8: Desilusión
Micaela y sus amigas decidieron entrar a la discoteca. Ella intentó llamar a Eliot, pero se detuvo al pensar en que quizá caería pesada.
—¿Qué esperas? —la apuró una de sus amigas— Llámalo, ¡dile que venga! Dile que queremos conocerlo.
—Dile que lo distraeremos un rato.
—¡Sí! Si su novia está lejos ¿no?
—¡¿Qué más les has contado, Ana?! —le reclamó a su amiga.
—¡Ups!
Micaela, algo molesta, decidió llamarlo. Se puso nerviosa pero se preocupó al descubrir que su celular se encontraba fuera de línea. Eso sólo podía significar una cosa, ¿estaba en la otra dimensión? O planeta, en todo caso. Pero no podía creerlo, él le habría avisado si había ocurrido algo.
—¿Ocurre algo?
—¡Ah! No, nada. Está bien, seguro ya estará viniendo de aquí.
Por otro lado. Eliot seguía a Jadi.
—¿Estás buscando algo? —le preguntó— ¿Quieres que te ayude con algo?
Jadi señalo hacia un bosque lejano y siguió caminando, él la siguió.
Después de unas horas, Micaela se sentía algo decepcionada de que su plan no funcionara. Se había dado cuenta de que estaba tomando de más sin percatarse, por estar preocupada por él. Sus amigas estaban bailando entre ellas, y las veía con tristeza. Se sentía una tonta, ¿Cómo se le ocurrió pensar que él vendría? Era obvio que con un baile podían pasar cosas, y sin duda él lo sabía.
—Me parece que esta señorita necesita compañía —le dijo un muchacho.
Volteó sorprendida.
—Gabriel… Hola, vaya, de algún modo me alegra verte aquí.
—Entonces qué bueno, ¿no?
—Sí —trató de forzar una sonrisa.
—Estás triste.
—No —desvió la vista un poco—, estoy bien —volvió a verlo y se encontró con la penetrante e insistente mirada azul de él—. Bueno… sólo un poco triste.
—Lo sabía.
—Soy una tonta… Me siento un poco mal, no suelo tomar, y mírame ahora.
Las amigas de Micaela la vieron a lo lejos.
—¡Mira! ¡Mira! —exclamó una.
—¡Cómo envidio a Micaela! ¡¿Qué hace para atraer chicos así?!
—Pero él es amigo de Eliot —aclaró Ana.
—¡Con más razón aún! ¡Seguro tiene más amigos guapos! ¡Vamos a verlos!
Gabriel tomó del brazo a Micaela.
—Si gustas te escolto hasta el baño.
—No, tranquilo estoy bien, sólo quiero distraerme —se puso de pie.
Él sonrió y la acercó, ella tropezó un poco y sacudió la cabeza. La llevó hasta la pista de baile y la pegó a su cuerpo.
—¿Quieres bailar entonces?
Ella se había ruborizado y se sintió agradecida de que por las luces y la oscuridad no se le notara. Él la tomó de la cintura con un brazo y con el otro tomó su mano. Sus amigas la buscaban hasta que los vieron. Decidieron dejarlos solos al verlos reír.
—Bailas bien —dijo la chica—. Disculpa si me tropiezo, estoy mareada.
—Sí, ya lo noté.
La volvió a pegar a su cuerpo y ella rodeó su cuello con sus brazos. Por momentos sus ojos le hacían malas jugadas, haciéndola creer que bailaba con Eliot.
Eliot, por su parte, había seguido a Jadi hasta el bosque y ya se habían adentrado un buen tramo. Escuchó ruidos por las plantas de alrededor y se percató de que Jadi lo miraba.
—Descuida, todo estará bien, sólo no te apartes de mí —de entre las plantas empezaron a salir muchos insectos gigantes—. Hace mucho que no me enfrento a estos bichos.
Los insectos lo atacaron. Empezó a atacarlos también, lanzándoles trozos de tierra, pero insectos más grandes empezaron a llegar. Él les empezó a disparar esferas de luz que explotaban al chocar contra los bichos, eso los hacía retroceder. Un bicho, parecido a una cucaracha de sesenta centímetros, lo agarró desprevenido del brazo. Con un movimiento se liberó de éste, botándolo a unos cuantos metros.
Vio cómo otro insecto parecido a una araña de dos metros corría hacia Jadi, él corrió también y la protegió del golpe con su cuerpo. Cayeron por una ladera. Jadi se separó y quedó de rodillas viéndolo. Él tenía un corte enorme en diagonal, desde la parte alta de su espalda hasta cerca de su abdomen.
—Estoy bien —dijo adolorido—, no te preocupes.
Intentó sentarse también, pero el dolor lo detuvo, además sabía que ese insecto era venenoso. Jadi sólo lo miraba con la misma expresión neutral.
Eliot logró sentarse.
—Oye… Sé que no eres ella —le acarició el rostro, y ella reveló una ligera expresión de asombro—. Debes querer algo muy importante como para que hayas tomado su forma. Te ayudaré, no estoy molesto contigo.
Ella cambió su expresión a una de tristeza. Los insectos empezaron a bajar por la ladera y Eliot se puso de pie.
Micaela estaba pegada a Gabriel siguiendo el ritmo de la canción, alzó la vista la plantó en los labios de él, se mantenían dibujando una leve sonrisa.
—¿Sabes? Hace mucho que no salgo, la última vez que vine aquí un tipo se propasó conmigo… y me tocó.
La sonrisa se borró.
—Vaya… si hubiera estado yo, le habría dado su merecido.
Ella soltó una leve risa sintiéndose algo tonta por hacerlo, los efectos del alcohol seguían ahí.
—Te habrían dado una paliza y te hubiera echado.
Él se separó un poco sonriente, articuló unas palabras pero ella le hizo señas de que no le había escuchado, así que acercó su rostro al de ella para decirle al oído.
—No importa, con tal de defender el honor de alguien a quien estimo.
Ella sintió escalofríos al sentir el roce de su mejilla con la suya mientras le decía esas palabras, sonrió tontamente aferrándose un poco más a él.
Por un momento pensó que así le hubiera gustado estar con Eliot, y agradecía no estar tan mareada como para olvidarse de que en ese momento estaba con Gabriel, pues su parecido le abrumaba un poco.
De pronto Gabriel se detuvo en seco, lo miró.
—Eliot.
Ella se asustó mucho al ver la cara de preocupación de él. La tomó de la mano y la llevó a un lugar en donde nadie los viera. Fueron a la otra dimensión y aparecieron en el bosque.
—¡Por aquí!
Empezó a correr y Micaela lo siguió. Pronto se dio cuenta de que ella no podía seguir a su ritmo y se había quedado un poco atrás, se detuvo y ella también, para sacarse los tacones.
—Esto sí que es vergonzoso —murmuró la chica—. ¡Vamos!
Siguieron corriendo hasta llegar al borde de una ladera. Ella se horrorizó al ver a Eliot tendido en el suelo, con algunos insectos dispersados patas arriba por los alrededores. Bajaron de prisa.
—¡Eliot!
Micaela se asombró al ver que Jadi estaba de pie a cierta distancia. Gabriel corrió a ver a su amigo, lo sacudió y éste abrió los ojos.
—¡Imbécil! ¡¿Por qué no te curaste?! —reclamó el rubio— ¡Has perdido sangre!
—No tuve tiempo, eran... muchos —volvió a cerrar los ojos y Gabriel se puso de pie.
—Revela tu identidad, ¡maligno ser! —exigió.
Micaela se asustó al ver que no era Jadi, y más aún al verla transformarse en una especie de criatura demoniaca, parecida a una mujer, con alas, cabello y ropa negros, de ojos amarillos.
—¿Por qué lo engañaste así? —le reclamó enfadada— ¡¿Cómo te atreviste a lastimarlo?!
Sus manos se encendieron en fuego y el ser pareció asustarse. Ella extendió sus manos y una fuerte ráfaga se disparó, el ser trató de huir pero volteó a ver a Eliot con tristeza, dejando que el fuego la alcanzara. Cayó al suelo.
Gabriel se acercó a Micaela.
—No la lastimes más.
—¡¿Qué?! Pero...
—Los seres oscuros son débiles contra el fuego... Pudo huir pero no lo hizo.
El ser se puso de pie con debilidad y flotó a unos centímetros de la tierra. Sus alas, que eran pura oscuridad, botaban algo de humo, parecía que el fuego las había corroído.
—Soy un espíritu maligno que suele aprovecharse de las personas —confesó—. No soy la única, somos muchos. Tomo la forma de algún ser querido que ya se ha ido... Al encontrarlo a él, vi que conocía bastante sobre los otros mundos, así que me le acerqué con el engaño de que necesitaba ayuda y lo guie al lugar que más temía: este bosque lleno de insectos carnívoros —mostró tristeza—. Pero jamás imaginé que decidiría ayudarme y protegerme, sabiendo que yo no era su ser querido. Se dio cuenta, y aun así me siguió.
Gabriel cruzó los brazos.
—Bueno, debiste indagar más en su corazón, tonta.
La criatura se puso más triste, flotó hasta Eliot y quedó levitando a unos cuantos centímetros de él.
—Lo lamento…
Se acercó más y le dio un beso en la mejilla, antes de desaparecer por completo. Gabriel y Micaela se quedaron con la boca abierta.
Micaela sobre todo, no podía creer que un ser oscuro le haya dado un beso a Eliot y ella no.
Gabriel se acercó al muchacho, extendió la mano y un halo de luz lo envolvió, después de un momento Eliot abrió los ojos y se sentó.
—Gracias —dijo éste luego de frotarse un poco la cabeza.
—¡¿Cómo se te ocurre ponerte así en peligro?! —reclamó Micaela.
Ambos voltearon a mirarla con sorpresa.
—Yo… perdón. Es que creí que me necesitaba —se puso de pie.
—Sólo era un espíritu maligno queriendo jugar —dijo Gabriel—. Pero descuida, se arrepintió, además Micaela la chamuscó.
—Ya veo. Perdón Micaela, iba camino a verte pero…
—Descuida, encontré a Gabriel —respondió cortante.
Volteó y empezó a caminar, los dos se miraron con intriga y la siguieron. Ella sabía que él había accedido a ayudarla por lucir como Jadi, y por eso ya no fue a verla. Apretó los puños y cerró los ojos, respiró hondo y volvió a abrirlos. Salieron de ahí y fueron a casa de Eliot.
—¿Cómo fue que caíste? —quiso saber Gabriel.
—Me engañó muy bien apareciendo frente a mi auto, yo estaba algo perturbado en ese momento, sabía que no era ella pero no sabía exactamente qué era hasta que me le acerqué, le acaricié el cabello sorprendido por su parecido, ella me tocó el rostro y aparecimos allá…
Micaela tragaba saliva con dificultad al escuchar eso. Ahora sabía que le había acariciado el cabello también, ya se imaginaba la delicadeza con la que lo había hecho, sólo por parecerse a su chica.
—Debe haber sido perturbador —continuó hablando el rubio.
—No tanto en verdad, era agradable verla a mi lado en esos momentos, me dio fuerza.
—No vaya ser que de aquí te vayas siguiendo a otro espíritu —se burló y rieron.
—Me alivia que estés bien —dijo Micaela casi en susurro.
Eliot le sonrió dulcemente, ella también pero pronto dejó de mirarlo. La mamá apareció de repente.
—Hijo ¿qué pasó? —preguntó asustada— ¡¿Qué significa ese horrendo corte en tu camisa?!
—Ah, verdad. Hacía tiempo que no se me arruinaba alguna prenda.
—Ya te has curado ¿verdad?
—Sí, descuida, mamá. Tuve un imprevisto en... bueno, ya sabes.
—Ay, hijo —suspiró—. Ten cuidado —miró a Micaela y Eliot lo notó.
—Es mi amiga de la que te hablé, Micaela.
Micaela sonrió al saber que le había hablado de ella.
—Encantada de conocerla, jovencita. Gracias por acompañar a mi hijo.
—Es un placer señora. Bueno, debo irme ya, fue un gusto.
—Sí, vamos —agregó Gabriel—. Dejé mi auto afuera de la discoteca.
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