Capítulo 26. Nunca subestimes a un contrario.
Al día siguiente, Trevor desayunó con su abuelo en la habitación del hombre, antes de irse a la oficina.
Albert había amanecido un poco indispuesto, aquejado por infinidad de dolencias.
—¿Has visto a George hoy en la mañana? —preguntó el anciano.
—Lo saludé antes de venir. Brianna le daba de comer en el jardín que está junto a su habitación.
—¿Y cómo se ha sentido? —quiso saber antes de que la tos lo molestara un poco.
—Con más ánimo. No se ha quejado de ningún dolor.
—Tienen que cuidarlo mucho, para que no termine como yo —clamó y tomó un bocado pequeño de su comida.
Trevor pensó que si George fuese su hijo, velaría por él día y noche. Lo llevaría a dar largas caminatas por parajes naturales, para que el niño aprendiera con sus propias experiencias.
Le contaría cientos de historias y le leería cuentos cada noche antes de dormir, para que su mente nunca dejara de soñar con mundos llenos de magia. Eso lo haría un hombre creativo y esperanzado, no agobiado por traumas y soledades, como él.
Pero George no era su hijo, sino que pertenecía a otro, a alguien que hasta ese momento no se había interesado en ir a conocerlo.
—¿Y cómo marcha tu matrimonio?
—Bien —respondió con sequedad, y recordó la terrible discusión que había tenido con Brianna el día anterior, por culpa de Connor.
—Virginia los escuchó discutir ayer. Sé que no es asunto nuestro, pero se preocupó por lo sucedido. Me dijo que Brianna se pasó el resto del día encerrada en su habitación y cuando fue a llevarle la cena, notó que había llorado. Y sé que tú te mantuviste en tu despacho al llegar de la oficina, ni siquiera quisiste comer.
Trevor recordó con pesar la rabia que sintió al regresar en la noche a la casa y escuchar las insistencias de Brianna de negociar con Connor sus visitas a la mansión.
Ella no comprendía que si él de verdad hubiese estado interesado en conocer a George, desde el principio habría tocado a su puerta pidiendo verlo y dispuesto a llegar a un acuerdo razonable.
Connor decidió tomar el camino del enfrentamiento desde que la vio a su lado, siendo su esposa.
Usaba amenazas e intimidaciones con intensión de sacarla a ella de la mansión y así manipularla.
Discutieron de manera aireada por esa situación. Trevor intentaba hacerla entrar en razón, pero ella sentía miedo de que él la delatara en un Tribunal de menores y lograra quitarle al niño.
Entendía su miedo, pero no podía ceder.
Si Connor decidía bajar las armas y llegaba con calma a su casa en busca de una solución razonable para obtener la paternidad del niño, él no tendría problemas de iniciar una negociación.
Pero el hombre lo que hacía era lanzar más y más amenazas, investigar sobre su vida privada y sus errores pasados en busca de un punto débil para doblegarlo, sin saber que con eso lo que hacía era llenarlo de determinación.
«¡La quiero conmigo, Trevor, a ella y a mi hijo!», «¡Me los llevaré a Nueva York!».
De esa forma le declaraba la guerra, cerrando cualquier posibilidad de acuerdo.
No podía ceder. No iba a perder a su esposa de ninguna manera. Ellos habían firmado un contrato y él se encargaría de que lo cumpliera al pie de la letra.
—Todos los matrimonios tienen problemas, abuelo. Incluso, los que son por conveniencia.
Albert gruñó inconforme.
—Mientras no tomen niveles alarmantes y lleguen al punto de agredirse mutuamente, todo está bien.
Trevor respiró hondo y terminó su café. Sabía que su abuelo se refería a la difícil relación que había tenido con Naomi. Una que, como se predijo en su tiempo, finalizó con una tragedia y a él lo dejó con una carga difícil de soportar.
—Naomi se enteró de mi boda —comentó como si hablara del tiempo.
Albert dejó de atender su comida y hasta apoyó los cubiertos sobre el plato para mirarlo atónito.
—¿Cómo?
—No sé cómo pasó. Supongo que ella aún conserva algunas amistades en Seattle y sé que su hermana sigue viviendo aquí.
—Thamara cortó comunicación con ella desde antes del accidente —rebatió Albert, molesto, y en referencia a la hermana de Naomi.
—Pero son familia, pudieron retomar el contacto.
—No. Naomi le hizo mucho daño en el pasado y algo que comparten las dos, es su enorme capacidad para guardar rencor. Dudo que Thamara le haya dicho algo.
—La verdad, es que no me importa quién se lo haya dicho, solo las consecuencias.
—Pues, deberías preocuparte por eso —lo regañó el anciano—. Naomi es una mujer desequilibrada mentalmente, que posee una extraña obsesión contigo. Si mantiene a un informante dándole razón de cada paso que das, es porque no quiere perderte de vista a pesar de la lejanía. Y si algo llegara a molestarla, sería capaz de cometer alguna otra locura.
—Ella no está en condiciones para cometer otra locura —recordó Trevor con la mandíbula apretada, haciendo referencia al hecho de que la mujer se encontraba en silla de ruedas.
—Tener una discapacidad no es impedimento para hacer tonterías —rebatió el hombre—. Ten cuidado con ella, recuerda que esa mujer está mal de la cabeza.
Trevor dejó la taza de café en la mesa y se irguió buscando hacer sonar las vértebras de su cuello. Hablar de Naomi lo tensaba más de la cuenta.
—Todd le envió más dinero para calmarla.
Albert bufó, eso le produjo un poco de tos, pero pronto se recuperó. Tomó un trago de su jugo antes de hablar.
—El dinero solo calma los arranques de ansiedad de esa mujer, no los celos. Nunca olvides que tú eres su obsesión. Si te sabe con otra, arderá como las paredes del infierno y hasta será capaz de levantarse de esa silla para venir por ti.
—No seas exagerado, abuelo.
—¿Exagerado? —apuntó dando un golpe a la mesa que incomodó a Trevor y lo hizo mirar al anciano con expresión gélida—. Esa mujer será capaz de venir a Seattle, aunque sea, rodando desde Tacoma, para averiguar si lo que le dijeron es cierto o no y encargarse en persona de la mujer que se atrevió a meterse en su camino.
Trevor se tensó por esa posibilidad, una en la que no quería pensar. Ya tenía demasiados problemas encima como para ocuparse una vez más de las locuras que hacía aquella mujer.
—Eso no sucederá.
—Nunca subestimes a un contrario. Eso te lo dicho siempre.
Ambos hombres compartieron una mirada dura. La de Albert estaba impregnada, además, de preocupación. No podía dejar de sentir temor por esa mujer. Conocía muy bien hasta dónde era capaz de llegar por calmar sus ansiedades.
Trevor, en cambio, quería demostrar el dominio que tenía sobre esa situación. No cometería el error de descuidarse con Naomi, pero tenía muchos otros asuntos delicados en los que debía pensar.
Las locuras de esa mujer, por el momento, no eran su prioridad.
Pero sí lo era la posibilidad de que Connor se comunicara con ella. Eso sí podía convertirse en una peligrosa complicación.
Debía averiguar de qué manera su amigo se había enterado de lo sucedido con Naomi y su primera sospecha recaía en Thamara, su hermana, quien, a pesar de no estar en comunicación con la mujer desde hacía años, conocía lo ocurrido.
Connor la conoció solo en una ocasión, una vez que Thamara fue a su oficina en Harmon y Asociados a hablar de Naomi y Connor llegó para invitarlo al gimnasio, para practicar boxeo.
En esa oportunidad, ellos habían hablado por menos de una hora mientras él se desocupaba de un asunto con un cliente para así tener una reunión con ella.
A pesar de no haber compartido un gran tiempo, fue suficiente para que se conocieran y justificara el hecho de que Connor quisiera contactarla para preguntarle por su hermana.
Debía hablar con Thamara y verificar sus sospechas. Esa relación sí le preocupaba. Porque esa mujer y Todd eran los únicos de su círculo privado que sabían la ubicación exacta de Naomi y la forma de contactarla.
Trevor no quería que su expareja y su examigo se pusieran en contacto. Entre los dos podían hacer de su vida un infierno.
—Me ocuparé de ese asunto, abuelo. No te preocupes.
Se puso de pie con intención de irse, pero se detuvo porque a su abuelo volvió a atacarlo un acceso de tos.
Se aproximó a él para ayudarlo, en el preciso instante en que Virginia llegaba a la habitación y se apresuraba a socorrerlo.
—Hijo, no descuides el tema del que hablamos —pidió Albert cuando al fin pudo respirar en paz.
—No te preocupes por eso, abuelo. Desde ahora atenderé ese asunto.
El anciano suspiró con pesar mientras lo ayudaban a recostarse en la cama.
—Ya estoy en mis últimos días —se quejó, sobándose el pecho adolorido.
—Llevamos años en los últimos días —rebatió Virginia—. Mejor descansa, viejo, que la señora Brianna me dijo que en un rato vendrá con George a visitarte. Así te diviertes con sus balbuceos y sus carcajadas.
El anciano cerró los ojos manteniendo una sonrisa complacida en el rostro. Trevor lo observó con cierta inquietud.
Su abuelo se estaba apegando mucho a George, de la misma forma en que él lo hacía. Ese niño se estaba convirtiendo en un rayo de esperanza para todos ellos, así como Brianna.
Aquel matrimonio por conveniencia se transformaba en algo muy importante para esa familia, pero así como aumentaban los beneficios, también lo hacían los peligros.
Él no se iba a dejar vencer en esta ocasión.
Usaría todas las armas que tuviesen a su alcance para defenderlos, sin importar las consecuencias.
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