Capítulo 1: La vida en la cabaña
A la mañana siguiente, nos levantamos, y continuamos la caminata. Llevamos caminando cuatro días seguidos en busca de un asentamiento seguro donde poder pasar este mes de invierno. La tienda de campaña comienza a agrietarse y no nos protege de las ventiscas que aparecen en la noche. Desde que los árboles se secaron y cayeron, el viento es mucho más fuerte.
Por fin, tras mucho caminar, vimos a lo lejos de la llanura una cabaña.
—¡Sonia! ¡Allí! —señaló Sergio bastante excitado
—¿Eh?... —levanté la cabeza del suelo bastante sorprendida—.Ostias, ya era hora de encontrar algo
Nos fuimos acercando a ella poco a poco, nuestras piernas comenzaban a temblar en cada paso, pero debíamos aguantar hasta allí.
—Vamos, anda, no queda nada.
—Estoy cansadísimo, Sonia.
—Los dos lo estamos, pero recuerda nuestro objetivo.
—Ir al norte, lo sé, pero de nada sirve ir al norte, si vas a llegar en silla de ruedas.
—Ya te gustaría llegar en silla de ruedas.
Sergio sonrió.
—La verdad que no estaría mal, así no tendría que caminar. Me llevarías tú.
—Sí, claro. Anda, déjate de quejar —dije al observar la cabaña a nuestro lado—. Que ya hemos llegado.
—Mira este lugar —dijo el muchacho observando el valle—. Parece bastante bonito ¿no?
—El valle del Jerte —dije leyendo uno de los carteles. En él se alcanzaba a ver una imagen borrosa pero bastante florida de este, cosa que me llegó a fascinar.
—Es que... no veo muy bien —me miró.
—Estos brotes blancos son cerezos en flor. Si no recuerdo mal, florecían en primavera.
El chico se quedó mirándome con algo de incredulidad.
—Me parecían carteles alertando del virus —respondió. Yo lo volví a observar algo triste.
—Nah, este cartel parece mucho más antiguo que el virus.
—¿No te parece raro que haya habido una guerra nuclear y el puto cartel siga en pie?
—¡Oye! Esa boca, niño, al final se te va a pegar la forma de hablar de los comerciantes esos.
—Es que te hace parecer chungo
—Chungo... venga a la cabaña y déjate de tonterías.
La cabaña se notaba a leguas que fue habitada hace mucho tiempo y estaba en mal estado. Aun así, no había otra opción para resguardarse del frío y decidimos entrar, la puerta estaba cerrada, así que aprovechando el mal estado de la madera rompí el manillar para poder entrar. Una vez dentro vimos el interior de la cabaña, no parecía vivir nadie en ella por las sillas resquebrajadas, los cuadros caídos y un sofá que más o menos estaba en condiciones aceptables. Sin embargo, lo que más nos llamó la atención fue el encontrarnos 4 restos de sangre dentro
—Haaaala —miró Sergio sorprendido—. ¿Q-qué ha pasado aquí?
Yo, al igual que él, sentía escalofríos viendo el estado de la cabaña. Aquí había habido una masacre.
—No lo sé, pero da muy mal rollo —me acerqué a los rastros de sangre, fue cuando me di cuenta que habían 4 agujeros de bala en la pared—. Ostias... —me dije a mí misma.
—¿Qué?
Señalé los cuatro agujeros de bala.
—Entraron aquí y mataron a 4 personas a disparos —Sergio contemplaba estupefacto la escena.
—Hmmm —se quejó—. No me gusta este sitio.
—Ya, a mí tampoco es que me haga mucha gracia, vayamos a la cocina.
Entramos en la cocina en la cual aún quedaban restos de comida en una sartén, un cazo lleno de caldo en los fogones de la cocina, una mesa aún con el mantel puesto y los platos servidos y una silla alta destrozada que parecía la silla de un bebé. Observamos dos tazas de café aún intactas. Se puede ver una foto de la familia en una de las mesas, una foto de unos padres sonriendo con su hijo mayor cogiendo en brazos al bebé.
—Mira, Sergio, este chico probablemente tendría tu edad —le dije enseñándole la foto.
—Ese chico murió, ¿No?
—¿Cómo lo sabes? —le pregunté.
—Por los rastros de sangre, son cuatro —miró al suelo espeluznado.
—Bueno... pudieron ser otros y que esta familia lograse salir con vida —observé de nuevo los rastros que llegaban a la terraza, afuera de la cocina en el patio. Él también se dio cuenta y me estaba mirando—. No sé si sería buena idea salir al patio.
—Creo que estoy listo.
—¿Seguro? —le pregunté. El me asintió sin decir nada—. Bueno, pues vamos allá.
Salimos a la terraza de la casa, miramos alrededor y enseguida vimos un conjunto de huesos apilados uno encima del otro sobre un círculo de cenizas rodeado de piedras.
—Jo-der—dijo Sergio bastante preocupado—. ¿Los han quemado vivos?
—Quemados vivos lo dudo, hay disparos.
—¿Entonces si ya están muertos por qué querían quemarlos?
Me acerqué a la zona y me fijé que algunas de las partes de los huesos estaban negras, en otros casos se notaban cortes sobre los huesos y fracturas en el fémur con el fin de extraer el tuétano del hueso.
—Pues... para comérselos
—¿Qué? —me miró bastante preocupado—. ¿Esa gente eran caníbales?
Me acerqué a él pensativa sobre lo que acabamos de ver
—Parece que sí... Hay que tener mucho cuidado con ellos. No tienen piedad con nadie
—Me dan mucho miedo —el niño retrocedió hasta dar con la puerta—. ¿Entramos? No quiero estar aquí mucho más
—Pues vamos —ambos entramos a la cabaña, y entonces vi como Sergio me esperaba de pie en la mesa de la cocina, con cierta preocupación.
—Sonia... Si a esa gente les ha ocurrido eso, ¿Cómo sabemos que estamos a salvo?
—No lo sé, Sergio. Pero tenemos que descansar aquí unos días y proseguir. Hasta entonces hay que estar alertas, ¿Vale?
—Bien —asintió.
Subimos las escaleras, las cuales al pisar sobre la madera producían un chirriante sonido, Sergio se asustó bastante al oír aquello. Estaba realmente asustado. Vimos una habitación de lo que parecía ser un adolescente, con postes, un ordenador, una especie de aparato con mandos que no sé para qué era, la otra habitación era la de un bebé, la cuna, los juguetes colgando sobre ella, los peluches colocados minuciosamente sobre una estantería, todo parecía alegría, pero realmente esta familia tuvo un fatal desenlace. La cabaña no transmitía mucho confort, daba algo de tristeza y soledad, y sobre todo tendría que limpiar la casa para poder vivir medianamente bien sin el olor a sangre, pero era suficiente como para pasar el resto del invierno allí.
—¿Entonces pasaremos aquí el resto del invierno?— preguntó Sergio no muy convencido en quedarse en la cabaña
—No... no tanto, acabarían descubriéndonos y correríamos peligro. Iremos haciendo pequeñas excursiones hasta dar con otro sitio, siempre yendo hacia el norte.
—Vale, está bien— dijo con un tono apagado
—Sergio, ¿te ocurre algo? te veo un poco deprimido.
—No, es solo que, me ha chocado bastante lo que ha ocurrido con esta familia— comentó el niño agachando la cabeza—. Que en medio de una cena o comida lleguen estas personas a matarte, quemarte, para después comerte... no puedo evitar sentir miedo.
—Ya, te comprendo. Yo también tengo miedo. En ocasiones mucho más que tú —me senté en el sofá recostada
—¿Más que yo? ¡Pero si eres super valiente! —el chico se dirigió a mí y se sentó a mi lado
—En verdad nos pasamos la vida huyendo.
Sergio se encogió de hombros.
—Pues también es verdad.
Hice una pausa pensando qué quería decir exactamente —Mira, es algo así como la presión constante de siempre tener que saber qué hacer. El miedo a no tomar la decisión correcta. No sé si me entiendes, ni tú ni yo tenemos una segunda oportunidad.
—¿Miedo a perderme? —dijo mirándome con unos ojos como platos.
—No era exactamente lo que dije pero...También—asentí. Por su parte él se puso cómodo y se recostó en mi hombro.
—No te importa ¿no? Es que necesito tumbarme.
—Por esta vez te lo permito —dije acariciando su cabeza, el muchacho cerró los ojos por unos instantes aunque enseguida volvió a abrirlos.
—Yo... si te soy sincero... no... no sé cómo explicarlo pero... me siento una carga.
—¿Una carga? ¿Por qué?
—Siento que si por algún motivo te pasara algo y la cosa dependiera de mi, moriríamos los dos, no serviría para nada.
—No está bien que pienses eso.
—¿Por qué? creo que es la verdad.
—Mira, yo también creía que no servía para nada cuando murió papá y aquí estamos. Lo que te quiero decir es que, hay veces que pensamos que no somos nada, o que no podríamos sobrevivir sin el otro cuando realmente no es así. Y créeme cuando te digo que me eres de mucha ayuda
—¿Y en qué te soy de ayuda? —dijo con una voz apagada. Posteriormente dio un bostezo
—En la compañía, no estoy sola del todo. Esa es una buena razón, tener a alguien con quien charlar, reír y llorar. Servir de ayuda no es solo acompañarme en las misiones peligrosas, creo que me volvería loca si estuviera yo sola. O no, no lo sé, la verdad que...
—...
—¿Sergio? —lo miré extrañada cuando me di cuenta de que se había dormido por completo —. No puede ser, solo han pasado 5 minutos —lo miré algo molesta.
Me levanté del sofá y lo levanté en mis brazos. Subí con él las escaleras y lo coloqué en la habitación del chico adolescente. Yo me fui a dormir a la habitación de los padres, también en el piso de arriba.
—Espero que puedas descansar bien —le di un beso en la frente y lo arropé con las mantas que tenían allí que la verdad que eran pocas.
***
Me desperté a las pocas horas con un tirón de sábana. Abrí los ojos asustada pensando que sería alguien que viviera aquí y encontré a mi hermano de pie enfrente mía.
—Joder, Sergio... —dije molesta—. Me has pegado un susto de muerte
—Lo mismo me asusté yo al no verte por ningún lado. ¿Por qué me dejaste solo?
—Para quedarme con la cama grande —bromeé.
—No tiene gracia. Estaba contigo, durmiendo, y de repente me despierto y me veo solo. ¡Pensé que me habías dejado!
—Pero... ¿Por qué iba a hacer eso?
—No lo sé... fue lo primero que se me vino a la mente.
—Pues tu mente te falla, vuelve a la cama, que no voy a irme a ningún lado
—Es que en verdad hacía mucho frío, solo tenía una manta y el colchón era super incómodo
Abrí la cama con las mantas en mi dirección para que durmiera conmigo.
—Anda ven, acuéstate y cállate.
—Vale, gracias. ¿Ves? así mucho mejor, se está más calentito y...
—Joder, Sergio, quiero dormir.
—Vaale perdón
A la mañana siguiente me desperté por la enorme luz que se desprendía desde las ventanas. Abrí los ojos que se posaron en un cuadro deteriorado con una imagen de una mujer mayor, con canas y arrugas que recorrían el rostro, unas gafas grandes y redondas, intuí que era la abuela de la familia.
Pasaron algunas semanas y nos alimentamos a base de algunos animales que encontrábamos o algunas que otras hortalizas que crecían de forma salvaje en un huerto abandonado. Al cabo de unos días, decidí volver a salir de caza, con la rutina que eso conllevaba.
—¿Puedo ir contigo de caza? —preguntaba incesantemente
—Nop
—Joliiin pero quiero aprender.
—Ya, y no te lo tomes a mal, cariño, pero yo quiero comer.—dije dándole una palmadita en el hombro
—¿Estás insinuando que no voy a cazar nada si voy contigo?
Guardé mi arco en la mochila y me puse las botas.
—No. Solo te estoy diciendo que dos hacen más ruido que uno.
—¿Entonces cuándo voy a aprender a cazar? ¿Cuando me salga la barba?
—Todo llega a su tiempo, hermanito.
—Así y se te escapen todos los bichos —dijo subiendo las escaleras.
—Hmm en verdad algún día debería llevarlo de caza. Pero hoy no —dije para mí misma
Salí de la cabaña a recorrer el perímetro en busca de animales, comencé siguiendo las huellas de un animal pequeño hasta que avisté un ciervo a lo lejos. Enseguida pensé en cazarlo y en la comida que tendríamos por semanas. Me acerqué esperando que no me viera aunque era difícil teniendo en cuenta el secarral en el que nos encontrábamos. Me subí a una roca y desde ahí agachada y con el arco en tensión comencé a apuntar hacia el ciervo.
—Te veo... —apunté con el arco al ciervo. Disparé y le atravesé la flecha, pero no lo mató y corrió en dirección hacia mi cabaña. Acto seguido se paró a jadear y yo volví a apuntar.
—Vamos... —pero esta vez no le di y ahuyenté al ciervo—. ¡Joder!
Por suerte a la tercera lo conseguí tumbar al suelo y me dirigí hacia él algo apenada. Sabía que los ciervos eran escasos pero necesitaba comer y alimentar a mi hermano, acuchillé con la flecha al ciervo y me lo llevé por la cornamenta en dirección a la cabaña. Fue en ese momento cuando oigo un grito de mi hermano y acto seguido, unos disparos. En ese momento, solté al ciervo.
—¡Sergio!
Salí corriendo desenfundando el arco, y abrí la puerta de una patada, si algún cabrón había matado a mi hermano, debía asegurarme de que no saliera con vida. Al entrar, ya me encontré los cuerpos de dos hombres en el suelo. Sergio se había enfrentado a ellos con la pistola que le había dejado.
—¿Sergio? ¿Estás bien?— pregunté preocupada.
Subiendo las escaleras desesperadamente, me encontré justo en el pasillo a un hombre agarrando del cuello a Sergio y estampándolo contra la pared. No dudé un instante y disparé con el arco al hombre en la espalda. No lo maté, la flecha apenas le rozó, se dio la vuelta y fue a toda velocidad a por mí. Me quedé paralizada por el miedo y cuando me quise dar cuenta, el hombre me agarró y propinó un severo golpe que me hizo chocar contra la pared. Retrocedí asustada y vi cómo sacaba un machete cuyo filo sonaba al ser desenfundado. Me fue a golpear con él pero sujeté su puño con las dos manos tratando de evitar que me golpease.
—¡Estás muerta, chica! —increpó el hombre con una risa maquiavélica, mientras disfrutaba con mi sufrimiento—. ¿¡Dónde lo tienes!?
—¡¡Sonia!! —Sergio trataba de levantarse.
—Ya no eres tan dura ¿Eh? ¿¡Qué has hecho con él!? —el hombre apretó con más fuerza mi machete contra el cuello a pesar de que hacía toda la fuerza para sacarlo de encima. En ese momento, Sergio disparó desde la pared y la bala le atravesó el hombro quedando aturdido.
—¡Suéltame! —aproveché que el hombre me quitó la vista de encima. Empujé con todas mis fuerzas, logré hacer que pierda el equilibrio. Él me volvió a empujar contra la pared pero le propiné una patada al pecho logrando que se apartara ligeramente. Saqué mi navaja y me abalancé sobre él. Le clavé el cuchillo al cuello varias veces hasta que se cayó al suelo.
Jadeando y con el corazón a mil, me acerqué corriendo al muchacho que aún estaba tendido en el suelo.
—Sergio, ¡recupérate! —miré hacia los lados—. ¡No sabemos cuántos más hay!
—Joder... —dijo con un tono agobiado casi llorando—. Mi cabeza—se quejó el chico. Posteriormente se trató de levantar con mi ayuda
—Ven. Vamos a ver por la ventana —llevé a Sergio cogido de la mano con brusquedad y se agachó junto a la cama. Me asomé a la ventana con la pistola buscando a más gente, pero no había nadie—. ¡Quédate aquí! Voy a asegurarme de que no hay más.
Sergio no dijo nada. Solo se sentó en el suelo acurrucado. Yo bajé a la puerta principal y miré por los alrededores. Estaba todo despejado, me asomé al patio donde pensé que podrían haber más, pero tampoco vi a nadie. Volví a entrar en la cabaña, cerré la puerta y subí a reencontrarme con Sergio. Se encontraba en una esquina, temblando. Cuando me vio levantó la cabeza asustado. Yo me senté junto a él y trató de acercarse para abrazarme.
—Ven, anda —dije con tono enternecedor. El chico nunca se había enfrentado solo a otras personas, era la primera vez, y se le notaba muy nervioso, pude sentir sus agitados latidos cuando me abrazaba.
—Sergio, escucha, relájate, ¿vale? lo has hecho genial, no pasa nada —traté de animarlo pero él solo se abrazaba fuertemente a mí, estaba muy asustado. Pasé algunos minutos abrazada a él, lo que me hizo darme cuenta de la proeza del niño. Él solo se había enfrentado a 3 hombres. Cualquier niño hubiera muerto antes de hacer nada, pero él... Noté como intentaba apartarse un poco.
—¿Estás mejor? —dije alejándome un poco de él.
—Sí —formuló el niño.
—Necesito que me digas qué pasó ¿Por donde vinieron?
—A ver, eh... oí unas voces de unos hombres alrededor de la cabaña, preguntaban por alguien, yo estaba arriba del todo, me asomé y fue entonces cuando me vieron y vinieron a por mí. Yo me defendí y les disparé desde lo alto y luego un hombre subió, le disparé y fallé, tiró mi arma de un golpe y luego... —confesó nervioso el niño
—Ya... ahí ya llegué yo. Nos acusaban de algo pero... ni idea de qué.
—Si. Pero eso ya da igual... A todo esto ¿Has cazado algo? —dijo con algo más de calma.
—Sí, he conseguido cazar un ciervo, ¿me ayudas a traerlo a la cabaña?
—¿¡Un ciervo!? ¡Genial!, tendremos comida por mucho tiempo —dijo el niño sonriendo, acto seguido se levantó algo dolorido, pero no dudó en sonreír. Sonreír no siempre significa ser feliz, muchas veces significa ser fuerte. Tras esto, llegamos al lugar, el ciervo seguía donde estaba y lo trajimos a la cabaña.
Esa misma noche, cargamos con los cadáveres de los hombres que tuvimos que matar, tenía miedo de que el grupo al que pertenecían nos siguiera, nos fuimos lejos y los dejamos allí, con el fin de no atraer más gente. Al volver a la cabaña vimos de nuevo al ciervo. Con esta pieza tendríamos comida por unos cuantos días, saqué una navaja y la utilicé para rajar la piel del animal. Sergio me observaba de cuclillas a mi lado viendo como lo hacía ya que a él le gustaba aprender de mí. Fue entonces cuando se fijó en la navaja.
—Esa navaja... Tiene un bonito grabado. Y me suena que siempre la has tenido. Me parece bastante útil.
—Es un recuerdo de un amigo mío. Es lo más que tengo de él. Así que, me esmero bastante en conservarla.
—Ya... comprendo ¿se puede saber de quién fue?
—No... no me gusta mucho hablar del tema.
—¿Por qué?
—Simplemente prefiero no hablar de ello, no preguntes más.
—Vale, está bien —asintió.
Troceamos al animal y lo metimos en una especie de cosa blanca alta, no sé cómo se llamaba antes, pero servía para conservar alimentos. Ahora está polvorienta, desgastada y con horrible aspecto, pero al menos conserva la comida mejor que al aire libre.
—Pues ya estaría. Ahora solo nos queda dormir bien a gusto. ¿Duermes conmigo o te apetece dormir solo?
El chico me señaló y se dirigió a mí dando algunos saltitos.
—Vale, lo pillo, te vienes conmigo.
—Chi —dijo sonriendo.
—¿Cuándo vas a dormir solo? ¿A los 14? —dije subiendo con él las escaleras—. Deberías ir acostumbrándote a dormir solo.
—Todo llega a su tiempo, hermanita
—Qué orgullosa estoy.
CONTINUARÁ
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