Tres
Silencio. Silencio atroz. Javier ya no me mira perplejo, ahora su boca se curva en una pícara sonrisa ladeada. El maldito está disfrutando esto mientras yo quiero que me secuestren los aliens para analizarme como representante de la humanidad. Y el anciano pasea su vista entre la boleta que sostiene entre sus arrugados dedos, el billete enmarcado y yo, por supuesto.
«Sí, vejete. La del billete soy yo.»
—Mel... ¿Qué es de tu vida? Tanto tiempo... —Javier intenta romper la tensión. Claramente a él no le afecta en lo más mínimo porque la ridícula siempre fui yo.
—Bien... Si te importa...
—Mel... No empieces de nuevo, ¿si? Nunca me dejaste explicarte lo que en realidad pasó aquel mediodía.
—¿Qué había que explicar? Si hubieses sido un buen novio habrías rechazado el regalo de tu prima. ¿Sabés cuánto ahorré para comprarte ese maldito CD? ¿De cuántas cosas me privé para poder juntar la plata? ¿Sabés cuántos menú Porteño de Mc Donald's me perdí? ¡Diez! ¡Diez veces que les dije a mis amigas que no por guardarme esos malditos dos pesos!
Ya está. Ya solté todo lo que por años quise decirle. Mi respiración se dificulta y mi cuerpo tiembla levemente... ¡Pero que bien se siente!
—Eh... Señorita... Su billete. Y tómese un vasito de agua. —Volteo hacia el vendedor, quien me observa con calma, para variar, mientras desliza con sus dedos el vasito plástico, cual bartender de comercial de bebida alcohólica.
—Gracias. Y disculpe por esto, en serio. —Bebo el contenido del vaso de un sorbo y lo dejo sobre el mostrador. Guardo la boleta y el billete en mi cartera, y me despido del pobre hombre—. ¡Hasta luego!
Giro sin mirar a Javier, y veo por el reflejo del cristal de la puerta que el anciano empieza a gesticular, quizá le dio algo después de semejante espectáculo. Lo que sea, salgo de ahí sin despedirme de Javier. Pero no hago ni dos pasos en la galería cuando de repente Javier se coloca delante de mí.
—Mel... Esperá...
Ahora que lo tengo de frente y que ya descargué mi veneno contenido durante años, lo observo detenidamente.
Sus ojos son iguales, su cabello castaño ya es un rubio ceniza, producto de las canas. Su peinado... ¡Por Dios! ¿Por qué se dejó el pelo largo? ¡Es el Arjona del subdesarrollo! Sigo bajando la mirada... Bien, conserva la línea, aunque se dejó los músculos en el camino, y... Panza cervecera, porque dudo que sea un embarazo en el primer trimestre. Ya vi demasiado, no tiene sentido seguir bajando la mirada, así que vuelvo hasta sus ojos.
—Si terminaste de escanearme, puedo invitarte a almorzar.
—Eh... No. Quiero decir... —Control, Mel. Ni que fuera Brad Pitt, ya lo superaste—. Tengo que volver a la oficina, será en otra ocasión.
—Bueno, ya sabés donde buscarme. ¿Ves aquella disquería? —Sigo su dedo con mi mirada—. Es mía, cuando quieras podés pasarte.
—Perfecto. Gracias.
Y cuando me dispongo a esquivarlo, mi cartera vibra. Saco mi celular y veo que es Analía quien llama. Lo que me faltaba, seguro el jefe apareció por sorpresa y yo de paseo. A mal trago darle prisa, atiendo mientras Javier observa la secuencia con calma.
—Ana... Ya, ya estoy volviendo. Decile al jefe que...
—Mel, Mel... ¿Podés bajar un cambio? El jefe ni apareció, llamaba para decirte que los chicos llegaron al objetivo...
—¿Cómo lo lograste? —la interrumpo.
—Tengo mis técnicas...—ríe misteriosamente—. No importa, la cosa es que mañana no venimos. Y ni se te ocurra volver, aprovechá que es el cumpleaños de tu viejo. ¿Conseguiste el billete?
—Si, ya lo compré, ni me hagas acordar de eso. Después hablamos, ¿si? Te llamo más tarde.
—¡Dale! ¡Nos vemos el lunes, nena!
—Beso.
Corto la comunicación mientras veo que Javier sigue parado frente a mí, cruzado de brazos en pose relajada. Me observa de la misma manera que yo a él minutos atrás. Y sigue sonriendo el maldito, ¿qué le causa tanta gracia?
—Ahora que no tenés que volver a la oficina, ¿podemos ir a almorzar?
—¿Acaso escuchaste mi conversación privada?
—No me quedó otra. Te vas a quedar sorda si no le bajás el volumen a esa cosa, además la galería tiene acústica.
Me agarró. ¿Y ahora? ¿Cómo le digo que no? Aunque... ¿Realmente no quiero ir a almorzar con el hombre al que jamás le pude encontrar un reemplazo? ¿Y qué tal si...?
«Mel, ni te ilusiones. De seguro está felizmente casado con hijos.»
—No sé si sea una buena idea. ¿Qué sentido tiene? Ya está, me comporté como una estúpida. Es mejor dejar las cosas así, los dos ya hicimos nuestras vidas, y...
—Mel, es un almuerzo. No te estoy proponiendo matrimonio —ríe y yo me pongo como un tomate.
—Lo sé —suelto con nerviosismo—. Además seguro ya estás casado con hijos.
Javier amplifica su sonrisa, levanta ambas manos y separa levemente los dedos.
—Estoy soltero.
Un nudo se forma en mi garganta y me falta el aire. Abro levemente la boca para aspirar oxígeno, comienzo a borrar de mi mente todas esas imperfecciones que arrojó mi escáner. Lo observo nuevamente.
«Melina, ¡por Dios! Está soltero, sigue siendo un bombón con vos... ¡Y ese pelo se puede cortar! Dejá de comportarte de manera infantil y aceptá esa invitación antes de que se arrepienta.»
—¿Lo ves? —continúa hablando—. No hay ningún impedimento para aceptar mi invitación. A menos que vos sí tengas quien te espere para almorzar...
—Nah —lo interrumpo—. Dudo que mamá me espere para almorzar, además ni siquiera le avisé, así que... ¿Dónde vamos?
—Donde quieras, Mel.
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