18
RUUD
Poco a poco iba sabiendo más cosas para poder ir encajando las piezas del puzle que aún están desperdigadas por quién sabe dónde.
Yo nunca tengo buenas ideas, pero realmente tenemos que hacer algo. A pesar de que yo no pudiera salir de aquí, podría ir alguien en mi lugar.
—¿Puedes dejar de pensar tanto?
—¿Cómo sabes que lo hacía? —mi padre no era idiota, pero si le salía con esta pregunta tan absurda ganaba tiempo.
—No hay que ser muy inteligente para deducirlo, y me lo acabas de confirmar.
Me da a mí que mentirle a mi padre no da frutos.
—Ni tú vas a ir a alguna parte, ni yo voy a ir por ti —se calla un minuto para después hablar de nuevo —. Aprende a ser paciente, a veces las cosas no llegan en el momento exacto en el que las quieres —se encoje de hombros.
No sé si sorprenderme por sus palabras o por que ha sabido exactamente decir lo que pensaba al respecto.
—¿Acaso soy un libro abierto o qué? —me dirijo a Ludger con los ojos bien abiertos.
—La mayoría del tiempo si —dice algo pensativo, cuando me ve a los ojos y mi mirada agrega rápidamente —, no es malo eso Ruud, no debes preocuparte.
Aunque en sus palabras no hay una pizca de falsedad, no me reconforta y hago una mueca.
—Hay que hacer las cosas bien Ruud. Si te apresuras a los acontecimientos todo se ira al garete —podría ser verdad. Pero, ¿qué culpa tenía de estar ansioso por ser libre completamente?
—Pero yo...
—Tu nada —me apunta con el dedo —, tú te mantendrás callado y quietecito —me exige —. Y como vea que intentas hacer algo a mis espaldas con respecto a este asunto, dejo de ayudarte —dictamina seriamente viéndome a los ojos.
Ya puedo ir dejar mis impulsos para ir a algún sitio. Como por ejemplo a la morgue o investigar donde se halla el tal Lodewijk, aun cuando cueste mucho esfuerzo, debo intentarlo al menos.
—¿Y debo dejar que me sigan atormentando? —levanto una de mis cejas en dirección al señor que tengo en frente.
—Si te digo la verdad, yo no estoy en la mente de ellos —dice con obviedad —, y no sé si harán algo o no. Solamente hay que estar alerta —dice después de una pausa.
Resoplo sin ganas.
—Vale... entendiendo tus palabras tengo que estar en tensión las veinticuatro horas del día por culpa de esos payasos que no me dejan en paz y ni siquiera sé por qué. Y por supuesto agregando que me tengo que mantener callado ante cualquier ofensa de parte de ellos —no me parecía justo.
—A veces eres demasiado dramático —niega con la cabeza mientras se le escapa una sonrisa de los labios —y exagerado también. ¡El pack completo eres!
Quizás haya exagerado un poco. Ahora bien, solo me han dejado descansar dos días completos, ¿será porque esta Ludger aquí? Puede ser, no tienen tanta libertad de hacerme algo cuando mi padre parece mi sombra y no quiere dejarme solo; que no lo veo mal, al contario para mi mejor. Así no me cogen desprevenido. Aunque ya nos hemos encontrado a Teunis, Ewout y mi querido hermano mayor, a ver cuándo se hace presente la susodicha.
Ludger coge su móvil de la mesa de la cocina, el cual estaba sonando y parecía que no quería parar de hacerlo de la insistencia de la persona al otro lado de la llamada.
Mi padre me mira de reojo. Llevo mis ojos hasta sus manos y están temblando de los nervios. ¿Tiene miedo de saber quién puede ser? Con cautela coge la llamada y se lleva el teléfono a la oreja.
—Dime rápido que quieres, no estoy disponible para ti —dice tajante y sin un ápice de simpatía por la otra persona.
¿Estará hablando con Annelien? Si es así ha cambiado mucho su forma de hablarle desde que vivía bajo el mismo techo con ellos.
Le doy unos toquecitos en el hombro a mi padre para que me haga caso y cuando tengo su atención le digo sin emitir palabra, solo moviendo los labios:
—Pon el altavoz.
Ludger alejó el móvil de su oreja y se quedó un par de segundos atontado, hasta que chasqueo los dedos para que ponga los pies sobre la tierra.
—Pon el altavoz —susurro esta vez. Este asiente y lo hace.
—¿Ludger? Ludger, ¿me estas escuchando? —la voz de mi madre tranquila precisamente no se notaba, se estaba empezando a desesperar y seguramente estaría dándose paseíllos de un lado a otro; como si la estuviera viendo ahora mismo.
—Estoy aquí, tranquila mujer —es tan desesperante que a veces cansa. Siempre tiene que ser cuando ella quiera —, ¿qué me estabas diciendo?
—¡Ludger! —recrimina. Me abstengo a soltar una carcajada por si la toma luego conmigo — ¿Por casualidad has escuchado algo de lo que te he dicho? —grita tan alto que damos unos pasos hacia atrás, eso que el móvil está en la mesa. Mi padre abre mucho los ojos para luego posarlos en el techo y dejar que salga un suspiro de sus labios.
—¡Que voy hacer con esta mujer! —lo dice en alto, ya al borde de desesperarse,
—¡Te he escuchado Ludger!
—Me vas a gastar el nombre.
La discusión que están teniendo es tan infantil que me produce risa. Parecen unos niños en vez de mis padres, ahora mismo estoy dudando que son.
—¿Podéis parar? En este momento el título de adultos no lo tenéis —en el momento que acabo de hablar mi padre me mira desencajado y con un dedo en los labios diciendo que me callara.
¡Mierda, se me había olvidado! Culpa mía.
—¿Tienes puesto el altavoz?
¡Uy! Ya hemos conseguido que explote y que su buen humor desaparezca, bueno creo que nunca ha estado de buen genio.
—¿Puedes dejar de chillar? ¡Me vas a dejar sordo! ¿Además de que te sorprende escucharme? Como si no supieras que estoy con mi padre.
¿Ella realmente pensaba que su marido me iba a dejar solo? Estaba muy mal de la cabeza si piensa así.
—Más te vale hablar rapidito, tenemos cosas que hacer —digo con desinterés.
—Ludger quita el altavoz —exige Annelien. Le miro a mi padre y le niego con la cabeza.
—¿Tú te das cuenta que pidiendo las cosas como las pides conseguirás algo? —le pregunto —Aprende a no exigir o mandar. Además, ¿qué le tienes que decir que no pueda escuchar?
Lo único que se le escucha por parte de ella es un gruñido.
—¿Qué quieres? —exijo saber.
Los minutos corren y se ha formado un silencio en el que nadie dice nada. No sé qué prefiero, que se forme un incómodo silencio o estar escuchando estupideces de su parte.
Resoplo ruidosamente para después con mucha pereza hablar.
—No lo soporto más —exploto —, ¿para qué llamas si te vas a quedar callada? —me quejo finalmente.
A paso firme salgo de la pequeña cocina y entro en mi habitación cerrando la puerta de un portazo.
Sé que no se va a dignar a hablar si sabe que estoy allí escuchando todo lo que tiene que decir. Dado que, seguramente las conversaciones sean sobre mí. Y lo que menos entiendo es que si me quiere a mí porque no habla conmigo. Sé que me voy a negar, pero ir por las espaldas para que los demás me persuadan es casi peor.
Me tiro en mi cama boca abajo y me quedo ahí sin moverme hasta que escucho los gritos de mi padre.
—¡No haré tal cosa Annelien! Estas muy equivocada conmigo, yo no soy uno de tus títeres los cuales puedes manipular —no se escucha nada más hasta que vuelve hablar —. No entregaré a mi hijo a Lodewijk, antes muerto.
Parece que la cosa se pone serias. Sin ninguna gana de levantarme — pero sí de saber más de lo que están hablando— ruedo mi cuerpo hacia un lado de la cama y me levanto. Llego a la puerta, la abro con sumo cuidado de que no haga mucho ruido —cosa que esta no consigo —. Asomo mi cabeza en dirección a la cocina veo a mi padre que me da la espalda y no me puede ver.
—¿Qué quieres de él? —mi padre se pasa la mano libre por el pelo y agachar la mirada para después mirar para atrás y quedarse estático viéndome —. Sabes que el veneno de las serpientes es extremamente venenoso. Deja de intentar extraer más sangre para experimentar con otras personas y matarlas en el intento. Para luego perjudicarlo a él. No es un conejillo de Indias Annelien. ¡Basta ya!
Desconozco la magnitud de la situación por la que estamos pasando y eso que soy el núcleo de todo este embrollo. Necesitan mi sangre para poder experimentar con personas como hicieron con Noor que al final la mataron. Ahora bien, ¿con que fin lo hacen? ¿Matarlos y ya? No le veo la lógica por ninguna parte sinceramente.
Abro bien la puerta para andar los pocos pasos que me quedan para poder llegar donde está mi padre, tiendo mi mano derecha para que me pase el móvil, pero este niega con la cabeza.
Si piensa que voy hacer algo estúpido, está equivocado.
Me muevo un poco para justo alargar mi brazo y cogerle yo mismo el teléfono. Él no puede hacer nada cuando ya estoy hablándole a mi madre seriamente.
—¿Para qué me quieres llevar contigo? Dímelo a mí —le aliento a decírmelo —. Si en vez de amargarme la vida, me la pusieras más fácil pues con gusto iría contigo, pero para que de nuevo me inyectes esos sueros y me saques mi propia sangre, pues no —digo sin casi respirar —, y si también intentaras buscar alguna cura que me haga disminuir estas fenominades que me pasan pues creería en ti. Sin embargo, desde que has llegado al pueblo no has hecho otra cosa que perjudicarme en todo —acabo.
—Tú no tienes cura —eso ya lo sabía yo —. Eres así, un fenómeno sin cura.
—¿Y te piensas que no lo sé? —estoy fuera de mis cabales —¿Piensas que soy un inepto que no se nada? —avanzo hasta sentarme en mi cómoda butaca —He vivido así durante mis veinticuatro años, ¿Cuántas veces más me lo vas a restregar por mi cara? ¿Cuantas? Ya estoy un poco harto. Si soy distinto a los demás, tengo tres tipos de sangre y dos pieles... ¿Y por eso soy un fenómeno? Muy bien madre —chasqueo la lengua —, ¿pero sabes qué? Todas las personas del planeta tienen distintas cosas que le hacen distintas y ninguno somos perfectos —ahogo un suspiro —. Y si piensas que eres perfecta, quítatelo de la cabeza porque estas lejos de serlo. Eres todo menos esa palabra —me doy unos segundos antes de terminar de hablar con ella —. Antes de acabar la llamada, te lo pediré una vez más. Déjanos en paz. Vive tu vida, pero lejos de aquí, no te nos acerques.
Y lo próximo que hago es quitar el teléfono de la oreja y sin querer saber que va a decir cuelgo la llamada y dejo el móvil en la mesita que hay ahí. Apoyo la cabeza en el respaldo de la butaca y me paso mis manos por mi pelo revolviéndolo.
Oigo los pasos de mi padre y ni siquiera presto atención a ello.
—Abre los ojos —manda mi padre. ¿Ya viene otra riña? ¡Qué pereza!
Hago caso y los abro, me doy cuenta que está justo delante de mí no tiene buena cara, ¿se ha enfadado?
—¿Qué pretendes? —le miro algo confuso —¿Qué te he dicho más de una vez? ¡No te enfrentes a tu madre! —era eso. Hago un esfuerzo por no mirar a otro lado. Me estoy cansando de que me diga siempre lo mismo y que no pueda hacer ni decir nada.
—No puedo retener mis palabras papá, no soy una persona que se quede sin decir lo que piensa.
Apoyo mis manos en los brazos de la butaca y me impulso para poder levantarme. Sin dirigirle una mirada a mi padre salgo de ahí camino hacia la entrada, me paro un segundo para coger una chaqueta y mientras me la pongo salgo de la cabaña.
La presión cada vez es más fuerte y cada minuto que paso con mi padre dudo más de qué lado este. Soy consciente de que no tendría que responder a las provocaciones de Annelien. Mientras mi paciencia disminuya, la impulsividad crecerá.
Camino sin rumbo entre los árboles, no quiero pensar que algo pasara si salgo solo, pero no siempre tengo que salir con alguien pegado a mi culo. Por otro lado, no pienso decirle a Ludger que venga conmigo.
Un mal presentimiento se cuela en mi cuerpo mientras voy caminando sin rumbo. No presto atención por donde voy hasta llegar al lugar del otro día donde Ewout me persiguió y después llegó mi madre y para rematar, nos visitó mi hermano querido.
Para cerciorarme que no hay nadie, miro rápidamente en todas las direcciones moviendo mi cuerpo para ver si me encuentro solo.
—¿Buscas a alguien? —del susto que me he dado retrocedo un par de pasos.
—Uno ya no puede ir solo a alguna parte —miro hacia un lado —. ¿A qué has venido? Te digo de antemano que no estoy para soportar ninguna gilipollez.
Él ríe. Pero, a mí, no me hace ni pizca de gracia.
—Para reírte de vas al circo con los payasos —digo serio —. Y de paso de puedes llevar a Ewout, a mamá y a los De Groot.
Por un instante veo como su sonrisita desaparece.
¿Qué pensaba? ¿Qué soy un idiota y no me entero de nada? Qué pena me da desilusionarle.
—Anda, ¿con que ya sabes de Lodewijk? —vuelve a tener esa mirada de superioridad.
Empieza a caminar en mi dirección y yo por inercia retrocedo. No lo quiero cerca.
—No te me acerques Mannes —le advierto apuntándolo con el dedo —. Así que no avances más.
—¿Me tienes miedo?
¿Cuántas caras podrían poner mi hermano? Parece el chico de las mil caras. Por cada cosa que sale por su boca pone una expresión distinta; da escalofríos ver eso.
—En realidad solo me dan miedo tus miles de caras —me encojo de hombros desinteresado —. Puedes parecer una persona normal, un psicópata, un maniático, entre otras.
Este se ríe con ganas, pero la risa es demasiado falsa, se nota a kilómetros.
—¿Qué necesitas? Quiero estar solo, ¿podrías irte? —este niega con la cabeza —¿Por qué coño no me dejas en paz?
—Mamá ya me contado vuestra breve charla —habla en un tono burlón con una media sonrisa.
Cierro los ojos fuertemente. No me interesa ver su cara, aunque cerrados me lo estoy imaginando igual.
—Mira que rápida es cuando quiere que se enteren de algo —bufo. Tiene más cara que espalda esta mujer —. Dime Mannes, ¿qué te ha contado? —abro mis ojos y subo mi mirada para que mis ojos hagan contacto con los suyos.
—Qué sabes de los De Groot — ¿es en serio? Solo sé que son padre e hijo y que son los cabecillas de todo este circo que tienen montado —, y que habías tenido una amena y agradable charla con ella —termina diciendo con un notable sarcasmo.
—Solo sé que son padre e hijo Lodewijk y Teunis, fin —sentencio. No tenía ganas de hablar con nadie y menos con él en estos momentos —. Y con respecto a mamá...si se mete donde no la llaman no es su culpa. Tendría que dejar de meter las marices donde no le llaman y de paso también que deje de intentar convencer a papá para que me entregue; no lo conseguirá —no estoy seguro del todo de lo último que acabo de decir, tengo mis dudas.
Mi hermano con una sonrisa se agacho y cogió un poco de nieve en sus manos para hacer bolas y tirarlas para que se estamparan en los troncos de los árboles que estaban cerca.
—Parece ser que nuestro querido padre no te ha querido decir mucha cosa —dice divertido. Yo no le veo la diversión a esta conversación, pero allá él —, ¿o me he equivocado?
¿Cómo es que se enteran de lo que hablamos en la cabaña o en general? No lo entiendo, no me entra en la cabeza como lo pueden saber. ¿Habrán puesto micrófonos allí? ¿Cuándo? Si la mayoría del tiempo no salgo.
—Cuidado Ruud, no pienses mucho que al final te va a salir humo de hacerlo tanto —suelta una carcajada —, ¿quieres saber cómo sé todo esto?
¿Desde cuándo mi hermano lee mentes?
Otra carcajada de parte de mi hermano se escucha.
—¡No seas un idiota, Ruud! No leo mentes como piensas —niega con la cabeza riéndose —. Solamente has estado pensando en voz alta todo el rato.
No le creía nada. Lo de la charla con mi madre vale, lo podía entender porque se lo habrá contado ella, pero lo que me ha contado Ludger sobre los De Groot, no.
—¿Qué quieres? ¿Qué pretendes viniendo aquí? ¿No me puedes dejar en paz? Vete a incordiar a otra persona, ¿no entiendes que quiero estar solo? No necesito que alguien me venga a molestar cuando quiero estar solo y relajarme.
Sin prestarle atención me dirijo hasta un árbol y me siento a los pies de este y me apoyo en el tronco para estar más cómodo. Meto mi mano derecha en el bolsillo de la chaqueta y mi mano toca unos cables, cuando veo que es, sonrío abiertamente y saco mi móvil, el cual tengo guardado en el bolsillo delantero de mi pantalón, por una vez en la vida lo llevaba conmigo.
Me pongo la música no demasiada alta y sin ser muy consciente de lo que hacía, cogía la nieve, hacia una bola y las lanzaba hacia delante.
Me tiré un buen rato así. Pensaba que Mannes se habría ido en el momento que me senté en donde estoy ahora mismo y le ignoré olímpicamente.
—¡Oye! —levanto la cabeza para presta atención a la persona que está delante, pero la miro con total aburrimiento.
—¿Qué te pasa ahora?
—Que me has dado —se señala a la cara en el sitio en el cual se supone que ha dado a parar la bola de nieve y yo tan solo me encojo de hombros.
—¿Y? ¿Tienes algún problema? Yo te dije que quería estar solo, no quieres irte pues te aguantas.
Si, lo reconocía, me estaba comportando como un niño de cinco años al hablar con esas palabras, ¿y qué?
—Solo piensa en lo que te voy a decir ahora —me ignora a las preguntas que le he hecho —. ¿Alguna vez recuerdas haber conocido a nuestros abuelos paternos? —Mannes con esa pregunta formulada se da media vuelta y sin despedirse desaparece entre los árboles, dejándome con una duda existencial en la cabeza. Otra más de las tantas que tengo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro