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19: Raro y lindo romance

Micaela se había ruborizado, eso le era muy molesto. Estaba segura de que María los había dejado solos apropósito. Aun así, era lo que necesitaba.  

Gabriel la miró, juntó valor y se le acercó. Ella se puso de pie.

—¿Ocurre algo?

—Quería decirte una cosa… —él arqueó una ceja a la expectativa— Ah… Bien. Cuando esos seres feos los atacaron, tuve mucho miedo de que murieras… Tú también me importas —confesó. Él le ofreció una dulce sonrisa y ella se ruborizó un poco más— Me-me gusta cuando sonríes, ahora lo haces más a menudo.

Sin darse cuenta, ya se encontraba acorralada contra la mesa, bajo la dulce mirada del chico.

—¿Será porque me enamore de ti?

Micaela se paralizó del asombro, y se puso más nerviosa aún sin saber bien qué decir.

—Ya lo sospechaba —la voz casi no le salió.

—¿En serio? —preguntó con sarcasmo.

Ella rió un poco, pero pronto su semblante cambió.

—Ayer… me encontré con una amiga tuya —murmuró.

—Um, ese tono con que lo dices…

—Me dijo que sólo te gusta pasar el rato…

Gabriel suspiró.

—Sí, ya me imaginaba. Pero eso quedó atrás, no fueron buenas épocas, nunca he tenido una relación seria…

—Pero sí has tenido “compañías” —dijo con desgano.

—Sí, y a la vez no… Nada me importaba, nunca recorrí a besos el cuerpo de nadie y nadie me dio amor. Créeme que estoy sediento… —tensó los labios unos segundos— Quiero ser sólo tuyo.

Micaela se dio cuenta también, de que le encantaría llenarlo de amor.

—¿Y crees que yo sea diferente? —preguntó con un poco de temor.

—Eres diferente —aseguró—. Nunca invité a alguna chica a mi casa, nunca tuve ganas de bailar con nadie ni un poco, no tenía sentido, cada vez que te he visto y conversado contigo me he sentido muy bien. No he tenido que tomar frases típicas para hablarte.

—No te atreverías a jugar conmigo, ¿verdad?

—Oye, creo que ya me conoces un poco aunque sea. Ni así fueras sólo mi amiga, jamás jugaría contigo… —mostró una pícara sonrisa— Amenos, claro, que tú me lo pidieras.

Ella se ruborizó por completo, y no pudo evitar reírse un poco. Él se acercó y le dio un beso en la frente. El timbre de la puerta sonó.

—Me gustaste desde que te vi —le confesó.

—Y tú… Bueno, ¿a quién no le gustarías?

—Ah, ¿veo que alguien es un poco celosa?

Micaela rió.

—No, no mucho —confesó.

—Se mi novia, ¿sí? —pidió de repente.

La chica quedó muda ante la inesperada pregunta, y no pudo evitar perderse en la azul mirada suplicante de él.

—Yo… yo…

—Tranquila, no tienes que responderme aún.

El timbre volvió a sonar, haciendo que el muchacho se separara y fuera a abrir la puerta. Ella enseguida volvió a sentarse.

—¡Traje piqueos para todos! —anunció María.

Observó la sonrisa en el rostro de ambos y supo que algo había ido bien. Eliot volvió a su laptop cerca de Micaela quien trataba de concentrarse en las cartulinas que cortaba.

—¿Ocurrió algo? —preguntó en voz baja.

—No, no…

—Estás algo roja.

—Todo bien, sólo me dio calor —rió nerviosa.

Eliot sonrió. Ya suponía lo que pasaba.

—Estamos en invierno.

—Sí —suspiró—, lo sé.

Él hizo un gesto de negación divertido con la cabeza y ella se rió un poco.

Al día siguiente Micaela iba de camino a ver a Eliot para saber cómo le había ido en la entrega del trabajo, y se encontró con Gabriel. Le sonrió dulcemente mientras se acercaba.

—¿También vas a verlo? —Ella asintió— Vamos por ahí.

Al llegar cerca del aula vieron a Eliot, él se les acercó sonriente.

—¿Y qué tal, aún nada?

—No, aún no dan notas, estoy esperando.

Una voz femenina los hizo estremecer de repente.

—Eliot, Gabriel, guau…

Ambos voltearon. Micaela quedó confundida por sus reacciones. Una mujer de cabellos negros, de unos cuarenta años o un poco más pero bien conservada, se hallaba frente a ellos.

—Nira —murmuró Eliot.

—Oh, Dios, mírate, estás hecho todo un hombre.

—Ja. Yo me siento igual que antes… Cuanto tiempo ¿eh?

—Sí, ya veo. Gabriel —miró al chico— cuídate, estás más deseable que hace años.

—Ahórrate tus halagos —respondió de forma fría.

—Oh —la mujer fingió tristeza—, ¿cuándo será el día en que dejes de plantarme esa fría mirada de rencor?

Nira dirigió su vista hacia Micaela y Gabriel se puso delante de ella.

—¿Y a qué has venido? —interceptó.

—Sabía que aquí los encontraría —murmuró tratando de volver a ver a Micaela—. Veo que las cosas han cambiado…

Eliot habló:

—¿Cómo te va con…?

—Siento informar que ya no lo tengo.

—¿A qué se refiere? —quiso saber Gabriel.

—Cuando le disparé el rayo del arma, no sólo le quité los seres oscuros de su interior y limpié su esencia, sino que también se le introdujo la luz —contó el castaño.

—¿Qué? ¿O sea que también la tiene?

—No —le recordó la mujer—, acabo de decir que ya no… Se desvaneció un día.

—Claro —se regocijó el rubio—, dudo que sea compatible con muchas personas.

—Vaya, gózalo —dijo ella, volviendo a fingir tristeza—. Al fin y al cabo que ni quería.

—Espero que no te hayas vuelto a meter en problemas —dijo Eliot.

Nira suspiró.

—No, claro que no. He seguido trabajando en reorganizar mi vida tal y como me aconsejaste. Pero dime… Logré enterarme de lo que le pasó a la pequeña Jadi. —El semblante de ambos cambio, Eliot mostró cierta tristeza y Gabriel preocupación— Tranquilo, vine a ver si podía ayudarles en algo.

—No, descuida. Quizá si hubieras tenido la luz aún… pero sin eso no se puede hacer nada.

—Oh —quedó decepcionada—. En ese caso, sólo puedo darles ánimos.

Eliot sonrió un poco.

—Gracias.

—Me avisas cuando ella esté bien, entonces volveré a estar tranquila ¿bien?

—Claro, ¿por qué no?

—Me dio gusto verlos.

—A nosotros también —le dio un codazo a Gabriel—, ¿verdad?

Gabriel suspiró.

—Seh, como tú digas.

—Ay, Gabriel —rió la mujer—. Me encanta tu forma de ser, tan apático. Ya qué, me voy, ¡sigan así de guapos! —Se fue.

Micaela quedó perpleja.

—¿Y ella qué? —preguntó.

—Ella fue la mujer que se apoderó del “planeta uno” —le contó Eliot—. En ese entonces y hasta hace poco conocido como “la otra dimensión”.

—¡Ah! ¿Ella fue la loca que casi los mata?

—Que si no fuera por Eliot, yo ya estaría muerto —renegó Gabriel.

Eliot suspiró.

—Sí, pero ya es pasado, ahora ha cambiado, en serio.

—¡Ja! Yo no le creo.

—Oye, tú también has cambiado y te creemos.

—Claro, ataca mi punto débil.

Rieron. Micaela sonrió al verlos a ambos relajados y sonrientes por ese momento. El arquitecto llamó a los alumnos.

—Me voy —dijo con apuro el castaño. Se detuvo y volteó—. Oigan… —Ambos lo miraron— Mañana.

—¿Mañana? —preguntó Gabriel con sorpresa— ¿Seguro?

—Sí, mañana.

Su amigo frunció el ceño con determinación.

—Claro. Ahí estaremos.

Eliot se fue. Micaela quedó sorprendida. Empezaron a caminar.

—Mañana…

—… Traeremos a Jadi de vuelta —completó él.

Y acabaría todo.

—¿Estás bien?

Ella reacciono.

—Sí, sí. Sólo me quedé pensando.

—Sí —afirmó preocupado—. Pero tranquila, yo te protegeré.

—No vuelvas a arriesgar tu vida como la vez pasada…

—No me pidas algo que no podré cumplir.

—Me preocupo por ti… Y hablando de eso, ¿por qué te pusiste delante mío cuando Nira estaba aquí?

—Por nada. Sólo que como no tengo buenos recuerdos, no quiero que alguien como ella siquiera te mire.

Micaela miró al suelo algo triste, se le acercó y lo abrazó, haciendo que se detuviera algo sorprendido.

—Deberías dejar de tener rencores en tu corazón…

Él le correspondió fuertemente el abrazo.

—Sí. Perdón.

Ella cerró los ojos y se dejó envolver por su aroma, abrazándolo tan fuerte como él a ella.

—¡Micaela! —la llamó Ana.

Ambos se separaron completamente asustados.

—¡Ay loca! Me asustaste, ¿qué pasa?

—¿Cómo te fue en tu entrega?

—Debo irme —dijo Gabriel—. Te veo mañana ¿sí?

—Ah… claro… —Encaró a Ana con mirada asesina— Lo hiciste apropósito, ¿verdad?

—No sé de qué hablas…

—Sí, claro, ¡uch!

—Estás con ese chico, ¿verdad? No me has contado, mala amiga.

—No. Quizá iba a estarlo ya, pero cierta persona interrumpió.

—¡Ay! ¿Están en planes? ¡Me tienes que contar todo al detalle!

Micaela no pensaba hacerlo. Había aprendido que no valía contar las cosas privadas. Su relación sería solo entre ambos. Siempre había fracasado por andar siguiendo los consejos de sus amigas y actuar de forma inmadura igual que ellas. Gabriel era diferente a los otros con los que había estado.

Ese día pasó lentamente a la espera y nervios por lo que se venía. Micaela casi no podía dormir, no podía imaginarse cómo estaría Eliot. De pronto su celular vibró, lo sacó del cajón y vio una llamada perdida de él. Lo llamó.

—Hola —la saludó—. Vaya, creí que dormías.

—No… no puedo.

—Yo tampoco —respondió con cierta tristeza.

—Lo lograremos, ya verás, esta vez me siento preparada.

—Gracias, en verdad.

—Descuida, ya verás que esta es la última noche que la pasas solo.

Eliot soltó una leve risa.

—Bueno, no estoy tan solo, al menos decidiste llamarme.

—Quiero apoyarte, para eso estoy.

Él sonreía levemente.

—¿Cómo van las cosas con Gabriel?

Micaela se ruborizó.

—Bien... ¿Sabes? Creo que ahora estoy enamorada de él... No te molesta, ¿no?

—¿Qué? —soltó una leve carcajada— Claro que no. —A ella le gusto oírlo reír, se sintió bien— Me siento feliz por ti, en serio.

—No puedo esperar a salir todos en pareja.

Eliot volvió a reír un poco.

—Ni yo.

—Gracias por timbrar, creo que ya me relajé un rato.

—Sí —suspiró—, yo también.

—Te dejo descansar, y mañana con fuerza ¿eh?

—Sí... chau.

Colgó y quedó un rato mirando al techo. Un leve ruido afuera de su habitación la puso alerta y salió de su cama. ¿Serían su madre y su hermana? ¡¿O alguna criatura de otra dimensión?!

La puerta se empezó a abrir lentamente. Ella se escondió detrás de ésta con prisa, y vio una figura oscura entrar. Se acercó a su cama, parecía estar buscándola. La chica se armó de valor y salió de su escondite con lentitud, cogió un libro, echó a correr y se aventó contra la persona, asestándole un golpe con el objeto.

Cayeron a la cama y se dio cuenta de que era un muchacho. Él intentó tumbarla hacia un costado pero ella logró agarrarle los brazos y se los puso hacia arriba, aprisionándolo contra la cama.

—¡Au! —se quejó— ¡Ya! ¡Tú ganas!

—¡Gabriel! ¡¿Qué?!

—¡Claro! ¿Crees que un ladrón se hubiera dejado doblegar así?

Ella le presionó más los brazos contra el colchón, haciéndo que se queje un poco.

—¡Estás loco! Te lo mereces, ¡querías asustarme!

—No, creí que dormías. De todos modos me agarraste de sorpresa, primera vez que me ponen en una situación así.

—¿Qué situación? —El chico movió un poco los brazos para indicar que se refería a la posición, ella se ruborizó pero no lo soltó— No creas que con eso lograrás que te suelte.

—Pero aún me duele el golpe que me diste —reclamó.

—Bueno —suspiró—, perdón por el golpe.

—Ah, ah. No te perdonaré a menos que me des un beso.

Ella se sorprendió mucho.

—¡Eres un atrevido! ¡No aprendes! —Se le acercó, presionándolo más contra la cama— No estás en posición de negociar conmigo.

Él le dio un rápido beso, sorprendiéndola por completo, y movió las cejas con una leve sonrisa de satisfacción.

—¡Oye...! ¡Eres...!

La besó y ella le correspondió con la misma fuerza, sorprendiéndolo. Su corazón se aceleró, le soltó los brazos, deslizando sus manos hacia su pecho.

Él la abrazó fuerte, apretándola contra su cuerpo. Con un impulso giró, quedando encima, la miró fijamente y volvió a besarla. Micaela sintió que perdería la cordura, sentía toda la calidez de su cuerpo.

Gabriel se fue deteniendo poco a poco y la quedó mirando, respiraba algo agitado. Ella estaba avergonzada por lo que acababa de pasar.

—Quizá no parezca pero... este es el momento más sensual de mi vida —dijo él.

Micaela sonrió.

—Sí claro, yo no soy sensual.

—Estás en pijama... Te siento suave, frágil, y a la vez intocable.

Ella se ruborizó al máximo. Él cambió de expresión, le dio un beso en la frente, giró y quedó recostado a su lado. Suspiró.

—Perdón, soy un loco impulsivo.

—¿P-por qué? —preguntó ella, en medio estado de shock.

—Te besé a pesar de que no querías…

—La verdad, sí quería…

—¿Segura?

—Más temprano quise decírtelo pero no pude. Es que… sí quiero ser tu novia.

Él volteó a mirarla y ella también, le ofreció una dulce sonrisa y le acarició el rostro.

—Aunque quizá no pueda ser tan oficial ahora —continuó—, sino desde mañana o…

—Um, sí, quizá… ¿Quieres despedirte de Eliot o algo así?

—No, no es eso. Sólo que quizá no deberíamos…

—Ya sé, ¿“comer pan frente a los pobres”?

Ella no pudo evitar reír un poco. El chico la abrazó, giraron y sus rostros quedaron frente a frente.

—Hasta que sea oficial no te daré ni un beso más —sentenció.

—Hey, no se vale.

—¡Ja! —Le dio un beso en la mejilla.

Micaela se dio cuenta de que ese muchacho era capaz de volver loca por él a una mujer tan sólo con su penetrante mirada. Ya se daba por perdida.

***

Un ruido hizo que abriera los ojos de golpe. Se asustó al ver que era de día, estaba entre los brazos de Gabriel y su mamá estaba subiendo las escaleras. Gabriel abrió los ojos, se sentó y mandó una esfera de luz hacia la puerta, que estaba semi abierta, y la cerró.

—Te veo allá. —Le dio un beso en la mejilla a Micaela, que aún estaba en shock, y desapareció bajo un destello.

Su mamá tocó la puerta.

—Hija…

—Pasa.

—No, quería saber si estabas despierta, escuché murmullos.

—Sí… ¿Qué hora es?

—Casi las seis de la mañana. Bueno, te dejo descansar.

Micaela quedó mirando al techo. Acababa de pasar la noche con Gabriel. Qué gran ventaja tenían él y Eliot con ese poder de la luz, podían aparecer y desaparecer en donde quisieran y cuando quisieran. ¿Eliot habría sorprendido así a Jadi alguna vez? Sonrió ante esa idea.

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