Luan B
Las chicas discutían como si el mundo fuera a acabarse en unos segundos. Mi otro yo me observaba con cierto aire distante. Espera que yo diese el primer paso.
Y lo hice.
Me levanté con gracia. Fui hacía la ventana y me senté en el alféizar. Ya sabía la altura desde la ventana hasta el patio, así que verla otra vez no cambiaría nada. Además, ya había hecho esto varias veces. Una artista no solo debe ser un rostro, también debe ejercitarse mucho. Algo que no todos ven, de hecho solo dos personas lo saben, incluyéndome. Si no, ¿cómo creen que puedo preparar mis bromas todos los años? ¡Por el amor del Señor Cocos! ¿Acaso no se lo imaginaban? Claro, no me extraña. Solo creen que sirvo para reír. En fin, fueron varios meses de práctica en los que siempre caía de lugares altos. Dolió mucho pero valió la pena. Ahora estaba a punto de hacerlo de nuevo. Me despedí de mi otro yo lanzándole un beso y salté. El viento en mi cuerpo junto a la sensación de vacío, más la tensión que debían tener mis piernas para que no me quebrase ningún hueso no hacía la experiencia nada placentera. Caí dando una voltereta con gracia. Me levanté en el acto esperando recibir una aprobación.
Entonces me solté a una risa inaudible. Así sin más.
Me ayuda a relajarme, ¿saben? Aunque no se note.
Entré corriendo a la cocina y me detuve en seco. Claro, mis padres seguían en su dormitorio haciendo no sé qué. Y las chicas, claro, no debían oírme aún. De hecho, nadie debía oírme aún. ¡Oh, no! No antes de haber terminado la carta de presentación de todo esto. Y... creo que corrí muy a prisa. Todas las herramientas están guardadas en el cuarto del patio. Me maldije pisando fuerte. Y me quedé petrificada esperando una reacción, algún sonido que me indicase si alguien me notó.
Nada.
Suspiré de alivió.
Asomé mi cabeza al patio. Alcé la vista hasta la ventana y esperé. Las voces de las chicas llegaban hasta mis oídos sin pérdidas. Estaban tan concentradas discutiendo con la otra Luan que aún no movían sus pies en mi búsqueda.
¡Genial!
Corrí hasta el cuarto. Dentro estaba todo: pintura, papeles, cuerdas, martillo, grapas de tamaño industrial y clavos. Los cargué en un saco y me puse en marcha. Estaba tan pesado que mis pasos sonaban como el tambor de Luna cuando practicaba rock pesado. Solté el saco generando otro solo a una nota de batería. Maldije pisando el pasto con fuerza. No podía entrar por la cocina a menos que quisiera que me oyesen y...
¡Aaahhh!
Grité para mis adentros. Corrí a prisa sin tocar el suelo. Entré a la cocina tan veloz como un cometa. Allí en adelante fui corriendo en pies puntillas hasta la puerta principal. La abrí y salí otra vez de la casa. Dejé la puerta semi abierta antes de emprender carrera otra vez hasta el patio. Allí, acumulando toda mi fuerza en mi brazos y haciendo crujir los dientes, cogí el saco con todas las cosas y corrí otra vez hasta la entrada. Mis pasos eran de una giganta histérica corriendo sobre bongos aún más grandes.
En el pórtico, me fui arrastrando el saco. Entré en la casa haciendo el menor ruido posible. La discusión arriba aún seguía tan fuerte como las risas que dejan mis rutinas. ¡Es verdad! Puedo probarlo y tengo testigos.
En fin. Era hora de actuar, y rápido. Claramente no podía martillar nada. Sería una estupidez tal que ni siquiera Leni se atrevería a hacerla. ¡No! Para esto tengo otra ayuda, una que dejé preparada hace tiempo cuando clavé los muebles al techo. Fue luego de que mi padre me castigara y obligara a ordenar la sala tal como estaba antes. En eso dejé varios huecos en el techo del tamaño de un puño que puedo destapar fácilmente. Los hice con una sierra pequeña y los volví a sellar con cinta adhesiva blanca y pinté un poco encima. No fue difícil lograr el color ya que parte del castigo también era volver a pintar el techo. Así que aproveché. Los huecos están pareados en filas y, en medio de estas, están las vigas que sostiene el techo. Y si lo adivinaste, genial. Me subí en una silla a destapar cada hueco. Fue simple, tan solo levantarlos un poco. Metí una de las cuerda por ellos y repetí el proceso con todos. En pocos minutos tenía varios fideos flácidos colgando. La excitación me estaba matando. Tanto que me dolía el pecho. Rápidamente traje más sillas, subí el sofá de cabeza en ellas y lo amarré a las cuerdas. Repetí lo mismo con todos los muebles hasta formar mi nombre desde un ángulo raro y que solo podía verse desde la escalera. Con la sala convertida en un ridículo tiovivo, comencé a esparcir los papeles en la alfombra. La experiencia me hace ser cauta. Si tenía que pintar algo y afrontar el castigo posterior, tenía que hacer que este fuese fácil de limpiar. Esparcirlos fue rápido. Y pintar, eso fue una liberación. Abrí los tarros de pintura y saqué las brochas.
Estaba lista.
Los trazos fueron una delicia. Pintar no es una costumbre en mí, pero lo practico cada vez que tengo que crear un escenario para mis actos. Como siempre el tiempo está en mi contra, debo ser rápida, lo que no quiere decir descuidada. Pinté primer a Lori sin cejas con cara de espanto, luego a Leni cubierta de arañas, de esa vez que le dejé caer un balde con arañas de plástico con pegamento en sus patas. Tardó toda una tarde en quitárselas a base de revolcarse en el pasto. A Lynn dentro de un balón, a Lisa cubierta de pelo. Una Lucy de blanco y con flores junto a Lola de negro y cubierta de basura. A Lana limpia y bien vestida (más que broma, pareciera un favor. Mi madre no se enojó por eso). A Luna sumergida en gelatina y escuchando la peor música posible. Finalmente a Lily siendo feliz, siendo Lily. No, ella siempre ha quedado al margen de mis bromas. Quizás cuando crezca, pero por ahora ella siempre debe estar en zona segura. A mis padres no los incluí. Pese a que igual les hago bromas, tengo mis límites con ellos. Quiero decir, si me esmero mucho quizás terminen muertos. Eso, ni hablar, sería terrible. Me quedaría sin gente en quién practicar mis trucos. Aparte del castigo que me darían. Aunque pasar tiempo en cárcel, no sé, no sería malo. Muchas más personas. Más carne fresca para probar cosas nuevas y, esta vez, sin miramientos de moral ni nada. Ya estaría encerrada, ¿qué harían luego? ¿Matarme? Quizás, pero no sin antes haber dejado algo por lo que me recordarían por siempre. ¡Luan, la diosa de las bromas! Un nombre algo pretencioso y justo a la vez. No faltará quién me haga culto y forme un ejército en torno a mi nombre y...
Estoy desvariando.
Tenía las brochas en mis manos. Goteaban, por suerte, sobre partes sin dibujos. No sabía cuánto rato había estado sumergida en mis pensamientos. Me estremecí. Me levanté de golpe, soltando las brochas. Busqué con la vista a cualquiera a mi alrededor.
Y allí los vi.
¡Quise gritar todas las maldiciones que me sé!
Pero estaba con voto de silencio. Cosas del arte que se toman muy en serio, incluso en la oscuridad del alma.
Mis padres estaban en la puerta de su habitación mirándome atónitos. Sus expresiones eran despampanantes. Estaba a punto de doblarme de risa. Pero mis pies decían otra cosa. Ellos aún sumidos en la estupefacción, les tomó más de un minutos inhalar todo el aire necesario para gritar mi nombre a los cuatro vientos. Claro que para ese momento, yo ya estaba corriendo por el comedor hacia la cocina y luego al patio. Cerré la puerta y, sin más que risa en mi cuerpo, me dejé caer de espaldas sobre ella. Me deslicé hasta sentarme riendo en silencio. Ahora sentía todo mi cuerpo temblar, gritar y doblegarse ante el dolor. Mi voz no escapaba, seguía en el acto. Tenía que continuar pensando con aquella voz maliciosa que me encanta. Aunque pierda toda noción de mí misma. Aunque pierda mi identidad. El sacrificio lo valía. Sonreír, reír y carcajear lo valía. La risa que nace del dolor ajeno cura los males internos del ser.
Me levanté.
Mis huesos sonaron como concierto de rock. Mientras estaba tendida, las chicas arriba escucharon los gritos, y sus pisadas bajando las escaleras fueron una marcha sincronizada de locura. Era hora de volver a entrar, tenía que ver y oír lo que sucedía, y esperar. Esperar el momento exacto para aparecer en escena otra vez y ser el pequeño remate de una broma aún más grande y que trascendía mi carne. Ni siquiera yo sabía cómo terminaría, pero estaba ansiosa por verlo. Tanto que me volvía a doler el pecho de pensar en ello. Y también la cabeza por esas rimas al azar.
Abrí la puerta con el sigilo de un fantasma y me adentré paso a paso como una sombra llena de púas. Las voces de la familia eran variadas en tono, rabia e indiferencia. Mi otro yo abarcaba el último punto. Nuestros padres la apuntaban con toda la sangre en sus dedos. Ella, en acto de suma elegancia, respondía indiferente que ella no fue quién realizó tal desastre. Técnicamente cierto, mentalmente incorrecto. Eres parte de un todo, ¿recuerdas? Eres, en parte, responsable de esto. De que un rincón de tu mente quisiera ver arder toda la casa solo por una broma. Claro que la parte que se defendía era inocente, es cierto. Hasta que yo tome control de su cuerpo, claro está.
Mis hermanas estaban alienadas una a la otra, tal como un interrogatorio militar. Los dardos en contra de mi contraparte eran desviados gracias a su temple. Las chicas, por su parte, se buscaban en la pintura. Hacían muecas de asco, horror y de ansias de venganza (ojalá dolorosa). Por otra parte, Lincoln fue absorbido por un hoyo negro que le extrajo todo su color, dejándolo blanco de pies a cabeza. Salvo sus pupilas temblorosas, tan pequeñas como puntas de alfiler, daban vida a una estatua que siempre suele hablarle a la nada mientras está solo. Algo que sabe toda la familia y que nadie se atreve a decírselo en cara. Todos aquí tenemos nuestras fallas y neuronas burbujeantes de locura, y cada quién tiene formas especiales de lidiar con ellas. Lincoln habla solo con frecuencia y le da consejos a personas imaginarias. Si esto fuera un show de televisión, de seguro rompería la cuarta pared. Pero en la vida real solo rompe la norma común. Ni hablar, no lo culpo. Yo muchas veces me río sola en lugares poco comunes y todos se me quedan viendo. Me siento un poco ridícula, mutilada con ojos ajenos, no así destruida. Aún tengo un fuerte ego y se va engrosando con los años. Espero que Lincoln sea igual cuando crezca, claro que salvo que ahora, solo quería verlo caer en mis manos. Beberme sus lágrimas y quitarle la cabeza a su conejo y... no, creo que eso sería muy cruel. Bueno, ya pensaré en algo. Después de todo, el plan me permite improvisar un poco.
– La Luan malvada – susurró Lucy conteniendo su admiración.
Vaya forma de llamarme si mi rostro era pura bondad. Frente al espejo me vi con mi rostro blanco, aquellas puntas en mis ojos con bordes negros. Mi camiseta negra con franjas blancas junto a mis calcetas blancas con franjas negras. Mi sonrisa, esos dientes con frenos que derriten a cualquiera. Si, era todo bondad. Hasta que encendía mi cerebro y mis manos se transformaban en navajas.
Con el llamado de Lucy, salí de la oscuridad. El ambiente enmudeció. Mi familia me miraba como el monstruo que salió por fin del armario. Mi otro yo fue la última en voltearse. Me dedicó una mirada sin chispa. No esperaba menos. Lisa hizo lo mismo. ¿Acaso tengo que tener dos cabezas para verla sorprendida? Igual esto debía ser rápido. Una sonrisa y adiós. Aún debía preparar otras cosas y, más que nada, asegurarme de atrapar a mi hermanito.
Al segundo, pasó algo divertido. Mi madre tomó a Lily que estaba en brazos de Lori mientras mi padre recitaba:
– Bueno niñas, y Lincoln, será mejor que solucionen esto Lisa no quiero ver otra Luan por aquí y Luan tienes que limpiar esto antes de que volvamos de una parte no muy lejos será por poco rato así que hasta luego...
Y se largaron sin mas en la van, dejando al resto de la familia aquí, encerrados conmigo. Esto era demasiado bueno para ser cierto. Estaba tan excitada que sonreí hasta que mis labios se partieron. El pobre Lincoln se apretaba en si mismo, temblando como una pollito recién nacido. Me miraba directo a los ojos rogando por algo más que su vida. Reí en silencio y le mandé un beso mímico desde mi corazón. Creo que algo se rompió en su interior, sus ojos se tornaron de un blanco infinito rodeados de venas hinchadas. Reí en mi interior y me perdí en el comedor otra vez. Me oculté en la cocina, entre la puerta del sótano y la del patio. Estaba a la vista de quien entrase, pero al menos me daría tiempo de escapar y espacio para oír si se aproximaban.
Pude oír a mi otro decir "da igual si entendieron" a la par de manoseos y gruñidos de mis hermanas.
– Bueno, ahora tenemos que buscar a la otra – dijo Luna.
– Ya estoy lista – afirmó Lynn.
– Ya saben qué hacer – recalcó Lori.
Ni modo, era hora de salir de la casa. Abrí la puerta con cuidado y salí apenas escuché a Lori gritar la orden: "¡Vamos a buscarla!". Sentí sus pasos acercarse. Eran veloces y decididos. En el patio, me escondí detrás del árbol. Otra vez un lugar ridículo y a simple vista. Lori, Luna y Lucy salieron corriendo. Quedaron detenidas a metros de la puerta, observando el lugar.
– No puedes esconderte para siempre, hermana – dijo Luna.
Las tres comenzaron a desplegarse para abarcar el mayor espacio posible. Era de tarde, quedaba apenas una hora de luz. Esconderse apoyada en la oscuridad no era posible, ni aunque fuese una emo gótica con expresión amargada. No, tenía que salir a la luz. Era Lucy quien se aproximaba a mi. No podía ver dónde apuntaban sus ojos gracias a su cabello.
¡Ya qué! Tenía que correr.
Salí de mi lugar como un rayo. Pasé al lado de Lucy agitando su cabello. Lori y Luna no alcanzaron a exclamar un grito. Justo en la puerta apareció Lynn con Leni. Fue tan rápido que no tuvieron tiempo de reaccionar. Esquivé a Luna arrojándome al suelo, dando una voltereta. Me levanté de un salto y corrí hasta la entrada. Suponía que unas me seguirían y otras correrían irían por la otra parte de la casa. Y no me equivocaba, porque Lynn y Lucy aparecieron ante mi cuando ya estaba llegando a la puerta principal.
Quise gritar. Estaban en mi camino al garaje. Iba con tanta velocidad que tropecé. Di mil vueltas. Vi la tierra y el cielo en un bucle de color. Coqué con ambas en una graciosa y dolorosa escena. Ni noté que parte de nuestros cuerpos terminó en cada mano, solo me levanté como pude y seguí mi carrera hasta el garaje. La puerta estaba ligeramente abierta. Fue fácil meter las manos y subirla. Lo mismo cerrarla del otro lado. Claro que ver en la oscuridad era otra cosa. Por suerte la luz se filtraba de los bordes de la puerta lateral. Me acerqué a ella arrastrando los pies y estirando los brazos para ver con que me topaba. Ya era bastante malo que las esas gruesas cortinas estuviesen corridas como para soportar dos golpes en los pies. Si no fuera por mis zapatos, mis dedos estarían al revés.
Al menos llegó la luz. Estaba tan aliviada que casi rompí mi voto de silencio con un suspiro. No duró mucho. De hecho, casi me lo trago. Golpearon la puerta con tanta fuerza que pudieron haber desprendido el garaje de cuajo.
– ¡LUAN! ¡SAL DE UNA VEZ! – gritaba Lynn pateando la puerta.
– ¡Cálmate Lynn! – ordenó Lori –. Ella literalmente se encerró en el garaje. Ahora no podrá escapar.
Lynn relajó los músculos respirando con prisa.
– Es cierto – dijo al fin –. Fue una mala jugada, Luan.
Vaya que si. Pero si recuerdo bien... ¡Claro! ¡Ya sé! Busqué entre los cajones. Allí estaba un garfio y varias cuerdas. Me las puse enrolladas en mis brazos y me preparé para cuando la puerta se abriese. Seguían hablando y reían entre medio. Lori, Leni, Luna, Lynn y Lucy sonaban muy satisfechas con todo esto. Supuse que las gemelas deberían estar con Lincoln o custodiando a mi otro yo. Quizás, o Lisa ya la encerró junto a uno de sus monstruos experimentales. Me daba algo de pena de solo pensarlo.
Tomé un martillo y apagué la luz. Las chicas seguían hablando mientras Lucy suspiraba. Ninguna se dio cuenta. Arrojé el martillo contra la pila de herramientas. El ruido del desastre a oscuras fue tan fuerte que mis hermanas enmudecieron. Aproveché el ruido para quitar el seguro. Salté a una mesa y otra vez hasta aferrarme de unas de las vigas del techo, sobre la puerta. Allí esperé su reacción.
– ¿Qué fue eso? – preguntó Lynn.
– Parece que algo se cayó – comentó Leni.
Giré mis ojos hasta arriba.
– ¿Creen que esté bien? – murmuró Luna –. Las luces están apagadas.
– Espero – agregó Lori –. Eso literalmente no sonó nada bien.
– Quizás debamos intentar abrir la puerta o... – decía Lucy
– ¡Ni hablar! – la interrumpió Lynn –. Está cerrada, ya lo intenta...
El sonido de la puerta abriéndose le tapó la boca. Esta crujió lentamente hasta dejar entrar la luz exterior. Yo estaba cual gárgola asechando y esperando que todas entrasen y que, ojalá, a ninguna se le ocurriese encender la luz antes de tiempo. Lynn fue la primera entrar. Portaba su bate lista para golpear lo primero que se moviese. Luna y Lori la siguieron. Caminaban de costado a espaldas pegadas. Leni fue al final, caminando de espaldas. Lucy se quedo fuera, susurrando una oda a la noche que estaba llegando.
– ¿No sería mejor encender la luz? – preguntó Leni.
– ¡Qué buena idea, Leni! – exclamó Lori con sarcasmo.
– Si, tengo de vez en cuando.
Encendió la luz y retrocedió tres pasos. Justo en ese momento salté de mi escondite para caer frente a Lucy. Le hice la mueca de monstruo más horrible que pude haber hecho. Ella dio un salto hacia atrás, jadeando del pánico. Aproveché su tambaleo para escapar como perseguida por el demonio. Di la vuelta completa a la casa y me oculté bajo el pórtico de la entrada. Allí podía oír las voces que se alejaban de mis hermanas enfurecidas. Era una joda jugar a esto. Ser la rata perseguida por fieras. Debería ser al revés, pero todo era por satisfacer algo mayor. Cruzaban a prisa cerca de mi, gritaban mi nombre, se retaban entre si mismas y jadeaban de cansancio. Pateaban el suelo o suspiraban del fastidio.
– Dividámonos – indicó Lori –. Luna, Lynn y Lucy estarán en el pórtico haciendo guardia. Leni y yo rondaremos la casa. Literalmente está escondida, pero no será por mucho.
Era un mal plan, pero lo aceptaron. Lynn se quedó sentada en las escaleras jugando con su bate. Lucy estaba sobre mí, buscando palabras que rimasen con penumbra. Luna estaba del otro lado, probablemente tamborileando sus dedos buscando nuevos ritmos. Para mi suerte, Lori y Leni comenzaron su marcha desde el garaje. Salí arrastrándome como serpiente de mi escondite y me apegué a la pared de la casa apenas tuve tiempo de levantarme. Me oculté tras la chimenea. Lucy iba y venía, ensimismada en su mundo, parecía no tener interés en perseguirme. El punto ahora era subir al techo. Calculaba que tenía apenas cinco minutos antes de que Lori y Leni asomaran sus rubias cabezas por aquí. Enganché rápido el garfio a la cuerda y la lancé a su boca en el techo. Estaba de suerte. Se enganchó al primer intento. Tensé la cuerda y comencé a escalar. Subía un paso enrollando la cuerda en mis brazos. Fue más lento pero eliminaba más rápido la evidencia. Antes de llegar a la cima, empuje la ventanilla del ático, abriéndola un poco. Luego dejé la cuerda más corta que tenía en la ventanilla: un poco dentro por el peso y el resto fuera para tener visibilidad. En la cima de la casa, el viento soplaba mucho más fuerte. El sol ya estaba por desaparecer por completo, solo unos segundos más. Esperé el momento, que coincidió con Lori y Leni apareciendo desde el patio. Corrí como pude arriba, sin hacer mucho ruido y con cuidado de no caerme. Desde esa altura sí podía hacerme daño. Llegué a la otra punta. La acción debía ser igual de rápida. Luna estaba vigilando esta punta y a ella no se le pasan estas cosas, tiene un instinto de protección hacia los demás más grande de lo que deja ver su ruda presencia. Me até la cuerda con fuerza a mi cintura. Enganché el garfio al techo, probando varias veces su resistencia tensando la cuerda.
De pie en la punta del techo, inhalé hasta volar mi mente. Exhalé los pulmones y di el salto de fe. La habitación de Lincoln estaba bajo mis pies. Su ventanilla, abierta desde mucho antes, me esperaba para hacer inserción. Aterricé con mis pies pegados en al pared. Ahora el ruido era necesario. Luna resolló al verme. La saludé con una sonrisa. Abrí la ventanilla de golpe. Lincoln estaba chateando con Clyde en su laptop. Él soltó un grito, tropezando con su basura para caer sobre su cama. Sonreí de oreja a oreja. Él casi se traga sus grandes dientes del pánico. Clyde, en la comodidad de su habitación a kilómetros de distancia, se escondió bajo su cama. Con mis pies en el suelo, salté sobre Lincoln con otra cuerda en mis manos. Me gustaría decir que el forcejeo fue difícil, pero no. ¡Fue lo más divertido que he hecho en el día! Lincoln se cubrió con sus brazos. Los sujeté con fuerza para dejar al descubierto su cabeza. Él levantó sus piernas pateando las mías. El desequilibrio me arrojó sobre él. Aproveché el percance para atar sus piernas en primer lugar. Se dio vuelta en la cama, tirándome al suelo. Aún tenía la cuerda en mis manos, así que lo arrastré conmigo. Cayó sobre mí. Luego se puso mucho más violento. Me sujetó de las manos, pegándolas contra el piso. Estaba sobre mí con una expresión de pánico colapsado. Era aquel animal arrinconado a morir que deja todo su ser en batalla. Estaba tan impactada por esa reacción que no pude evitar estallar de risa. Claro que sin sonido. Estaba llorando, apretando mi estómago y soportando el dolor de pecho. No podía parar. Lincoln suavizó un poco su presión para preguntarme si estaba bien. Mejor que nunca me hubiera gustado decirle, pero eso habría matado la magia. En cambio, alcé mi cabeza todo lo que pude y le besé la nariz. Se sobresaltó con eso, liberándome. Aproveché esos pocos segundos para coger sus brazos y atarlos tan rápido como me daban las manos.
Mientras luchábamos, Lola y Lana trataban de entrar en la habitación. Algo de partida difícil. Lincoln la había sellado clavando tablas en la puerta. Lo intentaban con fuerza y de manera inútil. Aunque de dónde sacaban músculo esas niñas. Envolví a Lincoln como la presa de una araña.
– ¡No te saldrás con la tuya, Luan! – espetó.
Fruncí el ceño.
Esto no es un comic, Lincoln.
¡Es peor!
Subí hasta la ventanilla y comencé a escalar. Arrastré a Lincoln conmigo. Estaba a punto de sacar su cabeza cuando un fuerte estruendo sacudió la casa. Una polvareda rosa salió por la ventanilla. Di un jalón más fuerte y todo Lincoln quedó colgando de cabeza al vacío. Subí a prisa, usando lo que me quedaba de fuerza. Una vez arriba, arrastré a Lincoln hasta dejarlo junto a mí. Estaba tan cansada que quería dejarme caer. Pero solo me senté. Lincoln, a mi lado, no se movía mucho temiendo rodar hasta caer.
– ¿Q-qué vas a hacer conmigo? – balbuceó.
Le di mi sonrisa más amistosa, cosa que no se lo tomó muy bien. Ya comenzaba a asustarse otra vez.
¡Ya qué!
Estaba cansada y no quería hacer nada más. No tenía fuerzas ni para arrojar un pastel en la cara de alguien. Hice lo más lógico en ese momento. Me acerqué a Lincoln. Él se contrajo en si mismo otra vez, protegiéndose. Metí dos dedos en su abdomen, la mezcla de dolor y cosquillas expandió sus partes como si estuviera floreciendo. Desabroché sus nudos y la cuerda se deshizo sobre su cuerpo. Sin más, me volví a sentar, suspirando del cansancio. Lincoln terminó se quitarse la cuerda de encima. Se quedó en cuclillas un momento, esperando cualquier movimiento de mi parte. Quería decirle que no iba a hacerle nada. Hablarlo era más fácil, pero no. Me estiré un poco hasta que mis huesos crujieron. Con una sonrisa cansina, comencé con mi mímica. Mis brazos, manos, ojos y boca, en combinación, le decían a Lincoln que ya todo había acabado, que no iba a hacerle nada malo y que podía estar tranquilo. Él se dejó caer de rodillas, tratando de leer lo que decían mis gestos. Tuve que repetirlo tres veces antes de que el pudiera traducir.
– ¿Quieres decir que no harás nada?
Asentí con la cabeza.
– ¿En serio? – preguntó dubitativo.
Volví a asentir.
Él torció los labios, aún con la duda en sus ojos. Le ofrecí ojos de gatita. Bajó la guardia y se arrastró, de a poco, junto a mí. Se sentó a mi lado. Miramos la nada unos minutos. Estaba vacía por dentro. Sentía que las ganas de hacer una broma estaban lejos de mí. Solo quería descansar, relajarme un rato sin hacer nada. No solo porque mis músculos palpitasen con rabia sino que ya todo mi ser quería hacer algo más que esto con mi vida. Sentía que toqué techo y que necesitaba destruirlo para poder seguir creciendo. Suspiré en mi interior.
– ¿En verdad eres su parte mala? – preguntó rompiendo el silencio.
Respondí levantando mis hombros. No sabía. Solo sé que, para mi, actúo como tengo ser. Aunque, digamos, soy traviesa de una forma muy cruel.
Dejé caer mi cabeza sobre su hombro. Él se estremeció un poco. Lo tomé para la risa. ¿Acaso se puso nervioso por el amor de su hermana mayor? ¡Qué chico!
Sentimos otra vez retumbar la casa. Un golpe seco y duro provino desde el segundo piso. Lo tomé como mi señal de que debíamos bajar. Me levanté y sujeté la mano de Lincoln sin su permiso. Él se resistió, más aún cuando notó que me acercaba al borde del techo. Yo aún tenía amarrada la cuerda a mi cuerpo y el garfio seguía en su posición.
– ¡Luan, no! ¡No, no, no! ¡No lo hagas!
Eres veloz de mente, Lincoln Loud, aunque muchos piensen lo contrario. Le di la razón, una vez en el borde, me dejé caer. Abracé a Lincoln en la caída, tapándole la boca. Mi mano absorbió sus gritos mientras el viento nos volvía a peinar el cabello. La cuerda se tensó y terminamos suspendidos a escasos centímetros del suelo. Lincoln perdió más que su color. Por mi parte, me juré nunca más hacer eso. ¿En qué carajo estaba pensando? Tuve que mantener mi semblante de artista pero en mi interior gritaba de histeria. Tragué saliva y deshice el nudo en mi cintura. Caímos como un saco de papas. Solté una carcajada en silencio sobre el pasto. Lincoln, saliendo de su terror, me ayudó a levantarme. Me sonrió algo confundido. Yo me lamí el dedo y le limpié la mejilla.
Me encaminé hasta el patio. Quería entrar por la cocina para hacer mi último acto antes de bajar el telón. Lincoln me seguía casi pegado a mi lado. Abrió la puerta de la cocina y fue a encender las luces. Yo mientras me acerqué al horno a sacar algo que tenía previsto.
– Las chicas deben estar con la otra Luan arriba – dijo sin mirarme.
Asentí en silencio.
– Será mejor que subamos.
Y cuando sus ojos querían contemplarme, estrellé un pastel de piña recién horneado en su cara. Los restos de fruta dibujaban una expresión de sorpresa en su rostro. Estallé en risa. Tanto que un poco de sonido escapó de mi boca. No tanto como para que Lincoln pensase mal, pero si mucho para sentirme acorralada. Casi rompo el personaje. Él se limpiaba con las manos, saboreándose.
– ¿Esta era tu gran broma? – preguntó molesto, chupándose los dedos.
Asentí con malicia.
Lincoln rió por la nariz.
– Está rica.
Era hora de subir.
Lori, Leni, Luna, Lynn y Lucy estaban en las escaleras cuando nos vieron salir del comedor. Ahogaron un grito y levantaron armas. Formaron un pequeño huracán que avanzaba con la furia del apocalipsis. No esperaba que mi bienvenida fuera tan, pero tan dramáticamente explosiva como para generar un campo de batalla en menos de tres segundos.
Me cubrí la cabeza con mis brazos. Al menos debía resguardar mi genio.
Fue Lincoln quien las detuvo. Se interpuso en su camino extendiendo los brazos y apretando los ojos. Les gritó "¡Alto!" y ellas se paralizaron en el aire como personajes animados. O al menos eso creí.
Chocaron entre si lanzando maldiciones.
– ¿Qué rayos haces, Lincoln? – gruño Lori.
– No dejaré que la toquen – dijo con lentitud, tratando de creer en sus propias palabras.
– ¿De qué hablas, hermano? – preguntó Luna sin dar crédito a lo que veía –. Ella te secuestró.
Ese es un término muy grande para esto.
– Es cierto, pero...
– Ella es la Luan malvada – agregó Lucy.
– No es así, es...
– ¿Te torturó, verdad? – apuntó Lynn –. Por eso la defiendes. Sufres del síndrome de la víctima torturada.
– ¿Qué no era síndrome de Estocolmo? – preguntó Leni.
La miramos frunciendo el ceño.
– ¡Cómo sea! – dijo al fin Lori –. Ella literalmente viene con nosotras.
– De una forma u otra – terminó Lynn.
Alcé mis brazos hacia ellas. Lynn estaba a punto de amarrarme, pero Lincoln le quitó la cuerda antes de que esta pudiera tocarme. La arrojó al suelo y la pateó lejos.
– No sé lo que hago, pero les aseguro que ella no es malvada – dijo jadeante.
Las chicas lo observaron con ojos duros. Él estaba decidido en su intención y sacaba pecho por eso. El ambiente estaba tenso y nadie se movía. Solo se oían pisadas de arriba, el chocar de algunos frascos y palabras ininteligibles.
– ¡Cómo quieras, Lincoln! Pero será tu responsabilidad – sentenció Lori –. Ahora subamos.
Luna y Lucy encabezaban la marcha. Seguía yo con Lincoln y detrás caminaban a paso mordaz Lynn y Lori. Leni nos seguía a todos desde el final con una expresión distante.
Arriba, la escena casi se repite con Lola y Lana. Lincoln también las detuvo antes de que mi sangre regara el piso. Lori tocó la puerta de Lisa, gritando:
– ¡Ya la tenemos!
Lisa abrió la puerta. Tenía manchas de sustancias reptantes en su cara. Sus ojos brillaron un poco al verme. Mi otro yo estaba sentada en la cama. Me saludó con cierta indiferencia.
– ¿Cómo has estado? – me preguntó.
"Más o menos", le respondí moviendo las manos.
– Veo que fueron eficientes, me alegro – las felicitó Lisa sin alegría –. Ahora déjennos solas, que tenemos que trabajar.
Me tomó de la mano y me impulsó dentro de su habitación. Cerró la puerta de un golpe, ajustándose los lentes.
– Ahora terminemos con esto – dijo como quien resuelve un misterio.
Fue hasta su escritorio y tomó una pequeña botella de líquido burbujeante.
– Si esto no funciona... bueno, ya veremos.
Y procedió a terminar con la dualidad del cuerpo y hacerla solo de mente.
¡Ay, Lisa! Si tan solo supieras...
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