Lo recordé, su mirada dulce cuando intentaba calmar uno de mis arrebatos, esas orejas grandes por las cuales tanto lo molesté, su suspiro de tristeza cuando aceptó que esta enfermedad me quitaba cada uno de mis más lindos recuerdos como una esponja cruel. ¿Cómo pude haberlo olvidado a él? ¿Cuántas veces lo había olvidado antes?

—¿Mamá? —habló ella, mi hija. Detrás estaban sus hijos, mis nietos, junto al joven que se había sentado a mi lado temprano, su esposo. Mi familia. Pero todo parecía tan lejano ahora, justo ahora que parecía haberlo recuperado todo.

Quise voltear y atender a su llamado, pero en cambio levanté mi mano y dibujé la silueta de su cara sobre el cristal que nos separaba. Me la sabía de memoria, pero era tan distinta ahora. El color de su piel, la forma de sus ojos, su olor, su piel cálida, ya no estaba. Él ya no estaba.

No me esperaría en casa con agua hervida para mi té, no voltearía los ojos de placer cada vez que probara mi comida, ya no le daría consejos amorosos a su nieto, o arrancaría la flor más preciada del jardín para dársela a su nieta.

Mi amado, ahora que te recuerdo, vuelve a mí. Prometo no volver a olvidarte, nunca más.

Me apenaba haber descubierto la quinta clasificación, siempre estuvo frente a mí, toda la tarde, pero nunca la consideré tan relevante como hasta ahora: los inconsolables. Y claro que debía considerarlos, si el dolor que sentía ahora era tan grande como el de ellos, incluso mayor, pues estuve aquí, frente a él, todo el día, y lo único que hice fue fijarme en nimiedades de mi alrededor para mi propia entretención.

—Mamá, ¿estás bien? —preguntó. Esta vez la miré, antes de percatarme que estaba siendo observada por cada una de las personas del salón. Todos lloraban.

—Lo siento tanto cariño —alcancé a decir antes de estallar en lágrimas y caer en sus brazos. Ella tampoco logró responder, el llanto no la dejaba —Se ha ido, y yo...

—Ya pasó, todo va a estar bien. Estás aquí ahora —susurró temblando también, justo cuando el más pequeño de mis nietos se aferró a mi pierna para llorar.

Entonces todos se acercaron y sentí vergüenza, no quería olvidarlos nuevamente, no lo soportaría.

Es increíble como la vida se te va en un abrir y cerrar de ojos. No logro recordar cuando comencé a olvidar, no logro recordar cuando él comenzó a enfermar, tampoco recuerdo cuántas veces he desconocido a mi propia familia, pero hay algo de lo que sí estoy segura; debí decir todo lo que tenía para decir, sin guardar nada, amando ferozmente, riendo escandalosamente, experimentando, aventurándome, pues no vas a recordar cuando todo aquello haya llegado a su fin. No lo sabrás.

FIN.