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4.4 Confrontación

Punto de vista de Naomi
Había pasado una semana desde que terminé con Naser, pero la sensación de culpa seguía atormentándome. Anon se veía cada vez más apagado, casi como si una sombra estuviera cubriéndolo, privándolo de su chispa habitual. Ni siquiera pudimos ir al concierto que habíamos estado esperando; él insistió en que lo mejor era no ir, que solo provocaría que la banda se sintiera peor si lo veían. Supe entonces que estaba más afectado de lo que quería admitir.

Me dolía verlo así, y aunque él aseguraba que entendía mi decisión, no podía evitar sentir que todo esto era mi culpa. Había destruido su amistad con Fang, desmoronado su círculo social... y, sobre todo, le había quitado la oportunidad de estar con la persona que amaba.

Anon insistía en que no lo veía así, que no había sido mi culpa, pero yo... no podía verlo de otra forma. Quizás eso era lo peor de todo, la sensación de que, por más que él me apoyara, mis decisiones estaban lastimando a los demás.

El lunes, mientras caminaba por el pasillo rumbo a clase, me encontré de frente con Fang en los pasillos, por suerte no había señal de Trish o Reed. Su mirada estaba llena de rencor, y sin siquiera saludarme, apretó los dientes y disparó su veneno directo a mí.

—Espero que estés feliz, Naomi. Mi hermano está hecho mierda por tu culpa —espetó, cruzando los brazos de manera defensiva.

Sentí un golpe en el pecho, pero traté de mantener la calma, apretando mi antebrazo con fuerza para no responder de inmediato. Fang, sin embargo, no estaba dispuesta a detenerse.

—Ese Retrasado Ala Rota no para de llorar todos los días y me está arruinando la concentración. ¡Y como si eso no fuera suficiente, me quitaste a Anon! —Su tono se volvió más iracundo—. Tal vez lo mejor que me ha pasado en la vida, pero lo engatusaste, puta. —

Sus palabras eran como cuchillas, desgarrándome por dentro. Pero cuando escuché eso último, algo en mí explotó.
No podía dejar que siguiera culpando a Anon y Naser por todo, como si él fueran solo un peónes en su vida.
La ira me consumió, y antes de darme cuenta, golpeé el casillero con un puño cerrado, provocando un estruendo que atrajo miradas de curiosos a nuestro alrededor. Me volví hacia Fang, con la voz temblando de furia contenida.

—La única culpable de que Anon se alejara de ti... eres tú, Fang. Solo tú —espeté, con las palabras escapando de mis labios como un torrente—. No sé cómo puedes decir que era lo mejor que te ha pasado en la vida cuando fuiste tú quien lo traicionó primero, cuando dudaste de él sin siquiera detenerte a pensarlo. —

Su expresión cambió, pero no me importó. La rabia era una ola imparable, y yo estaba decidida a enfrentarla.

—Después de todo lo que Anon hizo por ti —continué, clavándole la mirada, como si pudiera transmitirle todo el dolor que él había sentido—. Te dio su apoyo, su tiempo, y ¿qué hiciste? Le destrozaste el corazón con una sola acción. Eres una egoísta que piensa que el universo gira a su alrededor. Ni siquiera lo viste como una persona; para ti era solo una herramienta, algo para sentirte menos mal contigo misma. —

Fang se quedó en silencio, mirándome con incredulidad, y terminé, dejando salir el último trozo de mi enojo.

—No te mereces a alguien tan bueno como Anon en tu vida, Fang —dije, con voz firme, sabiendo que había dicho la verdad—. Y eso es algo que deberías aceptar de una vez. —

El pasillo quedó en silencio, y Fang me miró, como si acabara de recibir una bofetada. No sabía si había logrado hacerle entender algo, pero, al menos, ya no iba a permitir que siguiera culpándome sin asumir su parte.
Fano se tomo la cabea con ambas manos mientras contenía un graznido, de la furia.
Cuando Fang sin previo aviso se lanzó sobre mí, su mirada llena de odio y su graznido de furia activaron algo en mí, una chispa que había intentado ignorar por tanto tiempo. Sin vacilar, respondí con todas mis fuerzas.
Los golpes, agarradas de cabello y arañazos comenzaron a intercambiarse en una danza de rabia que quemaba por dentro. Fang, con sus ojos inyectados de rabia y su respiración agitada, intentaba acorralarme, pero no podía evitar notar su desgaste. Ella era carnívora, sí, pero su cuerpo carecía de la fortaleza, debido al posible consumo de sustancias y mala alimentación, que yo había logrado mantener con disciplina, dieta y ejercicio constante. En cada golpe suyo había desesperación, y en cada respuesta mía, una furia que había reprimido demasiado tiempo.

Fue una pelea rápida, pero cada segundo se sentía eterno. Ella logró hacerme unos cortes en el rostro con sus garras, y la quemazón de las heridas me trajo un instante de claridad; sin embargo, en lugar de detenerme, eso me hizo redoblar la fuerza. En un momento de descuido de Fang, la tomé del cuello con una determinación inquebrantable y la azoté contra el suelo, sintiendo cómo la acumulación de un año de tensiones y resentimientos explotaba dentro de mí en un solo instante.

Cuando por fin me detuve, jadeando y cubierta de cortes y rasguños, me sentí invadida por una mezcla extraña de alivio y orgullo.

Mis lentes estaban hechos pedazos en el suelo, mi camisa desgarrada, y las heridas en mis brazos y rostro ardían, recordándome cada segundo que había cruzado un límite. Observé a Fang tirada en el suelo, respirando con dificultad, y un extraño sentimiento de lástima mezclado con desprecio se apoderó de mí. Era como si, en ese instante, ella representara todo lo que había detestado en el último año.

Un rugido profundo resonó en el pasillo, y levanté la mirada para ver al director Spears, su rostro una máscara de decepción que dejaba poco espacio para la interpretación. La multitud de estudiantes se dispersó, y el silencio se volvió abrumador mientras él avanzaba hacia nosotras con una expresión que pesaba como un juicio. Lo supe en ese instante: las consecuencias de mis actos me alcanzarían.

Ambas fuimos escoltadas a la enfermería, Fang había quedado inconciente. El personal nos atendió, envolviendo mis brazos y mi rostro en vendajes mientras el dolor se instalaba en mi cuerpo con la misma intensidad que la culpa se asentaba en mi mente. Intentaba procesar lo que había ocurrido, reviviendo cada golpe, cada palabra, y me preguntaba en qué punto había cruzado la línea entre defenderme y perder el control.

De pronto, escuché pasos familiares y levanté la mirada. Anon entró, su expresión cargada de preocupación mientras se acercaba. Noté cómo su mirada recorría mis heridas, sus ojos reflejando algo que parecía una mezcla de temor y empatía. Parecía querer decir algo, pero no encontraba las palabras. Finalmente, fue mi voz la que rompió el silencio.

—Todo fue mi culpa —le dije, con la voz aún temblorosa. No sabía si me estaba disculpando o simplemente confesando—. Me dejé llevar... Fang me provocó, y yo... simplemente exploté. No puedo creer que haya perdido el control así. —Me sentía desnuda y vulnerable al decirlo en voz alta, como si admitirlo hiciera más real lo ocurrido.

Anon me observó en silencio, su expresión no era de reproche, como temía; en cambio, lo que veía en su rostro era una genuina preocupación, como si mis palabras solo lo hicieran sentirse más inquieto.

—Reed me dijo que vio todo... y algunos grabaron lo ocurrido —dijo al fin, con un tono casi suplicante—. Sé que lo hiciste para defenderme y... te lo agradezco, Naomi, de verdad. —Hizo una pausa, su voz bajando un poco—. Pero prométeme que no harás algo así otra vez. No quiero que te arriesgues de esta manera... y mucho menos que pierdas tu reputación por alguien como yo. —

Sus palabras me golpearon más fuerte que cualquier puñetazo de Fang. ¿Cómo podía creer que él valía tan poco? ¿Que no era importante?

—¿Perder mi reputación... por alguien como tú? —repetí, sintiendo una mezcla de indignación y ternura que no pude evitar—. ¿Te das cuenta de cómo hablas de ti mismo, Anon? No eres un "perdedor", y no eres alguien que valga menos. Eres mi amigo, y para mí eso lo vale todo. Lo que hice hoy, lo hice porque... —me quedé sin palabras por un momento, buscando en su mirada alguna señal de que entendiera—. Porque no soporto verte sufrir y que otros te menosprecien. ¿Cómo puedes pensar que no vales la pena?

Solté una carcajada sincera, una de esas que no había experimentado en tanto tiempo que casi me parecía ajena. Ver a Anon tan inseguro, como siempre, en ese momento me recordó la razón por la que me preocupaba tanto por él. Me levanté de la camilla y le puse la mano en el hombro, con una sonrisa desafiante y segura.

—Pues lo siento, pero me importa mucho más mi amigo "perdedor" —dije con firmeza, remarcando la última palabra para que entendiera el absurdo de esa autodefinición— que una reputación que construí a base de mentiras y de fingir ser alguien que no soy. Y, te lo digo desde ya, si tengo que hacerlo de nuevo, no dudaré en hacerlo. —

Anon soltó una sonrisa incómoda, casi torpe, y me miró con una mezcla de sarcasmo y resignación.

—Dios, creo que ya te pudrí —dijo, con una risa incrédula.

Le di una palmada en el hombro y retiré mi brazo, encogiéndome de hombros como si lo que acababa de decir fuera la cosa más normal del mundo.

—Es lo que toca, Calvito. Aunque... dios, con esto seguramente Teroyale y Velorvard no querrán saber nada de mí después de esto —comenté, dándole una mirada con algo de dramatismo, aunque con una sonrisa resignada en los labios—. Supongo que acabé de destruir mis "grandes aspiraciones".

Él soltó una carcajada burlona, con sarcasmo puro en cada palabra.

—Uy, sí, qué tragedia para ellos. No sé cómo van a soportarlo —murmuró, burlón, y ambos compartimos una risa, como si en ese instante, todos los problemas fueran menos importantes de lo que realmente eran.

Justo en ese momento, el sonido de alguien tosiendo nos hizo girar la cabeza. El director Spears estaba detrás de nosotros, con los brazos cruzados y una expresión severa que fue suficiente para que Anon se pusiera rígido en su lugar.

Fang ya estaba despierta, y ni él ni yo nos dimos cuenta de cuándo ocurrió. Fang tenía la cabeza baja, como si quisiera esconderse de la realidad, y por un instante, me pregunté cuánto de nuestra conversación habría escuchado. Sentí una chispa de incomodidad al pensar en ello, pero no iba a dejar que eso me hiciera retroceder en mis palabras.

El director nos indicó que lo siguiéramos hasta su oficina, y mientras caminábamos en silencio por el pasillo, podía sentir la tensión en cada paso. Anon me lanzó una mirada rápida y murmuró que me esperaría afuera. Asentí, tomando su apoyo como un recordatorio de por qué había hecho lo que había hecho. Cuando llegamos, me senté frente al escritorio del director, Fang a mi lado, en completo silencio, con la mirada perdida en algún punto de la mesa. Spears nos miraba con una mezcla de ira contenida y decepción que era palpable en el ambiente.

Respiré hondo, alistando mis palabras mientras el director se quitaba las gafas y las dejaba sobre el escritorio. Sentí su mirada fija en mí, esperando una justificación o, tal vez, un atisbo de remordimiento que, en realidad, no tenía intención de ofrecerle. Alzando la cabeza, lo miré directo a los ojos y hablé con toda la seguridad que sentía en ese momento.

—No me arrepiento de lo que hice —dije, sin titubear ni un segundo—. Y lo volvería a hacer si fuera necesario. —

Mis palabras salieron con una convicción que me sorprendió incluso a mí. No sentía ni un atisbo de culpa, ni un rastro de arrepentimiento. Lo único que me quedaba era la satisfacción de haber defendido a alguien que me importaba. Recordar cómo Fang había herido y menospreciado a Anon tantas veces me llenaba de una ira silenciosa, de una rabia que se había acumulado tanto tiempo que se sentía como un volcán en erupción. Por primera vez, sentía que había hecho algo que realmente importaba.

El director Spears me miró, sus ojos mostrando una mezcla de sorpresa y... quizás, un atisbo de respeto. Sin embargo, su rostro no perdió el rastro de decepción, una decepción que parecía pesar aún más mientras observaba a Fang, quien seguía en silencio, con la mirada mortificada. Era como si todo su cuerpo estuviera hundido bajo el peso de la vergüenza y el arrepentimiento, mientras permanecía sin levantar los ojos, sus hombros caídos y su silencio casi opresivo.

El director me miró nuevamente, esta vez con un suspiro pesado, y se inclinó un poco hacia nosotras.

—Naomi... la violencia no es el camino para resolver estos conflictos. Sabes bien que aquí hay reglas que existen por una razón. Esperaba más... de ambas —dijo, con voz controlada, como si estuviera midiendo cada palabra para no perder la calma.

—Lo sé, director —respondí, manteniendo la mirada fija—, pero también sé que a veces, algunas personas necesitan una lección que las palabras no pueden enseñarles. Fang no ha hecho más que lastimar a quienes están a su alrededor, y hoy... hoy simplemente llegué a mi límite. —

Spears suspiró de nuevo, una exhalación profunda que parecía contener años de paciencia desgastada. Fang apenas alzó la vista, sus ojos brillando con una mezcla de ira y vergüenza, aunque seguía sin articular palabra. La diferencia entre nosotras en ese instante era palpable. Mientras yo defendía mis acciones, ella parecía abrumada por el peso de su propia culpa.

El director se puso en pie, y nos miró a ambas, esta vez más como un maestro que como una autoridad.

—Lo que me preocupa aquí es que ni una ni la otra parece entender del todo las consecuencias de sus acciones —nos dijo, con voz grave—. Naomi, defender a tus amigos es una cosa, pero esto... no quiero que sea el camino que elijas. Sé que eres capaz de mucho más que recurrir a la fuerza. Y Fang —la miró con una seriedad que hizo que finalmente levantara la cabeza—, espero que este sea el último conflicto que causas de esta manera. —

Fang asintió lentamente, su rostro desprovisto de su arrogancia habitual, y yo, aunque me resistía a ceder, empecé a sentir que las palabras del director tenían más peso de lo que quería admitir.

El director Spears nos miró con una mezcla de decepción y cansancio, como si todo lo que había visto hasta ahora se quedara corto ante esta situación. Su voz fue dura, tajante, como un juez a punto de dictar una sentencia definitiva.

—Jamás pensé que actuarías de esta manera, Naomi. A pesar de tu historial... jamás imaginé que algo así pudiera pasar. —Su voz parecía querer traspasar mi coraza, buscando alguna grieta que revelara remordimiento. Hizo una pausa, y al ver que mi semblante no cambiaba, suspiró y declaró el veredicto—. Ambas quedan suspendidas el resto de la semana, y las quiero aquí cada sábado durante todo el mes para ayudar al club de jardinería. Voy a notificar a sus padres del incidente, y espero que algo así no se repita. En especial contigo, Naomi. —

Una punzada de molestia surgió en mi pecho, pero la contuve. Me limité a mantener mi expresión firme, sin decir una sola palabra en respuesta, como si mis acciones hablaran por sí solas. Sin embargo, la decepción de Spears estaba en el aire, y eso me fastidiaba más de lo que quería admitir. Él se quedó en silencio un momento, casi como si evaluara cuánto de esa mirada mía era rebeldía y cuánto una coraza.

Después de una pausa incómoda, Spears suspiró nuevamente, mirando a Fang, quien había estado en completo silencio.

—Fang, puedes retirarte. Se ve que no quieres seguir aquí.

Fang apenas asintió y salió de la oficina con rapidez, cerrando la puerta tras de sí sin emitir una sola palabra. Apenas se fue, el director se quedó mirándome, y por primera vez en la conversación, su mirada severa pareció aflojarse un poco, reemplazada por algo que no era ni enojo ni resignación, sino tristeza.

—¿Por qué hiciste eso, Naomi? —me preguntó, y su voz ya no era la de un juez, sino la de alguien genuinamente desconcertado.

Su pregunta me golpeó más fuerte de lo que pensé. El peso de su decepción era evidente en su rostro, y, por primera vez, sentí una chispa de culpabilidad, un sentimiento extraño que rápidamente se transformó en irritación. Me removí en mi silla, forzando a mis ojos a encontrarse con los suyos.

—Ella dijo cosas horribles de Anon... lleva así varios días —respondí, sin suavizar la verdad—. Trató de culparlo por sus propias decisiones, por sus errores, cuando él solo intentaba apoyarla, y eso... eso no se lo voy a permitir a nadie. —
El dolor de recordar el desprecio de Fang por Anon me llenó de rabia. Bajé un poco la voz, más en un susurro amargo que otra cosa—. Además, ella siempre ha menospreciado a Naser por años, y aunque ya no somos pareja... —mi voz se quebró un poco, pero me apresuré a recomponerme—, también eso me afectó y me nubló el juicio. La rabia fue demasiado. Simplemente... exploté. Por eso le dije todas sus verdades. —

Spears me miraba como si tratara de comprender una imagen distorsionada, y noté cómo su ceño se fruncía con una mezcla de consternación y confusión. Él no sabía todo lo que yo había callado, lo que Fang me había obligado a tragarte por tanto tiempo, y en esos segundos me di cuenta de que tampoco pretendía entenderlo. Me recordé que él era una figura de autoridad, y las figuras de autoridad no acostumbran ver más allá de la superficie.

—Fang se puso así porque rompí con Naser —agregué, bajando el tono de voz y sin apartar la mirada—, y... en estos momentos soy muy cercana a Anon. No somos pareja, solo somos amigos. Pasé por algo difícil, y Anon me ayudó. Desde entonces nos volvimos... unidos, y ella cree que terminé con Naser para ir detrás de Anon. Fang siempre pensó lo peor de él y de mí, como si estuviera convencida de que Anon y yo... —hice una pausa, sin saber cómo continuar sin que sonara mal—, bueno, de que hiciéramos algo a espaldas de todos. Cosa que es completamente falsa. —

Hubo un silencio denso, casi asfixiante, que se estiró por lo que pareció una eternidad. Spears se quedó mirándome con expresión inescrutable, como si tratara de ver más allá de mis palabras, como si dudara de mis razones o buscara algún atisbo de arrepentimiento en mi tono. Sentí la irritación arremolinarse en mi pecho, deseando que él entendiera lo que había detrás de todo esto. Pero antes de que pudiera pensar en alguna forma de romper el silencio, él alzó la voz, su tono firme y claro.

—¡Anon! Trae tu Culo aquí —exclamó de repente, rompiendo el silencio en la sala.

Me quedé mirando al director, sorprendida. No esperaba que lo llamara, y un cúmulo de pensamientos se arremolinó en mi mente. ¿Qué le iba a preguntar? ¿Esperaba confirmar mi versión de los hechos o quería enfrentarnos? Mi corazón empezó a latir con fuerza, preguntándome si Anon diría algo que empeorara la situación o, peor aún, si dudaría de mí.

Los pasos de Anon se escucharon del otro lado de la puerta, acercándose lentamente, y un nudo de incertidumbre se instaló en mi estómago.
La puerta se abrió con un ligero chirrido, y Anon entró en la oficina, con un aire de nerviosismo apenas perceptible. Sin mirarme directamente, caminó hasta la silla a mi derecha y se sentó. La tensión en la habitación se volvió palpable, y sentí una extraña mezcla de alivio y aprensión al verlo ahí, listo para respaldar lo que había dicho, o al menos, eso esperaba.

Spears suspiró y se volvió hacia él, con la mirada cargada de expectativa.

—Sé que escuchaste todo —dijo con voz grave—. ¿Podrías corroborar el testimonio de Naomi? —

Anon asintió lentamente, y tras tomar aire, comenzó a hablar, eligiendo cuidadosamente cada palabra. Noté cómo su expresión se tornaba seria y melancólica, casi como si reviviera cada momento que describía.

—Las cosas ocurrieron tal y como dijo ella. No hay mentira en lo que contó. —Hizo una pausa, bajando la mirada y apretando las manos sobre sus rodillas—. Fang y yo solíamos ser... buenos amigos, o eso creía. Pero por culpa de su mentalidad negativa y sus propias inseguridades, nuestra amistad se quebró. Su desconfianza hacia mí, incluso después de todo lo que hice por ella, fue como una daga en el pecho. —Anon tragó saliva, y en sus ojos noté un brillo de tristeza que trataba de ocultar—. Que no confiara en mí, que pensara lo peor de mí sin siquiera darme el beneficio de la duda... —Su voz se volvió apenas un murmullo—. Me rompió el corazón, señor. —

La confesión de Anon me golpeó más fuerte de lo que pensé. Nunca había escuchado con tanta claridad cuánto le dolía esa pérdida, cómo lo había marcado el ver su lealtad recompensada con dudas y desprecio. Me mordí el labio, sintiendo cómo se me formaba un nudo en la garganta.

Spears observó a Anon con una mirada comprensiva, un reflejo de algo que no mostraba con facilidad: su apoyo.

—Lamento que las cosas hayan ocurrido así, Anon —le dijo, con un tono de sinceridad que pocas veces empleaba—. No dejes que esto te desanime. Lo que ocurrió no define tu valor. No quiero que te rindas porque realmente estoy viendo un gran avance en ti.

Anon me lanzó una mirada de reojo y luego volvió a Spears, con una pequeña sonrisa que intentaba ocultar su vulnerabilidad.

—No se preocupe, ya le prometí a la princesa melocotón... —me lanzó un guiño juguetón, pero yo le respondí dándole un codazo ligero, molesta por el apodo. Spears levantó una ceja ante la escena, pero Anon continuó, sin perder el tono cálido—. Que cambiaría para bien. Todo esto me ha hecho darme cuenta de muchas cosas, tanto buenas como malas, y... también de que, por primera vez en mi vida, siento que tengo una amiga de verdad. —

Esas palabras perforaron mis defensas, y aunque traté de disimularlo, una cálida emoción se asentó en mi pecho. Tuve que apretar los labios para contener unas lágrimas que amenazaban con escapar. Aquello significaba mucho más de lo que él podía imaginar, y por un momento, mi rabia hacia Fang y mis propias dudas se desvanecieron, dejándome solo con el inesperado peso de esa amistad.

Spears sonrió de una forma que apenas había visto antes, un gesto breve pero sincero que iluminó sus rasgos duros.

—Bien. Me alegra escuchar eso, Anon. Ahora, pueden retirarse. —Spears miró hacia mí, volviendo a adoptar su tono de autoridad—. Señorita Moretti, váyase a su casa y descanse. Y —tú, Anon, regresa a clases. Te firmaré una nota para que no te pongan falta o retardo.

Mientras Spears abría un cajón para buscar su pluma, Anon levantó una mano, llamando la atención de todos en la sala.

—Señor... me siento en parte responsable por lo que pasó. —Su voz era firme y decidida, un reflejo de la lealtad que tanto admiraba en él—. Permítame asistir a Naomi los sábados en el club de jardinería, para ayudar con el castigo, por favor. —

Me quedé boquiabierta, sorprendida por su propuesta, y Spears también arqueó una ceja, evaluándolo. Tras una breve pausa, el director asintió, sonriendo levemente.

—Me parece bien, Anon. Te espero los siguientes cuatro sábados. Solo no te metas en más problemas, ¿entendido? —

Anon soltó una pequeña carcajada, pero su mirada era seria.

—Entendido, señor. —
Al salir de la oficina, la frescura del pasillo me ayudó a calmarme un poco, aunque aún me sentía inquieta por todo lo que había pasado. Miré de reojo a Anon, quien caminaba a mi lado en silencio, con las manos en los bolsillos y una expresión de ligera preocupación. Sentí que necesitaba decirle algo, expresarle lo que significaba su apoyo en medio de todo esto.

Me aclaré la garganta y me detuve, sintiéndome un poco avergonzada de repente.

—Anon, yo... —comencé, pero él levantó una mano, interrumpiéndome suavemente.

Se rascó el cuello, como si no estuviera acostumbrado a recibir palabras de gratitud, y se encogió de hombros.

—Si no lo hacía, me sentiría mal —dijo, evitando mi mirada—. Además, quiero ayudarte. He estado un par de veces en esos jardines, y bueno... Rosa puede ser un poco difícil de tratar. —Sonrió de lado, como tratando de quitarle importancia al asunto.

Solté una risa breve, agradeciendo su esfuerzo por hacerme sentir mejor.

—Entonces, ni modo. Te tocó la peor parte del castigo. —Lo dije con un toque de humor, intentando aligerar el ambiente, aunque el peso de la situación seguía presente.

Anon se detuvo y me miró con una expresión que mezclaba preocupación y ternura, lo que me hizo sentir expuesta, vulnerable.

—¿Y qué pasará con tus padres? —preguntó, y su voz se suavizó, como si comprendiera que no era un tema fácil para mí.

Un vacío se abrió en mi pecho al pensar en ellos. Bajé la mirada, tratando de contener la tristeza que se arremolinaba en mi interior. Sabía bien la respuesta, pero decirlo en voz alta lo hacía más real.

—Tú mismo lo comprobaste hace casi un mes... a ellos dudo que les importe —dije, intentando sonar indiferente, pero el nudo en mi garganta no me lo permitió—. Aunque, si se tratara de algo como esto... me sentiría mejor si me regañaran, ¿sabes? Al menos así sabría que les importó de verdad. —

Anon me observó en silencio durante unos segundos, con una mirada que parecía entender cada palabra sin que tuviera que decir más. Sabía que me estaba viendo de una manera en la que pocos lo habían hecho antes: más allá de las apariencias, de la fachada fuerte y controlada que solía mostrar. Verme tan vulnerable debía de ser incómodo para él, pero su expresión solo reflejaba empatía.

Sin dudarlo, dio un paso más cerca y me miró con firmeza.

—Cuando salga de la escuela hoy, voy directo a tu casa —dijo, en un tono decidido—. Te pasaré todas las clases que compartimos, y también veremos qué podemos hacer. ¿Está bien? —

Sus palabras tenían un peso de sinceridad que nunca había sentido en nadie más. Me sentí agradecida, aunque esa parte de mí que siempre dudaba trataba de frenarlo. Aún así, asentí, permitiéndome confiar en él.

—Está bien —respondí, esforzándome por no dejar ver la emoción que me revoloteaba en el pecho.

Nos despedimos, y mientras me dirigía a casa, sentí cómo mis pensamientos vagaban entre la frustración que había acumulado con Fang y la repentina calma que Anon traía a mi vida. Por primera vez en mucho tiempo, no me sentía sola. La idea de que alguien estaría ahí, compartiendo mis problemas sin juzgarme, era algo que nunca pensé que llegaría a tener.

Durante el trayecto, mientras el viento me despeinaba, una pequeña sonrisa asomó en mis labios. Había pasado tanto tiempo sin poder confiar realmente en alguien que apenas lograba entender lo que eso significaba. Me sentía satisfecha, como si finalmente hubiera encontrado algo verdadero y valioso en medio de todo el caos.

Y por primera vez en mi vida, sentí que tenía un amigo de verdad.

Punto de vista de Anon hace unos momentos.

Fang salió de la oficina del director con pasos pesados, sus hombros caídos y su mirada, que evitaba la mía, como si quisiera desaparecer en el suelo. Apenas cruzamos miradas y sentí como si su alma estuviera fracturada, sosteniéndose por pedazos. Sus labios temblaron un instante antes de que susurrara algo que me dejó un nudo en la garganta.

—Yo... lo siento. Lo que dijo Naomi... tiene razón. Soy una amiga de mierda... —Su voz se quebraba, como si cada palabra se le escapara junto con la poca fuerza que le quedaba.

Quería sentirme enojado, quería aferrarme al resentimiento, pero al verla así, mi tristeza se desbordó en un suspiro. Después de todo, había sido mi amiga durante tanto tiempo, y por más que lo intentaba, no podía ignorar lo mucho que había significado para mí. Aun así, había llegado el momento de ser honesto, aunque doliera.

—La verdad es que sí... —dije, mi voz apenas un murmullo cargado de decepción—. Fang, creo que debemos tomar caminos separados a partir de ahora. Si seguimos así, solo vamos a lastimarnos más. Esto fue la gota que rebalsó el vaso. —Noté cómo sus manos se tensaban, cómo sus ojos se cerraban para contener el dolor que mis palabras le provocaban, pero no podía detenerme. Necesitaba decirlo, por más que a mí también me doliera—. Lo siento... de verdad quería que siguiéramos siendo amigos, pero que no confíes en mí, no me permite verte de la misma manera.

Fang respiró profundamente, y por un momento, pensé que se marcharía sin decir nada. Pero, contra todo pronóstico, abrió los ojos y me miró. Su voz era baja, casi un susurro, pero contenía un atisbo de determinación que no había visto antes en ella.

—Gracias... por todo, Anon. Y... perdón por ser una mierda contigo al final. —Se pasó una mano temblorosa por el rostro, como si intentara borrar alguna emoción que no quería que viera—. Creo que... creo que necesito cambiar. Hablaré con mis padres, aunque a mi padre no le importe o aunque su mentalidad siga siendo la misma... necesito terapia. —

Verla así, tan honesta por primera vez en mucho tiempo, me llenó de tristeza y, a la vez, de una extraña esperanza de que quizás, algún día, ella pudiera encontrar la paz que tanto necesitaba. Esbocé una sonrisa débil y asentí, tratando de brindarle una última muestra de apoyo, aun cuando nuestro vínculo ya se había quebrado.

—Te deseo lo mejor, Fang —le dije, con toda la sinceridad que pude reunir—. Espero que, cuando hayas sanado, podamos quizás retomar nuestra amistad. Pero... esta vez, de verdad. —

Ella me miró por última vez, asintió lentamente y se marchó con una calma resignada. La observé mientras se alejaba, y a cada paso que daba, sentía cómo se agrandaba el vacío en mi pecho. Era como si cada emoción negativa que había acumulado desde hacía meses se revolviera dentro de mí, buscando una salida, a punto de explotar. Apenas su figura desapareció al girar en el pasillo, y en ese momento escuché el grito de Spears llamándome desde su oficina.

Respiré hondo, intentando calmar el torbellino de emociones, y entré.

Punto de vista de Anon de regreso al presente.

Las clases pasaron con una lentitud insoportable mientras el dolor y el vacío en mi pecho parecían crecer con cada minuto. Había roto lazos con Fang; aunque albergaba la esperanza de que fuera temporal, una parte de mí sabía que probablemente no lo sería. Así que traté de sumergirme en la rutina, tomando notas de las clases que Naomi se había perdido. Pero, más allá de eso, no hice nada relevante. Me sentía como un espectador en mi propia vida, atrapado en la oscuridad de mis pensamientos.

Ahora estaba frente a la enorme mansión de los Moretti, con las notas en la mochila y un nudo en el estómago. Toqué el timbre, y Naomi apareció en la puerta, con el cabello un poco alborotado y unos vendajes distintos, como si también ella estuviera lidiando con su propio caos interno. Sin embargo, en cuanto me vio, sonrió con una calidez que alivió un poco la tensión en mis hombros.

Nos acomodamos en la sala, y saqué el cuaderno para pasarle las notas. Vi que su Rocktendo Switch ya estaba conectada a la tele; parecía que ella también sabía lo que íbamos a hacer después de esto. Naomi se concentró en copiar las notas, luchando un poco con mi letra y tardando casi veinte minutos en completarlas, pero no se quejó. Mientras la observaba, sentí cómo el peso en mi pecho se volvía cada vez más insoportable, como si algo oscuro estuviera consumiéndome desde dentro.

De pronto, sin darme cuenta, estaba mirando fijamente hacia el vacío. Todo lo que había guardado, todo lo que había soportado durante semanas, parecía estar a punto de explotar.

—Anon, oye... presta atención. —La voz de Naomi me sacó del trance, y cuando mis ojos se encontraron con los suyos, vi la preocupación genuina reflejada en su rostro—. Anon... necesitas sacarlo. Sé que hasta ahora has guardado silencio, pero no puedes seguir así. Yo ya saqué mi dolor, te lo mostré. Ahora, por favor, permíteme escuchar el tuyo. —

Al principio intenté desviar la mirada, apartar mis pensamientos. Pero su mirada persistente me hizo sentir que, por una vez, alguien estaba dispuesto a escucharme, sin juzgarme, sin querer nada a cambio. Algo en mí se rompió en ese momento, y sentí el peso de todo lo que había guardado.

Desvié la vista al frente, incapaz de mirarla mientras el vacío en mi pecho estallaba. Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas, y apenas pude levantar mis manos para cubrirme el rostro cuando los sollozos finalmente me vencieron. Sentí cómo Naomi se movía a mi lado y, sin decir nada, me rodeó con un abrazo firme y cálido, sosteniéndome mientras me desmoronaba.

—Yo... nunca en mi vida me había sentido así... —logré decir entre sollozos—. Jamás había pensado en la posibilidad de amar o ser amado, ni en algo tan simple como tener a alguien que realmente esté ahí. —Traté de calmarme, pero las palabras salieron atropelladas, como si ya no pudiera contenerlas—. De verdad la amaba, Naomi. Dios... lo intenté tanto. Quise ayudarla, sacarla de su infierno personal, darle una razón para creer en algo mejor. Pero no fue suficiente, y siento como si todo lo que hice hubiera sido en vano. Pensé que, mientras la ayudaba, también me estaba sanando a mí mismo... pero al final, lo único que siento ahora es este vacío horrible. —

Naomi me apretó más fuerte, como si quisiera transmitirme toda su fuerza. Mis palabras, cargadas de dolor, seguían brotando.

—Y lo peor es... —continué con la voz rota— que ni siquiera creo que haya entendido lo importante que fue ella para mí. Siento que toda mi vida he tratado de evitar a todo el mundo y vivir en paz, ella destruyo esa mentalidad...—

Su abrazo no se aflojó ni un segundo, y sus manos acariciaban mi espalda, tratando de consolarme mientras las lágrimas seguían fluyendo.

—Anon, te entiendo... más de lo que crees. —Su voz era suave, casi un susurro—. Pero el hecho de que hayas intentado tanto, de que hayas querido ayudarla, no es en vano. Puede que Fang aún no lo vea, pero tú plantaste algo bueno en ella. Y esa semilla... algún día podría crecer.

Me sentí un poco más ligero al escuchar sus palabras, como si la oscuridad en mi pecho se disipara un poco. Respiré hondo y limpié las lágrimas de mis ojos, incapaz de ocultar una sonrisa débil, pero aun tenia que sacar más dolor.

Su abrazo se hizo más fuerte, como si quisiera contener todo el peso de mis emociones y no soltarme hasta que vaciara cada pensamiento oscuro que cargaba. Sentí que podía dejarme llevar, y finalmente me atreví a hablar de lo que me estaba consumiendo.

—A pesar de todo... de todo lo que hice por ella, Fang nunca cambió. Nunca llegó a creer en mí, a confiar en mí —susurré, con la voz cargada de tristeza y frustración—. Y no puedo culparla, al final. ¿Quién va a confiar en alguien tan... inútil? Tan inseguro... No tengo ningún jodido talento, Naomi. Soy un don nadie, un chico cualquiera, sin nada que realmente me haga destacar.

Las palabras se fueron soltando, cada una con más peso que la anterior. De repente, empecé a soltar todas esas pequeñas confesiones, esos pensamientos íntimos y cursis que guardé para mí mismo.

—Cuando... cuando me di cuenta de que me gustaba, empecé a escuchar Out of My League en bucle, imaginándola... —solté un suspiro entrecortado, sintiéndome vulnerable y ridículo.
Sin poder detenerme, dejé escapar más detalles cursis, cosas que nunca pensé admitir frente a nadie. Durante los siguientes minutos, las lágrimas siguieron fluyendo mientras confesaba cosas que habían estado guardadas bajo llave.

Naomi no dijo nada. Se limitó a abrazarme, sin juzgarme, y era exactamente lo que necesitaba en ese momento. Después de varios minutos de llanto, logré calmarme un poco, respirando de nuevo con más control.

Sin embargo, en lugar de soltarme, Naomi se movió ligeramente. De repente, sentí sus manos suaves en mis mejillas, obligándome a levantar la mirada para encontrarnos de frente. Sus ojos, llenos de intensidad y determinación, me atraparon en su seriedad.

—No vuelvas a decir esas cosas de ti, Anon —me dijo, cada palabra cargada de firmeza—. Eres un diamante en bruto, aunque, honestamente, no sé aún en qué sentido... pero estoy segura de que lo eres. Tienes un buen corazón, y para mí eso vale más que cualquier talento. Si Fang realmente te quisiera, vería en ti todo lo que yo veo... quizás incluso más. Confío en ti, Anon. Solo llevamos siendo amigos menos de un mes y ya puedo decirlo sin dudarlo: confío en ti. Así que, aunque nadie más lo haga, debes sacar a esa arpía de tu sistema y volver a ser tú mismo. Sé que te va a tomar tiempo, pero también tengo fe en que vas a lograrlo. Y, además... estoy convencida de que, en algún lugar, hay una dino o humana que espera con ansias aunque sea alguien la mitad de bueno de lo que tú ya eres. —

Sus palabras me llegaron al alma, algo que no había sentido en mucho tiempo. Naomi me dio un ligero apretón en los hombros y añadió, con un tono un poco más desafiante:

—Aprieta esos dientes y repite conmigo, como un mantra: "Soy un gran hombre, y no voy a dejar que esto me rompa." —

La frase sonaba extraña, y no pude evitar sentirme un poco incómodo al principio. Pero ella no me soltaba, manteniendo su mirada firme y decidida, como si realmente creyera que esto iba a ayudarme. Cerré los ojos, y, casi en un susurro, empecé a repetirlo.

—Soy un gran hombre... y no voy a dejar que esto me rompa. —

Al principio, apenas lo decía en voz baja, sintiéndome ridículo. Pero con cada repetición, mi voz se hacía un poco más fuerte, un poco más firme, hasta que finalmente lo estaba diciendo en voz alta, casi como un grito de liberación. Cuando terminé, abrí los ojos y me encontré con la sonrisa satisfecha de Naomi, esa sonrisa que era como un recordatorio de que había alguien ahí para mí, que no estaba solo.

Ella me soltó, aunque sus ojos seguían mirándome con una mezcla de orgullo y complicidad.

—Bien, Anon. Entonces, ¿qué te parece si jugamos un rato? —dijo con un tono más relajado—. Saquemos de una vez por todas a esos fallidos intereses amorosos de nuestros sistemas y démosles una buena paliza en el juego. —

Sonreí, sintiendo cómo la pesadez en mi pecho se aligeraba poco a poco. Era increíble cómo, después de todo lo que había pasado, podía sentir una chispa de esperanza otra vez, gracias a Naomi. Nos sentamos en el suelo frente a la tele, agarramos los controles, y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía disfrutar del momento sin sentirme atrapado en mis pensamientos.

Una tos profunda resonó desde la entrada de la sala. Tanto Naomi como yo nos giramos y ahí estaba, mirándonos fijamente, un parasaurio de complexión fuerte y mirada severa. Su piel era de un color melocoton similar al de Naomi, lo cual dejaba claro el parentesco. Era un poco más alto que yo, con una postura imponente y enfundado en un smoking elegante que le daba un aire autoritario y rígido.

Cruzó los brazos, y, con un tono que mezclaba la desaprobación y la curiosidad, dijo: —Ahora que terminaron de charlar, ¿me puedes explicar por qué el director me llamó para decirme que te habías peleado con una compañera? —sus ojos se posaron en las banditas en el rostro de Naomi—. Por lo que veo, parece que fue cierto. —

La expresión de Naomi cambió de inmediato, y aunque pude ver el rubor de vergüenza en sus mejillas, también parecía... orgullosa. Por un segundo recordé su sonrisa cuando me contó que, a pesar de las consecuencias, se sentía satisfecha de haberme defendido. Yo sabía que este momento era importante para ella.

Tragué saliva, inseguro de cómo intervenir. Al final, decidí que debía tomar parte de la culpa, así que, rascándome la nuca y con el rostro un poco avergonzado, hablé: —Fue... fue culpa mía, en parte. Hubo algunas cosas que... bueno, no salieron bien, y una ex-amiga mía terminó diciéndome cosas bastante hirientes —miré a Naomi de reojo, reconociendo su valentía—. Naomi sólo intentaba ayudarme... aunque sé que se pasó un poco en la manera en que lo hizo.

El parasaurio me observó con escepticismo y arqueó una ceja. —¿Y tú eres...? —dijo, dejando la pregunta en el aire.

—Anon —respondí apresuradamente, intentando sonar más seguro de lo que realmente estaba—. Soy amigo de su hija y... compartimos algunas clases juntos.

Naomi, visiblemente nerviosa pero determinada, intervino antes de que su padre pudiera responder. —Es cierto lo que dijo Anon, pero la situación no fue culpa de él. Tenía muchas cosas en la cabeza: la escuela, mis responsabilidades en el consejo... además de... —se detuvo un instante, pero luego respiró profundamente, como preparándose para soltar algo que había estado guardando—. Además de mi ruptura con Naser.

Su padre abrió los ojos, claramente sorprendido. —Espera, espera... ¿terminaste con el hijo del sheriff? —dijo, con una mezcla de desconcierto y preocupación en su voz.

Vi cómo Naomi bajaba la cabeza, y me di cuenta de que inmediatamente pensó que se había equivocado al revelarle eso de forma inconciente. La situación se había vuelto mucho más tensa, y su padre parecía procesar lentamente lo que había escuchado. Ella, sin embargo, no se dejó intimidar y se irguió con una expresión serena, aunque su mirada mostraba un toque de tristeza.

Con un suspiro, continuó: —Me di cuenta de que mi relación con Naser no tenía futuro... así que rompí con él la semana pasada. —

El rostro de su padre pasó de la consternación a una expresión pensativa. Miró primero a Naomi y luego a mí, evaluándonos detenidamente, como si intentara captar la esencia de lo que había pasado en nuestras vidas recientemente.

—Vaya... parece que han pasado muchas cosas en muy poco tiempo... —murmuró, más para sí mismo que para nosotros.

—Antes de cualquier cosa, papá —interrumpió Naomi, con voz firme y decidida—, no pienso volver con Naser. Ya rompí lazos con él en todo sentido. —

El hombre suspiró, y sus ojos mostraron una pizca de decepción mientras miraba a su hija con resignación. —Qué lástima. Era un buen partido. —Hizo una pausa, como buscando las palabras adecuadas—. A tu mamá no le va a gustar. Hasta ahora, él ha sido el único que has traído a casa... y también el único que ha pasado el filtro de ella, ya sabes cómo es. —

Ok... Aquello sonó como una bandera roja gigante sobre la madre de Naomi. Desde mi perspectiva, parecía que las expectativas de su familia no solo eran altas, sino también bastante rígidas. Era evidente que la decisión de Naomi de alejarse de Naser iba en contra de lo que se esperaba de ella, y eso la había colocado en una posición difícil en su propia casa.

El hombre suavizó la expresión y, en un tono que intentaba mantener la calma, continuó: —Jamás pensé que llegaría a decir esto, Naomi, pero... estás castigada. Nada de salidas, ni celular, ni... ya sabes, bla bla bla. —Levantó una mano para calmar el posible estallido que intuía, pero luego añadió, mirando de reojo hacia mí—. Y no quiero ver a Anon por aquí.

La reacción de Naomi fue inmediata. Apretó los dientes, y pude sentir su tensión. La sorpresa me hizo parpadear cuando, en un repentino arrebato, gritó: —¡No puedes prohibirme ver a Anon! ¡Es mi único amigo, y no pienso obedecer esa orden!

El rostro de su padre cambió de inmediato; sus ojos se abrieron, visiblemente impactado. Me di cuenta de que no esperaba una reacción así de Naomi, como si nunca la hubiera visto perder el control de esta manera. Dio un suspiro, claramente incómodo, y trató de moderar su tono al responderle: —Es solo durante el castigo, Naomi... No voy a prohibirte que lo veas para siempre; eso ya sería exagerar. Has malinterpretado lo que dije. —

Vi cómo la expresión de Naomi pasaba del enojo al bochorno en cuestión de segundos. Sus mejillas se tornaron rojas, y, avergonzada, se cubrió la boca con la mano al darse cuenta de que había reaccionado más fuerte de lo necesario.

Suspiré y asentí, tratando de aliviar un poco la incomodidad de la situación: —Nos vemos hasta el sábado, Naomi. —

Ella me miró y asintió, su enojo ya convertido en una tímida disculpa en sus ojos. Tomé mi mochila y caminé hacia la salida, intercambiando una breve despedida con el hombre, quien me observó con una mezcla de resignación y cansancio. Apenas crucé la puerta, sentí el peso de la tensión dejarme.

"Bueno," pensé mientras avanzaba hacia la salida, "esta familia definitivamente tiene sus propias guerras internas..."

Sin embargo, vi que el hombre me siguió y cuando Sali el cerro la puerta tras de sí —Lamento mis modales, me llamo Antony, perdón por el bochornoso momento que viste ahí. — dijo con suavidad y algo de culpa.

Me sentí muy incómodo —Solo comprenda a un poco a Naomi veo justo su castigo, pero pienso que debería de prestarle más atención... sin ofender señor. —

El hombre puso su mano en su rostro —Tienes razón... todo este embrollo, paso sin que me diera cuenta, tomare tui consejo chico, solo...

Rei y dije relajado —No se preocupe señor , solo... no deje sola a Naomi mucho tiempo... por favor...— lo ultimo lo dije como una suplica sincera, le di la espalda sin mirar atrás.

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