21
RUUD
Unos fuertes golpes hacen que abra los ojos rápidamente y los vuelva a cerrar. Ha sido mala idea, abrirlos tan rápido. Parpadeo para acostumbrarme a la poca luz que entra desde fuera.
Mi cuello se gira para mirar por la ventana, está oscureciendo. Mis ojos bajan inconscientemente a mis manos, poco a poco se va notando que va apareciendo la piel de serpiente. Al tener la tonalidad de piel que tengo no se camufla demasiado, no tengo ni la más remota idea de cuánto he dormido, pero creo haber recompuesto las horas de sueño que me han robado todo este tiempo. Me encuentro sentado en el suelo de mi habitación con la espalda apoyada en mi cama.
Me levanto perezosamente olvidándome por momentos que alguien está tocando la puerta con mucho entusiasmo. Me fijo que mi padre sigue dormido plácidamente, no le quiero despertar. Sin embargo, como la persona no pare de llamar, lo va hacer.
Salgo de mi habitación cerrando con cuidado la puerta y voy directo hacia la entrada. Antes de poner mi mano en la manija cojo del perchero una sudadera. Tengo que mantener las apariencias, aunque aún y todo se me notaran, ya que la cara no se puede camuflar mucho solo me puedo poner la capucha.
Los golpes han cesado, no sé si la persona sigue del otro lado o se ha ido al ver que nadie le abría la puerta.
No escucho a nadie, así que procedo a volver por donde he venido. De repente, un toque en la puerta me hace parar.
—¿Quién eres? Nadie viene por aquí —hablo ya con la molestia impregnada en mi voz.
—Tranquilo chico, soy Gerben el amigo de tu padre. Hace casi dos días hable contigo por teléfono.
¿Hemos dormido casi dos días enteros?
—¿Cómo sabes dónde vivo?
—Preferiría hablarlo mejor dentro, me estoy congelando de frio aquí afuera —lo hago inconscientemente, siempre que no abro la puerta y hablo con las personas al otro lado se me olvida por completo hacerlas pasar.
—Sí, sí, ahora mismo —los nervios están haciendo una mala pasada en mí. No sé si confiar en la persona que dice ser amigo de mi padre. Descarto la idea de que de camino aquí pueda haberse encontrado con Annelien, puesto que, Ludger me dijo que no sé conocían y jamás se han visto las caras.
Con las cosas que me pasan últimamente me estoy volviendo más inseguro cada día. Y toda la culpa la tiene mi madre, pero también yo por ser tan vulnerable.
Sin embargo, ¿para qué quiero confiar en alguien más? Después aparentemente por arte de magia está del otro bando.
Resoplo sonoramente para coger el pomo abrir y estar cara a cara con el supuesto amigo de mi padre, Gerben.
—Por fin nos conocemos en persona —es lo primero que dice al toparse con mi mirada camuflada bajo la capucha —. Tranquilo hijo, no hace falta que te escondas, sé perfectamente lo que tienes —estoy entre confundido y nervioso por la afirmación que acaba de hacer. ¿Acaso este hombre me conoce de antes? No, eso no puede ser. Dado que, ha dicho que por fin nos hemos conocido. Dejo soltar todo el aire retenido e intento relajar todo mi cuerpo.
Cuando ya está en el interior de mi cabaña y está todo cerrado, se quita su abrigo para poder estar más cómodo, se quita los guantes que lleva puesto y frota sus dos manos.
—¿Dónde está tu padre? —pregunta al asomarse a mi pequeño salón y no verlo por ninguna parte.
—En mi habitación —me mira a los ojos esperando a que digo donde está y yo después de unos segundos más, hablo —es esa puerta de ahí —la señalo.
Antes de que se fuera, le paro cogiéndole de la muñeca.
—Se encuentra dormido —este asiente en comprensión y se adentra en la habitación.
Una vez que se ha adentrado en mi habitación me llevo uno de mis brazos a la espalda y cojo en un puño la tela de la sudadera y me la saco por la cabeza, estoy teniendo mucho calor. Jamás en la vida se me había subido la temperatura corporal. Pese a que me pusiera una chaqueta. No sé qué me sucede.
Cada rincón de mi piel quema si un fuego estuviera naciendo dentro de mí. El fuego y el hielo eran como dos polos opuestos, ¿por qué el hielo no apagaba las llamas que se estaban incrementando en mi interior? La locura inundó todo mi interior y empecé a desnudarme, quedando solo en calzoncillos. Sin perder un solo segundo camine hasta la entrada de la cabaña. Justo antes de salir, les avise que iba a salir.
—En un momento vuelvo —dije con un tono de voz bastante alto para que me escucharan, no espere respuesta así que salí sin siquiera ver si igual pasaba alguien. Avance hasta tocar con mis pies la nieve. Los pies se me hundían, pero algo gratificante poder sentir frío.
¿Era bueno sentir el frío cuando yo no estoy acostumbrado a ello? Dejo de pensar por un par de segundos y me dejo llevar, tirándome para atrás y caer en la nieve.
Si me dieran para elegir si sentir calor o frío, elegiría mil veces la segunda opción. Dentro de mi cuerpo una llama iba de un extremo a otro y hace que me retuerza de dolor.
No tengo el control en ningún momento. No sé qué hacer para controlar esto, ahora no le podemos culpar a nadie cuando a mi madre no la he visto desde aquella noche que nos íbamos a ir a Toronto.
Mis brazos se extienden a los lados, están rectos, se hunden en la blanda nieve. Alrededor de donde han desaparecido parte de mis brazos. Tiene una fina capa de color azul, claro está que tiene una tonalidad que se parece a una piel de serpiente. Siento como de mis dedos salen tiras que se entrelazan entre sí, y lo sé ya que lo puedo llegar a sentir. Se me estaba agotando el aire. Mis ojos que hasta ahora se habían mantenido cerrados, hasta que una fuerza en mi interior hace que los abra de inmediato, mis labios que hasta ahora se habían mantenido sellados se despegan un poco, dejando una abertura mínima. Por ahí dejo sacar un poco de aire, ya que retenerlo por mucho tiempo tampoco es bueno.
—M-m-me a-aho-aho-go —digo casi sin poder pronunciar ni siquiera una palabra.
Solo me queda esperar. Debido a que mi padre no sé si se encuentra despierto o hablando con su amigo Gerben y a ninguno de los dos se les ha ocurrido asomar su cabeza por la ventana del salón para a ver si tardo mucho o poco en volver a entrar a casa.
Como si mis pensamientos hubieran hecho efecto en ellos, la puerta de la cabaña se abre no veo nada, simplemente mis ojos se limitan a mirar al cielo. No tengo ni la más mínima idea de quien está en la puerta viendo cómo me retuerzo en la nieve mientras me encuentro semidesnudo.
—¿Ruud? —la voz de Gerben se hace presente en la escena, se ha tardado bastante en salir. Menos mal que yo no me voy a morir de una hipotermia por estar mucho tiempo expuesto al frío — ¿Qué haces semidesnudo?
Ahora no tengo tiempo para pararme a explicarle todo. Además, de que primero tengo que averiguar qué me ha pasado.
Lo primordial ahora es saber cómo mis brazos van a salir de donde están. Es Lo que más me preocupa.
—P-pu-pue-puedes ve-venir —hablo a plazos. Soy consciente que he hablado muy bajito, y creo que ha tenido que agudizar su oído para poder saber que le he dicho. Y lo sé en cuanto oigo como sus pies salen y entran de la nieve. Cuando está a un par de pasos de tocar con sus botas la capa azul, mis palabras salen de nuevo —. No pises ahí —hago un gesto con mi cabeza señalando el líquido espeso azul con tonalidades de serpiente.
—¿En qué necesitas ayuda? —dice algo nervioso mirando de un lado a otro sin saber realmente que hacer —¿Puedes sacar tus brazos tu solo? —niego con la cabeza. Lo veo dispuesto a coger uno de mis brazos; la parte que la nieve no se lo ha comido, pero rápidamente le digo que no lo haga.
—No puedes sacarlo —hago una mueca de disgusto. Él me mira sin comprender y algo confuso e intento explicarme un poco mejor —. De las puntas de mis dedos sale unas líneas finas, que se entrelazan entre ellas y me hacen daño —al ver que no dice nada sigo —, es como las raíces de los árboles, que se enzarzan entre ellas —finalizo.
—¿Y te vas a quedar ahí tumbado? Puede tardar horas hasta que esas cosas vuelvan a su sitio y poderte levantar —sube una de sus cejas, sabiendo que tiene razón, ya no digo porque te vas a helar de frío. Puesto que sé que, por tu condición, estas como en casa ahí tumbado. Me refiero por lo molesto que puede ser lo que está ocurriendo bajo esa nieve —hago una mueca y vuelvo a mirar al cielo mientras resoplo de cansancio.
—No tengo control de mi cuerpo—justo cuando termino la última palabra, me retuerzo de nuevo de dolor. La llama vuelve al ataque de nuevo en el interior de mi cuerpo.
Unos quejidos salen de mis labios al sentir como las finas líneas se despegan de donde estaban y vuelven al interior de mis dedos forzadas. Mi cuerpo gira, ahora estoy de lado, todo mi cuerpo está apoyado en el brazo izquierdo.
—Tengo que llamar a tu padre —me encontraba con los ojos cerrados y los labios apretados para aguantar el dolor, pero en cuanto nombró a Ludger todos mis males se fueron por un momento y los abrí y giré mi cabeza para poder observarlo.
—No lo llames. En nada espero estar de pie, solo falta que un brazo salga de la nieve —tendría que rezar bastante para que eso llegara pronto.
—Pero...—no quiero replicarle ni tampoco discutir con alguien en las condiciones que me encuentro, pero con todo lo que me está pasando y que no tiene ningún sentido mis nervios están a flor de piel y no tengo ninguna gota de paciencia en este momento.
Las líneas finas se hacen una sola, al enroscarse entre ellas y bajar más profundos y eso hace que mi brazo se hunda un poco más.
—Ejerce fuerza en el brazo para que salga Ruud —niego —al menos inténtalo —niego otra vez.
—No puedo, ¿y si me estiras tú? —él me mira asustado —Tranquilo, el dolor ya lo tengo, tendré que soportarlo sí o sí —en sus ojos aun puedo apreciar la duda —. Hazlo —asiento con la cabeza con aprobación. Mentalmente me pongo a pensar que no tarde mucho en hacerlo.
Miro por encima del hombro de nuevo y lo veo frotarse la cara con sus dos manos. Sé que ahora es un manojo de nervios. No obstante, necesito salir de aquí cuanto antes cada vez se retuerce más las líneas y me hace más daño.
—Por favor —le pido rogándole.
—Tu padre me va a matar si no te ayudo —dice al fine a. Se acerca a mí esquivando el líquido azul que queda en la nieve y se pone justo detrás de mi cabeza.
Primero intenta mover mi cuerpo para que pueda agarrarme bien de los hombros. Lo hace con éxito y finalmente me agarra de los hombros para poder tirar de mí y poder sacarme de ahí.
—Ayúdame con los pies Ruud, flexiónalos para hacerlo más fácil —hago caso a lo que me pide —. ¡Voy! —avisa.
—¿Mi padre ha despertado? —solo a mí se me ocurre preguntar algo cuando están a punto de sacarme el brazo de la nieve. ¡Soy un desastre!
—¿Ahora te pones a preguntar? —espero su respuesta, quiero un sí o un no. — ¡Lo está! Ahora a lo que estamos.
Cuando ejerce fuerza para poder estirarme de los hombros, yo intento poner en tensión el brazo y la respuesta a ello es que alrededor de él en la blanca nieve se esparza más el líquido espeso. ¡Mierda! Creo que eso no ha sido muy buena idea.
—Deja de hacer lo que estás haciendo porque lo estas empeorando Ruud.
—¡Sácame de esta mierda! —si antes me encontraba al borde del colapso, mi baso ya se ha llenado por completo y el agua se está cayendo.
Las líneas se están resistiendo, pero poco a poco se va a asomando un poco más mi brazo, y eso me alegra.
El sol ya se ha escondido por completo y no se ve nada, Gerben lo está haciendo a ciegas.
Cierro los ojos por completo cuando siento que por fin todas mis extremidades están a salvo y en perfecto estado.
Cuando miro hacia mis dedos, veo unas líneas finas blancas que se meten en el interior de mi piel.
Gerben se pone a un lado de mi cuerpo y me tiende la mano para que me levantase del suelo, le agradezco con una media sonrisa mientras le doy la mano y me pongo en pie.
—¿Te duelen los brazos? —giro mi mirada hacia él.
—Simplemente no los siento en este momento casi, parece que son gelatina.
—Entremos en la cabaña, te sentirás mejor —eso esperaba que sucediera. Cuando íbamos a abrir la puerta, esta se abre encontrándonos a mi padre de frente —. Vaya Ludger, te has levantado de la cama.
—Parece ser —se mira así mismo —. ¿Qué te ha sucedido hijo? —ahora toda su atención se enfoca en mi —¿Por qué estas desnudo?
—Ahora te lo cuento papá, pero quiero vestirme. Como ves, me encuentro semidesnudo— paso por un lado de él para poder llegar a mi habitación, pero mi padre habla de nuevo.
—Prepara tus cosas, este lugar no es seguro para ti mira qué cosas te suceden Ruud. No puedes seguir de esa forma, ¿ha sido Annelien? —le daba la espada aún. Miro por encima de mi hombro sin tener casi fuerzas en mi cuerpo y le digo que no.
—Esta vez ella no ha hecho nada. No sé qué ha podido pasar, pero me siento muy mal —digo con sinceridad.
—No hay más que hablar nos vamos, ¿siguen las mochilas hechas? —yo asiento. Ahora se dirige a Gerben —Viajaremos a Toronto hoy. Hay que descubrir qué le pasa. Este lugar es el epicentro del problema, hay que averiguar qué es exactamente.
—¿Voy bajando al pueblo? Tengo el coche aparcado no muy lejos.
—No, es mejor que bajemos todos juntos, no es seguro que vayamos solos —este asiente en comprensión. Yo sin decir nada más me encierro en mi habitación, para ponerme lo primero que veo, y coger las mochilas que había dejado hace unos días cuando nos íbamos a ir de viaje.
Aunque yo tenga distintas pieles y no pueda coger un resfriado prefiero darme una ducha, y antes de ir al cuarto de baño, ya cojo todo lo que me voy a poner para cuando salga ponerme la ropa e irnos de la cabaña con destino a Toronto.
Cuando salgo de mi habitación para ir al baño veo de refilón a mi padre y a Gerben conversar tranquilamente, mi padre se da cuenta que estoy ahí.
—Date prisa hijo, queremos irnos cuanto antes —yo asiento.
—Papá solamente me daré una ducha para relajarme, tengo todo el cuerpo en tensión y así podré relajarme.
—Está bien hijo —con todo dicho me adentro en el cuarto de baño, abro el grifo para que corra el agua y se ponga templada.
Intento tardar lo menos que pueda en la ducha, así no perdemos demasiado tiempo para irnos. Además, no podemos ser tan gafes y que nos pase otra vez algo.
—¿Estás listo hijo? —pregunta mi padre cerca de ahí. Me abrocho los pantalones y pongo uno de mis zapatos encima de la taza del inodoro para poder atármelos cómodamente. Por último, subo el otro para hacer la misma acción y le contesto a Ludger.
—Listo papá —abro la puerta mientras digo las palabras.
—¿Las mochilas? —señalo mi espalda una, y la otra la tengo en mi mano, que la acabo de coger del suelo antes de salir del baño.
—Todo está bajo control no te alteres. Esta vez sí que saldremos de Louis Lake sin problemas —le digo para que se calme porque sea que quiere que este todo controlado —. ¿Nos podemos ir ya? —mientras hablo camino dirección a la entrada y también veo como Gerben se acerca a mi padre.
Los dos salen detrás de mí, pero el que cierra la cabaña con llave es Ludger. Balancea las llaves delante de mis narices y habla.
—¿Las guardas tú?
—No, hazlo tú —y con eso se las guarda en el bolsillo del pantalón.
Despacio y sin prisa bajamos tranquilamente por la colina. Estos días ha nevado bastante y hay en sitios en donde pisas que es difícil de avanzar.
—¿Por aquí nunca una máquina para quitar la nieve? Sería muy efectivo —yo voy en mi mundo sin querer contestar a lo que dice Gerben. Aun sabiéndome la respuesta a la perfección.
Una de las razones es porque por aquí no frecuenta mucha gente es porque vivo yo, el raro y solitario que vive en la montaña más cercana dentro del pueblo de Louise Lake, y la segunda es porque no les da la gana de llamarles. Aun así, yo no tengo problemas con ello, poco bajo al pueblo, ni me va ni me viene ese hecho.
—A los del pueblo no les da la real gana de hacerlo—se me escapa decirlo, cuando veo que mi padre no dice nada al respecto —. Como ellos no suben, pues no les interesa —me encojo de hombros.
Con eso llegamos hasta abajo, me paro en seco para mirar a Gerben ya que es él, el que sabe dónde está aparcado su coche. Es un milagro que sea de noche y no hay ni un alma en la calle porque no me he puesto una chaqueta por encima y se me nota mucho la piel de serpiente, ya que resalta, casi más que la claridad de mi piel, que ya brilla por si sola.
—¿Por qué estamos aquí parados como tres pasmarotes? Vamos al coche, que me estoy congelando —mi padre se abraza así mismo.
—El coche se encuentra justo ahí —mientras lo señala, pasa entre medias de mi padre y yo para poder guiarnos.
Somos un par de torpes, ya que no nos hemos fijado que el coche estaba a tres pasos de donde nos encontrábamos.
Abre el vehículo con el mando y yo lo primero que hago es abrir el maletero, para dejar las dos mochilas que tenemos.
Soy el último en meterme en el interior del vehículo y cuando toco el asiento y cierro la puerta, Gerben emprende el camino hacia Toronto.
Esta vez sí, sin problemas y sin que Annelien, Ewout o mi hermano interceda. Ya era hora que sucediera, la verdad.
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