sin herida alguna... No entendía qué había pasado ahí, pero sabía que quienquiera que hiciera eso, no debía haberse ido aún. Todavía se escuchaba ruido al otro lado de la muralla, había gente combatiendo.
El chico, precavido, decició dejar el caballo atrás e ir a comprobar lo que sucedía él sólo. No quería que el equino al que tanto cariño le había tomado en tan sólo unos días desapareciese tan rápido. Le había puesto hasta nombre, ya que algo le decía que pasaría con él más tiempo del previsto.
Atravesó la muralla con curiosidad, sin demasiada confianza en poder solucionar el conflicto que sabía había del otro lado. Se sorprendió al ver a tantísimos cadáveres, incluso reconocía a algunas personas. Era aterrador, pero estaba claro que lo que les había arrebatado el aliento no estaba en absoluto lejos aún, pues había gente enfrentándose a... Eso. No estaba seguro de qué era, pero tenía la certeza de que no se trataba de un humano, era demasiado grande como para ser uno, y parecía tener el poder suficiente como para destruir ejércitos.
Estaba asustado, no sabía qué haría si no era capaz de enfrentarse a esa cosa, pero avanzó hacia allá, determinado a hacer lo que estuviera en su mano. No obstante, cuando casi había llegado, la criatura miró hacia él, con una sonrisa que inspiraba de todo menos confianza o bondad. Tras eso, una nube de humo oscuro cubrió todo y, cuando desapareció, sólo quedaban Haru y aquellos que habían sobrevivido. Los cadáveres también habían desaparecido.
Haru sabía que había algo mal con esa gente, de alguna forma lo notaba. No tardó en comprobar qué era lo que le pasaba a todos, ya que de repente lo miraron con una sonrisa aterradora y los ojos cristalizados. Ya no eran ellos mismos.
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