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Capítulo 4: La rosa prohibida I

Llegué del mercado junto con Pablo y me dispuse a entrar en mi casa que era una especie de apartamento con varias familias más. De ese apartamento, yo era amiga de una chica llamada Esther, una chica que vivía en nuestro mismo apartamento desde cuando llegamos aquí. Éramos amigas de la infancia. Subí las escaleras hasta mi apartamento cuando la veo a ella en la puerta de mi casa. Estaría preguntando por mí.

—¡Vaya! Estás aquí. —dijo acercándose a mí.

—Sí, acabo de llegar de hacer una cosa de la escuela. —mentí. No quería que empezara a hacer preguntas de ese chico y a comerme la cabeza, era buena amiga pero muy pesada con esas cosas.

—Vamos, no me digas eso, te has ido con Pablo otra vez, que te he visto.

Me cago en todo, pensé. Ya lo que me faltaba, aguantar otra entrevista incómoda para concluir que no hay nada entre nosotros. Bueno, dentro de unos días sí que lo habría, a distancia.

—Vaya, no sabía que tenía un espía detrás de mí.

Mi padre, que estaba escuchando la conversación, salió fuera de casa un momento.

—Hola, Sonia. Y Esther ¿Qué tal?

—Hola, señor, muy bien, gracias.

—Veniros dentro si queréis hablar, ¿Vale?

—Ah, no si yo le decía de quedar para venir a mi casa, que tenemos hamburguesas para cenar y así charlamos un rato

—Bueno, entonces no pasa nada, ¿Tú qué dices, Sonia?

—Eh, si, si no te importa, papá...

—Claro que no, solo que... ¿recuerdas lo que le dijiste a tu hermano?

Levanté mi cabeza y traté de acordarme.

—¿El qué?

—Le prometiste que dormirías con él.

—Ostia... esto... ¿No podría ser mañana?

—¿Se te ha vuelto a olvidar? —dijo enfadado—. Lleva varios días queriendo.

—No, solo que... esta vez me viene mal, mañana te prometo que...

—No, mañana no. Esta noche. En cuanto llegues irá a tu cuarto.

—Vaaale. —dije desganada

—Y además iré a buscarte en cuanto quiera dormir. Ya está bien de decir una cosa y luego otra.

—Siiii —dije bajando las escaleras sintiéndome incómoda.

Esther me siguió a punto de reírse hasta que mi padre cerró la puerta.

—Al final te llevaste bronca.

—Ya ves, el pesao de mi hermano.

—A ver, todo es cuestión de perspectiva. Es el único tío que se quiere acostar contigo, puedes mirarlo así.

Le di un golpe en el hombro que casi la caigo por las escaleras.

—¡Tía, que es pequeño!

—¡AU! ¡Perdón!

Justo en ese momento, una patrulla de policía cargados hasta los topes con armas vigilaban las calles y anunciaban el toque de queda, era un sonido bastante amenazante ya que si no estabas en casa en 10 minutos procederán a matarte.

—¡Atención! Queda fijado el toque de queda por las siguientes 13 horas. Todo aquel que permanezca en las calles en este límite de tiempo, será procesado y ejecutado —consecuentemente, volvían a repetir el mensaje una y otra vez. Aún así muchas veces se oían disparos y gritos en las calles.

—Mira, llegas 5 minutos tarde y te hubieran acribillado.

—Lo tenía todo controlado, no te preocupes.

—Si tú lo dices... —me miró con una sonrisa—. Vamos anda. Vayamos a cenar.

Esther era una chica de mi edad que vivía con su abuela. Para ella, yo era como su hermana, su compañera de cotilleo según ella. Le gustaba compartir casi todo conmigo, desde bocatas de cualquier bicho muerto que compre en el mercado, hasta su más recientes cotilleos en exclusiva. Era muy buena amiga a pesar de que de vez en cuando me vuelva de los nervios.

Ella se sentó en el patio de su casa que estaba preparado con mesas y sillas para salir cuando fuera la ocasión. Por supuesto ella me invitó a sentarme con ella.

—Ven, siéntate aquí, yo iré a ver qué tal están las hamburguesas.

—Genial.

Esperé un rato y aproveché para mirar el cielo que, por cierto, no se veía una mierda. Mi padre siempre me ha dicho que adora ver el cielo estrellado y llevaba casi una década sin ver un cielo claro. Al poco tiempo llegó ella con una bandeja de hamburguesas.

—Hmmm —olisquee—. Huelen muy bien. ¿De qué son?

—Creo que no quieres saber eso —dijo con una sonrisa. Yo aparté la hamburguesa un poco.

—Ehhh ¿qué es?

—Perro, ya las hemos probado antes y están ricas ¿No quieres?

—Después de lo que vi esta tarde en el mercado no se me hace muy apetecible.

Ella me miró con cierto aborrecimiento.

—Sé que en el pasado eran mascotas y "el mejor amigo del hombre". Pero este amigo se ha sacrificado por nosotras. No irás a desperdiciar la cena ¿No? —cogió una hamburguesa y me la dio

Acepté de mala gana y probé de mala gana. Increíblemente no estaba tan mal por tanto volví a dar un bocado. Tenía mucha hambre.

—¿Ves como te ha gustado? la pena solo dura un rato.

—¡Hmm! Está bastante rica —dije relamiéndome los labios.

—Oye, en cuanto a Pablo... ¿Qué tal te va con ese chico? A mí no me cae muy bien, me parece arrogante pero no es mala gente. Lo veo un buen partido para ti.

—Esther, no quiero tener nada con Pablo. Es solo que... Me encanta como me anima y me habla y además tiene una sonrisa preciosa... —ella comenzó a reír como una desquiciada.

—Jajajaja ¡Eso es que te has colado por él, boba! Entrale ya, es hora de tu primer amor ¿No crees?

En ese momento fue cuando comencé a recordar que mañana era nuestro último día juntos y mi corazoncito comenzó a desmoronarse.

—No... no lo sé —dije sin demasiadas ganas de seguir—. Lo veo bastante mayor.

—¿En serio? —me miró decepcionada—. Yo ahora estoy colada de un chico de la escuela, se llama Rubén. —me miró entusiasmada mordiéndose el labio inferior—. ¡Es tan guapo! Pero lo que más me gusta es que es muy muy fuerte, mucho más que tu estúpido Pablo —me miró de reojo y vio mi cara de pocos amigos. Odiaba cuando se ponía a fantasear con sus novios, a pesar de solo ser una niña.

La siguiente hora y media la pasamos charlando sobre Pablo y el amigo de Esther, Rubén. Posteriormente hablamos algo más de su familia pero en ese momento mi padre llega a casa de Esther.

—Hola— se escuchó a mi padre hablar con la abuela de Esther—. Vengo a recoger a mi hija. Está en casa ¿no?

—Claro, pase.

Nada más oír a mi padre me levanté, me despedí de Esther y le miraba esperando que me dijera algo.

—Vamos, hija. Es hora de dormir

—¿Ya?

—Vaamos.

—Anda ve —me dijo Esther—. Ya nos veremos mañana si acaso.

Me dirigí junto a mi padre, le di un abrazo y nos despedimos de la abuela de Esther. A la salida mi padre comenzó a hacerme preguntas.

—Me gustaría saber si te ocurre algo con Sergio.

—¿Con él? Nada, ¿por qué?

—No sé, antes jugabas, te divertías, pasabas tiempo con él... llevas un tiempo distante con él. Y él lo nota.

—Pues no sé. Supongo que el hecho de llegar de clase reventada tiene algo que ver ¿no?

—Ya empezamos.

—No me gusta nada ir al cole.

—Pues tienes que ir. Es necesario para aprender a valerte por ti misma.

—Ya lo sé.

Llegamos a casa y vimos a Sergio completamente dormido en el sofá, mi padre decidió que dormiría solo, con lo cual me suponía un problema menos. Llegué a mi cuarto, coloqué mi chaqueta y dejé mi mochila encima de la mesa cuando se cayó algo de ella. Revisé qué era y me fijé en la navaja de Pablo. La tomé en mis manos "gracias" pensé. Realmente Pablo había sido alguien muy especial para mí, me había defendido muchas veces y me daba pena que se fuera. Dejé la navaja en la mesilla de noche, me tumbé y me acurruqué bajo unas sábanas. Era noviembre y hacía frío.

***

Desperté por un sonido en mi ventana. En un principio me asusté muy fuerte. Pero enseguida recordé que se trataba de Pablo y de que nos iríamos a fuera de la zona de cuarentena. Abrí la ventana tan pronto como pude abrir mis ojos. Los párpados me pesaban y me pedían 5 minutos más. Realmente me quedé muy sobada.

—Ey —dijo Pablo entrando una vez le abrí la ventana. Yo bostecé mientras me peinaba los pelos de loca. Posteriormente me dio una ligera colleja para que despertase—. Arriba que hoy tenemos que estar despiertos.

—Aau —me quejé evitando hacer el mayor ruido posible para no despertar a mi padre y a mi hermano.

—No te quejes tanto ¿Nos vamos? Queda una hora y media para que comience a hacerse de día.

—Vale. Te sigo, supongo— dije atándome los zapatos. El se quedó observando que ya estaba vestida

—¿Te has dormido con la ropa puesta? —preguntó extrañado.

—Supuse que no me despertaría a tiempo así que me puse la ropa para hoy.

—Eres muy vaga —dijo colocándose bien un reloj que tenía—. Sígueme —salió por la ventana al tejado—. Vamos, estamos a unos pocos saltitos.

—¿Iremos todo el rato por los tejados?

—Si, ¿Por qué?

—Me resulta extraño.

—Pues es perfecto para evitar la poli. Hay una completa red ilegal de tráfico por los tejados y los polis aún no se han dado cuenta —posteriormente se subió al tope del tejado.

—Hombre, un poco ineptos sí que son —dije dando el mismo salto con algo más de agilidad.

—Agáchate cuando veas patrullas. Por cierto, debemos ir hacia el río, allí está la valla para salir de la zona de cuarentena. Debemos ir lo más rápidos posibles en dirección al río.

Llevábamos cierto tiempo huyendo por los tejados, saltando de casa en casa y de patio en patio. Vimos una patrulla y tuvimos que agacharnos inmediatamente. Por fortuna no nos vieron. Fue entonces cuando Pablo sacó unos prismáticos de la mochila.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté preocupada.

—Acaba de salir una patrulla policial y quiero ver la salida de la valla —con los prismáticos se fijó en algo que no acabé de entender y posteriormente me dio sus prismáticos—. Mira en frente

Hice caso a lo que él me decía, no vi demasiado.

—Ahora baja un poco la cabeza

Bajé ligeramente la cabeza intentando avistar algo. Fue cuando vi a dos policías custodiando la entrada a la valla.

—No, tío, ¿Hay patrullas? —le devolví desganadamente los prismáticos.

—Sigamos avanzando. Con suerte hay otro jaleo en algún otro punto y tienen que irse.

—¿Suelen haber líos?—le cogí de la mano para que no se escape. Una vez salía a correr no paraba.

—A cada jodido rato. La gente no sabe estarse quieta.

—Tiene gracia viniendo de ti —respondí con una sonrisa pícara

—La diferencia entre esa gente y yo es que a mí no me pillan.

—Ya, claro

—¿Qué? Es totalmente cierto. Bajemos un poco el tono y sigamos andando a ver si logramos atravesar la valla.

—Espera Pablo, si nos acercamos mucho, nos verán.

—Tranquila, me sé otras zonas de la ciudad para ir al mismo sitio sin que nos vean. Aunque creo que tendrás que ayudarme a subir en varias ocasiones —dijo Pablo. Realmente se le daba bastante mal esto de saltar pero por algún motivo se pasaba todo el día de tejado en tejado.

—Bueno, mientras pueda hacerlo, adelante.

Continuamos avanzando por la parte derecha del tejado, en la cual no nos veían. Pasamos por algunas zonas más concurridas, Cuando estábamos cerca de la valla, decidimos bajar de los tejados. Bajé de un salto y él me miró de mala ostia.

—¿Te me vas a hacer la chula delante mía?

—Para ir siempre por los tejados te dan miedo las alturas.

—Gajes del oficio. ¡Ayúdame a bajar!

—¿Y cómo quieres que te ayude a bajar? Descuélgate, salta y haz así —dije flexionando las rodillas.

—Verás tú la ostia que me voy a meter.

El muchacho se descolgó como le dije, me miró y vio que estaba lejos se dejó caer, flexionó las rodillas y antes de que se cayera lo sujeté.

—Ya está, ¿Ves? de una...

—¡Shhh! —Pablo me tapó la boca y señaló un coche de policía que venía en dirección nuestra.

—Ostia. ¿Qué hacemos? —dije preocupada.

—Joder... ¿En serio tiene que venir el jaleo a nosotros? —Pablo estaba más bien enfadado. En ese momento los policías bajaron del coche y se dirigieron a una casa.

—Escucha Pablo —le dije mientras nos ocultamos tras un coche—. Podríamos ir por las alcantarillas

—Iiiu —puso cara de asco—. Pero tienes razón. Vamos a la alcantarilla. ¿Qué podría salir mal?

—¡¡Aquí comandante Alfa!! —a unos metros detrás del coche, se encontraba un policía alertando sobre el caso—. ¡¡Ha habido un asesinato en la calle Coimbra número 24. ¡Necesitamos refuerzos para dar caza al culpable!

Pablo cerró los ojos fuertemente mientras se llevaba las manos a la cabeza.

—Mierda, ahora tenemos más razones para ir por la alcantarilla —asomó la cabeza por la ventanilla del coche. Vio que uno de los policías se acercaba hacia la fila de coches en la que ellos se situaban—. ¡Ven Sonia! —susurró. Él me llevó al capó del coche—. ¡Túmbate y ponte debajo del coche! ¡Ahora! Yo voy a este de aquí.

—¿Qué? —susurré sorprendida. Él, enfadado, me hizo el gesto de meterse debajo del coche.

Me di cuenta enseguida por el gesto de repasarse el cuello con el dedo índice. Me metí en el coche en tiempo récord y antes de que viera unas botas a mi lado derecho observé si había alguien entre los coches.

—¡¡En la fila de coches no hay nadie!! ¡Miraré debajo! —apoyó la imponente culata del fusil en el suelo

En ese momento me temblaba el pulso mucho más fuerte de lo normal, si asomaba su cabeza y nos veían a los dos, ya nos podíamos dar por muertos. Justo en ese momento recibió la contestación de la llamada.

—¡Olvídate de la fila de coches, han dado con el asesino en la calle contigua! ¡¡Está a cubierto y nos está disparando!! ¡Ha matado a dos de los nuestros!

—¡Voy para allá!

Sentí como las botas del oficial se iban alejando a cada paso y como poco a poco iba reinando el silencio. Pablo asomó la cabeza por debajo del coche asegurándose de que no había nadie. Por mi parte iba a salir cuando de repente veo la cabeza de Pablo mirándome.

—Por suerte para nosotros el asesino era gilipollas.

—¡Ah! —me asusté.

—Shhhh. No grites. Anda tira.

—Iba a salir —me quejé alterada.

—Vamos anda, te ayudo a salir —me dio la mano y nos fuimos por otra zona al ver que ya no corríamos peligro—. Sonia, de la alcantarilla pasamos ya que estamos cerca y no corremos peligro, vamos por la valla. En el suelo hay un pequeño agujero por el que poder pasar.

Efectivamente había un agujero en la zona, nuestro billete para salir de ahí por un tiempo. Uno de nosotros se deslizaba por el suelo mientras el otro sostenía los alambres con el fin de no hacernos daño. Una vez salimos de la valla respiramos aire... bueno, no era fresco, pero se notaba distinto.

—Genial, ya estamos fuera, Sonia.

Llevaba varios años sin salir al exterior y realmente se veía genial, aunque era una lástima la crueldad que había en el exterior, lo cierto es que contrastaba con la paz que transmitía la imagen de la naturaleza invadiendo la ciudad y reclamando lo que era suyo. Casas derruidas y llenas de césped, el río estaba seco debido a las pocas lluvias que se daban en la zona. El motivo principal de hacer la zona norte de Badajoz como la principal zona de cuarentena, era que la zona sur había quedado completamente inutilizada, no precisamente por la radiación que también era alta pero menos que otras zonas de España. Por tanto no era un yelmo como en todo el interior de la península. Había bastante naturaleza y aunque aún era de noche, ya se comenzaban a ver los primeros rayos de luz de la mañana. Esto hacía una vista aún más de lujo. Los rayos de luz se filtraban por el horizonte de una ciudad destruida e invadida por la naturaleza.

Pablo sacó su mapa y decidimos continuar por un puente, siempre vigilando que no nos vieran los patrulleros, quienes no dudarían en dispararnos aunque fuésemos unos críos.

—Vale, Sonia. Te quiero llevar a una zona de la Badajoz antigua que ha quedado en buenas condiciones y también mostrarte algo bastante chulo.

—¿Puedo saber el qué?

—Podrías, pero prefiero que no sepas nada antes de llegar.

—¿Ni siquiera un poquitito? —comenzaba a ponerme pesada

—No —dijo tajante.

—Borde.

—Espérate y verás. Impaciente.

—Vaale.

Atravesamos un puente que parecía que iba a derrumbarse en el último momento. Aunque el río estaba seco, quedaba algo de lodo que no pintaba muy bien. Posteriormente seguíamos por una de las calles principales. Ya estábamos bastante alejados de la valla y por tanto no podían vernos ni oírnos.

—Hala, Pablo —dije sorprendida—. La verdad que da algo de miedo y al mismo tiempo mola.

—Sí. Te dije que te gustaría pero no me hiciste caso —me respondió—. Es una zona muy bella, y al mismo tiempo peligrosa y prohibida. Justo como una rosa. Una rosa prohibida.

—Me encanta tu manera de hablar, Pablo.

Él se sonrojó, rascándose la mejilla derecha.

—Bueno, digamos que me gusta leer muchos poemas antiguos, de ahí cojo algunas de sus frases.

—Muy interesante —sonreí. Me gustaba que a pesar de ser militar le interesara la cultura anterior.

—Vamos, va —continuó andando.

Seguí a Pablo por la zona y fue cuando nos encontramos con una especie de foro baqueteado. Era el antiguo foro de Badajoz, repleto de restaurantes, salones de juegos... Una zona de las más lujosas de Badajoz. Aún con todo arruinado, se veía imponente y bastante bien.

—Mira, Sonia, ésta es la zona que te quiero enseñar. ¿Te gusta?

A simple vista se veía muy siniestro y poco acogedor, hasta daba algo de miedo, pero por otro lado me encantaría entrar en el foro.

—¿Vamos a entrar? —pregunté mirando fijamente a Pablo.

—¿Acaso lo dudas? Hace unos días llegué aquí con unos amigos pero no nos dio tiempo a ver la mejor parte. Ahora directamente iremos a la mejor parte del lugar.

—¿Y cuál es la mejor parte?

—Ven, sígueme.

Pablo me llevó por el parking, que se situaba junto a una terraza repleta de restaurantes. Estos restaurantes tenían todas las ventanas y puertas rotas, destrozadas, asomando algo de vegetación desde el interior. El letrero, se encontraba caído y con las luces amarillentas y desgastadas.

—¡Entremos en ese restaurante! —me dijo emocionado—. ¡Quiero enseñarte algo muy chulo!

El restaurante en cuestión se notaba a leguas que fue de lujo en su momento. Manteles muy decorados, una carta muy bien cuidada, las lámparas que colgaban del techo solo quedaba el cable, el suelo estaba arrancado y eso me llamaba la atención.

—Pablo, ¿por qué algunas baldosas del restaurante están arrancadas?

Él se rascó la cabeza y posteriormente se llevó la mano a la barbilla, pensativo.

—Bueno... probablemente fuera debido a que las baldosas serían de un material caro para venderlo.

Nos fijamos en los muebles y cajones, todos abiertos y vacíos.

—Pues los platos y cubiertos también debieron ser caros ¿no?

—Sí. Eso parece —el chico movió una silla y se sentó en ella con cuidado. Posteriormente se arrimó a la mesa.

—¿Qué vas a hacer? —pregunté sonriendo.

Él comenzó a imitar un acento francés.

—¿Le impogtagía pog favog dagme un vaso de vino?

—¿Vino? —pregunté extrañada.

—Nah, olvídalo, es una bebida alcohólica. —extendió su brazo hacia enfrente suya—. ¡Ahora siéntate que tengo un bocata para ti!

—¿Un bocata? No te esperaba compartiendo nada conmigo.

Pablo me miró con su ya característica sonrisa.

—Es nuestro último día y me has caído bien durante estos años, ¿Por qué no darte algún capricho? —se abrió de manos y sacó un bocata de la mochila—. Anda ven, desayunemos en un restaurante de lujo en medio de un foro destruido por una guerra radioactiva

No pude evitar reírme, y tímidamente me senté enfrente suya.

—Pero solo tienes un bocata...

—Shhh —él sacó su navaja, una idéntica a la que él me dio y con ella partió el bocata en dos—. Ahí tienes tu parte.

—Vaya, me sabe mal porque no tengo nada para darte.

—Ni te molestes, a esta ronda invito yo —dijo en su guasa.

Estaba algo nerviosa de estar con él en un sitio así. Comenzamos a comer mientras veíamos el amanecer al horizonte, ya que este restaurante tiene vistas de la montaña y se veían perfectamente los amaneceres.

—Eh, mira esto —dijo leyendo una especie de papel que había encima de la mesa—. Los... calamares a la romana... valen 8 euros la ración ¿Te apetece si pedimos algunos? vienen con lechuga y limón.

—Por mí no hay problema... aunque ahora que lo pienso... ojalá algún día pueda probar pescado.

—La verdad que sí —continuó leyendo—. Mira, ahora que estoy en la sección de mariscos. La... paella valenciana por... —entrecerró los ojos tratando de mirar el precio—. 35 euros las 4 personas. Joder, esto era un abuso —dijo arqueando una ceja.

—Madre mía, antes la gente llegaba aquí, pedía su comida, pagaba y se iba. Bonito chollo ¿No?

—Jajaja, ojalá volver a esos tiempos. —dijo acabándose ya su bocata. Luego me acabé el mío un rato después.

—¿Iremos a otro sitio, verdad?

—¿Qué esperabas? ¿Sólo ésto? Aún hay mucho más, tenemos cerca de 4 horas.

—Bueno, pues continuemos, ¿A dónde quieres ir ahora?

Pablo decidió ignorarme mirando hacia otro lado. Cuando de repente pone una cara de asustado.

—Ostia —se asustó un poco.

—¿Qué? ¿¡Qué pasa!? —pregunté asustada mirando a mi alrededor.

—Me he olvidado el dinero, para pagar el bocata —comenzó a reír bastante fuerte.

—Maldita sea, me has asustado de verdad —sonreí ligeramente molesta. En realidad me encantaba su humor.

—Hagamos un simpa —me propuso como si yo entendiera algo de lo que me decía.

—Eh... ¿estás bien? ¿qué coño te pasa?

—Un simpa era cuando te ibas sin pagar jajaja. Lo vi en una de estas series de mierda que echaban antiguamente.

—¡Oh! entiendo —dije siguiéndole el rollo—. ¿Entonces nos tenemos que ir sin que nos vean? —él asintió esperando que se me ocurriera algo. Por mi parte no sabía muy bien qué hacer. Miré hacia los lados como si el bar estuviera lleno de gente—. ¡Ahora! ese camarero de allí está dado la vuelta, ¿Vamos? —pregunté señalando en dirección a la barra

—¡¡Vamos!! —se levantó de la mesa y salió corriendo por la puerta principal del restaurante—. ¡Sígueme, Sonia!

Seguí al chico, continuamos corriendo hasta dar con un edificio interior. Me llevó por lo que parecía una escalera mecánica y fuimos corriendo hasta que dimos a parar a lo que eran dos enormes pasillos con numerosas tiendas, algunas mantenían los cristales intactos, otras tiendas habían sido también saqueadas. La planta baja estaba encharcada, debido a que el techo estaba en parte caído, por tanto el agua de la lluvia se filtraba por ahí dando a parar a la planta baja

—¡Hala! —se sorprendió Pablo. Miró el techo bastante estupefacto—. Pues nunca había estado aquí cuando vine.

Yo me limité a ver el tipo de tiendas que había. Me fijé en un cartel en el suelo que ponía "moda chicas"

—Mira, Pablo, son tiendas de moda.

—Escucha, tengo entendido que aquí hay una sala de juegos, ¿Qué tal si intentamos dar con ella?

Me encogí de hombros y le di un ligero golpe en el hombro.

—Vamos, pues. A ver qué nos encontramos.

Bajamos por una especie de escalera mecánica, algunos de los peldaños no estaban dejando la escalera sin nada. Tuvimos que dar algunos saltos para pasar la escalera. Atravesamos un pasillo que estaba bastante oscuro, no se veía casi nada debido a que la luz del sol no alumbraba a la zona que nos encontrábamos. Continuamos por el centro comercial, realmente la cantidad de tiendas que habían eran demasiadas y de mucha variedad. Atravesamos una librería donde Pablo robó otros dos libros.

—Con estos libros ya tengo para pasar las tardes jajaja. —sopló para quitarle el polvo—. Hmmm... Oniria, el mundo de los sueños... tiene pinta de ser un buen libro. A la mochila.

—Jajaja, anda vamos. Ladrón de libros

Él se encogió de hombros.

—¿Qué? Al autor no le importa.

Seguimos por unos boquetes que había en las paredes. Una de las cornisas del centro comercial se había derrumbado. Y fue entonces cuando descubrimos la sala de juegos.

—Ooooo. Por fin. Entremos —Pablo no se lo pensó y entró a la sala.

En la sala habían canastas, mesas de billar, de futbolín, de pin pon, una bolera al fondo, era realmente una sala inmensa, también había una barra con varios taburetes caídos y todo excesivamente polvoriento y oscuro. No se veía demasiado.

—No sé, tú, a mí la verdad que me da un poco de miedo entrar —comentó dándose la vuelta y situándose detrás de la puerta.

—¿No eras soldado?

—Si, capulla, pero no soy imbécil.

—Discutible...

El chico me dio una colleja leve.

—Eres lo peor.

—Lo sé, soy terrible. 

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