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Capítulo 16: Siguiendo la pista.

A la mañana siguiente después de haber operado a Alex, noté los primeros rayos de sol penetrar desde la ventana justo a mi cara. Debajo de mi cabeza noté una respiración, me encontraba apoyada sobre Sergio. Decidí levantarme para no molestarle y salir a investigar un poco. Ahora que los infectados habían escapado y era de día, era un buen momento para salir a investigar el matadero sin el peligro que suponía antes.

Cogí mi mochila, cuchillo y pistola y me dirigí de nuevo al matadero. No obstante, aún me transmitía cierto terror por lo que encontré dentro pero dispuesta a mirarlo de otro modo, esta vez las condiciones eran distintas. Había menos tensión.

Levanté la silla cautelosamente de la puerta y fue cuando me di cuenta de que no podía cerrarla desde fuera sin quedarlos encerrados a ellos. Por tanto, volví a poner la silla y salí por la puerta trasera que requería de llave. Metí la llave en la cerradura, forcé un poco pero no se abrió, probé con otra llave y esta vez conseguí abrirla.

—¡Vamos! —susurré eufórica.

Una vez fuera, comencé a ver a lo que nos enfrentamos ayer, una riada de tóxicos se mantenían en el suelo, algunos aún con vida y arrastrándose muy lentamente, pero la verdad que daba bastante miedo el ver todo lo que había dentro de ese infernal edificio.

Atravesé la zona de aparcamiento del matadero y volví a entrar por la puerta principal. En seguida noté un aire familiar, solo que esta vez me sentía algo más segura, los conductos de ventilación que antes colgaban del techo, se habían caído definitivamente, y el pasillo "infinito" ahora se veía mucho más corto y menos aterrador esta segunda vez.

Ahora, había un "recepcionista" en la entrada que no vi la primera vez. Decidí ir a por él para ver si guardaba algo, alguna pista o si sabía algo sobre los Taurus. Necesitaba saber más sobre este grupo, y si eran los que nos habían estado persiguiendo todo este tiempo.

Llevaba un uniforme militar con la bandera de España en estado de guerra en un brazo. Era un militar. No tenía una placa que dijera su nombre, por tanto deduje que fue quien custodiaba el matadero, tampoco había notas, diarios o mapas en sus bolsillos.

No me atrevía a atravesar Plasencia con los chicos sabiendo que hay un grupo tan peligroso rondando por la zona. Necesitaba saber su paradero, si seguían en Plasencia o no y a dónde habían ido.

Continué avanzando por el matadero en busca de pistas. Fui por la oficina la cual estaba en muy mal estado, pues la cristalera se había roto entera, una columna permanecía caída que se apoyaba sobre la pared y una mesilla junto al ordenador. El techo se encontraba caído y, de hecho, se podía subir ahí arriba, pero no creía que el techo aguantase. Miré cajón por cajón, solo había contadores y contadores de la economía del lugar, que en un principio no me resultaban nada interesantes. Hasta que de repente vi una parte un tanto... peculiar ¿carta de precios? ¿Qué cojones...?

Muslo de varón: 15 cartillas de racionamiento

Muslo de hembra: 16,5 cartillas de racionamiento

Muslo de niño: 19 cartillas de racionamiento...

—¿Qué es esto? —he de decir que a pesar de todo miré la carta con cierta hambruna, esto de no comer en días juega mala pasada—. ¿Una granja de humanos?

Continué mirando la libreta, para acabar viendo un sello al final de: "gobierno de Plasencia"

—Y encima aprobado por el gobierno. —tiré la libreta a otro lado—. A ver, hay que reconocer que al menos esta mierda les funcionó temporalmente. Jodida salvajada de humanos que habría aquí...

En la oficina no encontré nada más, solo papeleo y papeleo, nada que me resultara interesante. Y si lo había, pues no lo encontré. Decidí volver a bajar a la zona que daba miedo, aunque visité las salas donde se cometieron sacrificios. "¿Por qué rayos matarían de esa forma a un bebé?" me preguntaba.

Más allá del trazo satánico en el suelo y el mensaje de Lucifer no encontré mucho más. No había más cuerpos en la sala, solo el niño. Tapé el niño con la manta del suelo y continué por el pasillo cuando de repente noto un forcejeo en la puerta del matadero... Saqué la pistola, esperaba que fuera Sergio o alguno de ellos, pero como decía mi padre, dispara primero, pregunta después. No tan así, pero la verdad que razón tenía.

Esperé que abrieran la puerta mientras miraba escondida. Era Sergio...

—S-¿Sonia? —dijo asustado mirando a sus lados.

Decidí permanecer quieta, junto a una estantería al lado del pasillo esperando que se diera cuenta de que le estaba apuntando con un arma a la cabeza. Aunque por si acaso, tenía puesto el seguro.

Vi como miraba asustado a todos lados, con un cuchillo en sus manos... «Ya está volviendo a agarrar mal el cuchillo.» —pensé mirando hacia arriba.

Miró por encima la oficina, viendo que todo estaba tirado por el suelo, posteriormente miró el enorme pasillo y luego se quedó mirando fijamente la estantería donde me encontraba yo, entrecerrando los ojos y acercándose lentamente.

—¿Sonia?

—¡Pujggh! —hice el sonido de que le disparaba.

—¡¡Ostia!! —se asustó al ver el arma y se cayó al suelo. Fue cuando salí a reírme de él.

—¡Jajajaja! Tendrías que haberte visto la cara de asustado.

El me miraba algo enfadado pero al fin y al cabo no pudo evitar reírse de la situación.

—Tío, no puedes entrar a un sitio y gritar ¡holaaaaa! ¿Hay alguien? —lo imité con cierto desparpajo y parodia—. Si hay alguien... ¿¡Me podéis matar!?

—Muy graciosa —se quejaba el chico aún en el suelo.

—Levántate, he encontrado algo que me llama la atención —el muchacho se levantó y se peinó un poco el pelo. Aaproveché para dirigirme de nuevo a la oficina y miré el boquete que había en el techo—. Ese boquete de ahí

—¿Qué pasa con ese boquete? ¿Vas a subir ahí?

Negué con la cabeza mirándolo con cierta malicia. Lo señalé, y luego señalé el boquete por el que él subiría.

—¿Qué? ¿Voy a subir yo? —preguntó con algo de miedo mientras yo asentía—. ¿Para qué? ¿No sería mejor que yo te ayude a subir y luego me subas tú?

—No —respondí—. Solo quiero que me digas qué hay.

—¿Y si...?

—Y si... ¿qué? —levanté una ceja

—Podría haber algún bicho ahí arriba.

Yo levanté las cejas y me crucé de brazos.

—Estás armado —dije con tono desafiante señalando su pistola—. ¿Qué podría salir mal? Vamos va. Sube.

—Hmm. Está bien. Pero como me coma un bicho de esos espero que recaiga sobre tu conciencia.

—Déjate de dramatismos y haz lo que te digo.

El chico aceptó sin nada más que añadir. Me coloqué para subir a Sergio sobre mis hombros y luego ponerse de pie poco a poco con ayuda de la pared. Consiguió agarrarse al techo y subir de un salto. Tuve que empujarlo un poco con los brazos hacia arriba.

—¡Ya estoy!

Lo miré algo enfadada.

—¿¡Alguna vez te he reprochado tu manía de dar voces por todo!? —le susurré algo enfadada.

—Más de las que recuerdo. Perdona—se disculpó.

Acto seguido, el muchacho se fue a mirar por la zona y yo me quedé esperando un poco, pensando en cómo volver a darle algún susto. Pero luego recuerdo que va armado y se me pasa.

Pasaron algunos minutos, comenzaba a estar algo tensa y en verdad comencé a preocuparme, tardaba bastante y los pasos que oía por el techo se notaban bastante. Al parecer era una zona amplia.

—¡Sonia! —Sergio apareció por el otro lado y me pegó un enorme susto que me hizo rápidamente sacar el arma apuntándole.

—Joder, Sergio, ¡Que no grites, coño!—bajé el arma de inmediato

—¡Tienes que estar atenta!

—Estaba atenta, de hecho... bah es igual ¿Qué has encontrado? Si son balas tienes premio y si es comida premio doble.

—Es el almacén —me comentó algo más calmado pese a su entusiasmo—busca la manera de subir, está repleto de cosas —justo me enseñó una bolsa al vacío de algún animal muerto y un refresco.

—¿¡Qué!? —se me escapó un pelín más alto de lo normal

—Cómo oyes. ¿Quién grita ahora, eh?

*unos minutos más tarde...*

El almacén se encontraba bastante solitario con algunas botellas y papeles esparcidos por el suelo polvoriento que dejaba marcada cada huella que pisaba en él. Las paredes metálicas estaban corroídas por el óxido y las manchas de humedad, dejando un hedor agrio y rancio en el aire. El techo, cubierto por vigas desiguales, crujía ligeramente con cada ráfaga de viento que entraba por las ventanas rotas. Aunque claramente había sido saqueado, todavía quedaban restos de comida enlatada, cajas de cereales caducados y bolsas selladas que no habían sido tocadas. Suficiente para subsistir, al menos por una semana más.

—Joder, Sergio. Subir a este almacén ha sido de las mejores cosas que has hecho nunca —dije probando latas de albóndigas como si fuera agua—. Está al nivel de aquella vez que encontraste agua en la cabaña.

—Hmmm —Sergio abrió una lata bastante grande de comida del ejército—. El mejor desayuno del mundo.

—Ya ves —tiré la lata que me acababa de comer mientras miraba a mi alrededor.

La tensión en el aire se había disipado un poco después de que nos llenáramos el estómago. El silencio del almacén era perturbador, interrumpido solo por un ocasional eco que desconocía su procedencia. Me incorporé, ya más relajada, mientras mi mirada vagaba por las sombras que se extendían en el fondo del lugar.

—¿A dónde vas, Sonia? —preguntó Sergio desde su posición, sentado en el suelo con las piernas cruzadas.

—Voy a ver mejor el ático. —respondí mientras le tendía la mano—. ¿Vienes? A lo mejor hay algo más que latas.

—Me voy a aburrir aquí solo, así que voy contigo. —Sergio tomó mi mano, levantándose con cierta pereza.

—Genial. —sonreí levemente.

Subimos las escaleras de metal que llevaban al ático, cada paso resonaba en el silencio del lugar. Al llegar, el ático estaba ligeramente iluminado por unas ventanas laterales, apenas suficientes para discernir la figura de las cosas. El lugar estaba repleto de estantes metálicos cubiertos de polvo, cajas mal apiladas, y lo que parecían ser antiguos registros de contabilidad. Había un olor a humedad y papel viejo, pero lo más importante: comida y municiones.

—Bueno, esto no está tan mal... —murmuré mientras caminaba entre las cajas, pasando los dedos por las etiquetas amarillentas—. Al menos tenemos balas y comida por un tiempo.

—¿Balas? No pensé que encontraríamos algo tan útil aquí. —Sergio levantó una de las cajas pequeñas que contenía municiones y la examinó con cuidado—. ¿Y esas libretas? ¿Son algo interesante?

Comencé a ojear algunas de las libretas que estaban esparcidas sobre una mesa polvorienta. Las hojas estaban llenas de números y garabatos, parecía ser un inventario comercial, no tenían ningún valor.

—Nada relevante. —resoplé mientras dejaba caer una libreta de nuevo sobre la mesa—. Solo cuentas del gobierno.

—¿Me dejas buscar por otro lado?

Yo asentí y lo dejé a sus anchas, sabía que aquí no había peligro por tanto le venía bien algo de libertad. yo me mantuve ojeando algunos cajones y demás. Al poco tiempo le escuché nuevamente.

—¿Sonia? —esta vez lo dijo más bajo para evitar que le regañara.

—Dime.

—He encontrado algo. No sé si te ayuda en lo que sea que estás buscando.

Me encogí de hombros y me dirigí a él.

—Enséñamelo a ver.

—Sígueme

Seguí al chico hasta llegar a lo que parecía una sala de reuniones. Una mesa de madera desgastada ocupaba el centro de la habitación, llena de arañazos y marcas de cuchillos que revelaban la intensidad de la situación . Sobre ella, varios papeles desordenados se esparcían junto a tazas vacías y cenizas de cigarrillos. En la pared, un enorme mapa de la ciudad dominaba la vista, cubierto de garabatos, flechas rojas y círculos mal trazados con rotulador, como si hubieran estado planeando tácticas apresuradamente. Las líneas parecían rutas de escape, puntos de ataque y defensas improvisadas.

Me acerqué a la mesa y tomé uno de los folios arrugados. Las palabras escritas en él estaban llenas de anotaciones al margen, tachaduras nerviosas y frases incompletas, como si las decisiones se hubieran tomado bajo presión. Leí las primeras líneas, tratando de entender qué había ocurrido aquí.

—"La guerra contra los Taurus está siendo devastadora, a pesar de su armamento rudimentario, son demasiado listos y nada de lo que el ejército hace resulta efectivo contra ellos. La ciudad está en una situación crítica y violentamente atacada por los Taurus. Jamás pensé que esta facción anarquista pudiera causar tanto mal en la ciudad. No obstante, lucharemos. Los soldados españoles siempre hemos sido conocidos por nuestra valentía en combate y por preferir la muerte a la deshonra. Jamás daremos un brazo a torcer, por nuestro pueblo, por aquellos que se alistaron a nuestras filas y por aquellos que confían en nosotros"

Le di la vuelta a la hoja.

—"Realizaremos un último ataque con todo sobre su base, en la cafetería la 5 avenida y el parque de los pinos. A última hora de la madrugada y que sea lo que Dios quiera. Estos terroristas jamás se harán con la ciudad de Plasencia. No lo permitiremos y si lo hacen, será sobre nuestro cadáver. Defenderemos la ciudad con nuestra vida si hace falta".

Puse de nuevo la carta sobre la mesa y vi a Sergio mirándome emocionado.

—En resumen, los militares tuvieron una brutal guerra contra los Taurus y perdieron ¿No? —preguntó Sergio, quien había permanecido atento a lo que estaba narrando.

—Eso parece. Pero tendré que comprobarlo —dije mientras abría la mochila y metía las notas y un mapa en la mochila.

—¿Cómo que comprobarlo? —Sergio me miró preocupado—. ¿No pensarás ir hasta allí, verdad?

—Necesito comprobar que la ciudad de Plasencia es segura. No puedo permitir que nos quedemos aquí habiendo una facción militar que fue capaz de derrotar al ejército.

Me dirigí hacia la otra sala en busca del cartucho de balas y armas. Sergio me siguió bastante alterado.

—Precisamente, si ellos no pudieron, militares preparados para una guerra no pudieron, ¿Qué te hace pensar que podrás tú sola contra ellos? —en su forma de hablar, se notaba un tono ciertamente enfadado pero al mismo tiempo preocupado.

—No voy a tener enfrentamientos con ellos.

—¿Y por qué has cogido un fusil de francotirador antes? —enarcó una ceja.

—Tiene mira ampliable. Justo lo que quiero —le di una palmada en el hombro—. Escucha, tengo mapa, buscaré un punto alto de Plasencia cercano al sitio y miraré con el francotirador a ver si hay movimiento. Te prometo que no habrá pelea.

—Voy contigo —dijo decidido.

—Es peligroso y seguramente tenga que escalar y subir por sitios altos. Aquí estás más seguro.

—¿Y qué narices voy a hacer aquí?

—Siempre puedes llevar comida a esos pobres niños hambrientos —me puse de cuclillas y coloqué mis manos en sus hombros—. Sé dueño de tu corazón —le pasé mis dos dedos desde la frente hasta la barbilla, pero él me los quitó inmediatamente de un zarpazo.

—¡No!

—No me seas dramático. Estaré en breves —encogí los hombros con algo de sarcasmo

—No me gusta que vayas sola por ahí.

Rodé los ojos y lo miré enfadada mientras me levantaba del suelo.

—¿Quién te ha enseñado a ser tan serio en la vida? A veces eres un muermo —lo empujé con despecho y me dirigí hacia la salida bajando las escaleras del ático.

—Yo también me lo pregunto... —susurró medio enfadado y mirándome a mí con picardía.

—Anda no te enfades. Busquemos alguna manera de bajar que no sea por el boquete ¿Vale? —coloqué mi brazo sobre su hombro y el chico asintió.

Avanzamos por las numerosas estanterías hasta dar con unas escaleras que daban a una puerta que se encontraba tapada con una estantería y cerrada con llave, pero las llaves estaban dentro. Me di la vuelta para que me ayudara con la estantería y fue cuando me fijé que Sergio se había quedado atrás.

—¿Sergio? —me di media vuelta y lo encontré hurgando en una estantería, subiéndose a lo alto y palpando con cierta travesura la balda más alta—. ¡Bájate de ahí, te vas a caer!

—¡Ojo! —dijo Sergio cogiendo una bolsa de lo alto y dando un salto después para bajar—. Una bolsa de galletas —luego me miró con algo de incertidumbre—. ¿Puedo quedarmela?

—Sí —rodé los ojos.

El chico miró en su mochila y se guardó la bolsa de galletas bastante feliz.

—¡Vamooos! Ya tengo merienda —se relamió los labios—. ¿Te apetece compartirlas?

—Cuando vuelva. Si me guardas algunas te lo agradecería.

—Va... —agachó un poco la cabeza

Levantamos entre los dos una estantería que se encontraba en el suelo y abrimos la puerta con llave. Las llaves estaban colgadas en una estantería desde dentro. Abrí con cuidado la puerta y la cerré.

—Anda, pues ya tenéis acceso a la planta de arriba —le dejé la llave a Sergio y él la guardó en su bolsillo.

—Vale.

—Si vais a volver a por cosas, venid únicamente al almacén. La zona de abajo no la he investigado y puede ser peligrosa, ¿Queda claro? —pillé una goma para el pelo y me hice una coleta para salir de casa.

—Si... —suspiró el chico.

Continuamos andando para salir de la sala hasta que vi a Sergio pararse en la entrada de la puerta. Pensé que no quería ir primero así que traté de avanzar.

—¿Prefieres que vaya delante?

—Eh... —Sergio me paró con el brazo—. Antes de que te vayas... ¿No vas a contarme lo de ayer?

Lo miré fijamente a los ojos, lo veía como impaciente por algo. No sabía que quería decirme...

—Sí. Pero primero necesito hacer esto ¿vale? Luego hablamos.

Él asintió cabizbajo y continuó por el pasillo algo triste. Noté que estaba triste porque de vez en cuando sollozaba.

—Ey —lo sujeté del hombro. Él se paró enfrente mía, seguía cabizbajo—. Hablaremos después, te lo prometo. Además, has encontrado comida y munición, eso es mucho premio. Prometo estar...

—No es eso... —interrumpió.

—Y entonces ¿Qué es?

—Si esos radicales te encuentran... —tragó saliva y no pudo continuar—. No vayas... Por favor.

—Sergio, no voy a hacer nada que no sea mirar desde lo lejos, si hay gente, me doy media vuelta, si no hay gente, voy a dicha cafetería.

—Vale... —se dignó a mirarme a la cara, se secó una lágrima y posteriormente asintió—. Ten cuidado.

—Como siempre... —abrí la puerta, pero ésta chocó con mi pie y al intentar avanzar me di un golpe con la puerta en la cabeza—. Ostia puta... —me señalé la cabeza mientras me quejaba.

—Joder, ¿enserio?

—Si... Sí hijo, sí. Así de burra soy. Vuelvo enseguida.

***

Decidí ir ligera de carga, en mi mochila solo llevaba el cuchillo, algo de agua, más el fusil de francotirador, que era realmente lo que más pesaba. Iba a escalar y a trepar por los edificios para poder ver mejor. Si la ciudad de Plasencia fue una zona militarizada, los terroristas se moverían principalmente por los tejados durante el toque de queda. Pero paseando por las calles, no alcanzaba a ver si había o no puentes levadizos.

Saqué el mapa en cuanto vi el nombre de la calle, para ver donde me encontraba. Plasencia se había convertido en una ciudad bastante más grande debido al aumento de la población y a las reformas que hizo el presidente, los edificios se encontraban mucho más altos y juntos, lo que facilitaba el paso por los tejados. Encontré un edificio que era muy alto, decidí entrar forzando la puerta principal, el interior era oscuro y el aire se comenzó a notar pesado y un olor a abandono.

Comencé a subir por las escaleras hasta llegar a la tercera planta. Al parecer un derrumbe impedía el paso a la planta cuarta, así que me colé en uno de los apartamentos. La presencia de juguetes tirados por el suelo y una pequeña bicicleta rota en el pasillo sugerían que aquí habían vivido niños. Sin embargo, todo estaba cubierto de una fina capa de suciedad, como si hubieran huido hace mucho tiempo. Sobre una mesa de mármol, una extraña placa negra captó mi atención, pero no tenía tiempo para detenerme a analizar lo del viejo mundo. Me centré en mi objetivo: encontrar una forma de subir al siguiente piso.

Arrastré una mesa hacia el balcón, el sonido contrastaba fuertemente con el silencio que se escuchaba en el edificio, parecía como si incluso temblase el piso, pero debía subir. Me subí a la mesa y di un buen salto hasta llegar a la siguiente planta, pero para mi frustración, la ventana estaba cerrada.

—Joder... ¿enserio? —me quejé mientras me mantenía colgada. Me volví a bajar, cogí la navaja y volví a subir, para romper la ventana. El ruido nuevamente fue fuerte, pero no me detuve, aparecí en el cuarto de baño de un tipo que se encontraba muerto en la bañera. El cadáver me observaba fijamente.

—Buenos días... —murmuré con ironía mientras abría la puerta y salía de nuevo. De momento no vi ni rastro del grupo.

Tras mucho subir escaleras, me encontré con el primer rastro de Taurus. En el piso 7. Un hombre con uniforme militar, solo que en lugar de poseer la bandera de España poseía una estampa de un toro de lado pintado de rojo y negro. Tenía un disparo en la cabeza.

Miré a mi alrededor, y vi la procedencia de la bala, pero no vi ninguna ventana. Debió de haber sido ejecutado por alguien aquí mismo. Pero no he visto ningún cuerpo más ni de militar ni de Taurus. Miré en sus bolsillos y tenía un mapa exactamente igual que el mío junto a una nota.

"Gracias por pasarte al bando de los Taurus. Nuestra líder estará agradecida. En cuanto oigas los primeros disparos escóndete donde puedas. Nosotros nos encargaremos de todo y serás bienvenido al bando de los Taurus. Sé que has vivido con miedo a que te descubrieran pero tu información nos ha sido muy valiosa. La ciudad será nuestra."

Enzo

—Hala, qué cabrón —dije mientras miraba nuevamente al militar—. Algunos cambiaron de bando por miedo a morir... Pobre comandante. Estaba entre una panda de traidores.

Acto seguido continué subiendo los últimos peldaños hasta dar con el tejado. De ahora en adelante será pan comido llegar a donde está la cafetería, Avancé por los tejados de la ciudad y desplegando algunos puentes levadizos por los cuales los grupos paramilitares se moverían durante el toque de queda, en el cual el ejército tomaba las calles. Las vistas de la ciudad desde las alturas eran bastante bonitas, se alcanzaba a ver el hospital desde aquí. Aún recuerdo a Tania... comprendo el porqué me atacó, me hubiera gustado encontrar otro respirador para ella pero no pudo ser. Hubiera sido una buena aliada, se las apañaba bastante bien.

Salté hacia un canalón que había en una casa para subir al tejado desde el cual podía ver mejor la cafetería. Me encontraba justo enfrente, me agaché junto a la pequeña pared y saqué mi fusil. A simple vista no vi movimiento en ninguna parte.

—Vale... vamos a ver qué hay...

Amplié la mira hasta ver las ventanas de la cafetería, esperé unos minutos, pero no vi movimiento. Retracté la mira hasta observar las afueras. Había muchos muertos, tanto militares como de Taurus, fue una guerra brutal al parecer. Observé que había algunos infectados cerca... me tentaba practicar algo de mi puntería, pero me daba miedo si eso alertaba a una horda de tóxicos. Así que simplemente me quedé observando un rato más, a ver si encontraba gente. Si en una hora no viene nadie, será señal para entrar en la cafetería.

***

Tras una hora observando, por fin observé algo de movimiento, llegué a ver un carro de combate en la autovía, pero no se dirigieron a ningún punto de Plasencia. Había gente pero no me sentí amenazada.

—Lo mismo una horda de tóxicos se los cargaron a todos y a tomar por culo. —dije mientras guardaba mi fusil para intentar bajar hacia la cafetería.

Miré hacia abajo a ver si había algún saliente ya que me daba pereza bajar por los pisos. Salté al siguiente tejado hasta un canalón e intenté bajar poco a poco pero de repente el canalón le dio por soltarse.

—¡No me jodas! —me quedé colgando un tiempo hasta que me aferré a uno de los cables de tensión, cosa que dio igual porque también se rompió, haciéndome de liana derecha hacia la pared. Intenté poner los pies pero choqué de lado.

—¡Ah!

Me solté del cable a uno de los carteles que había en el primer piso pero también se desancló y acabé cayendo al suelo junto a mi orgullo.

—¡Plasencia, que te jodan! —me levanté dolorida. El último golpe sí fue duro... Definitivamente bajar es más rápido que subir pero no tan saludable.

Tras la marcha de Sonia, me dirigí a la caseta donde estaban los demás dormidos, y decidí agarrar el manual de supervivencia de Sonia para ver qué cosas podía fabricar. En el almacén encontramos un montón de materiales y de cosas que podrían venir bien si tuviéramos algún combate.

En los estantes encontré un fusil de francotirador más grande que el que llevaba Sonia. Lo cual me sorprendió bastante, estaba muy escondido como para poder verlo. Decidí simplemente dejarlo ahí y continuar mi búsqueda.

Miré por cada estante, hasta que escuché la puerta abrirse. Era David o Airón. Bajé las escaleras por la puerta que necesitaba una llave. Me oculté mientras me dirigía hacia ellos con bastante sigilo.

—¿Sonia? ¿Sergio? —preguntó uno de ellos.

Solo llegué a escuchar dos pasos, por tanto era solo uno el que había. Me mantuve alejado todavía escondiéndome entre los estantes y tratando de ver a David. Finalmente lo observé, pero cuando miró para mí me puse nervioso y tropecé con un trozo de pared que había en el suelo.

—¡Ah! —gritó David asustado retrocediendo y buscando en su bolsillo.

—¡No, soy yo! —dije para que no se fuera.

—Joder, Sergio... —comentó acercándose hacia mí.

—Estás muy poco atento. ¿No me viste esconderme aquí? —pregunté con bastante confianza.

—Pero si te he pillado, tonto —comentó observando a sus alrededores con cierta curiosidad.

—Bueno, por la cosa esa que hace demasiado ruido.

—Me has asustado bastante. No vuelvas a hacer esto. —dijo en un tono más firme.

—Está bien —dije rascándome la cabeza—. Mira, ¿Quieres venir? He encontrado algunas cosas bastante interesantes por aquí.

El muchacho se acercó a mí y lo guié por la zona de arriba. Él estaba algo nervioso, lo cual era algo normal viendo la cantidad de tóxicos que salieron ayer de aquí.

—¿Es seguro esto? Quiero decir, no se irá a romper el suelo, no?

—He estado antes con Sonia y no pasó nada. Tú confía en mí.

—Está bien.

En el camino a la cafetería no paraba de haber cadáveres, y de ambos bandos, tanto taurus como militares.

Pasé a investigar la cafetería. Abrí con cuidado la puerta y vi que no había nadie, al menos en la zona de recepción. Escuché varios gruñidos de tóxicos por la zona. Fue entonces cuando eché de menos mi arco.

Intenté acercarme poco a poco, y vi que el uniforme era el mismo que el del anterior Taurus muerto. Una vez estaba lo suficientemente cerca acabé con el de un cuchillazo y el otro corrió la misma suerte.

Investigando por la cafetería entré en una sala en la cual vi una fila de militares fusilados con una mesa grande en medio y una serie de notas. Agarré la primera que vi y por primera vez había fecha. 22 de julio de 2072.

—¿Fue de hace 4 años? —miré mejor la letra, pero sí. Era de hace 4 años. No obstante, Tania los mencionó, con lo cual era de esperar que aún sigan haciendo operaciones o incluso puede que el mismo carro blindado que antes vi fueran ellos.

La carta no era más que una especie de acuerdo para expulsar a los militares de la ciudad de Plasencia. Estos pasarían a ser ciudadanos normales y a entregar la ciudad a cambio de seguir con vida pero... no estaba firmado.

—Supongo que ese es el precio por hacer que prevalezcan unos ideales.

Comencé a pensar en los ideales del ejército y a hacerme a la idea de lo jodido que tiene que ser estar atado a un código del honor o de la guerra o de lo que quiera que fuese. Estoy segura que muchos de estos militares en el fondo quisieron firmar el tratado pero el comandante "prefirió la muerte a la deshonra"

Una vez habiendo sabido la verdad, preferí volver a casa bastante más tranquila. Los Taurus no suponían un problema, al menos por ahora. 

CONTINUARÁ

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