3.- Miedo.
Ambos magos, tras algunos días de viaje, llegaron a sus respectivos destinos. Centrémonos, para empezar, en Siora.
Tras llegar al castillo de Iridor y convencer a los guardias apostados en la entrada principal de que fue llamada por el príncipe, atravesó el gran portón que en el centro de la cara norte de la muralla que el castillo protegía.
Dejó el caballo del que había sido provista en las cuadras para dirigirse hacia la sala del trono, donde también le costó que le permitiesen entrar aunque la hubiera llamado Su Majestad. Parece que la joven maga no inspiraba confianza.
Cuando al fin logró encontrarse con el príncipe, éste, de alguna forma, parecía distinto. No brillaba en sus ojos el pequeño destello, quién sabrá si de bondad o, por el contrario, de malicia, que solía. Mas no por eso Siora dejó de preguntar por qué había sido llamada. Las palabras del joven monarca fueron claras:
— Debes destruir Arstron inmediatamente. No habrá rastro alguno de vida en ese miserable reino.
Ella, aún sabiendo que una orden directa de Su Majestad no podía ser rechazada, no pudo evitar cuestionar el porqué de tan aberrante orden. Al contrario de lo que pensaba, el príncipe no se molestó, sino que simplemente bajó del trono y se acercó a ella, totalmente en silencio.
Siora, extrañada, abrió la boca para preguntar, momento que el príncipe aprovechó para rodearla con los brazos y fundir sus labios en un apasionado aunque frío beso.
La chica, asustada, trataba de apartarse, pero él no se lo permitía. A medida que pasaba el tiempo estando unidos, la maga comenzaba a sentir cómo sus fuerzas la abandonaban y sus pensamientos eran nublados. En cuando se separaron, sólo tenía una cosa en la cabeza: La destrucción de toda la vida en el reino opuesto.
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Mientras tanto, el tiempo no se detuvo para Haru, el cual tardó algo mas que Siora en llegar a su destino, mientras un mal presentimiento le carcomía.
Al llegar, atravesó directamente el portón y dejó el caballo. Los guardias, las damas e incluso los animales ya conocían al chico, con lo que no tuvo problemas en llegar con la princesa.
La sala del trono, al contrario que su correspondiente en el castillo de Iridor, tenía decoraciones simples, sin ser demasiado recargadas. Nada más entrar, Haru se arrodilló, en una muestra de respeto hacia la chica, que no aparentaba siquiera la mayoría de edad.
— ¡Jo! Sabes que no me gusta que hagas eso, Haru, ¡me hace ver mayor, y no quiero!– Se quejó la chica por la acción del mago, el cual rió ante su tono infantil.
— Sí, sí, lo siento. Sabes que me encanta molestarte, pequeñaja.– Se burló el mago, mientras se levantaba.
— Algún día me enfadarás de verdad y haré que te corten la cabeza– amenazó la chica–. Como sea– se puso seria–, ¿sabes por qué te he llamado?
— No, nadie supo decírmelo– negó él.
— Perfecto, entonces sólo lo sabremos tú y yo. Lo que ocurre es que tengo miedo, Haru. Pronto... Pronto va a ocurrir algo, si no está ocurriendo ya. Haru, somos amigos desde hace años, y quiero pedirte un favor enorme. Por favor, vigila todo lo que ocurra en el castillo de Iden. Si algo fuera de lo normal ocurriese, vuelve inmediatamente. ¿De acuerdo?
— No es que pueda negarme, directamente... Está bien, lo haré. No me esperes despierta y, ya sabes, vete a dormir pronto– bromeó el mago mientras se levantaba y salía de la sala del trono.
— ¡Oye! ¡Haru! ¡Vuelve aquí!
El chico hizo caso omiso a sus gritos y se dirigió directo a las cuadras, para montar en el mismo caballo que le llevó hasta ahí y empezó su viaje hasta el castillo del reino opuesto.
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