Capítulo 6: La rosa prohibida II
Pablo sacó la linterna y alumbró la sala de juegos.
—Joder, es un poco mierda porque no se ve nada.
Recordé que la electricidad en la zona de cuarentena se establecía con generadores portátiles y empecé a pensar que aquí podría haber uno.
—¿Y no habrá algún generador portátil?
Pablo se quedó pensativo... progresivamente, mientras más ideas se le venían a la cabeza más sonreía.
—Sonia, eres una jodida genia. Si por algún casual encontramos un generador, estableceremos la electricidad en toda la planta. —el chico salió de la sala de juegos—. ¡Ven sígueme!
—¿A dónde?
Pablo fue bajando las escaleras dando saltitos de alegría.
—Juro por mi padre que como restablezcamos la electricidad y podamos jugar a esta mierda, te haré una cena de despedida digna de Dioses.
—Aun no me has dicho donde.
—Es que yo tampoco lo sé. Jajaja —continuó corriendo por el centro comercial. Intentaba seguirlo pero iba bastante rápido. Pasado un rato se calmó y comenzó a andar mirando de un lado para otro.
—¿Buscas algo?
—Sí —se dirigió a una pared donde se encontraba un mapa del recinto—. ¡Sí! —tomó el mapa del recinto donde se encontraban todos los extintores en caso de incendio—. Mira, Sonia, en el mapa se ven los extintores, no la sala de generador. ¿Sabes que significa esto?
—Eh no... o sea, solo pone los extintores, no el nombre de sus salas...
—Exacto, por ello quiere decir que el mapa es una mierda y nos toca buscar la sala de generadores por nuestra cuenta —tiró el mapa hacia atrás—. Generalmente suelen colocar los generadores de electricidad en la planta más baja. Busquemos más escaleras para bajar y veamos si podemos restablecer la electricidad.
—Vale, si tú lo dices...
—Oye Sonia...
—Dime —respondí mirándolo a los ojos.
—Te veo un poco desanimada. ¿Te pasa algo?
—No, no es nada. Es solo... —moví mis manos nerviosamente sobre mi cabeza—. Pensamientos míos.
—Bueno, siempre puedes sacarlos a la luz, ¿no crees?
—Es igual, Pablo. Busquemos el generador.
—En caso de que te decidas... soy todo oídos. Vamos.
Salí dirección a unas escaleras que daban al piso inferior, él me siguió callado. El piso inferior se encontraba inundado.
—Mierda —Pablo miró el agua y comenzó a buscar una forma de cruzarlo.
—No voy a meterme ahí —dije con cara de asco y apartándome del lugar— . ¿Y si es agua ácida?
—No lo creo —dijo agachándose sobre la orilla —. La radiación como ya sabes no fue tan fuerte en Badajoz como en otros puntos de España. Dudo que esta agua sea ácida —acercó un dedo al agua mirándome con los ojos casi cerrados.
—Paaablo. No te la juegues. —miré a mi alrededor—. Vamos a buscar otro modo de cruzar el park...
—Listo. Definitivamente no está ácida el agua —posteriormente pasó corriendo sobre el agua—. ¡Sígueme!
—¡La madre que te...! —lo miré como intentaba dar saltitos para evitar mojarse más.
—¡No te separes! No sabemos qué puede haber aquí.
—Ya voy, ya voy.
Tras cruzar el parking oímos unos gritos al fondo. Pablo se agachó y me hizo señales para que yo también lo hiciera.
—¡Agáchate! —susurró preocupado—. Joder, ¿En serio las patrullas no despejaron esta zona?
—¿De qué hablas?
—Ya hablaremos luego. Ahora céntrate. ¿Sabes cómo cargarte infectados, no? —dijo sacando el cuchillo y la mascarilla.
—Más o menos. —dije asustada. Lo imité y saqué la navaja y la mascarilla—. Nunca lo he hecho sola.
Él me puso una mano en el hombro.
—Y no estás sola. Veamos cuantos hay, si podemos con ellos o nos damos media vuelta. ¿Vale?
No me gustaba lo que veía. Los sonidos de esos infectados eran muy fuertes e intimidantes. Sonaban en algunos casos a gritos de dolor. Los movimientos de los tóxicos eran muy rápidos y hacían movimientos extraños con los brazos.
—Espera aquí, Sonia. —asomó la cabeza por la puerta viendo tóxicos—. Voy a ver cuantos hay. Estate atenta, ¿vale?
—No, tenemos más posibilidades si vamos juntos.
—Sonia, quédate aquí, no discutas. ¿Tienes armas?
—Una pistola —dije desganada.
—Vale, vengo en nada.
—Ten cuidado.
—Sí
Pablo salió de la puerta y se escondió detrás de una mesa. Con la mano me dijo que eran 5. Al menos los que él alcanzaba a ver. Eran bastantes para dos niños. No creía poder contra ellos. Con la mano le dije que volviera pero sacó un arco plegable de la mochila con unas flechas que tenía. Vi como apuntaba de pie guiñando un ojo, con la empuñadura firme, con decisión y sin miedo. La flecha atravesó la cabeza de uno de ellos, matándolo al instante y sin alertar al resto. De la mochila sacó otras flechas y comenzó a disparar uno por uno hasta que de repente me mira con una cara bastante asustado y movió la mano en señal de ayuda.
Me dirigí hacia él agachada cuando vi que habían dos más y él se encontraba sin moverse.
—¿Qué pretendes hacer? —dije esperando lo peor.
—Que estrenes tu navaja.
—¿Qué? —dije asustada.
—No tengo más flechas y de repente ha aparecido un sexto gilipollas de la nada. Si me acerco a él, el otro me verá. Necesito que vayas por la derecha y yo por la izquierda. Armada y con pistola, por supuesto. Pero acuchilla primero, dispara después. No me seas de gatillo fá...
—Bla bla bla... A sus órdenes, sargento —avancé por donde me dijo él sin esperar a que acabase el consejo.
—Está bien, pero no las cagues.
He de confesar que al poco de estar sola comencé a tener mucho miedo. Era la puerta de lo que parecía ser una oficina, dentro estaba todo oscuro y no alcanzaba a ver. Encendí la linterna y vi un cadáver mordisqueado por uno de los tóxicos del lugar. En ese momento me asusté mucho más. Pero más miedo me daba acercarme a ese infectado. ¿Cómo se supone que lo acuchillaría sin que se diera cuenta? La clave está en hacer poco ruido pero es complicado no hacer ruido. Mi cuerpo comenzaba a temblar y la mano no estaba quieta. Me estaba poniendo muy alterada y no sabía como arreglarlo.
Decidí continuar y no volver hacia atrás. Debía mostrar valía. Me acerqué por la espalda a ese infectado, lo tenía a unos centímetros de mi cara, saqué la navaja cuando de repente el infectado decidió moverse a un lado. Yo comencé a retroceder asustada cuando pisé un trozo de cristal de la oficina. Fue en ese momento cuando el infectado comenzó a alterarse y a venir a por mí corriendo. Ante la imposibilidad de enfrentarme a él cuerpo a cuerpo, saqué la pistola sin dudarlo y traté de disparar acertando varios disparos, pero sin lograr que el infectado cayera al suelo. Acabé el cargador y él se dirigió corriendo hacia mí.
—Mierda, ¡¡Pablo!!
Traté de correr pero me dio un puñetazo en el costado tirándome contra una estantería. Me encontraba en el suelo sin poder moverme apenas cuando Pablo apareció por la espalda tirándose encima de él y acuchillándolo en el cuello. Fue entonces cuando me vio en el suelo tirada y sangrando en la cabeza.
—Mierda. No pinta bien —entrecerró los ojos.
—Joder... lo siento... iba a ir a por él pero se movió en el último momento y... —suspiré—. Soy un desastre, Pablo.
—Ey, cálmate, ¿vale? Anda, ven —me tendió la mano, me levantó y me llevó con él—. Supongo que es la primera vez que te enfrentas a un infectado, ¿no?
—Sí. Nunca he salido de la zona de cuarentena.
—Yo... he tenido mis experiencias antes. Pero vaya, que el arco es el mejor arma para ellos.
—Se ve —me apoyé ligeramente en su hombro—. Pablo, no me encuentro muy bien.
—Descansamos ahora. He visto un generador de electricidad al fondo del pasillo. Restablecemos la electricidad y nos vamos a la bolera a disfrutar un rato. ¿Puedes andar?
—Sí. Pero me duele mucho la cabeza —me llevé la mano a la cabeza y vi que salía algo de sangre.
—Luego te doy una venda, ahora estamos a oscuras y apenas veo nada. A parte de que esto me da mal rollo.
—Vale.
Comencé a andar junto a él. Se notaba extraña la sensación de tener una herida en la cabeza, al mismo tiempo no me sentía bien conmigo misma, sentí que las había cagado bastante. Solo que Pablo se negaba a ser duro conmigo. Se veía tan fuerte... yendo siempre el primero, el que toma la iniciativa, valiente...
—Sonia... creo que no hay más tóxicos.
—Vale. ¿Vamos ya a la sala del generador?
—Claro. Sígueme.
Pablo y yo conseguimos llegar a la sala del generador, allí Pablo restableció la electricidad del lugar encendiendo las luces en todo el centro comercial.
—Genial, tiene buena cantidad de gasolina para un buen rato. Más adelante bajaré yo para apagarlo ¿Vale?
—Vale —dije tapándome la herida de la frente. En seguida Pablo se dio cuenta de que me encontraba mal y comenzó a hurgar en su mochila.
—Toma, cúbrete con esto —de su mochila sacó unas vendas—. No es mucho pero... al menos evitará que sangres más.
—Gracias —me coloqué la venda, solía curarme yo sola las heridas por tanto no era mucho problema. Hasta que comenzó a dolerme mucho más de lo normal —. Ah, joder. Duele bastante. ¿Me ayudas?
—Estás tapando una herida, claro que duele. Anda trae. Te pongo yo la venda.
—Gracias otra vez —agaché la cabeza. Comenzaba a sentirme inútil.
—De nada. Espero que cuando me vaya mejores matando infectados. No es tan difícil, seguro le pillas rápido el truco. Ya verás —me guiñó el ojo con una sonrisa.
—Sí... —suspiré— A ver si es verdad. Por cierto... Pablo.
—Dime —dijo colocándome la venda. En ese momento hice un verdadero esfuerzo por no quejarme. Aunque me dolía bastante.
—Es que... —no sabía muy bien cómo comenzar.
—¿Qué pasa? —me ató la venda con suma delicadeza y pasó a sentarse en el suelo junto a mí.
Tomé aire decidida.
—¿Cuándo volveré a verte?
Pablo comenzó a notarse nervioso, no sabía qué responder exactamente. La pregunta le había pillado por sorpresa. Se rascó su mejilla derecha y me miró a los ojos.
—No lo sé.
—... —me restregué la muñeca en la nariz y también le dediqué una profunda mirada —. Prométeme que volveremos a vernos algún día. Y que no morirás cuando te vayas.
El chico se notaba nervioso pero enseguida levantó la mano y comenzó a sonreír.
—Prometido —el chico chocó su mano con la mía sonriendo—. Espero que en unos años nos volvamos a ver y... prométeme tú a mí que estarás bien.
—Bueno... es algo que no puedo prometer con seguridad pero... lucharé —miré al techo con melancolía cuando noté el brazo de Pablo en mi hombro.
—Sonia, ¿Te encuentras mejor de la cabeza? —yo asentí.
—Sí, me sigue doliendo pero menos que antes.
—Genial, creo que la bolera es mejor sitio que este. —dijo levantándose del suelo y extendiéndome la mano para levantarme.
—Gracias —me levanté tomando su mano —. Vamos.
El camino a la bolera fue mucho más fácil. Se encontraba todo más iluminado y veíamos mejor el camino. Llegamos aproximadamente en 2 minutos recorriéndo el centro comercial el cual se encontraban algunas paredes derrumbadas y gran parte del suelo de la planta de arriba se encontraba también derrumbado.
—La verdad que con la electricidad restablecida dan hasta ganas de quedarte aquí. Es un lugar acogedor —comentó Pablo mirando el techo.
—Pues quédate, por favor —bromeé fingiendo que lloraba.
Él me apartó.
—¿Te han dicho alguna vez que eres muy cruel? —comenzó también a bromear y andar más rápido. Posteriormente se dio la vuelta y me miró con algo de tristeza—. En verdad me cuesta dejar todo atrás —confesó.
—Escucha —suspiré pensando algún buen consejo que darle—. Mi padre suele decir que la vida se construye en base a las decisiones de uno mismo —me rasqué la cabeza, hasta darme cuenta de la herida y entonces aparté mi mano rápidamente—. Simplemente no soy nadie para decirte qué tienes que hacer. Sigue tu camino, yo seguiré el mío y en algún momento nos encontraremos. O puede que no. No depende de nosotros.
Pablo nuevamente se dio la vuelta dándome la espalda y continuó andando.
—Separarse duele, pero a veces es necesario —suspiró con melancolía—. Lo entiendo...
Me acerqué a él andando un poco más rápido.
—Vamos, olvidémonos un rato de esto y pasémoslo bien jugando un rato.
El chico bufó un poco y se estiró el cuello.
—No tengo demasiadas ganas ahora de jugar, sinceramente.
—Vaaaamos.
—No creo que sea buena idea, además estás herida tienes que recuperarte y...
***
20 minutos más tarde.
—¡¡Sonia date prisa en colocar los bolos!! ¡Voy a hacer un jodido pleno! ¡Esta vez sí que no pienso perder! —dijo balanceando la bola de bolos de abajo arriba con su brazo.
—¡¡A la próxima los colocas tú, cabrón!! —coloqué el último bolo en posición y me aparté —. ¡Ahora, Pablo!
—¡¡Bola va!!
Pablo tiró la bola con todas sus fuerzas, con el pequeño detalle de que la lanzó muy hacia arriba y la madera de la sala estaba casi podrida de forma que cuando la bola cayó hizo un boquete en el suelo.
—¿¿¡¡Qué!!?? —gritó incrédulo acercándose al agujero que había creado.
Por mi parte me estaba desternillando de la risa. No recuerdo haberme reído así en mucho tiempo. Me acerqué a Pablo sin apenas ver el suelo por las risas.
—"Voy a hacer un pleno" —le imité de forma caricaturesca—. ¡¡Ni siquiera ha llegado a los bolos!! —dije riéndome aún más mientras me miraba enfadado.
—¿Sabes que esto es más que un pleno verdad? —me miró señalándome con el dedo índice—. Es una nueva forma de jugar a los bolos
—La idea era jugar a los bolos, no a hundir la flota —volví a reírme bastante fuerte.
—Eres una capulla —dijo riendo él también.
—Ay, ay, espera, que no puedo —continuaba riendo y me agaché para sentarme, solo que perdí el equilibrio y me caí. Esta vez fue él quien soltó una carcajada
—Tremendo culazo... —dijo riendo, luego pasó a estar avergonzado—, o sea, a ver, no me refería a... no quería decirlo en el sentido de... joder, que cagada.
—Gilipollas —dije sin controlar mis palabras—. Anda siéntate que no puedo con mi vida ahora mismo.
Él también se sentó a mi lado riendo y yo me recosté en su hombro sin poder parar de reír. Posteriormente hubo un momento de silencio que él rompió.
—Hundir la flota —repitió sonriendo—. La madre que te parió.
Me reí más fuerte y él me siguió. Cuando ambos paramos, él me miró a los ojos fijamente por unos breves segundos.
—¿Sabes a qué más podemos jugar a parte de hundir la flota?—miró hacia el techo rascándose la barbilla. Eso significa que no se le estaba ocurriendo nada bueno.
—¿A qué?
—A reventar la mierda esta de local. ¿Competición de romper cosas?
—¿Pretendes cargarte la bolera?
—¿Por qué no? —abrió los brazos—. Nadie la echará en falta, además el juego es estúpido, prefiero cazar ratas con la escopeta de balines —dijo levantándose del sitio.
—¿Tú por la izquierda y yo por la derecha? —le dediqué una sonrisa ligeramente malvada.
—¡Vale! —se preparó a mi lado—. ¿A la de tres?
—Venga.
— Una, dos y tres ¡Ya!
No sabía bien por donde comenzar. Cogí una bola de bolos y la tiré contra el suelo de la bolera con todas mis fuerzas, rompiendo el suelo tal y como lo hizo Pablo.
—¡Ja! Mira, Pablo, soy tú jugando a los bolos —comenté riéndome de él.
—Oye Sonia, tampoco te pases —se dirigió a la barra de la sala de juegos donde habían un montón de botellas alcohólicas —¿Ves que estantería más bonita?
—¡¡Tirala!!
—Jajaja como me conoces —con todas sus fuerzas derribó todas las botellas alcohólicas que había en la estantería.
Yo tiré una bola de los bolos contra la pared que también era de madera. Esta se destruyó también. Pablo intentó lo mismo pero la pared no se rompió la pelota rebotó y casi le da de lleno. Con los escombros que había, reventamos cada cosa que veíamos, encontramos un martillo y comenzamos a agujerear una mesa de billar y un futbolín.
—¡¡Voy ganando!! —dijo derribando una pared de lleno —. ¡¡¡JO-DER!!! ¡¡Se ha caído toda la pared!! ¡¡Supera eso, Sonia!!
—No, tío. Ya estoy reventada —me tiré al suelo —. A parte me está doliendo todavía más la herida. Tú ganas.
—Descuida, me golpeo la cabeza para estar en igualdad de condiciones —hizo como que se daba con un palo que sobresalía de la pared.
—Eres un bobo, maldita sea. —sonreí—. A todo esto, ¿Qué hora es?
—Pfff va a ver que irse ya. —dijo mirando su reloj—. Queda una hora. A parte tenemos que burlar a todo el jodido ejército.
—Porras, me apetecía quedarme más tiempo
—Ya pero... hay que irse —dijo en un tono apagado
Asentí y cogí mi mochila, Pablo hizo lo mismo y me adelantó. De repente pasamos por una tienda de ropa femenina sin abrir. Pablo se paró en ella. Yo detrás de él algo burlona.
—¿Qué pasa? ¿Quieres una faja de abuela?
—Joder, Sonia. No —comenzó a reírse—. Lo decía por ti. Tienes sangre en tu camisa. Deberías conseguir algo ya que estás aquí.
—Ahh, vale. Bien visto —con el rebajo de la navaja, rompí el cristal y pasé dentro de la tienda. Pablo fue más sutil y abrió la puerta de la entrada.
—Eres una jodida bruta.
—Tío, ahora después de la bolera quiero romper más cosas.
—¿¡Quieres pillarte una camiseta y pirarnos de una vez!? —se apoyó sobre el mostrador de la tienda. Yo negué con la cabeza.
—Usaré los probadores para ello. Quiero una camiseta de mi talla.
—¿Sabías que la profesión de modelo ya no existe, verdad? —arqueó una ceja mientras me veía coger camisetas de varios colores.
—¿Ya me estás arruinando mis sueños?
—Bueno, para gustos tenemos las parafilias. Tú a lo tuyo, chica. Lo único que digo es que podrías darte prisa, no tenemos demasiado tiempo y ...
—Ya tengo mis camisetas que quiero. Usar los probadores es para gente con poco talento. Vámonos.
—Perfecto.
De repente miré una zona en la cual había rebajas y me dirigí a él.
—¿Seguro que no quieres la faja? Está de rebaja al... 20%
—Al final la tenemos —dijo dándome un empujón.
Al poco rato de andar el chico se paró en seco un momento
—Oye, ahora que me acuerdo, debía apagar el generador.
—¿Es necesario? —dije arqueando una ceja.
—Sí. Aunque no volveré por aquí, pero no quiero meterte en un lío. Es más bien por si acaso.
—Me da mucha pereza bajar ahora.
—Vengo enseguida. Espérame aquí. No te vayas a ningún lado.
—Que siiii yo no soy la que se va ¿eh?
—¡Te odio!
Riéndome, me apoyé sobre la puerta de una tienda mientras él bajaba corriendo las escaleras.
Mientras tanto, comencé a replantearme cosas. Como que a pesar de las promesas, podría ser la última vez que viera a Pablo con vida. Que realmente no vale nada todo lo que prometamos si en un futuro cercano morimos a manos de un grupo de guerrilleros o de tóxicos. Y que... Esther tenía razón. Pablo me gusta.
Justo en ese momento las luces del centro comercial se apagan y al minuto oigo unos pasos en la escalera. Comencé a ponerme nerviosa. No sabía cómo decírselo y no sabía cómo se lo tomaría.
—¡Sonia! —salió corriendo de la escalera —. Ya estoy aquí. —informó bastante agitado—. Joder, recorrer el garaje solo y a oscuras da mucho miedo.
—Ya... —sonreí.
—Es hora de irse, queda poco tiempo —me tendió la mano pero esta vez me mantuve sentada en el suelo —. Vamos.
—Pablo...
—¡Vamos!
—¿Podríamos hablar por última vez antes de irnos? —le hice un hueco a mi lado.
—Ah... —miró hacia la salida con cierta impaciencia pero decidió escucharme y sentarse a mi lado.
—¿Podría preguntarte algo?
—Hmm, sí, claro.
—¿Alguna vez has leído alguna novela romántica?
—Sí... ¿Esas en las cuales un chico y una chica se enamoran mutuamente? —me dijo con alguna sonrisa.
—Por ejemplo —me encogí de hombros. Posteriormente comenzó a mirarme de arriba a abajo.
—A decir verdad, ese nuevo vestido te queda genial. Me recuerda a una de esas películas de princesas.
Me sonrojé por completo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. No esperaba esa respuesta por parte de Pablo.
—Eh... ah...
—Sonia... me duele decirte esto pero... Me gustas. —me miró profundamente con unos ojos llorosos. Posteriormente tragó saliva y continuó mirándome—. Me gustas y el principal motivo por el cual no me quiero ir es por el miedo a perderte.
Mis ojos también se rodearon de lágrimas. Los cerré fuertemente y apreté mis puños.
—Vete... —sollocé—. Estaré bien, de veras...
Pablo acercó su cabeza a la mía. Yo me quité la venda de la cabeza y como en el mejor de mis sueños, acercó sus labios a los míos y con la mano me acarició el hombro. Posteriormente los separó.
—No te olvidaré nunca, Sonia.
—Yo tampoco.
CONTINUARÁ
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