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Capítulo 36. La cena con Nakamura.

El viaje familiar los acercó mucho más. Aunque, al día siguiente, Trevor no podía disimular la ansiedad que sentía por la visita de Nakamura a su casa.

Brianna resultó como su cable a tierra, impidiendo que él enloqueciera.

Esa mañana había ido a la oficina para ocuparse de varios asuntos, entre ellos, del caso del hijo de Simón Levi, que comenzaba a darles problemas, ya que el chico no aceptaba la solución que la firma de abogados exigía. No quería pagar lo adeudado, lo sentía como una humillación.

Trevor se ocupaba de aquel asunto al tiempo que llamaba a Brianna cada hora. No solo para asegurarse que todo marchara a la perfección en su casa en referencia a la cena que ofrecerían esa noche, sino porque hablar con ella lograba sosegar sus ánimos.

Comenzaba a sentir una necesidad apremiante por su esposa.

Brianna, haciendo uso de su rango de señora Harmon, se ocupó de cada detalle del evento y de velar por la atención de su madre y de Albert Harmon, quien ese día no se sentía bien de salud por los nervios de la visita.

Tuvieron que llamar a un enfermero particular para que cuidara de ambos y pedirle a la niñera de George que se quedara en la mansión desde muy temprano hasta la mañana siguiente. De esa forma el niño estaba bien cuidado mientras ella garantizaba que todo funcionara sin inconvenientes.

En la noche el ambiente dentro del hogar se sentía más calmado. La cena estaba casi lista, el personal de seguridad y para la atención se encontraba en sus puestos, el niño y los enfermos descansaban en sus habitaciones y Brianna y Trevor terminaban de alistarse en el dormitorio de él.

Ella había trasladado todas sus cosas a esa habitación para estar cerca de su esposo y así ayudarlo a vestirse.

—¿Y? ¿Qué opinas? —quiso saber él en referencia a su atuendo mientras ella le acomodaba el nudo de la corbata.

—Estás tan atractivo que tengo ganas de morderte.

Trevor sonrió con picardía.

—Llegas a hacerlo y te arranco el vestido ya mismo. No imaginas lo mucho que estoy aguantando las ganas.

Repasó con deseo su figura esbelta, enfundada en un hermoso vestido color bordó de falda larga silueta de sirena, con escote en forma de corazón y encaje floral en las mangas.

La tomó por la cintura y la pegó a su cuerpo con intención de besarla, pero ella se alejó en medio de risas.

—¡Trevor! Vas a arrugar tu ropa y a dañar mi maquillaje.

—Puedes volver a maquillarte —se quejó e intentó atraparla de nuevo, pero ella volvió a escapar.

Corrió a la otra punta de la habitación para guardar los productos que había utilizado durante su maquillaje.

—¿No quedaste satisfecho con el sexo que tuvimos mientras nos bañábamos?

—Fue muy corto —alegó, y siguió aproximándose hacia la mujer.

Brianna sonrió divertida y corrió de nuevo hacia el lado contrario donde simuló ordenar la ropa que él había dejado olvidada en el suelo al llegar.

Apenas la encontró en su habitación, se desnudó para reclamarla. Hicieron el amor en la cama antes de entrar al baño.

—Pórtate bien, Trevor. Ya va a llegar Nakamura.

Él no dejó de insistir y fue otra vez por ella, pero un toqueteo en la puerta lo detuvo.

—¿Quién? —preguntó torciendo el rostro en una mueca de fastidio.

—Señor, sus invitados ya están aquí —anunció Frederik al otro lado, logrando que Brianna empalideciera y se mostrara como un cervatillo acorralado por un depredador.

Él se apresuró para llegar a su lado y tomar sus manos. Buscaba infundirle calma.

—Ey, mírame —pidió al notarla nerviosa.

Ella parecía buscar algo dentro de la habitación, quizás, su cordura. Obedeció la orden de él quedando paralizada ante su mirada oscura y avasallante, que era capaz de moverle varios centímetros su centro de gravedad.

—Todo estará bien.

—¿Y si no soy capaz de estar a la altura? Este no es el círculo social que yo...

—Shhh —la silenció, posando un dedo en sus labios para evitar que ella expresara sus inseguridades.

Brianna le había contado en el viaje en barco del mal trato y de las opiniones despectivas que siempre recibió de parte de los padres de Connor. Eso la marcó e impedía que ella se sintiera cómoda frente a personas de elevado status social.

—Eres mi esposa, la señora de esta casa. Nadie te despreciará nunca más y si se atreven a hacerlo, los echaré a patadas sin importar quienes sean.

Ella se enterneció por sus palabras y permitió que él le acariciara el rostro y besara con suavidad sus labios. Sus besos encendían una hoguera en su interior y la hacían sentirse más segura de sí misma.

—No quiero echarlo a perder —dijo ella y no solo en referencia al acuerdo que habían establecido antes de casarse, sino a todo lo que tuviera que ver con esa relación.

—Eso no pasará —aseguró Trevor y le dio un último beso—. Lo estamos haciendo bien —se incluyó y apoyó su frente en la de ella unos segundos para empaparse con el calor de su aliento y llenarse con su aroma, antes de prepararse para salir de la habitación y dar inicio a la tarea que los había unido.

En la sala se reunieron con Nakamura, un sujeto bajo y elegante que observaba todo con un interés genuino, incluso, a las personas que lo rodeaban.

Con sonrisa formal saludó a Trevor y a Brianna, y presentó a su esposa y a su hijo mayor, quienes lo acompañaban.

El hombre iba además, custodiado por cuatro guardaespaldas, hombres enormes e intimidantes que se ubicaron a una distancia prudencial.

También llevó a un pequeño equipo de seguridad, adicional al que Trevor había contratado. Ellos se quedaron vigilando el perímetro externo de la mansión.

Ya habían intentado secuestrarlo en varias ocasiones, a él y a miembros de su familia, por eso vivía rodeado de guardaespaldas.

No solo era uno de los hombres más ricos y poderosos de Japón, sino que tenía vínculos de sangre con la realeza de ese país, así como su esposa. Estaba involucrado en asuntos tecnológicos y políticos.

Su influencia era tal, que en EEUU le tenían un gran respeto y había llegado a reunirse con el presidente de la nación en varias oportunidades, solo como agasajo.

Por eso Trevor se había esmerado en darle una atención de primera. Asociarse con él lo pondría en un nivel inalcanzable en la ciudad, y hasta en el país. Brianna comprendía sus preocupaciones, por esa razón ella también se había afanado en hacer lo mejor posible.

Estaba dispuesta a ayudar a su esposo a alcanzar su éxito profesional.

La esposa de Nakamura era una mujer mucho más pequeña que él y muy sonriente, de trato dulce. No hablaba una palabra de inglés, pero siempre tenía a su lado a su eficiente traductora.

La cena transcurrió en una calma satisfactoria. Nakamura siempre estuvo interesado en saber de la salud de Albert y en los avances de la negociación, al tiempo que evaluaba a Brianna con la mirada, deleitándose con su buen trato, su elegancia y el cuidado que le prestaba a su esposa.

Las mujeres parecían conocerse de antes, reían y conversaban con ánimo como si fuesen grandes amigas. Eso le gustó. Él siempre estaba muy pendiente de las necesidades y de la tranquilidad de su esposa. Por eso agradecía la fina atención que ella recibía allí.

Luego de cenar y cuando se retiraron al salón para charlar y tomar vino, Frederick se acercó a Trevor para darle una noticia.

—Señor, su amigo Connor Fitzpatrick está en la entrada del estacionamiento de la mansión. Exige entrar, dice que usted lo invitó.

Trevor se impactó por la noticia y compartió con Brianna una mirada alarmada y cargada de furia. Ella se inquietó. Su rostro perdió todos los colores.

—Señor Harmon, mis guardias me informan que tiene un invitado afuera —dijo Nakamura, preocupado. Había recibido esa notificación de parte de sus guardaespaldas, que fueron informados por el equipo de seguridad que se hallaba en el exterior.

—Sí, es... un amigo —dijo poniéndose de pie—. Con quien debí reunirme más temprano. Él estaba de viaje por eso llegó tarde a la cita. Ya le pido que se marche a su hotel para vernos mañana.

Brianna siguió sus movimientos con mirada angustiada. Su reacción mosqueó a la esposa de Nakamura, quien se mostró interesada por lo que sucedía.

—No, por favor, señor Harmon —pidió Nakamura—. Déjelo entrar. Me encantará conocer a su amigo —pidió con una sonrisa.

Trevor casi se encendió por la rabia, pero se esforzó por sonreírle también y caminó tenso hacia la puerta.

Brianna se disculpó con los invitados y apresuró por alcanzarlo.

—Trevor, ¿qué harás? —quiso saber, andando casi a las carreras tras él.

Él caminaba con pasos largos, los puños cerrados y el rostro irritado.

—¿No escuchaste? Voy a recibir a mi amigo —expuso con sarcasmo y con la mandíbula apretada. Estaba furioso.

Habló en la puerta de la mansión con los hombres encargados de la seguridad y les indicó que dejaran entrar a Connor.

—Si quieres me reúno con él afuera, así...

—¡No! —dictó furioso y la encaró posando sus ojos irascibles en ella—. No hablarás con él a solas. Se reunirá con nosotros en la sala mientras Nakamura esté aquí.

—Pero, Trevor, y si él dice algo que...

Brianna no pudo culminar la frase, el miedo la embargo. Temía que Connor mencionara algo imprudente o protagonizara una escena comprometedora que destruyera los esfuerzos que su esposo había hecho esa noche.

—No le daré oportunidad para acorralarte. Tú eres lo único que me importa aquí. Te quedarás conmigo, a mi lado.

Brianna asintió, intimidada por su pose decidida y desafiante.

Trevor se paró en la puerta viendo como el auto de Connor se estacionaba en el frente de la casa y él salía acomodando su traje de etiqueta.

El muy miserable venía preparado para enfrentarse a una visita importante de la talla de Nakamura, él debió saber con anticipación lo que allí estaba ocurriendo y había ido con intención de molestarlo. No le daría oportunidad para destruirlo.

Brianna se quedó junto a su esposo, inquieta, viendo como el padre de su hijo avanzaba con paso firme en dirección a la casa sin quitarle la mirada de encima a ella. Fascinado con su belleza.


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