Capítulo 35. Un paseo repentino.
Cuando al fin llegó a casa, caía la noche. Estaba cansado, aunque su agotamiento era en realidad, mental.
Ese día había tenido que revisar muchos casos pendientes, leer informes y apuntar observaciones y sugerencias para que los equipos de abogados que trabajaban en Harmon y Asociados se ocuparan de esas tareas en la semana.
Además, tuvo que encargarse del asunto de Lynette comunicándose con el abogado que podría manejar su situación. Ese era el tema que más le preocupaba.
Quería ganársela, para impedir que ella siguiera revelándole a Connor sus intenciones. No iba a lograr que Brianna desconfiara en su amiga y dejara de contarle sus intimidades, para eso tendría que revelarle lo que había hablado con Lynette ese día y ya prometió no hacerlo. Era un hombre de palabra.
Pero debía asegurarse de que Lynette conservara esos secretos.
Pudo percatarse que entre Connor y ella había existido algo, quizás, antes de que Brianna y su amigo tuviesen una relación, o durante. Era obvio que Lynette continuaba queriéndolo y se sentía culpable por algo que le hizo.
«Connor ya ha perdido mucho por mi culpa, no quería que perdiera más».
¿Se estaría refiriendo a Brianna? ¿O existía algún secreto entre ellos?
Trevor suponía que por esa culpa Lynette lo ayudaba, aunque sin percatarse que con eso lo empujaba hacia Brianna perdiéndolo de nuevo.
«Necesité cerrar algunas heridas antes», le había dicho Connor al reencontrarse. ¿Formaría Lynette parte de esas heridas que él debió cerrar antes de regresar a Seattle?
Agotado por el trabajo y por sus reflexiones, dejó su maletín y la chaqueta del traje en su dormitorio, así como la corbata, y se dirigió a la habitación de George en busca de su esposa. Sabía que ella se ocupaba de dormir al niño.
El dormitorio estaba en penumbras, solo se hallaba encendida la lamparita que dibujaba estrellas de luz en el techo y las paredes. Ella se encontraba cerca de la cuna. Mecía entre sus brazos al niño mientras le cantaba canciones para dormir.
Un sentimiento poderoso de protección se asentó en el pecho de él al verlos, como una especie de oleaje de alegría que se extendió por su interior y lo calentaba.
Se aproximó y la abrazó por la espalda. No solo la envolvió a ella entre sus brazos, sino también, al niño, y se acompasó a sus pasos.
Ambos se mecían con suavidad como si fuesen una misma persona.
Brianna, por instinto, alzó la cabeza y buscó los labios de él. Interrumpió por un instante su canto para besarlo.
Trevor la apretó más contra sí y besó la cabecita de George con ternura.
Se sentía bien allí, completo. Como si hubiese hallado las piezas faltantes del rompecabezas de su vida.
Al dejar al niño dormido en su cuna y cubierto con la tela mosquitera, se fueron a la habitación de ella donde se desnudaron sin prisas e hicieron el amor como si degustaran un postre exquisito y muy valioso. Uno capaz de conmoverle cada uno de los sentidos, haciéndolos explotar por el placer.
Trevor se la devoró a gusto y una vez que quedaron saciados, compartieron una noche diferente. Cenaron en la cama, desnudos, y envueltos entre sus brazos miraron una película.
Una elegida por ella, cargada de drama, atuendos victorianos y sexo desinhibido. Uno que alborotó en varias ocasiones las hormonas de él, siendo necesario parar varias veces la película para hallar satisfacción.
A la mañana siguiente, cuando Brianna despertó, Trevor ya estaba vestido y cargaba con una maleta.
Al mirar el reloj de su móvil se fijó que era muy temprano. Apenas el alba despuntaba en el horizonte.
—¿A dónde vas?
—Vamos —aclaró él con una sonrisa—. Levántate y vístete, ponte ropa cómoda. Y prepara una maleta con un cambio de ropa y mete el traje de baño. Nos escapamos.
Ella se sentó en la cama, animada por la noticia, aunque sin poderse creer lo que escuchaba.
—¿A dónde vamos?
—Es una sorpresa. Apúrate y prepara a George. Lo llevaremos con nosotros.
Brianna salió de la cama de un salto y corrió hacia él para encerrar su cuello en un abrazo y darle un beso profundo.
Él tomó sus nalgas desnudas y las apretó con delicia, pegándola más a sí, fascinado por aquel saludo matinal.
—Mejor ve a prepararte o terminaremos de nuevo en la cama —advirtió cuando detuvo el beso para recobrar el aliento—. Quiero seguir haciéndote el amor, pero también, me gustaría darte una sorpresa.
—Estaré lista en cinco segundos —aseguró ella con una sonrisa y volvió a besarlo con arrebato, degustándose con su boca adictiva y embriagante.
—Ya han pasado diez segundos y aún no estás lista —bromeó cuando ella detuvo el beso para respirar.
En medio de risas, Brianna lo liberó para correr al baño y prepararse para ese repentino y misterioso viaje.
Trevor se sintió vacío al perder el contacto con la mujer y descubrió que tenía una erección bastante visible.
—Maldición —se quejó reacomodándosela en los pantalones, aunque manteniendo una sonrisa de satisfacción en los labios.
Con Brianna reaccionaba como un quinceañero.
Los tres se fueron al puerto de Bell Harbor Marina y desayunaron en un restaurante lujoso.
Aunque se sentaron en una mesa apartada de la muchedumbre, en ocasiones se acercaban personas a saludarlos.
Algunos eran clientes de la firma de abogados, otros amigos que formaban parte del círculo social de los Harmon.
A todos la presentó como su esposa, sin sentirse avergonzado ni incómodo por la referencia. Brianna podía notarlo feliz, hasta se había adueñado de George teniéndolo siempre en brazos.
Sin vergüenza, Trevor le explicaba a sus amigos que el niño era hijo de ella, no suyo, a pesar de que no era capaz de soltarlo y lo trataba con evidente amor de padre.
Brianna se sintió conmovida por su actitud y en ese momento deseó que George de verdad le perteneciera, solo a él.
Una vez que pudieron cargar con provisiones como para una semana, él la llevó al puerto. Se detuvieron frente a un hermoso y enorme bote de vela llamado BeeBee.
—Mi padre lo compró cuando nací —reveló, sorprendiéndola—. Estuvo en la marina y allí aprendió a navegar enamorándose del mar. Su intención fue enseñarme el oficio para inculcarme el mismo amor, pero murió muy rápido. Todo lo que aprendí lo hice por mi cuenta.
Eso último lo dijo con tristeza mientras sus ojos oscuros repasaban con melancolía cada tramo de aquel barco.
Ella lo abrazó para infundirle su calor, recordando a su propio padre, quien también había tenido muchas intenciones buenas, pero poca vida para alcanzarlas.
—De sus intenciones también podemos tener experiencias.
—Me gustaría recordar más de él —dijo con desánimo—. Y de mi madre. Ellos murieron cuando yo era muy pequeño y no tuve oportunidad de disfrutarlos. Por eso conservo con dedicación este barco. Creo que si hago lo que él pretendió hacer, podría tenerlo siempre en la memoria.
Ella se conmovió por lo que decía y buscó su boca para besarlo con dulzura.
La intimidad que estaban compartiendo los unía cada vez más, volviendo aquel matrimonio por conveniencia algo mucho más sólido y real.
Subieron al bote y enseguida Trevor le presentó a Brianna al capitán que los acompañaría en esa travesía y al chico que trabajaba como su ayudante.
Los ubicó en un lugar seguro y se puso manos a la obra para poner el barco en marcha.
Brianna lo miraba fascinada, capturando infinidad d fotografías con su móvil. Nunca imaginó ver a Trevor Harmon, el implacable abogado que presidía la firma de abogados más solicitada de todo Seattle, vistiendo ropas playeras, izando velas, atando fuertes nudos y gritando órdenes como si fuese un sucio pirata.
Se veía mucho más sensual que en su oficina, sentado tras su escritorio, firmando documentos y atendiendo infinidad de llamadas.
Era otra persona y ella estaba encantada de conocer esa otra parte de él. Una más relajada y divertida.
No solo ella estaba feliz con el paseo. George no paraba de saltar cuando el barco salió del puerto. Aplaudía con emoción y gritaba cuando escuchaba que Trevor o el capitán lo hacían. Aquello era un juego para el niño.
Al iniciar el paseo por la bahía, Brianna veía que la ciudad se alejaba cada vez más. Sentía como si atrás quedaran los problemas mientras ellos se dirigían hacia lo profundo del mar, donde se hallaba la paz que tanto anhelaba.
—¿Por qué el barco se llama BeeBee? —preguntó ella cuando Trevor se sentó a su lado, ya de camino a alta mar.
—Ese era un apodo que mi padre le había puesto a mi madre. Ella era defensora número uno de las abejas, por hobbie cultivaba flores y en su huerto era frecuente conseguir abejas. Mi abuelo siempre me contaba que mi padre les temía y cuando veía una quería matarla para evitar que lo picara, pero mi madre terminaba golpeándolo con algún paño para alejarlo de esos insectos. No permitía que los dañara porque decía que sin ellos la humanidad perecería.
—Y tiene mucha razón —garantizó Brianna—. Sin las abejas no existiría la polinización, y sin polinización perderíamos la capacidad de cultivar frutas y verduras, tan esenciales para la alimentación del ser humano.
—Me hubiese gustado compartir más tiempo con ellos —expuso él con melancolía, dejando que la mirada se perdiera en el mar.
—Parecían muy divertidos —dijo ella e imaginó a la madre de Trevor persiguiendo a su esposo con un paño para defender a una abeja. Le hubiese encantado conocerlos.
Pasaron todo el día en alta mar. Miraron la ciudad desde la lejanía y navegaron cerca de la montaña Rainier y del Parque Nacional Olimpic. En ocasiones se dieron chapuzones en el mar y Trevor enseñó a Brianna a flotar, y a George a nadar.
Almorzaron y merendaron en medio de la nada, rodeados de un mar pacífico que los obligó a estar más tiempo abrazados y juntos. Compartiendo cientos de besos y caricias.
Cuando comenzó a caer el atardecer, ellos disfrutaron de aquel espectáculo como si estuviesen en la primera fila de un teatro.
El cielo se tiñó de naranja con la brisa corriendo serena.
Trevor se había sentado en el suelo, con Brianna entre sus piernas, recostada de su pecho. George dormía en los brazos de su madre y envuelto en una frazada mientras Trevor los abrigaba a ambos con un abrazo apretado.
No decían nada, solo se quedaron allí, disfrutando del placer de estar juntos.
Hasta que el teléfono móvil de ella comenzó a repicar y Brianna lo revisó pensando que podría ser su madre.
Al darse cuenta del número que la llamaba, apagó enseguida el aparato y lo lanzó a un lado. La tensión la embargó y despertaron todas sus angustias.
—Era él, ¿cierto? —quiso saber Trevor, pero Brianna no le respondió.
Se acurrucó más en el pecho de él y cerró los ojos para volver a sumergirse en el placer de su cercanía.
Trevor no insistió, solo apretó su abrazo y besó la cabeza de la mujer con ternura.
Ella era su mujer, una que no compartiría con nadie.
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