7
RUUD
No sé para qué dicen siempre que enseguida van a venir, si pueden tirarse media hora y todavía no aparece ni cristo bendito por aquí. ¡Es desesperante! Y hay que agregarle la incomodidad de tener las manos esposadas, ya que la persona que me ha traído no me las había quitado aún. Pensaría que me las quitarían durante el interrogatorio. No obstante, esa opción queda totalmente descartada al saber quién iba a venir y para joderme hará cualquier cosa.
Me encontraba sentado en la silla, ya me había puesto de diferentes formas. Dado que me estaba empezando a doler el culo de no moverme del sitio de todo el rato que estuve en esta sala.
De pronto desde afuera se escucha unas lleves y en nada la puerta se abre, dándole paso al insufrible de Egbert. Es raro porque no lo conozco en lo absoluto, pero no me cae en gracia por el comportamiento que tiene con sus compañeros de trabajo.
—Y nos volvemos a ver —de todas formas, no se para que me habla si no se digna ni a mirarme. Dado que, está colocando bien los papeles que tiene metidos malamente en la carpeta y no le da tiempo a hacer más cosas.
—Desgraciadamente —se me escapa por lo bajo. Pienso tontamente que no me ha escuchado hasta que me da una mala mirada. ¡Ups!
Él no me dijo nada más. Avanzó hasta ponerse frente a mí, al otro lado, donde una silla le esperaba para sentarse.
Deja la carpeta en la mesa con delicadeza, que pienso que se lo ha tenido que pensar dos veces antes de tirarla de malas formas.
—Empecemos —me mira con la cara más diabólica que he visto en toda mi vida.
¿Dónde me he metido? A saber, que preguntas me hace este canalla.
—¿Dónde te encontrabas la noche en que encontraron el cuerpo inerte de Noor Seegers en el lago?
La pregunta es estúpidamente ridícula hasta para responderla. Sé que tengo que tener una cuartada, pero la que es la verdadera y tengo intenciones de decirla, no la puede corroborar nadie.
—Es una simple respuesta a la que responder — ¿cómo se puede desesperar una persona tan rápido? No tiene paciencia.
—En mi casa, ese día no salí de mi hogar. Y puedo agregar que cuando anochece lo normal es que me quede encerrado por mi condición —muevo mis ojos hacia abajo indicando mi cuerpo, debido a que con las manos no podía, seguían todavía esposadas.
—No te hagas el graciosillo conmigo, no va a colar.
—¿Escuchas lo que sale por tu boca? No me estoy haciendo chistoso como bien tú dices. Simplemente me ciño a responder lo que tú me pides —me permito respirar y sigo hablando —. ¿Algún problema con eso agente? —Egbert aprieta fuertemente los dientes y casi se puede oír que chirrían —Cuidado que puedes hacerte daño o romperte un diente.
A estas alturas estarían riéndome a carcajadas si estuviera en una situación diferente a la que estoy presenciando ahora mismo.
—¿Y entonces como la mataste? ¿Te tele trasportaste? —creo yo que a esta persona le falta más de un tornillo en la cabeza para que funcione bien, porque sus preguntas no son muy coherentes.
¿Cómo me voy a tele transportar? No estamos en ninguna película con efectos especiales a nuestra disposición.
—Debes responder a lo que digo.
—Teniendo en cuenta que me has preguntado una pregunta demasiado estúpida, pues tampoco me queda mucho por responder. La respuesta es obvia —inhalo y exhalo, varias veces para no perder por completo la paciencia y sigo —, y como te he dicho antes. No salí de mi cabaña.
—¿Y cómo es que Noor tienes restos de serpiente en su anatomía? —cada vez que me pregunte algo, voy a tener que respirar y pensar bien la respuesta, para no saltar a la primera.
—Yo no lo sé —me encojo de hombros al decir la verdad —. La serpiente crótalo azul no es común aquí en Canadá, así que no sé cómo ha podido llegar a su cuerpo —finalizo.
Me remuevo en mi silla algo inquieto. No estoy demasiado cómodo sentado con las preguntas que me hace, y lo peor es que no tengo ninguna prueba para que parezca inocente. Todas las pruebas están en la morgue.
—¿Entonces como explicas lo de la chica?
—Yo no soy él que explicar nada, no soy al que estás buscando. Habéis cazado a la persona inocente.
—¿Cómo sabes que es una persona y no una serpiente? —resoplo. ¿Acaso es corto de mente este chaval?
Reprimo un bufido.
—Primero, que yo tenga la mitad de mi cuerpo cubierta con piel de serpiente, no significa que pueda morder a una persona y matarla con el veneno de ella, principalmente porque yo no soy una serpiente —Egbert abre bien los ojos impresiono por mi coherente respuesta y yo sigo hablando sin prestarle mucha atención a lo que hace —. Segundo punto, en el cuerpo de Noor debe haber un punto de haberle pinchado con la aguja para inyectarle el veneno del crótalo azul.
Una mueca se instala en sus facciones, no me cree de eso estoy totalmente seguro. ¿Cómo va a creer al chiflado que tienes dos pieles?
—¿Piensas que me voy a creer esas milongas? —he ahí lo que decía yo. Todo lo que salga de mi boca, este hombre que tengo frente a mí no me va a creer, aunque le diga la verdad.
—Si no es cierto porque no te cercioras de ello o le dices al forense que mire ese detalle que quizás se os ha escapado —media sonrisa se asoma por mis labios.
—No me digas lo que debo hacer —sé que por su orgullo no piensa hacerlo y quizás iría el mismo a averiguar si era verdad lo que había dicho.
Vaya interrogatorio más extraño me ha tocado experimentar.
Me recuesto en el respaldo de la silla para tener un poco más de comodidad, en vista de que he estado echado para adelante.
No tengo ni la más remota idea de cuándo van a dejarme libre, porque sin unas pruebas contundentes me tendrían que dejar libre o eso espero yo. Este mundillo de la policía me descoloca, dado que no lo conozco en lo absoluto.
Cuando ya pensaba que no iba a hablar más, abre su boca para preguntar algo.
—¿Dónde estuviste todo el día? Tengo entendido que nos viste desde las rocas del lago a mí y a mi compañero. ¿Sabes que está prohibido ir allí? Esta custodiado.
¡Hostia puta! Voy a matar a mi hermano. Sé que una vez más ha sido el chivato que le ha informado a mi madre de ello para que haya pruebas contra mí y me puedan encerrar.
Es cierto que estaba prohibido ir allí, pero mis pies caminaron solos hasta allí y no oí nada fuera de lo común.
No respondo a nada, como explique qué hacia allí se malinterpretará todo y no quiero que lo que falta por desmoronarse, se vaya al garete. Tengo que pensar cada palabra que voy a pronunciar antes de que mi boca lo haga sin antes pensarlo.
—¿No vas a contestar? —sigo en las mismas, sin responder.
No veo venir el golpe que le da con la palma de su mano a la mesa. No me inmuto, pero me ha dado un susto, no lo negare. Echa la silla para atrás con enfado, se levanta y sale de la sala.
¿A este que mosca le ha picado? No le entiendo. ¿No vamos a seguir con el interrogatorio?
Suspiro echando la cabeza para atrás y mirando hacia el techo que esta todo lleno de moho. No me había parado a observar nada de la sala a la que me habían metido. Era oscura, con mucha herrumbre y un olor espantoso.
Ahora que estaba más relajado y no estaba al pendiente de lo que me dijera Egbert, me estaba produciendo arcadas por el honor tan espantoso.
—¿Cómo pueden estar en esta sala por más de dos minutos? —suelto sin más a la nada —Vas a volverte majareta si no dejas de hablar solo Ruud —me digo a mí mismo.
La sala se queda en completo silencio y de inmediato se escucha una conversación fuera entre dos personas que hablan casi a los gritos.
Si luego no quieren que escuche las personas conversaciones ajenas, ¿por qué se ponen a hablar como si estuvieran a metros de distancia en un lugar cerrado y donde la gente puede escucharlos claramente? Nunca voy a entender estas formas de hacer las cosas.
—No me dice nada en concreto —habla Egbert a los gritos, debe de estar de los nervios. Sonrío por ello. Que se esquite por un rato —. Y para completar esto, casi no abre la boca para decir tan siquiera algo.
—En vez de cogerte una rabieta como si fueras un niño pequeño, entra ahí y averigua cosas que nos puedan servir para seguir con la investigación. Si no encontramos esas evidencias en su contra lo vamos a tener que dejar libre —por el tono de voz de la persona desconocida, se encontraba muy serio, podría decir que está casi al borde del enfadado.
—Tengo que ir a ver a Arend, debe revisar bien el cuerpo. Nos ha dicho algo que puede ser cierto, pero hasta que no me lo confirme Arend no voy a quedarme tranquilo.
—Ahora le llamo, ¿qué tiene que encontrar?
—Un pinchazo.
—¿Perdón? —seguramente no entienda nada de lo que le acaba de decir Egbert.
Con un poco de suerte quizás esta noche podría dormir cómodamente en mi cama y descansar en la tranquilidad de mi cabaña.
—Arend debe fijarse a ver si hay una marca en el brazo o en alguna extremidad del cuerpo de la chica que indique que le han inyectado el veneno por medio de una aguja.
—¡Lo haremos! No obstante, antes debes dejar libre a Tholberg. No lo puedes retener por más tiempo. Me lo acaban de informar por el pinganillo—escucho un gruñido, seguramente sea de la persona que me ha estado interrogando.
—Pero...—enseguida con la persona que está hablando le corta lo que iba a decir.
—No hay peros que valgan. Si hay más pruebas en su contra o novedades de Arend, lo llamaremos de nuevo. Ahora sí, cíñete a las normas.
Un resoplido sale de mis labios. Soy libe...por ahora, ¡No voy a ser encarcelado! ¿Qué cara se le quedara a mi madre al verme? ¡Quiero ver su reacción! Me va a fascinar verla.
No oigo nada más, pero si veo cómo se abre la puerta violentamente, ¿a este no le han educado bien? ¿Sabe que la puerta no tiene la culpa de lo que le pase? Niego con la cabeza.
—Vamos levántate, eres libre —dice con desprecio. Sé que no soy de su agrado, en cambio, podría disimularlo un poco mejor.
—¿A dónde? —me hago el tonto. Se supone que no sé nada y no he escuchado los gritos. Hay que disimular un poco, aunque se me dé fatal.
—¿Acaso no has escuchado los chillidos? —levanta las dos cejas a la expectativa y creyendo que lo voy a afirmar.
—Creo que las paredes han aislado tus gritos —me burlo.
La cara de Egbert era un poema. Se podía apreciar que se estaba conteniendo para no lanzarse encima de mí. Independientemente de eso, también se estaba mordiendo la lengua para no soltar alguna de sus borderías. Sabiendo él a la perfección que yo estoy mintiendo descaradamente.
—¿Me ves cara de payaso? —no entiendo. ¿Quiere que responda a esa pregunta? Porque con gusto lo hago.
—¿Tengo que responder a eso? —mira hacia otro lado y lo escucho bufar. No me rio por si luego me manda al calabozo a dormir.
Con ese gesto me vale y me sobra para saber qué hacer. Mejor me quedo callado como un niño bueno haría.
—Levanta de una vez de ahí —que borde por favor. Aunque viéndolo bien, yo tampoco es que le deje ser muy amable.
—Primero deberías quitarme las esposas. Tendría más movilidad a la hora de manejar mi cuerpo, con las manos inservibles como las tengo ahora, no puedo hacer mucho —escucho un gruñido de su parte. ¿No se aburre de hacer eso? Que yo sepa aun no es un animal.
Se acerca a mí a paso de caracol, parece que no quiere ir a casa y le gusta quedarse trabajando hasta tarde. Cuando al fin llega hasta mi silla, se pone a buscar las llaves para quitármelas. Este personaje de persona es un grano en el culo, que cabrón que es.
Una vez que mis manos están liberadas las muevo en círculo, ya que han estado en una misma posición por un largo rato y noto el malestar. Duelen, pero se pasará. Ahora sí que me levanto del asiento para poder seguir al furioso oficial de policía. ¡Qué humos lleva!
Caminaba detrás de él, estábamos haciendo el mismo recorrido que había hecho con Berg para ir hasta la sala seis, que es de donde nos estábamos alejando ahora.
Sin tener la mirada fija en alguna parte, mis pies empezaban a disminuir la velocidad en la cual estaban andando.
El oficial mira hacia atrás por el rabillo del ojo para cerciorarse que le seguía.
—¿Puedes caminar más deprisa? — ¿quién soporta a esta persona?
—Yo no tengo la culpa de que mis pies se detengan —me encojo de hombros desinteresadamente.
En su cara veía el desespero por llamarme la atención y no de la mejor forma, pero se mantuvo firme. Aunque su cara de perro seguía estando plasmada en su jeta.
Si me tengo que ir a casa, ¿cómo voy a volver? Esta comisaria no es que este muy cerca de la cabaña y no tengo un teléfono por el cual llamar a alguien para que me pueda recoger.
—¿Podría hace una llamada? —hablo con unos nervios que se instalan en mi cuerpo sin permiso alguno.
—¿Y ahora pides cosas? ¡Vaya cara que tienes chico! — ¿no podía contestar de una buena manera? Creo que para una persona que trabaja de cara a un público deben mostrar mayor flexibilidad con la gente que tratas.
—Solo te he hecho una pregunta, no tengo un móvil a mano en estos momentos, ya que el mío lo he dejado en mi cabaña. Y yo no soy el que ha estado tratando mal a la gente. Si quieres que te respeten, hazlo tú también, ya que recibirás lo mismo que has dado.
Me he quedado bien a gusto diciéndole eso. Una sonrisa sale de mis labios, él sin embargo aprieta sus dientes más que mosqueado con mis palabras. ¡No aguanta nada!
Egbert creo que se ha quedado sin habla al no contestarme nada.
—Muévete, en el mostrador Katelijne te dejara hacer una llamada —me indica con su mano poniendo un dedo delante de mis ojos para que lo recuerde —. Una llamada, ni una más, así que aprovéchala.
¡Qué carácter coño! Que insufrible es esta persona. A ver si termina esto pronto y no lo veo nunca más, es desesperante.
—Ahora bien, si quieres hace esa llamada —hace comillas con sus manos. Sera gilipollas, creía que era trola lo de llamar. Niego con la cabeza, que persona tan desconfiada —date prisa que quiero ir a mi casa a descansar por al menos dos horas.
Mis pies vuelven a andar con normalidad y con la mirada atenta del insufrible llegamos hasta el mostrador donde está la misma mujer que horas antes se encontraba tras de él.
—Katelijne —llama a la chica que estaba inmersa tecleando las teclas del teclado mientras veía la pantalla del ordenador. Cuando ya tiene su atención sigue hablándole —. Por favor déjale el teléfono a Tholberg, para que haga una única llamada —recalca las últimas tres palabras.
Con eso dicho, la persona que recién había hablado desaparece de mi vista y me deja solo con Katelijne. Ahora mismo no hay mucho movimiento por el lugar. Me doy cuenta de que ya me ha desaparecido la piel de serpiente de mi cuerpo cuando poso la mano derecha en el mostrador. ¿Qué hora es? Debe ser ya de día. ¿Tanto tiempo he estado en la sala? A mí me ha parecido poco tiempo el que he estado retenido allí.
—Perdone por hacerle esta pregunta —le digo de antemano —. ¿Qué hora es? —ella algo confundida mira el reloj de la pantalla el ordenador y me lo dice.
—Las nueve de la mañana —abro los ojos de par en par. Muchas horas han pasado en nada. Después de un silencio algo incómodo, ella vuelve a hablar —. ¿Vas a utilizar el teléfono o te vas a ir sin llamar a nadie?
—Lo haré —asentí con la cabeza. Katelijne sube el teléfono al mostrador y yo me lo acerco más a mí para tener más comodidad.
El único número que me aprendí de memoria era el de mi hermano y esperaba que me contestara.
—¿Mannes?
—¿Ruud? ¿Te han soltado ya? —Se le escuchaba algo sorprendido.
—Si soy yo. Te llamaba para que vengas a buscarme y llevarme a mi cabaña, no tenía a quien más llamarle. Tu número me lo sé de memoria.
—Salgo de inmediato.
—No tardes mucho, este lugar me desagrada —veo como Katelijne no me mira demasiado bien, pero poco me importa. Es mi opinión, no la suya —y ya hablaremos largo y tendido sobre algunos temas —si fuera listo ya sabría de qué quería hablar con él. No le dejo contestar, cuando cuelgo la llamada.
La chica la cual ha estado más pendiente de lo que hago desde que he llegado me estaba observando
—¿Necesitas algo? —pregunto seriamente. Quizás me quiere decir algo por eso mismo me escanea con la mirada.
—Que firmes un papel y así ya te puedes ir por dónde has venido.
¿Qué se ha tomado las personas de este cuartelillo que están muy bordes y gilipollas?
Me pasa el papel que debo firmar con un bolígrafo y hago lo que me ha dicho anteriormente.
Me doy la vuelta caminando a la salida y mientras voy hablando.
—Espero no verte más Katelijne, hasta siempre —y me despido subiendo mi brazo por encima de la cabeza y agitándola.
Escucho un sonido de la chica que está detrás del mostrador, pero no le hago caso y no giro mi cuerpo para verla. Lo que si hago es abrir la puerta doble y salir al bonito día que hace hoy. Aunque hace un frío que pela. El sol se encuentra dando luminosidad a esta mañana. Bajo las escaleras con lentitud, ya que sé que voy a esperar por un largo tiempo. Seguramente este en mi cabaña y tiene que bajar al pueblo y coger su coche para poder venir hasta aquí.
¿Habrá contactado con nuestro padre?
Miro a mí alrededor para ver si hay algún banco en el cual sentarme a esperar a mi querido hermano mayor.
Camino hacia el primer asiento que veo, cuando oigo el motor de un coche acercándose. ¿Será el de mi hermano?
El coche para frente al banco donde iba a sentarme. La ventanilla del lado del piloto es bajada y veo la cara de Mannes.
—¿Cómo has llegado tan pronto?
—No he dormido en tu caballa Ruud, si no, ¿cómo te habría contestado? Allí no hay cobertura.
Tiene razón. Sin embargo, una pregunta se hace presente en mi cabeza: ¿Dónde ha pasado la noche Mannes?
—Sube, no perdamos más el tiempo —si este piensa que por haberle llamado a él y no a otra persona le voy a perdonar que se haya compinchado con nuestra madre está muy equivocado.
Rodeo el coche hasta llegar a la puerta del copiloto y me introduzco en el coche para poner rumbo a casa y poder descansar o eso creía yo que iba a suceder.
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